EL IDIOMA DEL NUEVO TESTAMENTO
Lejos de ser una mera colección de libros, la Biblia tiene una unidad que
hace posible que el lector pueda pasarse de Malaquías a Mateo con relativa
facilidad. Esto es cierto a pesar de las diferencias externas ocasionadas por
la alterada situación histórica y por la forma diferente que la revelación
toma, hechos mejor expresados quizá en los grandes contrastes enunciados en las
palabras introductorias de la Epístola a los Hebreos.
Factores divinos y humanos entran en esta unidad espiritual, a saber, el
hecho que Dios se está revelando y que El actúa desde el principio hasta el fin
a través del pueblo de su pacto. La salvación viene de los judíos. De todos los
escritores del Nuevo Testamento sólo Lucas era un gentil. Esta misma
circunstancia, empero, presenta un problema, ya que los judíos habían dejado en
gran medida de usar su lengua original durante el período del exilio,
utilizando en su lugar el arameo, idioma más popular y de cercano parentesco
con el hebreo. Un Nuevo Testamento escrito en arameo era una posibilidad desde
el punto de vista lingüístico, pero aun así el arameo no estaba idealmente
equipado para transmitir el mensaje de la completada revelación de Dios, la que
reclamaba sutilezas de distinción no muy necesarias para el flujo de los
oráculos proféticos ni para escribir una historia, pero que eran requisito
ineludible para la compacta argumentación de un apóstol. Un Nuevo Testamento en
arameo hubiera tenido relativamente pocos lectores fuera de la nación de Israel.
En cambio, si el mensaje del Nuevo Testamento se propagaba en el idioma griego,
que se había transformado en el verdadero lenguaje internacional de la época,
la Palabra podría penetrar prácticamente en cualquier parte del mundo greco
romano.
Dos hechos, entonces quedan en claro. Es evidente que Dios tenía el
propósito de usar a su propio pueblo, Israel, como instrumento para comunicar
el cristianismo al mundo; sin embargo, el lenguaje de dicho pueblo no era un
medio adecuado para tal tarea. Dios no podía permitirse el lujo de perder el
medio hebraico, que representaba todo ese trasfondo y experiencia espiritual
que era fruto de siglos de cultivo. En providencial decisión El le dio al
devoto corazón hebreo una lengua griega para hacerse entender en todo el mundo.
Es necesario bosquejar entonces el desarrollo histórico que hizo posible dicho
logro.
EL SURGIMIENTO DE LA KOINE
El idioma griego se utilizaba ya cientos de años antes de la época de
Cristo y ha continuado existiendo hasta nuestros días como lengua viva. Los
comienzos de la literatura en el griego pueden ser ubicados de modo general
unos 800 años antes de Cristo, o quizá antes, en las obras de Homero y de
Hesíodo. Para cuando el período clásico propiamente dicho se estableció, dos
factores habían jugado un papel preponderante en la formación de dicho
lenguaje. Uno de ellos fue la periódica incursión en el territorio griego de
pueblos indoeuropeos, cuya llegada trajo modificaciones al idioma nativo de las
diferentes localidades. Debido al carácter quebrado del terreno de la península
griega estas alteraciones lingüísticas, una vez establecidas, tendieron a
perpetuarse. De este modo aparecieron los diferentes dialectos. Si bien una
verdadera literatura se desarrolló sólo en dos o tres de éstos, los dialectos
hablados fueron muchos.1 De los dialectos literarios, a saber,
el dórico, el eólico, y el jónico, fue el último el que alcanzó una prominencia
mayor que los demás. El ático, una rama del jónico, fue el lenguaje de Atenas,
la ciudad-estado que promovió una brillante galaxia de escritores en diversos
campos. En consecuencia, hablar del griego clásico es casi equivalente a hablar
del ático. Este tipo de griego no quedó confinado a Atenas o a Ática sino que
se propagó con la actividad colonizadora de los atenienses al otro lado del mar
Egeo y más allá. El mismo constituye el elemento individual más importante tras
el griego del Nuevo Testamento.2 Ciertos vocablos peculiarmente
jónicos aparecen en éste, como también algunas formas dóricas.3
La influencia eólica es mínima.
En el cuarto siglo antes de Cristo las ciudades-estados de Grecia fueron
conquistadas por Felipe de Macedonia. Cuando su hijo Alejandro el Grande se
aventuró más allá de Hellas para efectuar sus vastas conquistas en el oriente,
él reclutó para su ejército hombres que provenían de todas partes de Grecia. La
estrecha relación que estos hombres mantuvieron en las filas fue un factor de
suma importancia en la aparición de un nuevo tipo de griego, tipo que ya había
comenzado a tomar forma debido a los crecientes contactos entre las distintas
ciudades-estado. Aquellos elementos del lenguaje que eran de mayor uso y los
que de los distintos dialectos eran más fácilmente adaptables tendían a
sobrevivir, mientras que los menos útiles dejaban de ser usados. En un lapso
notablemente corto se forjó un nuevo idioma griego, conocido hoy en día como koiné
(su nombre completo es he koiné diálektos). La palabra koiné
significa “común”. Este griego era verdaderamente el idioma de la gente común y
el medio común de comunicación durante la era helenística (desde
aproximadamente 300 a.C. hasta cerca del año 500 d.C).
Allí donde el ejército de Alejandro iba, allí llegó este idioma. Dado que
los pueblos conquistados del Asia representaban diversas unidades lingüísticas
y nacionales, hacía falta que hubiese un medio común de comunicación, lo que
contribuyó a la diseminación del griego en el Levante. Los colonizadores
griegos hicieron que el arraigo del griego fuese permanente. Sólo después de
varios siglos, en el siglo sexto después de Cristo, dio la koiné paso a
su sucesor, el griego del período bizantino, el que a su vez cedió ante el
griego moderno en el siglo quince.
No debe presumirse, empero, que todo lo que fue escrito en griego durante
el período helenístico fue escrito en koiné. Algunos autores veían al
lenguaje corriente como un triste deterioro del producto de la época dorada de
la literatura, e hicieron un esfuerzo consciente por imitar los modelos
clásicos en sus propias obras. Por esta razón parte de la literatura del
período koiné no es realmente koiné. Aun entre quienes evitaban
este anacronismo había escritores que se inclinaban más hacia el estilo ático
que hacia el idioma vernacular de su tiempo. Su producción es llamada koiné
literaria.
El idioma griego común no alcanzó a hacerse universal en el mundo greco
romano, aunque tuvo amplia propagación. En el occidente tuvo que competir con
el latín y lo hizo con bastante éxito, invadiendo la vida cultural de Roma y
manteniendo su arraigo a través de todo el occidente hasta cerca del año 200
después de Cristo. Recién en ese entonces comenzó a aparecer literatura
cristiana en latín. Pero en el primer siglo Pablo halló en el griego el medio
natural para escribirle a la iglesia en Roma. Tenemos atestación en el libro de
Hechos (14:11) de que los idiomas nativos mantenían su predominio en las zonas
montañosas del interior de la Asia Menor.
Palestina, en el tiempo de Cristo, era políglota. El arameo era, sin lugar
a dudas, el idioma de la gente común. Que Jesús lo hablaba está más allá de
toda duda, según lo atestiguan los Evangelios. El hebreo persistía en ciertos
círculos, en especial bajo la influencia rabínica. La lectura que Jesús hizo de
las Escrituras en la sinagoga da pie para pensar que él estaba familiarizado
también con dicho idioma. Varias referencias al hebreo aparecen en el Nuevo
Testamento (Jn. 5:2; 20:16; Hch. 22:2, etc.). Una persistente tradición de la
iglesia antigua insiste en que Mateo fue escrito en hebreo. Los eruditos han
favorecido la idea de que éstas son en realidad referencias al arameo,
basándose en que la retención del término más honorable era un asunto de
orgullo nacional, o sino en que cierta libertad en el uso de los términos era
permisible allí donde no tenía mucho sentido distinguir el arameo del hebreo
sino que sólo hacía falta indicar que se trataba de un idioma semita en
contraposición al griego. Es posible sustentar, sin embargo, una sólida
argumentación a favor de que estas alusiones al hebreo fueron hechas para ser
interpretadas literalmente, 4 en cuyo caso la prevalencia del hebreo
al lado del arameo debe darse por sentada.
La influencia griega era fuerte en Galilea, donde el contacto con el mundo
helenístico era más estrecho que en Judea. Que Cristo y los apóstoles podían
hablar en griego es algo casi seguro. Aun en Jerusalén los judíos que hablaban
griego gravitaban hacia una sinagoga propia (Hch. 6:9). La inscripción puesta
sobre la cruz incluía el griego.
El latín era el idioma de las fuerzas de ocupación romanas en Palestina,
pero es de presumir que pocos judíos estaban versados en el mismo. Dado que
muchos romanos hablaban griego, la comunicación podía lograrse en
circunstancias habituales por ese medio.
FUENTES DE LA KOINE
Uno de los primeros escritores paganos en usar la koiné fue Polibio
(segundo siglo antes de Cristo). Otros, tales como Epícteto y Plutarco,
pertenecen a los primeros dos siglos después de Cristo. De los escritores
judíos Filón y Josefo son de especial importancia (primer siglo después de
Cristo). Dado que estos hombres utilizaron la koiné literaria, su
lenguaje no refleja con exactitud el idioma de la vida diaria.
Los escritos bíblicos en griego, considerados de un modo general, incluyen
la Septuaginta, el Nuevo Testamento, y los padres griegos de los primeros
siglos del cristianismo.
Los papiros no literarios comenzaron a ser seriamente tomados en cuenta
hacia fines del siglo diecinueve. Estos documentos no tenían nada que ver con
la literatura en el sentido técnico, sino que eran de carácter comercial y personal,
algunos de ellos escritos con evidente dificultad por personas de educación
bastante limitada. Allí estaba el griego del hogar y del mercado, sacado a la
luz en la era moderna tras permanecer ignorado durante dos mil años en la
preservadora sequedad de las arenas egipcias. Adolf Deissmann tuvo el honor de
ser el primero en llamar la atención a la similitud entre el vocabulario de
estos papiros no literarios y el del Nuevo Testamento.5 Otros que se
destacaron en esta investigación fueron Grenfell, Hunt, y Jorge Milligan. J. H.
Moulton se unió a Milligan para producir The Vocabulary of the Greek
Testament (Vocabulario del Testamento griego), ilustrando muchos términos
del Nuevo Testamento basándose en los papiros y en otras fuentes no literarias.
De estos papiros ha venido la demostración de que el Nuevo Testamento fue
escrito en el lenguaje popular de su tiempo. Anteriormente había sido difícil
clasificarlo ya que no se conformaba muy ajustadamente al griego escrito en más
o menos el mismo período, a saber, el griego literario de la era helenística.
Su carácter semitizado se explicaba en base a la herencia hebrea de los
escritores y su familiaridad con la Septuaginta, y el resultado neto de esta
combinación era rotulado “griego bíblico” o “griego del Espíritu Santo”.
Aquellos que argumentaban a partir del griego clásico trataron de alinear al
Nuevo Testamento con aquella etapa previa del idioma pero tuvieron, como era de
esperar, poco éxito. El rompecabezas fue resuelto con el descubrimiento de que
el evangelio había sido vertido, en gran parte, en la humilde terminología de
la vida diaria, permitiendo un paralelo con la condescendencia manifestada en
la encarnación. Las Escrituras se han vuelto más humanas sin dejar de ser
divinas.
Buen indicio del gran cambio causado por esta nueva perspectiva es el hecho
de que mientras que el antiguo léxico de Thayer contenía una lista de 767
palabras neotestamentarias que éste había aislado como griego bíblico,
Deissmann pudo reducir dicha lista a 50 al encontrar las otras en los papiros.
Esta cifra ha sido reducida aun más desde aquel entonces. Es de presumir que
esta clasificación no se desvanecerá completamente puesto que el Nuevo
Testamento contiene unos pocos términos que parecieran haber sido acuñados por
los escritores.
A pesar de la demostración de que el Nuevo Testamento fue escrito en la koiné,
uno no debe suponer que no hay ninguna diferencia esencial entre el mismo y el
lenguaje de los papiros no literarios. El Nuevo Testamento, por lo general,
tiene un griego de mejor calidad, causado en parte por la habilidad de los
escritores para producir un resultado más pulido, en parte por la naturaleza
más elevada de los temas que les absorbían y en parte por su herencia cultural
y religiosa. Arthur Darby Nock ha dicho, “Cualquiera que conoce bien los
autores griegos clásicos y lee el Nuevo Testamento y analiza después los
papiros, se asombra de las similitudes que encuentre. Cualquiera que conoce los
papiros primeramente y luego se pone a leer a Pablo se asombre de las
diferencias que hay entre ellos. Ha habido mucha exageración al elemento koiné
en el Nuevo Testamento”.6 Existe un considerable número de
palabras para las cuales faltan paralelas en los papiros pero que se encuentran
presentes en autores griegos.7
El valor de los papiros no literarios para el estudio del Nuevo Testamento
es limitado debido a la virtual ausencia de terminología teológica. Con todo,
la ayuda recibida en otros aspectos debe ser reconocida con gratitud. El Nuevo
Testamento emerge como un documento que era capaz de hablar al hombre común en
un lenguaje contemporáneo, pero en un lenguaje que requería la ayuda del
Antiguo Testamento y del hecho de Cristo para hacerlo totalmente inteligible.
Un factor importante que coloca al griego del Nuevo Testamento algo aparte
del lenguaje popular es el elemento semítico que en él hay. Un semitismo es
cualquier elemento de sintaxis, vocabulario o influencia lingüística de
naturaleza sutil que aparezca en el texto griego y que pueda trazarse hasta un
origen hebreo o arameo.8 Por ejemplo, el estilo hebreo de
redacción era predominantemente paratáctico, una serie de cláusulas
independientes unidas por conjunciones coordinantes. El estilo griego normal,
por otra parte es hipo táctico, en el que la cláusula principal tiene una o más
cláusulas subordinadas, las que frecuentemente hacen uso de una construcción
basada en el participio. Ocasionalmente palabras semíticas son transliteradas
al griego, como en el caso de Abba y Hosanna. Un ejemplo más sutil de
influencia semítica se detecta en la expresión de Pablo “peso de gloria” (2
Cor. 4:17), que refleja el hecho de que en hebreo la palabra habitual para
decir “gloria” viene de una raíz cuyo significado es “ser pesado”.
Ciertos elementos que parecen ser semitismos podrían, sin embargo, haber
llegado a ser de uso corriente en el griego común ya que Egipto, la fuente de
los papiros no literarios, era también el hogar de la Septuaginta. Es posible
que ciertas expresiones semíticas hubiesen sido absorbidas por el griego de esta
zona y que dejasen de ser tratados conscientemente como elementos foráneos, así
como ciertas expresiones francesas o inglesas han sido absorbidas por el
español (p.ej. elite, líder, estereofónico).
Los latinismos se encuentran más escasamente representados en los escritos
neotestamentarios—hay unos treinta en total. Algunos ejemplos son: denario,
centurión, colonia, legión. Hay, finalmente, unas pocas palabras de otros
orígenes (p.ej. paraíso, del idioma persa).
ALGUNAS CARACTERISTICAS DE LA KOINE
Los estudiosos de la historia de la gramática griega pueden detectar
ciertos cambios en la estructura del lenguaje que distinguen al período
helenístico cuando se lo compara con la era clásica. El número doble ha
desaparecido, de modo que solo permanecen los números singulares y plurales.
Los adjetivos superlativos no son numerosos siendo sustituidos por formas
comparativas que son entendidas en un sentido superlativo. El uso del optativo
queda marcadamente limitado (el NT tiene solamente unas pocas decenas de
ejemplos). Aparecen ciertos cambios en la ortografía. Hay además una marcada
predilección por la acumulación de preposiciones en formas compuestas a efectos
de aumentar la efectividad de las palabras. Los diminutivos son más comunes. La
construcción perifrástica del verbo es utilizada con más frecuencia, como lo es
la conjunción hina, que ya no se limita a indicar propósito. La puerta
queda abierta a la entrada de nuevas palabras de varias fuentes y los términos
vernáculos lograron una posición más encumbrada de la que tenía anteriormente.
Palabras antiguas reciben nuevos significados. Y lo más notable de todo es la
disolución de la precisión ática en la estructura de la oración, abriendo el
camino hacia una mayor simplicidad y variedad.9
LOS ESCRITORES DEL NUEVO TESTAMENTO
Sólo unas pocas observaciones se harán ahora. Si bien todos utilizan la koiné,
los escritores del Nuevo Testamento no están todos en el mismo nivel respecto a
la calidad del griego que utilizan. Lucas, el autor de la Epístola a los
Hebreos y Pablo (en ciertas ocasiones) muestran una marcada inclinación hacia
un nivel más literario que sus colegas. Pedro (en su primera epístola) y
Santiago exhiben una elegancia considerable. El resto va desde la buena
expresión idiomática hasta un estilo algo tosco y de construcciones
irregulares, algunas de las cuales, por lo menos, podrían ser intencionales
(p.ej., el uso de apo en Apocalipsis 1:4; cf. 15).
LA INFLUENCIA DE LA SEPTUAGINTA
La influencia semítica sobre el Nuevo Testamento, como notáramos
anteriormente, ocurre en el campo de la sintaxis, donde es fácilmente
detectable en construcciones tales como “Aconteció en” o “Sucedió que” (Lc.
2:1, 15) y “temieron con gran temor” (Mr. 4:41). Igualmente importante es la
influencia de la LXX, muchas veces ni notada siquiera por los escritores mismos, sobre
sus patrones conceptuales y su fraseología. Aun más importante es el impacto de
la LXX en estampar conceptos hebraicos en terminología griega de tal modo
que el vocabulario teológico es frecuentemente enriquecido. Los escritores del
Nuevo Testamento heredaron este legado.
Un ejemplo de esto ocurre en conexión con la palabra verdad. En el
griego clásico el término indica básicamente lo que es evidente, lo que es
real. El término hebreo pone el énfasis en que no sólo es substancial sino
también fidedigno. En su sentido esencial la garantía de la verdad reside en
Dios, en quien es fiel. En ambas tradiciones la verdad ocurre muy naturalmente
como lo opuesto a la falsedad o al error. Pero en Juan 14:6 y en Efesios 4:21,
por ejemplo, el pensamiento pasa más allá de la realidad y aun de la genuinidad
para llegar al concepto de una cualidad sobre la cual uno puede edificar su
vida para el tiempo presente y para la eternidad. El correcto entendimiento de
“verdad” en pasajes como estos debe dirigirse a la concepción hebrea para
hallar su clave.
Gloria (doxa) es otro ejemplo pertinente. Sus dos significados más
prevalentes en el griego clásico con “opinión” y “reputación”. En la LXX el
primer significado desaparece, mientras que el segundo es retenido. Dado que el
término dominante en el hebreo para referirse a reputación, honor, etc. se
usaba también para referirse a la gloria de Dios en función de sus teofanías
resplandecientes, doxa, al ser usada por los traductores en tales
ocasiones, adquirió una significación que no había tenido en el griego clásico.
La influencia de esta nueva evolución puede detectarse en el Nuevo Testamento,
donde la gloria, en el sentido de una manifestación lumínica, es el vehículo
utilizado para revelar la singularidad y perfección de Jesucristo (Lc. 9:32; 2
Cor. 4:6; J. 1:14).
Del mismo modo, homologeoo en el uso clásico significa básicamente
“acordar” o “estar de acuerdo con”. En la LXX tomó un nuevo significado, a
saber, “confesar” y “dar gracias”, “alabar”. Estos últimos, junto con el
significado griego clásico, pasan al Nuevo Testamento.
El rastreo del uso de palabras griegas con significado teológico, partiendo
del marco clásico y pasando por la LXX hasta llegar al Nuevo Testamento (sin
desatender fuentes seculares del período helenístico) es el método que se
utiliza en el diccionario de varios tomos, Theologisches Wörterbuch zum
Neuen Testament, editado sucesivamente por Gerhard Kittel y Gerhard
Friedrich.10 El valor de esta obra ha sido cordialmente
reconocido casi universalmente. Es cierto que ha tenido sus críticos,
especialmente James Barr, quien encuentra una dependencia excesiva en la
etimología, cierta injustificable mezcla de juicios filosóficos y teológicos
con los lingüísticos, demasiado énfasis en las demandas del contexto, además de
una inmoderada prontitud a desplazarse de las palabras a los conceptos y a
colocar los conceptos griegos y hebreos en contraposición.11 Estas y otras
objeciones subrayan los peligros que pueden enfrentar aquellos que utilizan los
lenguajes bíblicos como base para la exégesis y para la teología bíblica. De
todos modos, es dudoso que las censuras de Barr puedan llegar a invalidar el
método de Kittel y a neutralizar los sólidos resultados logrados por su uso.
CITAS DEL ANTIGUO TESTAMENTO EN EL NUEVO
Es fácil discernir aquí la influencia de la LXX, ya que la formulación del
texto griego es habitualmente seguida con bastante exactitud por los escritores
del Nuevo Testamento. Aun Mateo y Pablo, que recurren al hebreo cuando su
propósito lo requiere, por lo general están satisfechos utilizando el texto
griego.
Una comparación de las citas en su forma neotestamentaria con los textos
hebreo y griego según esto se hallan en el Antiguo Testamento, revela
variaciones bastante frecuentes entre dichos textos y lo que tenemos hoy. Esto
no debe estimarse extraño en vista de las siguientes consideraciones: (1) El
texto de la LXX se hallaba en un estado algo fluido durante el tiempo del Nuevo
Testamento. Del mismo modo, el texto hebreo no había sido oficialmente
establecido todavía, hecho que ocurrió en el siglo siguiente (texto
masorético). Citas rabínicas tempranas también revelan a veces variaciones del
texto uniforme que ha llegado a nosotros. (2) Algunos escritores, especialmente
Mateo y Pablo, pueden haber estado influidos por la metodología subyacente a
los targúmenes arameos. En su mayoría estas traducciones del Antiguo Testamento
hebreo tienen más tendencia a parafrasear e interpretar que a traducir
literalmente. (3) La cita exacta no era algo requerido en la antigüedad,
situación que vino a ser alterada por la invención de la imprenta, y los
escritores frecuentemente dependían de su memoria. Lo importante era una fiel
reproducción del sentido. (4) La alborada de la era del cumplimiento traída por
Cristo afectó, como puede entenderse, la forma en que ciertos pasajes del
Antiguo Testamento eran citados. Un pasaje inevitablemente significaba algo
más, algo diferente, cuando era vista a la luz de Cristo y del evangelio. Un
ejemplo de esto se ve en el uso que Pablo hace de Habacuc 2:4 en Romanos 1:17.
En lo que respecta al uso que se le da a las citas se nota que son usadas
en conexión con el cumplimiento de la profecía (Mt. 2:6), para confirmar
propuestas teológicas (Ga. 3:10–11) o, de un modo más general, como paralelos
ilustrativos (Mt. 12:40). A veces el eslabón entre dos pasajes parece ser
bastante tenue (1 Cor. 14:21). Este mismo hecho revela el deseo de citar las
Escrituras donde fuere posible y da testimonio de la veneración de que éstas
gozaban.
Barnabás Lindars (New Testament Apologetic, 1961) propone la teoría
de que en su mayoría las citas fueron usadas originalmente por razones
apologéticas, especialmente para contestar a las objeciones de los judíos
incrédulos, y que con cambios de situación aquel mismo texto recibía a veces
una nueva aplicación. Este es un modo útil de abordar el problema, pero
requiere un tratamiento cuidadoso.12
1 C. D. Buck, The Greek Dialects,
pp. 3–9.
2 Hacer notar esta influencia es uno de los
objetivos capitales de la Gramática Blass-Debrunner.
3 Arndt and Gingrich, A
Greek-English Lexicon of the New Testament, pp. xi–xxv.
5 Consúltese sus libros Bible
Studies (1901) y Light from the Ancient East (1910). La primera obra se ocupa de la lexicografía, la
segunda es más amplia en su alcance. Ambos hacen uso tanto de los testimonios
hallados en fragmentos cerámicos e inscripciones como de los papiros.
7 Véanse los ejemplos citados por E.
K. Simpson en Words Worth Weighing in the Greek New Testament, pp.
13–15. El mismo autor llega a la
conclusión de que “un gran porcentaje del vocabulario neotestamentario puede
clasificarse como propiedad común del idioma literario helenístico y del
popular” (p. 15).
8 Véase el análisis que hace W. F. Howard en la Grammar
of New Testament Greek de J. H. Moulton, Vol. II (Apéndice), pp. 412–485; también véase An
Idiom Book of New Testament Greek, de C. F. D. Moule, pp. 171–191.
9 Para obtener una descripción más completa véase el
análisis de Nigel Turner en la Grammar of New Teslament Greek de
Moulton, Vol. III, pp. 2–4.
LXX La Septuaginta, traducción Griega del Antiguo Testamento
10 Traducido al inglés como Theological Dictionary
of the New Testament, por G. W. Bromiley.
12
R. H. Gundry,
The Use of the Old Testament in Matthew’s Gospel, pp. 159–163.
No hay comentarios:
Publicar un comentario