En 1943 Oscar
Cullmann sorprendió al mundo teológico europeo con un extenso artículo sobre
“La vuelta de Cristo, esperanza de la Iglesia”.(1973:55-74). En esta ponencia,
pronunciada para la asociación cristiana de estudiantes suizo-alemanes,
Cullmann afirma que “la esperanza cristiana es esperanza en la vuelta del
Señor” (p. 59) y concluye con gran énfasis:
La esperanza del NT no puede ser...otra que la esperanza de la vuelta
del Señor, si el mensaje entero del NT...culmina en Cristo, Salvador de los
seres humanos y del cosmos, principio, medio y fin de toda la historia de la
salvación, desde la primera hasta la última creación...Y exactamente como en la
primera acción decisiva de la cruz y de la resurrección, estos acontecimientos
finales deberán suceder en la tierra (p.61).
Si la muerte y la resurrección de Cristo no suponen su cumplimiento en
el futuro, dejan de ser el acontecimiento central del pasado, y el presente ya
no se sitúa en este espacio comprendido entre el punto de partida y la plenitud
escatológica (p.73).
Algunos años
después Emil Brunner escribió un libro sobre la esperanza cristiana, publicado
en español como La esperanza del hombre. En este
trabajo escatológico el renombrado teólogo suizo afirma que la venida de Cristo
no es apenas un tema entre otros sino el tema central de nuestra fe, que domina
todos los demás temas.
Tan poco sentido como tiene el comienzo de un
discurso si no llega al final, tan poco sentido tiene la fe si no llega a su
fin en la plena realización, en el apocalipsis...La fe en Jesús sin espera de
su parusía es un cheque que no se cobra nunca, una promesa sin seriedad. Una fe
en Cristo sin espera de la parusía es como una escalera que no conduce a
ninguna parte sino que termina en el vacío (1973:143).
Toda Iglesia que no
tiene nada que enseñar sobre lo futuro-eterno, sencillamente no tiene nada que
enseñar y está en bancarrota...La esperanza para la existencia humana es como
el oxígeno para el pulmón (1973:11,13).
En 1966 Jürgen
Moltmann publicó la primera edición de su obra clásica, Teología de la
Esperanza. En un momento cuando los teólogos estaban muy ocupados con la
llamada “teología de la muerte de Dios”, viene Moltmann a plantear todo un
nuevo movimiento a partir de la resurrección y “el futuro del resucitado”
(1969:113; cf. 265-291). Desde entonces las referencias a la venida de Cristo,
que antes habían sido casi monopolio de los evangélicos conservadores
(mayormente norteamericanos), han llegado a ser frecuentes. El Concilio
Vaticano Segundo, por ejemplo, mencionó la parusía en varios pasajes, ubicando
la misión de la iglesia en el intervalo entre las dos venidas de Cristo (“Ad
Gentes”, #9).
Enseñanza Bíblica:
1) De los
muchos pasajes que aluden al regreso de Cristo, veamos primeramente Hechos 1:1-11, cuyo contexto es
precisamente la misión de la iglesia. El Cristo resucitado ha venido
apareciendo a sus discípulos, según San Lucas, dándoles un “curso posgraduado”
en tres temas: teología del Reino (Hch 1:3; cf Lc 24:25-28,32; Mt 28:16-20),
teología del Espíritu Santo (Hch 1.4s,8; cf Lc 24.48s), y misionología (Hch
1:8). Los discípulos, mirando atrás al reino de David, quieren que Cristo restaure
el pasado nacional de Israel (1:6); pero Cristo les promete que recibirán el
poder de lo alto para testificar a todas las naciones “hasta los fines de la
tierra” (1:8). Lucas agrega que en el momento en que el Señor ascendió, dos
“varones vestidos de blanco” terminaron el curso con “escatología”, dándoles
aclaraciones sobre el retorno de quien en esos momentos volvía a la diestra de
su Padre (Hch 1:11). Los discípulos también habían de ser testigos fieles
“haste el fin del tiempo”.
Después de
renovar la comisión misionera, el Señor fue alzado hasta una nube, la cual “lo
ocultó de su vista”(1:9 NIV). El papel de la nube es importante. Cristo no
ascendió hasta los mismos cielos, sino hasta una nube en la que volvió a
incorporarse (pero ya humano, con cuerpo resucitado) en la vida eterna de la
trinidad. Parece que esa nube, más que una nube cualquiera metereológica, era
la “nube de gloria”, la Shekiná de la majestad divina. Y el mismo Lucas dice
que Cristo volverá “en una nube” (Lc 21:27; singular).
Para Lucas, la nube que fue el punto de salida en la ascensión será el punto de
retorno para su venida.
Todo el
pasaje de Hechos 1:6-11 constituye un estudio fascinante de diferentes
perspectivas. La pregunta de los discípulos en 1:6 muestra una mirada nostálgicamente
retrospectiva: ¿Cuándo restaurará Cristo el reino perdido de Israel?. A eso
Cristo responde que no les toca conocer el horario del plan divino sino, en el
poder del Espíritu, ir hasta “lo último de la tierra” con las buenas nuevas. En
lugar de mirar atrás, deben mirar alrededor con ojos misioneros. Dichas esas
palabras, Jesús asciende a su Padre y los discípulos quedan “con los ojos
puestos en el cielo” (1:11). A esa mirada “verticalista” se les exhorta más
bien a mirar hacia el futuro, cuando el mismo Jesús volvería como lo estaban
viendo ir al cielo (1:11). El pasaje enseña una perspectiva misionera (1:8) y
escatológica (1:11): los discípulos, en el poder del Espíritu, han de ser
testigos “hasta los confines de la tierra”, hasta que Cristo vuelva.
El pasaje
deja fuera de toda duda que el regreso de Cristo será real, personal y visible:
“este mismo Jesús así vendrá como lo habeís visto ir al cielo” (1:11). Igual
que su resurrección fue real, corporal, tangible y visible, lo fue también su
ascensión y lo será su regreso. El pasaje enseña también una perspectiva
misionera (1:8) y escatológica (1:11). Entre la ascensión y la parusía, los
discípulos del Señor han de ocuparse en la tarea misionera global. Por eso la
venida de Cristo figura también prominentemente en los sermones evangelísticos
de los Hechos (3:19-21; 10:42).
2) En 1 Tesalonicenses 4 el contexto
pastoral es decisivo para la descripción de la venida de Cristo. Cada pasaje
bíblico tiene su problema y su temática, y este pasaje muy importante hay que
entenderlo en el contexto de los funerales. Esta epístola es casi seguramente
el primer escrito del Nuevo Testamento, quiza del 51 d.C. (mucho antes del
primer evangelio). Naturalmente, faltaba madurez y claridad en la fe de los
tesalonicenses. Pablo había predicado entre ellos la vida eterna y había
anunciado la venida de Cristo, con la expectativa de que sería pronto. Pablo se
fue, pasaron los meses, y morían las hermanas y los hermanos. Eso fue un
problema grande para ellos; cada funeral fue una crisis de fe. ¿Cómo relacionar
la vida eterna con la muerte de esos creyentes? Tal vez lo entendían
teóricamente, pero no lo entendían emocionalmente. Y más difícil era el
problema de la esperada parusía: ésos que han muerto. ¿perderán la alegría de
encontrarse con Cristo en su venida? Ese era el problema que angustiaba a la
congregación de los tesalonicenses. Hay que tomar eso muy en cuenta al
interpretar el pasaje.
Al problema
de ellos Pablo responde que “nosotros que vivimos...no precederemos a los que
durmieron. Porque...los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego
nosotros los que vivimos... seremos arrebatados juntamente con ellos...”
(4:15ss). La clave a la respuesta está en la secuencia de los sucesos: ellos
primero, no nosotros; luego nosotros que vivimos; después arrebatados juntos, y
juntos para siempre con el Señor.
Una primera
enseñanza de este pasaje es la simultaneidad de las tres fases de la parusía.
La venida gloriosa de Cristo, la resurrección de los fieles muertos, y nuestro
encuentro con él en las nubes, constituyen un solo evento en tres pasos. Eso es
muy importante, porque todo el argumento de Pablo dependía de la secuencia
inmediata de los tres aspectos. A la luz de esa simultaneidad, es decisivo el
hecho de que ni el discurso apocalíptico de Jesús (Mt 24) ni el Apocalipsis
señalan ninguna venida de Cristo ni ninguna resurrección de creyentes sino
hasta después de la última tribulación, y la “primera resurrección” de
Apocalipsis 20:4-6 incluye las víctimas de la bestia, por lo que tampoco podría
ser antes de la tribulación. Ningún pasaje bíblico ubica ninguno de los tres aspectos
de 1 Tesalonicenses 4:17 antes de la tribulación.
Debe notarse
que este pasaje nada tiene que ver con la gran tribulación, ni con el “rapto”
como escape de ella. El problema era más bien la muerte
de creyentes. La respuesta de Pablo es la prioridad preferencial de los
creyentes ya muertos, y en esa respuesta, como un momento secundario, Pablo
agrega que juntos, los muertos y los vivos, seremos ascendidos a la nube para
“nuestra reunión con él” (cf. 2 Ts 2:1). La referencia pasajera al “rapto” es un
aspecto secundario de esta respuesta. Pero el pasaje no
hace la más mínima referencia a la gran tribulación, ni tampoco dice nada de ir
de la nube (“el aire”) al cielo, ni de estar siete años
en el cielo.
Pero además
del silencio del pasaje sobre una ida de la nube al cielo, el texto da otra
clave muy importante que se pierde en la traducción. La
palabra “encuentro” aquí es clave: “estaremos arrebatados al encuentro (apantesis)
con el Señor” (4:17). Esa expresión se usaba como término técnico para un aspecto
importante de cualquier parousia (4:15; venida gloriosa, entrada
triunfal). Cuando un emperador o un general
victorioso llegaba, por ejemplo a Éfeso, sus partidarios le salían al encuentro
para unirse, como escolta o cortejo, a la procesion y entrar con él a la ciudad
(Bruce 1977:859). Eso se llamaba “salir al encuentro” (Mt 25:6; Hch 28:15). Es
tan inconcebible que la parousia se interrumpiera después del encuentro
(apantesis) como que el Emperador llegara al puerto de Efeso pero
después del “encuentro” con los que habían salido a unirse con él, abandonara
su parousia y llevara a sus adeptos de regreso a Roma en vez de entrar a
la ciudad por la avenida de mármol que tenían para su recepción majestuosa.
En su parousia
Cristo vendrá a la tierra, no sólo hasta las nubes, en el aire. Su “viaje” es
“de una vía”, por decirlo así, pero el nuestro, para nuestra apantesis
con él, será “un viaje de idea y vuelta” para venir con él desde la nube a la
tierra. La idea de que nosotros irímos con él desde la nube al cielo, como si
Cristo hiciera un “viaje de ida y vuelta”(cielo-nube-cielo), no sólo está
totalmente ausente del pasaje sino queda excluida por el sentido natural de su
“venida” y nuestro “encuentro con él” para acompañarle a la tierra.
Con todo, lo
énfatico y claro es que Cristo volverá a esta tierra. “El Señor mismo
descenderá del cielo con voz de mando, con voz dc arcángel y con trompeta de
Dios, y los muertos en Cristo resucitarán....” En términos muy parecidos
describe 1 Corintios 15 la resurrección de los creyentes en la venida de Cristo
(15:23): “en un instante, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta;
porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y
nosotros seremos transformados”. Cristo volverá personalmente en poder y
gloria, y los muertos resucitarán, igual que en 1 Tesalonicenses 4.
3) En Mateo 24 (Mr 13; Lc 21) el contexto es
muy distinto a los dos pasajes anteriores. Aquí se trata de la crisis de la
ciudad de Jerusalén. Según los tres evangelios sinópticos, los discípulos,
viendo el templo y preocupados por las señales de que Jerusalén va a rechazar a
su Mesías, preguntan qué va a pasar con aquel grandioso edificio. Parece que
ellos, como también Jesús, percibían el kairós escatológico que venía
sobre el pueblo y la ciudad (cf. Lc 13:34;19:44; Mt 23:37). Según Marcos y
Lucas los discípulos le preguntan a Jesús cuándo sería la destrucción del
templo y cuál señal avisaría que la ciudad estaba por ser destruída. Pero en
Mateo 24:3 los discípulos preguntan más bien en cuanto a “la señal de tu venida
y del fin del siglo”. Las tres versiones del discurso, sin embargo, culminan
con la venida del Hijo del hombre “con poder y gran gloria” (Mt 24:29s; Mr
13:24s; Lc 21:25ss).
Es importante
observar que en todos los evangelios sinópticos la venida de Cristo ocurre
después de la gran tribulación, cuando todas las tribulaciones habidas y por
haber ya se habrán realizado (Mt 24:29). Sólo entonces vendrá el Hijo del
hombre. Aquí no hay ninguna venida de Cristo ni “rapto” de la iglesia antes del
final de la tribulación (ni en otros pasajes del NT tampoco). No está de más
señalar también que en este discurso de Jesús no aparece la resurrección por
ningún lado, porque no tenía nada que ver con el futuro de la ciudad de Jerusalén.
Ningún autor biblico trata de hacer un sistema completo de las profecías
predictivas ni darnos una cronología, un dibujito esquemático para ubicar todo
en su lugar. Simplemente no se les ocurrió tal manera de pensar.
Mateo y
Marcos (Mt 24:15; Mr 13:14) anuncian “la abominación de la desolación” de que
habló Daniel (Dn 9:27; 11:31; 12:11). En su contexto original, la frase de
Daniel alude al abominable sacrilegio cometido por Antíoco Epífanes cuando
sacrificó un cerdo sobre el altar del templo judío (Josefo Ant 12.5.4).
Ahora Jesús anuncia otra abominación blasfema, que cometerá el general romano
Tito en 70 d.C. al introducir efigies idólatras en el lugar santísmo. Por una coincidencia histórica, ambos ataques a Jerusalén
(de Antíoco y de Tito) duraron aproximadamente tres años y medio, lo cual
aclara el uso de esta periodización en el Apocalipsis. Juan de Patmos, sin
emplear los mismos términos, vió el mismo sacriligio blasfemo en el culto al
emperador romano (Ap 13:3-6). También de 2 Tesalonicenses 2:4 entendemos que la
misma “abominación” caracterizará la actuación del último anticristo al final
de los tiempos.
En este pasaje
también Cristo viene con gloria y poder, aunque su venida se describe en
términos algo distintos a los textos anteriormente analizados. Estos
versículos, que no parecen contemplar ningún intervalo entre la caída de
Jerusalén y la parusía, comienzan con la descripción de convulsiones cósmicas
(Mt 24:28; Mr 13:24 cf. Lc 21:25). Eso responde a la pregunta de los
discípulos, como la formula Mateo, por “la señal de tu venida y del fin del
siglo” (Mt 24:3). Pero Cristo no les ofrece ninguna “señal” antes de su misma
venida, excepto las señales falsas de los seudomesías (24:24). Los
terremotos, guerras y hambrunas que menciona Jesús no anuncian su venida,
pues con ellos “aún no es el fin” (24:6,8,14); esos fenómenos no son la “señal”
que ofrecía mucha literatura apocalíptica y que pedían los discípulos. Aquí, igual que en Mateo 16:1-4, Cristo se niega a darles
ninguna señal que no sea su propia persona y su misma venida.
Por la la
misma razón la venida de Cristo se describe aquí como “la señal del Hijo del
hombre”(Mt 24:30; la frase no aparece en los paralelos de Marcos y Lucas). Aquí
también la “señal’ es Cristo mismo en su parusía, no algún fenómeno aparte de
su persona y el hecho de su venida. Por eso Mateo, junto con Marcos y Lucas,
afirma que “verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo con poder
y gran gloria”. Igual que en los pasajes anteriores, la venida de Cristo es
personal, visible, gloriosa y victoriosa. Y esa misma venida es la única
“señal” que hemos de estar esperando.
Este
discurso, que comenzó con el problema del futuro de Jerusalén, termina con la
promesa divina de reunir a todo el pueblo de Dios cuando vuelva el Señor (Mt
24:31; Mr 13:27). Se basa en el lenguaje clásicos de los antiguos profetas
hebreos que prometían el regreso del cautivero a Palestina. No debe confundirse
ni con el rapto (no tiene nada de “vertical”, hacia arriba) ni con la formación
del moderno estado israelí (es realizado por ángeles, cuando Cristo vuelva
después de la gran tribulación). Significa la unidad total del pueblo de Dios,
probablemente en la Nueva Jerusalén (Ap 21s).
4) El libro
del Apocalipsis, desde el primer
capítulo, anuncia la pronta venida de Cristo (1:1,3,7). Sin embargo, las
referencias explícitas a la venida de Cristo (empleando el verbo erjomai)
aparecen exclusivamente en los capítulos 1-3 (que son, en efecto, un prólogo) y
en el capítulo 22 (el epílogo). Analizándolos con
cuidado, encontramos que estos pasajes usan el verbo “venir” en dos sentidos
distintos. Textos como 1:7 y 22:7, 12, 17, 20 se refieren a la venida de Cristo
al final de la historia. Pero dentro de los siete mensajes (Ap 2-3) la mayoría
de las veces el verbo “vengo” no parece referirse a la venida final, pues se
presenta como condicional, dependiente de lo que hagan los cristianos de cada
congregación. La “segunda venida” del Señor no depende del arrepentimiento de
los cristianos de Efeso (2:5), de Pérgamo (2:16), o de Sardis (3:3). En esos
textos, el “vengo pronto” se refiere claramente a “visitaciones”del Señor a una
congregación específica, en juicio o en bendición, y no a la “segunda venida”.
Más discutido
es el sentido de la misma frase en Apocalipsis 3:11. Buenos argumentos podrían
sugerir que la “hora de prueba” de 3:10 sea la gran tribulación escatológica, y
entonces la venida de 3:11 sería el regreso definitivo del Señor. Pero mejores
argumentos exegéticos indican que esta protección está prometida
específicamente a la congregación de Filadelfia, durante el tiempo que ella
exista. Cuando Jesús habla a las siete congregaciones (Ap 2-3), bajo las
circunstancias de opresión y amenaza en que vivían, la descripción de cada
congregación es específica a esa comunidad, como son también las amonestaciones
y promesas en cada caso. Nada nos autoriza proyectar a la iglesia universal al
final de los tiempos esta promesa concreta y contextual a Filadelfia. Por eso
es más probable que el “vengo pronto” de 3:11 se refiera a una particular
“visitación” de Jesús (en este caso, a Filadelfia), igual que en 2:5,16 y 3:11,
y no a la parusía final. En ese caso, “la hora de tentación”, (peirasmos,
3:10) tampoco sería la gran tribulación final (thlipsis en griego). Es evidente
que este “vengo pronto” no se refiere a la segunda venida de Cristo sino a una
visitación, igual que en los pasajes paralelos de Apocalipsis 2-3.
Este texto
(3:8-10) se construye a base de un juego de palabras. “Aunque tienes poca
fuerza”, dice Jesús a esta congregación, “has guardado mi palabra” (3:8, etêrêsas).
Por eso, “ya que has guardado (etêrêsas) mi palabra de fidelidad tenaz,
yo también te guardaré (têrêsô) de la hora de prueba que vendrá sobre el
mundo entero para probar a los habitantes de la tierra” (3:10). Como ellos
habían guardado la palabra, Cristo, en un sentido paralelo, les guardará a
ellos de la hora de la prueba. El texto no habla de quitar, ni mucho menos
raptar. sino de guardarles de la prueba.
En el
Apocalipsis la venida definitiva de Cristo se realiza por primera y única vez
cuando desciende con los ejércitos celestiales para la gran batalla
escatológica que conocemos como Armagedón (19:11-21; cf. 14:20; 16:16-21). Este contexto es distinto a los pasajes anteriores (Hch
1; 1Ts 4; Mt 24), pues tiene que ver ahora con la victoria final del Cordero
sobre la bestia. La historia del dragón, que comenzó en Apocalipsis 12-13 y
siguió en capítulo 17, ahora terminará con la derrota total de todos los
enemigos del Cordero y su pueblo (17:16; 19:20s; 20:10,14). Aquí, como también
en Mateo 24:29s y 2 Tesalonicenses 2:1-12, la venida de Cristo ocurre después
de la tribulación, inmediatamente antes de Armagedón, el reino milenial y la
condena final del dragón con todo su nefasto equipo.
Igual que 1
Tesalonicenses 4, este texto coordina la venida de Cristo y la resurrección de
los creyentes. Es probable que “los ejércitos celestiales” que lo acompañarán a
la batalla (19:14) incluyan a los santos resucitados (17.14; Col 3:3s) junto
con los ángeles (Mt 24:31; Mr 8:38). Es muy discutido si el Armagedón debe
entenderse como una confrontación en algún sentido literal (los buitres comen
cadáveres, 19:18,21) o simbólico (Cristo los mata por la espada de su boca
19:15,21). En cualquier caso, es la batalla más desigual de toda la historia.
Un ejercito de inmortales (ángeles, santos resucitados) está capitaneado por el
Señor resucitado. El otro bando, mortales todos, está comandado por un dragón y
una bestia a los que nada les sale bien nunca.
Juan deja la
mención específica de la resurrección hasta 20:4-6, sin duda porque quiso
describir primero el Armagedón (asociado con el regreso del Señor del cielo) y
después el reino milenial, inaugurado por la resurrección de los mártires. De
lo que no queda duda es que aquí la venida de Cristo y la primera resurrección
(que según 1 Tesalonicenses 4:16s están sincronizadas con el arrebato) se
presentan después de la tribulación. Es más, de la primera resurrección los que
se mencionan específicamente son las víctimas decapitadas por la bestia (20:4).
Juan destaca la victoria de ellos, porque quiere animar a todos los creyentes a
ser fieles hasta la muerte. Sin embargo, de 20:6 es evidente que esta
resurrección incluye a todos los creyentes, puesto que de otro modo los
creyentes no-mártires estarían sujetos a la segunda muerte. Puesto que ésta es
“la primera resurrección” (20:5s), y de hecho no aparece otra antes en el
libro, sería muy ilusorio pretender decir que esta resurrección y, por eso, el
“rapto”, ocurrirían antes de la gran tribulación.
En resumen: de los
pasajes que hemos analizado, Hechos 1 plantea la venida de Cristo en el
paralelo con su ascensión y en el contexto de la misión (Hch 1:8-11). El
mensaje de esperanza enviado a los tesalonicenses ofrece la parusía, la
resurrección de los fieles y nuestro encuentro con Cristo en el aire como
respuesta esperanzadora a sus angustias por los creyentes que habían muerto
(1Ts 4:13-18). En su sermón apocalíptico, Jesús introduce el tema de su venida
en el contexto del futuro de la ciudad de Jerusalén (Mt 24). Y Juan de Patmos
describe la venida victoriosa del Verbo de Dios como desenlace final del
conflicto entre el Cordero y el dragón. En cada caso, el contexto es definitivo
para la interpretación del pasaje correspondiente. Ninguno de los pasajes lo
relaciona de ninguna manera con algún “escape” al inicio de la gran
tribulación.
Recordemos que el Nuevo Testamento nos exhorta a estar preparados para
dar el logos de nuestra esperanza (1 P 3:15). Ese imperativo presupone
que las profecías bíblicas, como en este caso la venida de Cristo, tienen un
sentido lógico y teológico, un porqué y un para qué. Cristo vendrá de nuevo, no
simplemente porque “la Biblia lo dice” (aunque eso sea cierto), sino porque le
quedan importantes tareas en esta misma tierra donde una vez vivió, murió y
resucitó. Si no fuera así, no tendría por qué volver, pues Dios nunca actúa sin
sentido.
La tierra siempre ha sido central en el actuar de Dios. Apenas crea a
Adán le prepara una finca, para que no sea “Adán sin tierra”. La base del pacto
que Dios hizo con Abraham fue la promesa de una tierra propia para su
descendencia. El castigo para el pecado de Israel fue la pérdida de su tierra,
y la promesa de los profetas destacaba su recuperación. Para salvarnos,
Jesucristo vino a esta tierra, y para culminar su obra, volverá otra vez. Y al
final, habrá nuevos cielos y nueva tierra. El regreso de Cristo a nuestro
planeta es una prueba clara de la importancia de la tierra en los planes de
Dios.
El esquema general para la mayoría de los cristianos, y de los
evangélicos en particular, es que se acepta a Cristo y se va al cielo. Pero el
esquema bíblico tiene otra dirección: Cristo vuelve a la tierra. Para que los
cristianos vayan al cielo, no es necesario que Cristo vuelva aquí. Al morir los
creyentes están en presencia de Cristo, sin que él tenga que volver a este
planeta. Bien podría ocurrir igual después de la resurrección del cuerpo.
Podríamos ascender, con cuerpo resucitado, a la patria celestial y Cristo no
tendría que volver a la tierra. Entonces, ¿cuál es la razón y la lógica del
retorno de Jesús a este mundo?
Una manera muy sencilla de enfocar el propósito y la lógica de la venida
de Cristo será enumerar las razones de su regreso que da el mismo Nuevo
Testamento. Encontramos seis objetivos de la venida de
Cristo, que son el sentido teológico de su parusía. Su regreso no es un
espectáculo sin sentido, sino una acción con claros propósitos y una racionalidad
totalmente coherente con toda la enseñanza bíblica y toda la historia de la
salvación.
1) Cristo viene a reinar;
su venida es la venida de su reino (Lc 23:42, “cuando vengas en tu reino”; cf.
1:33; 19:14,27). Su venida gloriosa será su manifestación (epifania)
como “único y bendito Soberano, Rey de reyes y Señor de señores” (1 Tm
6:14-16). El Cordero ha vencido y es el Señor de la historia, digno de abrir
los sellos del libro (Ap 5:5-7). Cristo ha resucitado y “es necesario que él
reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies...cuando
haya suprimido todo dominio, toda autoridad y potencia”(1 Co 15:24s).
En su venida, Cristo nos hará también a nosotros reinar con él (2 Tm
2:12; Ap 2:26s; 3:21). Los redimidos “reinarán sobre la tierra” (Ap 5:10). Lo
mismo confirma Ap 20:6 cuando asevera que los fieles resucitados “serán
sacerdotes de Dios y de Cristo y reinarán con él mil años”. Segón 22:5 los
fieles “reinarán por los siglos de los siglos”.
El vino la primera vez a traer el reino. Cuando volvió al Padre, el
reino ya había venido entre nosotros por medio de su vida, muerte y
resurrección. Vino humilde, doliente y aparentemente débil, como Siervo
Sufriente. Su segunda venida llevará a la culminación final lo que inauguró con
su primera venida. Vino a reinar la primera vez, pero desde una cruz. Ahora
vendrá como Rey de Reyes y Señor de señores (Ap 19:11-16) para reinar en
majestad y gloria. Entonces se cantará que “el reino del mundo ha pasado a ser
de nuestro Señor y de su Cristo, y él reinará por los siglos de los siglos” (Ap
11:15).
Ahora, la pregunta importante es ¿cómo anda nuestra teología del reino?
El reino es el mensaje central de la primera venida de Cristo y el secreto del
sentido de su misión, según los evangelios sinópticos. Él nos exhorta a “buscar
primeramente el reino de Dios y su justicia” (Mt 6:33) y a orar para que el
reino venga en que se haga la voluntad de Dios en nuestros paises (Mt 6:10).
Pero muchas veces lo que fue el mensaje central de Jesús es el mensaje
olvidado de su iglesia. Por eso no sabemos qué hacer con su venida, porque no
tenemos una teología del reino. Entonces, para llenar ese vacío, echamos mano
del rapto como propósito de la venida (“él viene a levantar a su iglesia”, dice
un corito). Con eso le damos a la parusía un sentido que nunca tiene en las
escrituras. Así cambiamos la enseñanza bíblica de que él viene para estar aquí
y reinar en la tierra por una especulación de que viene para sacarnos a
nosotros de la tierra. Pero su venida no será “Operación Rescate” sino
“Operación Reinado”, el toma de poder por el Rey de reyes.
2) En segundo lugar, Cristo
viene a triunfar, viene a vencer. Según. 2 Tesalonicenses 2:7-8, el
pasaje más importante sobre un anticristo personal, Cristo va a destruir al
“hombre inicuo...con el esplendor de su venida” (NIV; Gr “con la epifania
de su parousia”). Su venida va a ser la derrota definitiva de los
enemigos de su reino, como vimos también en 1 Corintios 15:24-25. En el
Apocalipsis, la primera y única venida futura de Cristo es para hacer la
batalla contra todas las fuerzas de maldad y derrotarlas para siempre
(19:11-21). Cuando el dragón, después del reino milenial, intenta encabezar
otro asalto contra el reino del Señor, sus fuerzas son destruidas por relámpagos
y no se realiza ninguna guerra (20:9s).
3) Tercero: Cristo viene a
juzgar, viene como Juez (Mt 25:31, la parábola de las ovejas y
cabritos). Al volver, Cristo juzgará a las naciones. El viene a iniciar un
proceso de juicio ético definitivo. Tesalonicenses es especialmente claro
en relacionar el juicio de los impíos con su venida. (2 Ts 1:7ss; cf. 2
Tm 4:1). Según Hechos 17:31 Dios ha establecido “un día en el cual juzgará al
mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con
haberle levantado de los muertos”.
Y aquí también Cristo nos permite a nosotros juzgar con él. 1 Corintios
6:2-3 afirma que “los santos han de juzgar al mundo”.y a los ángeles. También
según Apocalipsis 20:4 los fieles juzgarán juntamente con él. Cristo comparte
su poder y nos deja participar con él también en el juicio.
4) En cuarto lugar, Cristo viene
a resucitar a los creyentes muertos y transformar a los que viven en la
hora de su venida. Su venida traerá plenitud de vida (1 Ts 4:16s; 1 Co 15:52).
“Al son de la trompeta” los muertos vivirán y todos seremos hechos “semejantes
al cuerpo de la gloria suya” (Fil 3:21). Le veremos y seremos como él (1 Jn
3:3) y Cristo será glorificado y admirado en sus santos (2 Ts 1:10). Su venida
será el triunfo final sobre la muerte y el pecado.
5) Quinto, Cristo viene a
reunirse con nosotros y a reunirnos a nosotros con él para siempre. Esta
es la gran reunión de toda la familia del Señor. Seremos arrebatos al encuentro
con él (apantesis) y “así estaremos siempre con el Señor (1 Ts 4:17). En
2 Tesalonicenses 2:1 Pablo habla de “la venida (parousia) de nuestro
Señor Jesucristo y nuestra reunión (episunagôgê, cf. sinagoga) con él”.
En Juan 13-14 Jesús anuncia su muerte pero, en ese contexto de separación,
promete regresar para estar con los suyos, “para que donde yo estoy, vosotros
también estéis” (Jn 14:3). Cristo vuelve porque quiere estar con nosotros;
nosotros esperamos su venida, porque queremos estar con él, “que sin haberlo
visto, amamos” (1 P 1:8). Lamentablemente, en mucha escatología raptocéntrica,
el encuentro amoroso con Cristo pasa a un segundo plano o desaparece.
Los cristianos no esperamos a “algo” sino a “Alguien”. Para nosotros el
futuro tiene nombre, y se llama Jesús.
6) Finalmente (¡que agenda más impresionante que trae nuestro Señor!) Cristo viene a culminar la historia
humana y cósmica. El es el punto omega de toda la historia, como decía
Teilhard de Chardin. Según Efesios 1:10 “el propósito de Dios es de reunir
todas las cosas en Cristo”. La frase “todas las cosas” (ta panta, neutro
plural) era una de las formas de decir el universo en griego. No tenían la
palabra “universo” (que con sólo oirla se nota que es latín). En griego el
neutro plural de “todo” (que no tiene equivalente en castellano) solía
significar el universo, junto con el otro término, kosmos.
El verbo “reunir” aquí significa “recapitular”, encabezar todo, juntar
todo en su pleno sentido, resumir todo en una síntesis final. La venida de
Cristo va a culminar en su significado definitivo todo lo que ha sido el mundo
y la historia. En la venida de Cristo, Dios va a recapitular todo en la persona
de él. Él será Omega como ha sido Alfa. Otro pasaje con un sentido parecido es
Hechos 3:19-20, después de la curación del cojo:
Así que arrepentíos
y convertíos...para que vengan de la presencia del Señor tiempos de
refrigerio.y el envía a Jesucristo...a quien de cierto es necesario que el
cielo reciba hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas, de que
habló Dios por sus santos profetas que han sido desde tiempo antiguo.
Éstas son frases de plenitud. La historia que Dios ha iniciado con la
creación, en cuyo centro Dios puso a su propio Hijo, no va a terminar en un
colosal fracaso. El pecado es un fracaso, pero no la creación ni la historia.
Bajo Cristo la historia va a realizarse en plenitud, con ese refrigerio y esa
restauración de todas las cosas que nos promete la palabra de Dios.
De este análisis queda evidente que la venida de nuestro Señor está
cargada del más profundo y hermoso significado. ¡Que diferente de los conceptos
raptistas que circulan en muchas iglesias!
SIGNIFICADO DE LA VENIDA DE CRISTO
PARA LA MISION DE LA IGLESIA
Hay una relación inseparable entre nuestra escatología y nuestra manera
de entender la misión de la iglesia. A como anda la escatología, así va a andar
la misionología. Una escatología exclusivamente individualista, concentrada
únicamente en salvar almas del infierno, producirá las formas de misión que
corresponden a esa visión del futuro. Una escatología raptocéntrica, amenazando
a los inconversos con los terrores de la gran tribulación y ofreciéndoles una
oferta de escape, evangelizará en maneras que corresponden a esa visión y a ese
objetivo en la misión. Sólo una escatología sólidamente bíblica podrá inspirar
una misión fiel y sana conforme a la voluntad de Dios.
La enseñanza bíblica de la venida de Cristo tiene profundas implicancias
para nuestra misión como pueblo de Dios. Veamos:
1) En primer lugar, la venida de Cristo significa que nuestra misión
tiene que ser decididamente cristocéntrica..
La iglesia va hacia el encuentro con su Señor. Es a él a quien esperamos, es a
él a quien amamos. Todo nuestro futuro y nuestra esperanza lleva su nombre.
Aunque parezca obvio, muchas veces y en muchas maneras centramos nuestra misión
en cualquier otra cosa menos la persona de nuestro Señor. Los cristianos
esperamos a Alguien, no a algo, y ese Alguien es aquel a quien sin haberlo
visto, amamos. Y porque esperamos verlo también, amamos su venida (2 Tm 4.8).
La tentación más común parece ser la de una evangelización
eclesiocéntrica, que trabaja arduamente por el éxito y el crecimiento de su
propia denominación o movimiento pero en ese saludable afán pone a la
institución encima de la misma persona de Jesús y del amor al prójimo. La
iglesia y la institución no son más que instrumentos para la misión; no son el
centrio ni la meta de la misión. Mucho “denominacionalismo” cae en el error de
priorizar a su propia agrupación en competencia no sólo con otras
denominaciones sino, mucho peor, con la prioridad y centralidad de la persona
de Cristo. El objetivo primordial de la misión no es el crecimiento y el éxito
de nuestra propia denominación, sino que cuántas personas que sea posible
conozcan personalmente al Señor y esperan su venida junto con nosotros.
Otra desviación escatológica con funestas consecuencias es la
orientación raptocéntrica de la evangelización, o “bestiacéntrica” o
“tribulacioncéntrica”. Esta excentricidad escatológica cae en una fatal
combinación de terrorismo apocalíptico y gracia barata. Olvidándose del Cordero
que fue inmolado para salvarnos, amenaza a los inconversos con las peores
torturas y ofrece un Cristo Salvador fácil de los terrores por venir pero no el
Señor de señores que exige discipulado radical. Tal mensaje no podría estar más
alejado, en todos sus aspectos, del mensaje de la Biblia y especialmente del
libro del Apocalipsis.
En el fondo, todas estas desviaciones terminan siendo egocéntricas en
vez de Cristocéntricas. ¡Qué egocéntrica es a veces nuestra proclamación! Mucha
evangelización se limita a la oferta de dos “gangas” por una simple profesión
de fe: escaparse de la gran tribulación y escaparse del infierno. Nos atraen la
satisfacción de ver prosperar nuestro propio proyecto o nuestra propia denominación,
la cómoda seguridad de escaparnos de la gran tribulación y después del
infierno, la agradable esperanza de gozar para siempre de los deleites
celestiales, y por feria las tentadoras ofertas del evangelio de la
prosperidad. Lo trágico es que cuando eso no pasa de ser un simple egoismo
escatalógico, y no un verdadero discipulado costoso, esas personas pueden estar
engañados y quizá nunca cobrarán las “gangas” por las que creían aceptar a
Cristo (Mt 7:21-23).
La enseñana bíblica de la venida personal de nuestro Señor debe
inscribir como rúbrica sobre nuestra evangelización el conocido poema atribuído
a Santa Teresa de Avila:
No me mueve mi Dios para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
[¡ni tampoco los terrores de la gran tribulación!]
para dejar por eso de ofenderte.
Tu me mueves, Señor,
muévame el verte clavado en una cruz
y escarnecido...
[y muévame anticipar tu venida
y ver por fe tu reino venidero]
2) La perspectiva de la venida de Cristo implica también la inserción de
la misión en la visión panorámica de la historia
de la salvación. El retorno de Jesús no es un
fénomeno sensacional aislado sino la culminación lógica y coherente de toda la
historia de redención desde Génesis hasta el Apocalipsis. Como bien señala
Oscar Cullmann (1973:56ss), siempre que se desconecta una verdad bíblica (aun
una verdad tan central y fundamental como la venida de Cristo), se mueve hacia
la herejía. Ni la venida de Cristo debe aislarse de toda la historia de la
salvación, ni esa historia debe interpretarse aparte de esa venida, porque “la
historia total de la salvación está orientada hacia Cristo...la historia de la
salvación es, pues, exactamente la historia de Cristo”(p. 59).
Es impresionante como el Apocalipsis, sin haberlo propuesto Juan, amarra
todos los hilos temáticos de la Biblia entera. Si la primera página de Génesis
comienza con la creación de cielo y tierra, la última página del Apocalipsis
termina con nuevos cielos y nueva tierra. Si Adán y Eva por su desobediencia
perdieron el acceso al árbol de la vida, en la nueva Jerusalén comeremos con
abundancia y rica variedad los frutos del mismo árbol (Ap 22:2). Si Dios
promete a Abraham la bendición de su pacto frente a la historia de maldición
desde Caín hasta Babel, el último libro promete que no habrá más maldición
(22:3) sino plena bendición para todas las naciones y pueblos. Las plagas de
Egipto reaparecen en las trompetas y las copas de Ap.8s y 16, pero los redimidos
entonan el cántico de Moisés y el Cordero (15:3). La escatología, y
especialmente la venida de Cristo, no pueden entenderse fuera del contexto
global de la historia de la salvación.
En su segunda venida Cristo cumplirá a cabalidad lo que inició en su
primera venida. En el intervalo entre la ascensión y la parusía Cristo nos
encomienda la tarea evangelizadora en el poder del Espíritu (Hch 1:7). La
misión es el sentido de esta época de gracia (Mt 24:14); es nuestra tarea
primordial a la que hemos de dedicar nuestros mayores esfuerzos.
3) En esa perspectiva, la expectación de la venida de Cristo nos acuerda
constantemente de la urgencia de
nuestra tarea misionera. Los días están contados; la noche viene, cuando
nadie puede seguir trabajando (Jn 9:4). Cuando un emperador iba a visitar
alguna ciudad del imperio, los preparativos tomaron una absoluta prioridad y el
pueblo dedicaba todos sus esfuerzos a esas labores. Un antiguo papiro dice:
“Trabajemos noche y día porque la parousia del emperador está cerca”
(Ewert 1987:88). ¡Cuánto más hemos de trabajar por Cristo antes de su venida!
4) La venida de Cristo significa también misión integral. Como hemos argumentado arriba, si el propósito
del evangelio fuera únicamente salvar almas para que vayan al cielo, como
muchas veces se predica, entonces, ¿para qué tendría que volver Jesús a esta
tierra? ¿para qué entonces la resurrección del cuerpo? El alma podría ir al
cielo sin nada de eso. No tiene ningún sentido la venida corporal de Cristo a
esta tierra si el objetivo del evangelio es meramente salvar las almas. Pero
Cristo viene, porque el evangelio es todo un proyecto para la humanidad y para
la historia. Por eso nuestra misión debe ser integral, no sólo y meramente
espiritual. La segunda venida es una refutación contundente de cualquier
evangelismo equivocadamente espiritualista y personalista.
Dios tiene su agenda para la humanidad, su agenda para la tierra, su
agenda para la sociedad, su agenda para la historia. Y Cristo viene a cumplir
esa agenda. Por eso su venida tiene sentido. Y por eso nuestra misión debe ser
integral en su amplitud e integral en su autenticidad. Eso también es
integridad. Un evangelio egocéntrico (hasta dos veces egocéntrico, con la
oferta barata de escapar tanto de la gran tribulación como del infierno), sin
las exigencias del discipulado radical y costoso que predicaba Cristo y sin el
mensaje del reino de Dios, es una traición de la gran comisión (“haced
discípulos...enseñandoles que guarden todas las cosas que os he mandado”, Mt
28.20).
5). Significa también que nuestra misión tiene que ser misión en servicio del reino. El
sentido de la venida de Cristo es su reino. A reinar viene, y reinaremos con
él. Por eso la misión tiene que ser misión del reino. Él vino anunciando el
reino; Hechos termina con el texto: “Pablo proclamaba el evangelio del reino”.
El teólogo holandés Abraham Kuyper, en su escrito Pro Rege, decía del
reino de Cristo que “No hay ni una pulgada de esta tierra de la que Jesucristo
no pueda decir, eso es mío”. ¡Ni una pulgada! El es el Señor, es el Señor del
mercado y de los campos, él es el Señor de la Universidad y es el Señor de las
oficinas, del negocio, de la tecnología, Señor de todas las cosas.
La misión en servicio del reino es misión de justicia. “Buscad primero el reino de Dios y su justicia” (Mt
6:33); “Venga tu reino y hágase tu voluntad” en Honduras, en Nicaragua, en
Guatemala. En su venida, Cristo juzgará con justicia (Ap 19:11), fiel a la
antigua promesa de que el Mesías traería justicia y Shalom a las naciones (Is
11:3-9). Nuestra misión tiene que ser ministerio integral, con conciencia de
justicia, con conciencia de los pobres, con conciencia del sufrimiento y con
conciencia y sueños de Shalom. Eso es misión en servicio del reino.
Pero, por otro lado, el reino venidero significa también que ninguno de
nuestros esfuerzos es el acabose, ni va a ser el reino de Dios sino un pálido
reflejo de ese reino que Cristo trajo y traerá. No podemos absolutizar nuestros
proyectos humanos históricos, porque el gran proyecto de Dios está por venir.
Nuestra participación histórica tiene que estar en servicio de aquel reino que
va a venir. La misión en servicio del reino nos require compromiso social sin
caer en la idolatría de nuestros programas y proyectos, por muy buenos que
sean. Nuestros logros de justicia siempre serán parciales y penúltimos. La
esperanza del reino nos inspira a luchar pero a la vez nos enseña a guardar la
debida “reserva escatológica” ante esa misma lucha.
Hay una frase de Karl Barth que debe ser una consigna de nuestra misión.
“La esperanza”, decía Barth, “vive en la realización el próximo paso”. La
esperanza tiene patas y camina, pero un paso a la vez. La esperanza vive al dar
el proximo paso dentro del contexto histórico. Hacemos ahora lo que podemos en
aras del reino que ha de venir. Una misión ciega al reino, es una misión renca
y torcida y, además, anti-bíblica.
6).Finalmente, debe ser una misión contagiosa de esperanza. Es una esperanza que nos inspira,
no es un temor, y la misión no es terrorista sino esperanzadora. Somos el
pueblo de la mayor esperanza que existe, una esperanza que supera todas las
antítesis de la historia en la gran síntesis final de la venida de Cristo y su
reino. Hoy día esto puede ser una parte primordial de nuestra tarea. Hoy día
cuesta esperar; es fácil tirar la toalla y decir que ya no vale la pena luchar.
Muchos dicen: “Luché mucho, me sacrifiqué mucho, y mira, no queda nada”. La
década perdida de los ochenta, que se ha llamado el cementerio de las utopías y
de los sueños, viene seguida por “la década peor”de los noventa. Los que no
conocen a Cristo, que no conocen la resurrección, que no conocen el reino de
Dios y la nueva creación, ¿cómo van a esperar hoy?. Parecerían locos. Pero nosotros
queremos ser locos, locos de esperanza. Queremos esperar contra la esperanza,
porque tenemos los ojos puestos en Alguien que venció a la muerte. Podemos
llevar esa esperanza a gente que no tiene cómo esperar porque no tienen a
Cristo.
Había una iglesia en Alemania durante la guerra nazi, que tenía en su
bóveda un famoso mosaico de Cristo Rey. Desde hacía siglos la gente admiraba
ese cuadro; les animaba, les inspiraba. Pero con los bombardeos de la guerra,
para defender ese tesoro del arte tuvieron que cubrirlo con armazones y tablas,
y no se veía nada. ¡Qué triste! Cristo era el Rey, pero la gente no lo veía.
Más bien parecía todo lo contrario. Pero confiaban en el Cristo que estaba
detrás de las barreras y las tablas. Y decían: “un día se volverá a ver que
Cristo es el rey”. Cuando terminó la guerra esas tablas fueron removidas, y de
nuevo se pudo ver al Cristo Rey. Nosotros también sabemos que Cristo es el Rey,
es el Señor, y aunque a veces no se ve, no es menos cierto ni menos real. Y la
venida de Cristo nos asegura que nuestros ojos van a ver la plenitud de su
reino y vamos a participar con él en esa nueva realidad. ¡A su nombre gloria!
No hay comentarios:
Publicar un comentario