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domingo, 11 de marzo de 2012

UNA REFLEXIÓN SOBRE “LA IGLESIA PRIMITIVA Y SUS DOCTRINAS BÁSICAS”

La palabra griega que las versiones en español traduce iglesia es eclesía, que procede de la palabra hebrea caleo («yo llamo»). En la literatura secular la palabra eclesía se refiere a cualquier tipo de asamblea de personas, pero en el Nuevo Testamento la palabra tiene un significado más especializado. La literatura secular usaba esta palabra eclesía para denotar cualquier tumulto, concentración política, una orgía, o cualquier reunión con cualquier propósito. Pero el Nuevo Testamento usa eclesía para referirse únicamente a la reunión de cristianos congregados para adorar a Cristo. Por esto los traductores de la Biblia usan el término iglesia en lugar de usar un término más general tal como asamblea.
¿Qué es la iglesia? ¿Quiénes integran esta «asamblea»? ¿Qué quiere decir Pablo cuando llama a la iglesia el «cuerpo de Cristo»?
Para responder a cabalidad estas preguntas necesitamos comprender el contexto social e histórico de la iglesia del Nuevo Testamento. La iglesia primitiva surgió en la encrucijada de las culturas hebrea y helenista. Ya hemos estudiado estas culturas en dos artículos previos: «Los judíos en tiempos del Nuevo Testamento», y «Los griegos y el helenismo».
En este artículo dirigimos nuestra atención a la historia de la iglesia primitiva en sí misma. Veremos lo que los primeros cristianos entendieron como su misión, y cómo los inconversos la consideraron.
I. Fundación de la iglesia.
Cuarenta días después de su resurrección Jesús dio sus instrucciones finales a sus discípulos y ascendió al cielo (Hch 1.1–11). Los discípulos regresaron a Jerusalén, y se retiraron por varios días para ayunar y orar, esperando al Espíritu Santo que Jesús dijo que vendría. Alrededor de 120 seguidores de Jesús esperaban en ese grupo.
Cincuenta días después de la Pascua, en el día de Pentecostés, un estruendo como de un viento recio que soplaba llenó la casa donde estaba el grupo reunido. Lenguas como de fuego se posaron sobre cada persona, y ellos empezaron a hablar en otros idiomas según el Espíritu Santo les daba que hablaran. Los visitantes extranjeros se sorprendieron al oír a los discípulos hablar en sus idiomas nativos. Algunos se burlaron del grupo, diciendo que estaban borrachos (Hch 2.13).
Pero Pedro hizo callar a la multitud, y explicó que lo que estaban presenciando era el derramamiento del Espíritu Santo que habían anunciado los profetas del Antiguo Testamento (Hch 2.16–21; cf. Jl 2.28–32). Algunos de los visitantes extranjeros preguntaron qué debían hacer para recibir el Espíritu Santo. Pedro dijo: «Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo» (Hch 2.38). Alrededor de tres mil personas recibieron a Cristo como Salvador personal aquel día.
Por varios años Jerusalén fue el centro de la iglesia. Muchos judíos creían que los seguidores de Jesús eran nada más que otra secta dentro del judaísmo. Sospechaban que los cristianos estaban tratando de empezar una nueva «religión de misterio» alrededor de Jesús de Nazaret.
Es cierto que muchos de los primeros cristianos continuaron adorando en el templo (cf. Hch 3.1), y algunos insistieron en que los gentiles convertidos debían circuncidarse (cf. Hch 15). Pero los líderes judíos pronto se dieron cuenta de que los cristianos eran más que una secta. Jesús les había dicho a los judíos que Dios haría un nuevo pacto con el pueblo que le era fiel (Mt 16.18); El había sellado este pacto con su propia sangre (Lc 22.20). Así que los primeros cristianos intrépidamente proclamaban que habían heredado los privilegios que una vez pertenecieron a Israel. No eran sencillamente una parte de Israel; era el nuevo Israel (Ap 3.12; 21.2; cf. Mt 26.28; He 8.8; 9.15). «Los líderes judíos se estremecían de miedo de que esta nueva y extraña enseñanza no era judaísmo estrecho, sino que extendía a todos los hombres el privilegio de Israel en la alta revelación de un Padre de todo».
A. La comunidad en Jerusalén.
Los primeros creyentes formaron una comunidad estrecha en Jerusalén, después del día de Pentecostés. Esperaban que Cristo retornara muy pronto.
Este grupo compartía sus bienes materiales (Hch 2.44–45). Muchos vendieron sus propiedades y dieron a la iglesia el producto de la venta, la cual distribuía los recursos (Hch 4.34–35).
Los cristianos de Jerusalén todavía iban al templo a orar (Hch 2.46), pero empezaron a celebrar la Cena del Señor en sus propios hogares (Hch 2.42–46). Esta comida simbólica les recordaba su nuevo pacto con Dios, el cual Jesucristo había hecho al sacrificar su propio cuerpo y sangre.
Dios obraba milagros de sanidad por medio de estos primeros cristianos. Los enfermos se reunían en el templo para que los apóstoles pudieran tocarlos al acudir a la oración (Hch 5.12–16). Estos milagros convencieron a muchos que los cristianos verdaderamente estaban sirviendo a Dios. Los oficiales del templo arrestaron a los apóstoles, en un esfuerzo por suprimir el interés del pueblo en esta nueva religión. Pero Dios envió un ángel para librar de la cárcel a los apóstoles (Hch 5.17–20), lo cual produjo más emoción.
La iglesia creció tan rápidamente que los apóstoles tuvieron que nombrar siete hombres para que distribuyeran las provisiones a las viudas necesitadas. El líder de estos hombres era Esteban, «varón lleno de fe y del Espíritu Santo» (Hch 6.5). Aquí vemos el principio del gobierno de la iglesia. Los apóstoles tuvieron que delegar en otros líderes algunas tareas. Con el paso del tiempo, los oficios de la iglesia se organizaron en una estructura más bien compleja.
B. El asesinato de Esteban.
Un día un grupo de judíos arrestó a Esteban y le llevaron ante el concilio del sumo sacerdote, acusándole de blasfemia. Esteban hizo una elocuente defensa de la fe cristiana, explicando cómo Jesús cumplió las antiguas profecías en cuanto al Mesías que libraría a su pueblo de la esclavitud del pecado. Denunció a los judíos como «entregadores y matadores» del Hijo de Dios (Hch 7.52). Mirando al cielo exclamó que veía a Jesús a la diestra de Dios (Hch 7.55). Esto enfureció a los judíos, quienes le llevaron fuera de la ciudad y lo apedrearon (Hch 7.58–60).
Esto dio comienzo a una oleada de persecución que obligó a muchos cristianos a salir de Jerusalén (Hch 8.1). Algunos se establecieron entre los gentiles en Samaria, donde convirtieron a muchos (Hch 8.5–8). Establecieron congregaciones en varias ciudades gentiles, tales como Antioquía de Siria. Al principio los cristianos vacilaron en recibir a los gentiles en la iglesia, porque lo veían como un cumplimiento de la profecía judía. Sin embargo, Jesús había instruido a sus seguidores: «haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo» (Mt 28.19). Así que la conversión de los gentiles era «nada más que el cumplimiento de la comisión del Señor, y el resultado natural de todo lo que había ocurrido antes». Así que el asesinato de Esteban dio comienzo a una era de rápida expansión de la iglesia.
II. Esfuerzos misioneros.
Cristo había establecido su iglesia en la encrucijada del mundo antiguo. Las rutas comerciales traían comerciantes y embajadores a Palestina, en donde entraban en contacto con el evangelio. Así en el libro de Hechos vemos la conversión de oficiales de roma (Hch 10.1.48), Etiopía (Hch 8.26–40) y de otras tierras.
Poco después de la muerte de Esteban empezó un esfuerzo sistemático para llevar el evangelio a otras naciones. Pedro visitó las principales ciudades de Palestina, predicando tanto a judíos como a gentiles. Otros fueron a Fenicia, Chipre y Antioquía de Siria. Oyendo que el evangelio era bien recibido en esas regiones, la iglesia de Jerusalén envió a Bernabé para animar a los nuevos creyentes en Antioquía (Hch 11.22–23). Bernabé entonces fue a Tarso para buscar a un joven convertido llamado Saulo. Bernabé llevó a Saulo de regreso a Antioquía, en donde enseñaron a la iglesia por más de un año (Hch 11.26).
Un profeta llamado Agabo predijo que el imperio romano sufriría una gran hambruna en tiempo del emperador Claudio. Herodes Agripa estaba persiguiendo a la iglesia de Jerusalén; ya había ejecutado a Jacobo el hermano de Jesús, y había echado a Pedro en la cárcel (Hch 12.1–4). Así que los cristianos de Antioquía recogieron una ofrenda monetaria para enviarla a los creyentes de Jerusalén, y la enviaron por medio de Bernabé y Saulo. Estos regresaron a Jerusalén con un joven llamado Juan Marcos (Hch 12.25).
Para entonces varios evangelistas habían surgido dentro de la iglesia en Antioquía, así que la congregación envió a Bernabé y a Saulo en un viaje misionero a Asia Menor (Hch 13–14). Este fue el primero de tres grandes viajes misioneros que Saulo (más adelante conocido como Pablo) hizo para llevar el evangelio hasta los rincones del imperio romano. (Véase «Pablo y sus viajes».)
Los primeros misioneros cristianos se concentraban en las enseñanzas sobre la persona y obra de Jesucristo. Declaraban que era el Siervo e Hijo de Dios, sin pecado, que había dado su vida para expiar los pecados de todos los que pusieran su fe en Él (Ro 5.8–10). Dios lo había resucitado para derrotar a los poderes del pecado (Ro 4.24–25; 1 Co 15.17). Véase una descripción más detallada de las doctrinas de la iglesia primitiva en «Historia de la Biblia».
III. Gobierno de la iglesia.
Al principio los seguidores de Jesús no vieron ninguna necesidad de desarrollar un sistema de gobierno de la iglesia. Esperaban que Cristo regresara pronto, así que resolvían los problemas internos conforme surgían; generalmente de manera muy informal.
Cuando Pablo escribió sus cartas a las iglesias, ya los cristianos se daban cuenta de que necesitaban organizar su trabajo. El Nuevo Testamento no da ningún cuadro detallado del gobierno de la iglesia primitiva. Al parecer, uno o más ancianos (presbíteros) presidían sobre los asuntos de cada congregación (cf. Ro 12.6–8; 1 Ts 5.12; He 13.7, 17, 24), así como los ancianos presidían en la sinagoga judía. Estos ancianos eran escogidos por el Espíritu Santo (Hch 20.20), sin embargo los apóstoles los nombraban (Hch 14.13). De este modo el Espíritu Santo obraba por medio de los apóstoles para ordenar líderes para el ministerio. Parece que algunos ministros llamados evangelistas viajaban de una congregación a otra, así como los apóstoles. Su título quiere decir «hombres que manejan el evangelio». Algunos han pensado que eran delegados personales de los apóstoles, como Timoteo lo fue de Pablo; otros suponen que se ganaron el nombre al manifestar un don especial de evangelización. Los ancianos asumían los deberes pastorales normales entre las visitas de estos evangelistas.
En algunas congregaciones las iglesias nombraron diáconos para distribuir provisiones a los necesitados y para atender otros asuntos materiales (cf. 1 Tim 3.12). Los primeros diáconos fueron los hombres «de buen testimonio» que los ancianos de Jerusalén nombraron para que atendieran a las viudas de la congregación (Hch 6.1–6).
Algunas cartas del Nuevo Testamento se refieren al obispo de las iglesias primitivas. Este término se presta a confusión, puesto que estos «obispos» no constituían el rango superior del liderazgo de la iglesia como ocurre en algunas iglesias que usan ese título hoy. Pablo les recordó a los ancianos de Éfeso que eran obispos (Hch 20.28), y parece que usa los términos anciano y obispo en forma intercambiable (Tit 1.5–9). Tanto obispos como ancianos estaban a cargo de supervisar a la congregación. Al parecer ambos términos se refieren a los mismos ministros de la iglesia primitiva, es decir, los presbíteros.
Pablo y los otros apóstoles reconocieron que el Espíritu Santo les daba a algunas personas cierta capacidad especial de liderazgo (1 Co 12.28). Así que cuando le daban a algún creyente un título oficial, estaban confirmando lo que el Espíritu Santo ya había hecho.
En la iglesia primitiva no había centro terrenal de poder. Los cristianos comprendían que Cristo era el centro y fuente de todos sus poderes (Hch 20.28). Ministerio quería decir servir en humildad, antes que dictar órdenes desde una oficina encumbrada (cf. Mt 20.26–28). Cuando Pablo escribió sus epístolas pastorales, los cristianos ya reconocían la importancia de presentar las enseñanzas de Cristo mediante ministros que se dedicaban al estudio especial que «usa[n] bien la palabra de verdad» (2 Tim 2.15).
La iglesia primitiva no ofrecía poderes mágicos a los individuos mediante rituales o de alguna otra manera. Los cristianos invitaban a los incrédulos a su grupo, el cuerpo de Cristo (Ef 1.23), el cual sería salvo como un todo. Los apóstoles y evangelistas proclamaban que Cristo retornaría por su pueblo, «la esposa de Cristo» (cf. Ap 21.2; 22.17). Negaban que los individuos pudieran ganar poderes especiales de Cristo para sus propios fines egoístas (Hch 8.9–24; 13.7–12).
IV. Modelos de adoración.
Al adorar congregados los primeros cristianos establecieron modelos de adoración que fueron muy diferentes de los servicios en la sinagoga. No tenemos un cuadro claro de la adoración cristiana primitiva hasta el año 150 d.C., cuando Justino Mártir describió en sus escritos los cultos típicos de adoración. Sabemos que los primeros cristianos celebraban sus reuniones el domingo, el primer día de la semana. Lo llamaron «el día del Señor», porque fue el día en que Cristo resucitó de los muertos. Los primeros cristianos se reunían en el templo en Jerusalén, en las sinagogas y en los hogares (Hch 2.46; 13.14–16; 20.7–8). Algunos eruditos piensan que la referencia a Pablo enseñando en «la escuela de uno llamado Tiranno» (Hch 19.9) indica que los primeros cristianos algunas veces rentaron escuelas u otros edificios. Por más de un siglo después de Cristo no tenemos evidencia de que los cristianos hayan construido edificios especiales para sus cultos de adoración. Donde eran perseguidos, tenían que reunirse en lugares secretos, tales como las catacumbas (tumbas subterráneas) en Roma.
Los eruditos creen que los primeros cristianos adoraban los domingos al anochecer, y que su culto giraba alrededor de la Cena del Señor. Pero en algún punto los cristianos empezaron a tener dos cultos los domingos, como lo describe Justino Mártir, uno temprano en la mañana y al caer la tarde. Las horas se escogían en secreto y para favorecer a las personas que trabajaban y que no podían asistir a los servicios durante el día.
A. Orden de la adoración.
Generalmente el culto de la mañana era un tiempo de alabanza, oración y predicación. El culto de adoración espontáneo del día de Pentecostés, sugiere un modelo que tal vez se usaba en general. Primero, Pedro leyó las Escrituras. Luego predicó un sermón que aplicaba las Escrituras a la situación presente de los fieles (Hch 2.14–42). La gente que recibía a Cristo era bautizada, siguiendo el ejemplo del mismo Cristo. Los fieles participaban en cantos, testimonios y palabras de exhortación para completar el culto (1 Co 14.26).
B. La Cena del Señor.
Los primeros cristianos comían la comida simbólica llamada la Cena del señor para conmemorar la última cena, en la cual Jesús y sus discípulos celebraron la fiesta judía tradicional de la Pascua. Los temas de las dos celebraciones eran los mismos. En la Pascua, los judíos se alegraban porque Dios los había librado de sus enemigos y miraban con expectación a su futuro como hijos de Dios. En la Cena del Señor, los cristianos celebraban cómo Jesús los había librado del pecado y expresaban su esperanza por el día cuando Cristo retornaría (1 Co 11.26).
Al principio la Cena del Señor consistía de una comida completa que los cristianos comían en los hogares. Cada invitado traía un plato para la mesa común. La comida empezaba con una oración común, y comiendo pedacitos de una sola hogaza de pan que representaba el cuerpo partido de Cristo. La comida concluía con otra oración y la participación de una copa de vino, que representaba la sangre derramada de Cristo.
Algunas personas especulan que los cristianos participaban en un rito secreto al observar la Cena del Señor, y se inventaron historias extrañas respecto a estos cultos. Alrededor del año 100 d.C. el emperador romano Trajano prohibió las reuniones secretas. Entonces los cristianos empezaron a celebrar la Cena del Señor durante los cultos de adoración en la mañana, abiertos al público.
C. El bautismo.
En el tiempo de Pablo el bautismo era un suceso común de la adoración cristiana (cf. Ef 4.5). Sin embargo, los cristianos no fueron los primeros en usar el bautismo. Los judíos bautizaban a los gentiles que se convertían, algunas sectas judías practicaban el bautismo como símbolo de purificación, y Juan el Bautista hizo del bautismo una parte importante de su ministerio. El Nuevo Testamento no dice si Jesús bautizaba regularmente a los que se convertían, pero por lo menos en una ocasión antes del encarcelamiento de Juan se dice que bautizaba. (Puede haber sido, sin embargo, el bautismo de Juan el que administraba.) En cualquier caso, los primeros cristianos eran bautizados en el nombre de Jesús, siguiendo el ejemplo de Jesús (cf. Mc 1.10; Gal 3.27).
Parece ser que los primeros cristianos interpretaron de varias maneras el significado del bautismo: como símbolo de la muerte de la persona al pecado (Ro 6.4; Ga. 2.12), de limpieza de pecados (Hch 22.16; Ef 5.26), y de la nueva vida en Cristo (Hch 2.41; Ro 6.3). Ocasionalmente se bautizaba la familia entera de un nuevo convertido (cf. Hch 11; 16; 1 Co 1.16), que pudiera haber significado el deseo de la persona de consagrar a Cristo todo lo que tenía.
D. El calendario de la iglesia.
El Nuevo Testamento no da evidencia de que la iglesia primitiva celebrara días festivos, aparte de celebrar sus cultos de adoración el primer día de la semana (Hch 20.7; 1 Co 16.2; Ap 1.10). Los cristianos no guardaron el domingo como día de descanso sino hasta el siglo cuarto d.C., cuando el emperador Constantino designó el domingo como día santo para todo el imperio romano. Los primeros cristianos no confundían el domingo con el sábado judío, y no trataron de aplicar al domingo la legislación del sábado.
El historiador Eusebio nos dice que los cristianos celebraron la Pascua de Resurrección desde los tiempos apostólicos; 1 Corintios 5.6–8 tal vez se refiera a tal celebración. La tradición dice que los primeros cristianos celebraron la resurrección en el tiempo de la Pascua judía. Alrededor del año 120 d.C. la iglesia católico romana cambió la celebración al domingo después de la Pascua, mientras que la iglesia Ortodoxa Oriental continuó celebrándola durante la Pascua.
V. Conceptos neotestamentarios de la iglesia.
Es interesante estudiar los varios conceptos neotestamentarios en cuanto a la iglesia. Las Escrituras se refieren a los primeros cristianos como familia y templo de Dios, como rebaño y esposa de Cristo, como sal, levadura, pescadores, baluarte de la verdad de Dios, y de muchas otras maneras. Se pensaba de la iglesia como un solo compañerismo mundial de creyentes, del cual cada congregación local era un resultado y muestra. Los primeros escritores cristianos se refirieron a la iglesia como el «cuerpo de Cristo» y el «nuevo Israel». Estos dos conceptos revelan mucho de la comprensión de los cristianos respecto a su misión en el mundo.
A. El cuerpo de Cristo.
Pablo describe a la iglesia como «un cuerpo en Cristo» (Ro 12.5) y «su cuerpo» (Ef 1.23). En otras palabras, la iglesia abarca en una sola comunidad de vida divina a todos los que están unidos a Cristo por el Espíritu Santo a través de la fe. Ellos son partícipes de su resurrección (Ro 6.8), y son llamados y capacitados para continuar el ministerio de Cristo de servir y sufrir para bendecir a otros (1 Co 12.14–16). Están unidos en una comunidad para encarnar el reino de Dios en el mundo.
Debido a que estaban unidos a otros cristianos, estas personas comprendían que lo que hacían con sus propios cuerpos y capacidades era muy importante (Ro 12.14; 1 Co 6.13–19; 2 Co 5.10). Comprendían que las varias razas y clases llegan a ser una en Cristo (1 Co 12.3; Ef 2.14–22), y deben aceptarse unos a otros de manera que esto se demuestre en la realidad.
Al describir a la iglesia como el cuerpo de Cristo, los primeros cristianos hicieron hincapié en que Cristo era cabeza de la iglesia (Ef 5.25). Cristo dirigía sus acciones y merecía toda alabanza. Todo su poder para adorar y servir era don divino.
B. El nuevo Israel.
Los primeros cristianos se identificaron con Israel, el pueblo escogido de Dios. Creían que la venida y ministerio de Jesús cumplió la promesa de Dios a los patriarcas (cf. Mt 2.6; Lc 1.68; Hch 5.31), y sostenían que Dios había establecido un nuevo pacto con los seguidores de Jesús (cf. 2 Co 3.6; He 7.22; 9.15).
Ellos sostenían, que Dios había establecido su nuevo Israel sobre la base de la salvación personal, antes que por linaje familiar. Su iglesia era una nación espiritual que transcendía todo linaje cultural y nacional. Cualquiera que ponía su fe en el nuevo pacto de Dios al entregarle su vida a Cristo se convertía en descendiente espiritual de Abraham y como tal parte del «nuevo Israel» (Mt 8.11; Lc 13.28–30; Ro 4.9–25; 11; Ga. 3–4; He 11–12).
C. Características comunes.
Algunas cualidades comunes emergen de las varias imágenes de la iglesia que hallamos en el Nuevo Testamento. Todas muestran que la iglesia existe debido a que Dios la hizo existir. Cristo ha comisionado a sus seguidores para que continúen con su obra, y esa es la razón de la existencia de la iglesia.
Las varias imágenes de la iglesia que hallamos en el Nuevo Testamento recalcan que el Espíritu Santo capacita a la iglesia y determina su dirección. Los miembros de ella participan de una tarea común y un destino común bajo la dirección del Espíritu.
La iglesia es una entidad activa, viva. Participa en los asuntos del mundo, exhibe la manera de vida que Dios propuso para toda persona, y proclama la Palabra de Dios para la era presente. La unidad y pureza espiritual de la iglesia está en agudo contraste a la enemistad y corrupción del mundo. Es responsabilidad de la iglesia en cada una de las congregaciones en particular en las que se hace visible, practicar unidad, amor e interés de manera que muestre que Cristo verdaderamente vive en los que son miembros de su cuerpo, de modo que la vida de ellos sea la vida de Cristo en ellos.
VI. Doctrinas del Nuevo Testamento.
La Biblia establece las enseñanzas fundamentales de la fe cristiana. La iglesia primitiva vivió de acuerdo a estas doctrinas y las preservó para nosotros. Enfoquemos nuestra atención en cómo el Nuevo Testamento presenta al cristianismo.
A. Vivir en Cristo.
Primero que nada, se nos dice que Dios el Padre pone a los cristianos en comunión consigo mismo, como hijos en su familia, mediante la muerte y vida resucitada de Jesucristo, el eterno Hijo de Dios. Como Pablo escribió: «Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo» (2 Co 5.19). Así el Hijo eterno tomó carne humana. Jesús de Nazaret, plenamente Dios y plenamente hombre, reveló el Padre al mundo. Los primeros cristianos se veían como pueblo «mediante el cual creéis en Dios» (1 P 1.21). Hallaron nueva vida en Jesucristo, y llegaron a estar unidos con el Dios viviente por medio de él (Ro 5.1).
Jesús prometió que, habiendo «nacido de nuevo» los seres humanos hallarían su relación apropiada con Dios y entrarían salvos al reino de Dios (Jn. 3.5–16; 14.6). Los cristianos primitivos proclamaron este sencillo pero asombroso mensaje en cuanto a Jesús.
Toda religión importante del mundo ha proclamado que su «fundador» tenía un conocimiento único respecto a las verdades eternas de la vida. Pero los cristianos afirman incluso más, porque Jesús mismo nos dijo que él es la verdad, no solo uno que enseña la verdad (Jn. 14.6). Los cristianos del primer siglo rechazaron las religiones y filosofías paganas de su día, para aceptar al Verbo de Dios encarnado.
B. Enseñar la doctrina correcta.
La religión pagana de Roma era un rito más que una doctrina. En efecto, el emperador declaraba: «Esto es lo que debes hacer, pero puedes pensar como te plazca». Los fieles romanos creían que necesitaban tan solo realizar las ceremonias apropiadas de la religión, sea que las comprendieran o no. En lo que a ellos atañía, un escéptico hipócrita podía ser tan «religioso» como el creyente verdadero, en tanto ofreciera sacrificio en el templo de los dioses.
Por otro lado, los primeros cristianos insistieron en que tanto la creencia como la conducta son vitales, y que las dos van mano a mano. Tomaron en serio las palabras de Jesús de que «los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad» (Jn. 4.24). Lo que un cristiano creía en su cabeza y sentía en su corazón, lo haría con sus manos. Así que los primeros cristianos obedecían a Dios (1 Jn. 3.22–24), y contradecían y se oponían a los que se llamaban cristianos que trataban de esparcir falsas enseñanzas (cf. 1 Tim 6.3–5).
Esto es esencialmente lo que queremos decir cuando hablamos de cristianismo. Es una nueva vida en Jesucristo, que trae genuina obediencia a sus enseñanzas.
1. La doctrina de Dios.
Casi toda religión importante enseña que algún Ser Superior gobierna el universo, y que la naturaleza demuestra que este Ser todopoderoso está obrando. Estas religiones con frecuencia describen a tal Ser en términos de fuerzas naturales, tales como el viento y la lluvia. Pero los cristianos primitivos no miraban a la naturaleza en busca de la verdad de Dios; miraban a Cristo. Creían que Jesús reveló completamente al Padre celestial (Col 2.9). Así comprendían a Dios en términos de Jesús, y basaban en la vida de Cristo su doctrina de Dios.
a. La trinidad.
Muchos eruditos creen que la doctrina de la Trinidad es el elemento más crucial en la comprensión cristiana de Dios. Los cristianos primitivos confesaban que conocían a Dios en tres Personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo, y que estas tres comparten una sola naturaleza divina.
Muchas porciones bíblicas muestran que los cristianos apostólicos comprendieron a Jesús en términos trinitarios. Por ejemplo, Pablo dijo: «Porque por medio de él [Cristo] los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre» (Ef 2.18); describiendo nuestra relación con las tres Personas de la Trinidad. El Nuevo Testamento contiene muchas afirmaciones como esta.
De ninguna manera la doctrina cristiana de la Trinidad concuerda con las enseñanzas paganas de los egipcios, griegos y babilonios. Ni tampoco encaja con las filosofías abstractas de Grecia. Ninguna de éstas ideas, religiosas o filosóficas, pueden compararse con la noción cristiana de Dios, porque los cristianos primitivos conocían que Dios no era el héroe caprichoso de las leyendas ficticias ni una «fuerza» impersonal (1 Co 1.9). Sabían que era el Creador y Señor personal vivo; en realidad, vino a ellos en tres Personas. Sin embargo, seguía siendo solo un Dios.
b. Dios como Padre personal.
Jesús enseñó a sus discípulos que Dios es «Mi Padre y… vuestro Padre» (Jn. 20.17). En otras palabras, les mostró que Dios se interesaba por ellos personalmente, así como un padre humano se preocupa por sus hijos. Se atrevió a hablar a Dios el Creador como un hijo le habla a su padre, y les dijo a sus discípulos que Dios le había dado «todas las cosas» (Mt 11.27).
Jesús explicó que Dios ama a los que le reciben [a Jesús] en sus vidas (Jn. 17.27). Les recordó a sus seguidores que el Padre Dios se preocupa por los detalles más pequeños de sus necesidades diarias (Mt 6.28–32).
Jesucristo enseñó que su Padre es santo, y que él y el Espíritu Santo comparten la misma santidad y actúan en concordancia con ella (Jn. 15.23–26). A diferencia de los dioses de la mitología griega y romana, que eran iracundos e inmorales, el verdadero Dios es justo y recto (Lc 18.19). Interviene para salvar a su pueblo de su pecado. Jesús explicó que para este fin Dios lo había enviado al mundo; trajo la misericordia de Dios a una humanidad pecadora y moribunda, y en él vemos cumplido el propósito santo de Dios (Jn. 15.9–14). De nuevo, vemos a Jesús recalcando el amor personal que Dios tiene por todo ser humano.
Jesús demostró en su propio ministerio este amor. Hizo todo lo posible por hallar personas que sufrían por los efectos del pecado, para poder librarlos. C. G. Montefiore dice: «Los rabinos daban la bienvenida al pecador en su arrepentimiento. Pero ir a buscar al pecador… era algo nuevo en la historia religiosa de Israel».
Jesús estuvo dispuesto a pagar cualquier precio, incluso el precio de la muerte, para salvar a la humanidad de las garras del pecado. Es más, cuando uno de sus discípulos le aconsejó que no lo hiciera, replicó: « ¡Quítate de delante de mí, Satanás!» (Mt 16.23). Jesús demostró que Dios es el gran Rescatador que los profetas del Antiguo Testamento habían descrito (cf. Isa 53).
Jesús también derribó los límites nacionales estrechos que los judíos habían levantado alrededor de Dios. Jesús extendió el amor de Dios a todas las personas, de toda raza y nacionalidad. Envió a sus discípulos «por todo el mundo» para que ganaran a los hombres para Dios (Mr. 16.15). Los cristianos primitivos obedecieron este mandamiento, llevando el evangelio «al judío primeramente, y también al griego» (Ro 1.16).
2. La doctrina de la redención.
Jesús enseñó que Dios redime a los individuos así como a las naciones. Esto fue un pensamiento radicalmente nuevo en el mundo judío. Sin embargo la doctrina de la salvación personal era el corazón de la enseñanza cristiana.
a. El Dios Creador.
La doctrina cristiana de la salvación se erguía sobre el hecho de que Dios creó a la raza humana. Incluso esto era una idea impopular en los días de Jesús.
Muchos filósofos griegos y adeptos a sectas insistían en que Dios no podía haber hecho este mundo malo, y que éste «emanó» de Dios mediante algún proceso natural, así como las olas «emanan» cuando se lanza una piedra en un lago. Pero el Antiguo Testamento mostró que Dios creó el mundo por iniciativa propia. Escogió hacerlo así. Y debido a que Dios creó el mundo, podía tratar con él como quisiera (Isa 40.28; cf. Ro 1.20). Los sectarios creían que las fuerzas del mal habían distorsionado las «emanaciones» de Dios, corrompiendo al mundo. La Biblia enseña que Dios creó al mundo perfectamente, e hizo al hombre a su propia imagen, pero éste escogió rebelarse contra él (Gen 3). Los griegos creían que las fuerzas del bien y del mal tenían al mundo en un impasse; pensaban que el mal había corrompido al bien, y el bien evitaba que el mal se apoderara del control absoluto del mundo. Los cristianos rechazaron esa idea; y enseñaban que el mundo todavía le pertenece a su Creador, y que las fuerzas del mal no pueden finalmente prevalecer. El mal tiene solo la influencia que Dios le permite tener (Ro 2.3–10; 12.17–21).
b. El hombre caído.
Jesús le dio al mundo una nueva comprensión del hombre. Sus seguidores se dieron cuenta de que cada persona es un hijo perdido de Dios que el Padre está tratando de restaurar a la familia, mediante Cristo (Jn. 1.10–13; Ef 2.19).
Los mitos griegos decían que el hombre es una mezcla extraña de espíritu y carne, llevada de aquí para allá por las fuerzas impredecibles del mundo. Los mitos orfeicos (relatos que tienen que ver con el dios griego Orfeo) insistían en que el hombre tenía una naturaleza interna como los dioses. Platón había tomado esta idea en su filosofía del Mundo Alma; opinaba que los seres humanos tenían una chispa de inteligencia divina, y que un hombre se vuelve más semejante a un dios conforme desarrolla su intelecto y capacidad para razonar.
Las Escrituras contradicen esta idea griega sobre el hombre. Sabían que la prueba más importante del carácter de un hombre era su fibra moral, no su intelecto; y en estos términos ¡el hombre ciertamente no podía aducir ser semejante a Dios! «Como está escrito», les dijo Pablo a los cristianos en Roma, «No hay justo, ni aun uno» (Ro 3.10). Los primeros cristianos creían que, aun cuando el hombre es totalmente indigno del amor de Dios, Dios continúa buscándolo y tratando de traerlo de regreso a la comunión santa con El (Ro 5.6–8).
Los primeros predicadores cristianos hablaban claramente sobre la caída del hombre de la gracia de Dios en el huerto del Edén. «Reinó la muerte desde Adán», escribió Pablo, «aun en los que no pecaron a la manera de la transgresión de Adán» (Ro 5.14). «Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados» (1 Co 15.22, cf. 15.45). Los cristianos creían que el pecado de Adán en el Edén fue el primer acontecimiento clave de la historia humana. Esto quería decir que el hombre era una criatura caída que necesitaba regresar a Dios.
Jesús se entregó a las autoridades judías que se ofendían del mensaje que él trajo al mundo. Le acusaron de «pervertir a la nación» al enseñar a sus seguidores que era el largamente esperado prometido Mesías (Lc 23.2). Jesús no había violado ninguna ley romana, pero el gobernador romano Poncio Pilato permitió que sus soldados ejecutaran a Jesús para apaciguar a los líderes judíos. Jesús no fue culpable de quebrantar ninguna ley ni de Dios ni del hombre; incluso su traidor Judas Iscariote confesó: «Yo he pecado entregando sangre inocente» (Mt 27.4). Sin embargo los centuriones romanos clavaron a Jesús en la cruz como si fuera un criminal común. Es más, Cristo llegó a ser el puro sacrificio de Dios por el pecado del hombre, y los primeros cristianos enfatizaban esto en su predicación y enseñanza (cf. He 10).
c. La resurrección de Jesús.
Los cristianos declaraban que el ministerio de Jesús no había terminado en la cruz, porque Dios levantó a Jesús de la tumba. Jesús ministró entre sus discípulos por varias semanas antes de que Dios le llevara para que se sentara a su diestra en el cielo (Hch 7.56).
Los cristianos primitivos le dijeron al mundo cómo habían sido testigos de la muerte, resurrección y ascensión de Jesús. Esto electrizó al imperio romano, e hizo que muchas personas consideraran a los cristianos como un grupo de fanáticos (Hch 17.6). Pero Pablo les dijo a sus amigos cristianos: «Si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados. Entonces también los que durmieron en Cristo perecieron» (1 Co 15.17–18).
3. El reino de Dios.
Ya hemos notado que Jesús se concentró en la salvación divina del individuo; pero también enseñó que Dios trae a su pueblo a una gran comunidad de redimidos, el dominio de la soberanía salvadora de Dios, a la cual llamó «el Reino de Dios». En este Reino (al presente expresado en la iglesia), Dios requería que su pueblo viviera una vida de amor fraternal. Debían practicar la ética de Cristo y trabajar por la redención de toda la humanidad. Jesús no limitó el Reino a los judíos; explicó que pertenecía a cualquiera «que produzca los frutos de él» (Mt 21.43). El Evangelio de Mateo en particular registra muchas parábolas (ilustraciones de la vida real) sobre el reino; véase especialmente Mateo 20.1–16; 22.2–14; 25.1–30.
Nótese que muchas de estas parábolas señalan al fin de los tiempos, cuando Dios reunirá a todo el pueblo de su reino eterno para reinar con él para siempre. Los primeros evangelistas cristianos recalcaban el mensaje de Jesús acerca del fin de los tiempos, porque creían que vivían en los últimos días. Esto motivó a los cristianos a llevar el evangelio hasta los rincones del imperio romano. Tenían un deseo ardiente de ganar a las almas perdidas para Jesucristo antes de que llegue el fin.

1 comentario:

Ana Cristina Zeledon dijo...

Q buen estudio muy completo y claro. Me ayudo mucho, me aclaro muchas dudas en lo relativo a guardar el domingo como dia en que Cristo resucito y también sobre la Santa cena muy importante para los cristianos.