Hace poco leí algo
que me hizo pensar. "Jesús dijo las verdades", afirmaba una carta
circular que me llegó, "pero nunca insultó, sino que trató con respeto a
todas las personas."
Esa visión de un
Jesús siempre amable es muy común, pero tenemos que preguntarnos si realmente
corresponde al Jesús del Nuevo Testamento. Todos tenemos una tendencia de
visualizar a Jesús, en mayor o menor grado, a nuestra propia imagen y
semejanza, conforme suponemos que debía haber sido y no como era.
Según el testimonio
de los cuatro evangelios, Jesús más de una vez insultaba a sus enemigos. El
cuarto evangelio nos relata que dijo a los judíos, "Ustedes son hijos de
su padre el diablo" (Jn. 8:31,44), que no era exactamente un piropo. A
Pedro en una ocasión lo llamó "Satanás" (Mt 16:23; Mr. 8:33; o agente
de Satanás, que también era insulto). Al rey Herodes le llamó "aquella
zorra" (Lc 13:32). Y a los escribas y fariseos, ¡con cuántos insultos no
los agredía! En un solo discurso mateano (Mat 23; cf. 6:1-3), Jesús los tilda
de vanidosos y pretenciosos, hipócritas (repetido siete veces, para mayor
énfasis), devoradores de casas de viudas, insensatos, necios, guías
ciegos, sepulcros blanqueados, serpientes y generación de víboras. ¡Qué
lenguaje más agresivo de este Nazareno!
Los profetas también
insultaban a menudo. Amós, llamó a las mujeres ricas de Samaria "vacas de
Basán". El término favorito de Ezequiel para los ídolos era
"excremento" (GiLûLîM, 38 veces entre 6:4 y 44:12 con el sentido de
"ese excremento que adoran ustedes"), una ofensa tan cruda que
ninguna versión hoy la traduce literalmente. Juan el Bautista llamó
"generación de víboras" a sus oyentes (Mt 3:70) y denunció los
pecados de Herodes, tan drásticamente que Herodes lo mató (Lc 3:19). San Pablo
denunció al mago Barjesús como "hijo del diablo" (Hch 13:10), acusó a
Bernabé y Pedro públicamente de hipocresía (Gal 2:12-14) y declaró malditos a
los judaizantes de Galacia y a todos los que predican otro evangelio (Gal 1:8;
cf. 5:1-13). En el Apocalipsis, Jesús llama a los judíos de Esmirna y
Filadelfia "sinagoga de Satanás" (Ap. 2:9; 3:9) y felicita a la
iglesia de Éfeso por aborrecer las obras y la doctrina de los nicolaítas, como él
también las aborrece (Ap. 2:6, ¡a la misma iglesia a la que acusa de perder el
primer amor 2.4; cf. 2:15!). A la iglesia de Pérgamo, Cristo viene con espada a
pelear contra esos nicolaítas. En 13:1-3, Juan muestra que el imperio romano
(la bestia, en su sentido inmediato) fue establecido por el dragón y que culto
al emperador era culto satánico. De la historia de la teología y sus invectivas
mordaces (Agustín, Lutero, Calvino), mejor ni hablar. Bastan los ejemplos
bíblicos.
Hay una paradoja muy significativa en las relaciones humanas
de Jesús. Se pronunció a favor de los pobres ("Bienaventurados ustedes los
pobres") pero era hostil contra los ricos ("Ay de ustedes
ricos", Lc 6:20,24; cf. Mt 19:23-26; Mr. 12:41; Lc 16:19; 18:23; 19:8-9). Para
"los de abajo" (publicanos, adúlteras, rameras, pobres) Jesús tenía
sólo palabra compasivas, de comprensión y perdón, mientras a "los de
arriba" (ricos, fariseos, sacerdotes, escribas), cuesta mucho encontrar
palabras que no sean severas y, reconozcámoslo, a menudo insultantes. Ni al
gran maestro Nicodemo le mostró deferencia alguna. Una paradoja similar marca
la figura de Jesús como Príncipe de Paz, pero que no había venido a traer paz a
la tierra sino espada (Mt 10:34):
Podemos notar aquí también que el Jesús de los evangelios se
enojaba ante la injusticia, la falsedad y el pecado (cf. Apoc 2:6). Nunca se
enojó por lo que le afectaba en lo personal; ante el juicio totalmente injusto
con que lo condenaron, no abrió su boca. Pero cuando sanó a un enfermo y los
fariseos, indiferentes al sufrimiento humano, se dedicaban a ponerle trampas
legalistas, vemos a Jesús "mirándolos alrededor con enojo, entristecido
por la dureza de sus corazones" (Mr. 3:5). Y a los mismos discípulos,
cuando impedían a los niños venir a él, "se indignó" (Gr aganaktew,
enojarse). A veces es pecado no enojarse. Un Jesús incapaz de enojarse ante la
injusticia no sería nada convincente, ni sería Hijo de Dios.
Tomás Münzer, el
reformador anabaptista del siglo XVI, protestaba "la bondad ficticia"
de un Cristo dulce, desconociendo al Cristo amargo de los evangelios. El Cristo
dulce es el Cristo de la gracia barata, domesticado y aburguesado, un Cristo
simpático y complaciente.
En fin ¿era Jesús
"amable" o no? Pues, ¿qué significa "amable"? Significa que
actúa movido y guiado por el amor. ¿Y qué es el amor? La esencia del amor no
consiste en sensaciones placenteras y sentimientos agradables. Si así fuera,
Jesús no podría mandarnos a amar a nuestros enemigos, que nos caen mal y no nos
agradan. Amor es fundamentalmente buscar el bien del otro, en las formas que
mejor corresponden. En la severidad de sus denuncias, Jesús expresaba su
profundo amor hacia los fariseos, aun en las expresiones que nos parecen
insultantes según los criterios de nuestra cultura moderna.
No cabe duda de que
tolerancia, generosidad y respeto son valores, pero no son los únicos valores
ni necesariamente los valores prioritarios. Sobre todo, no debemos imponerlos
encima de la figura del Jesús de los evangelios y de las exigencias de valentía
(aun osadía) profética que nos enseñan las escrituras.
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