LA INSPIRACION DE LA BIBLIA
La palabra «inspiración» viene de la traducción del
latín de theopneustos en 2 Timoteo
3:16, que la versión Reina-Valera expresa así: «Toda la Escritura es inspirada
por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en
justicia». Algunas traducciones dicen «inspirada de Dios», lo cual no es mejor
que lo que dice la versión Reina-Valera, porque theopneustos significa es-pirada más que ins-pirada
por Dios—divinamente ex-halada, más que in-halada. Durante el
siglo pasado, Ewald y Cremer argumentaron que el adjetivo llevaba un
significado activo: «inspirando el Espíritu», y parece que Barth está de
acuerdo. Él nota cómo su significado no es sólo «dado, lleno y gobernado por el
Espíritu de Dios», sino también «brotando activamente y esparciéndose hacia
afuera y haciendo conocer el Espíritu de Dios» (Church Dogmatics [Dogmática de la iglesia], 1.2); pero B.
B. Warfield mostró decisivamente en 1900 que el sentido de la palabra sólo
puede ser pasivo. El pensamiento no es de Dios como exhalando a Dios, sino de
Dios como habiendo exhalado la Escritura. Las palabras de Pablo significan no
que la Escritura es inspiradora (aunque lo es), sino que la Escritura es un
producto divino, y debe ser enfocada y estimada como tal.
El «soplo» o «espíritu» de Dios en el Antiguo Testamento denota que el
poder de Dios sale en forma activa, ya sea en la creación (Salmo 33:6; Job
33:4; compare Génesis 1:2; 2:7), preservación (Job 34:14), revelación a y a
través de los profetas (Isaías 48:16; 61:1; Miqueas 3:8; Joel 2:28 y
siguientes), regeneración (Ezequiel 36:27), o juicio (Isaías 30:28, 33). El
Nuevo Testamento revela su «aliento» divino (en el griego pneuma) como una
Persona de Dios. El «aliento» de Dios (el Espíritu Santo) produjo la Escritura
como un medio de proporcionar comprensión espiritual. Ya sea que adoptemos pasa graphe como «toda la
Escritura» o «cada versículo», el significado de Pablo está claro más allá de
toda duda. Él afirma que todo lo que viene en la categoría de Escritura, todo
lo que tiene un lugar entre las «Sagradas Escrituras» (hiera grammata, 2 Timoteo
3:15), sólo por el hecho de que Dios lo ha exhalado, es útil para guiar tanto
la fe como la vida.
Basándose en este texto paulino, la teología usa regularmente la palabra
«inspiración» para expresar el pensamiento del origen y la calidad divinos de
la Santa Biblia. En forma activa, el sustantivo denota la operación de exhalar
de Dios que produjo la Escritura: pasivamente, la calidad de inspirada de las
Escrituras que así se produjeron. La palabra se usa también en forma más
general para referirse a la influencia divina que capacitó a los instrumentos
humanos de la revelación—los profetas, salmistas, hombres sabios y
apóstoles—para hablar, así como escribir, las palabras de Dios.
LA IDEA DE LA
INSPIRACIÓN BÍBLICA
De acuerdo a 2
Timoteo 3:16, lo que es inspirado son precisamente los escritos bíblicos. La
inspiración es una obra de Dios terminando, no en los hombres que iban a
escribir las Escrituras (como si, habiéndoles dado una idea sobre lo que debían
decir, Dios los dejara para que ellos mismos encontraran la forma de
expresarla), sino en el producto escrito. Es la Escritura—graphe, el texto
escrito—lo que es inspirado por Dios. La idea esencial aquí es que toda la
Escritura tiene el mismo carácter que tenían los sermones de los profetas
cuando los predicaban y cuando los escribían (compare 2 Pedro 1:19–21, sobre el
origen divino de toda «profecía de la Escritura»). Esto quiere decir que la
Escritura no es sólo la palabra de un hombre—el fruto del pensamiento humano,
premeditación y arte—sino también e igualmente la palabra de Dios, hablada a
través de los labios del hombre o escrita con la pluma de un hombre. En otras
palabras, la Escritura tiene paternidad literaria doble, y el hombre es
solamente el autor secundario; el autor principal, a través de cuya iniciativa,
llamado y capacitación y bajo cuya supervisión cada escritor humano hizo su
trabajo, es Dios el Espíritu Santo.
La revelación a los profetas era principalmente verbal; a menudo tenía un
aspecto visionario, pero aun «la revelación en visiones es también revelación
verbal» (L. Koehler, Old
Testament Theology [Teología del Antiguo Testamento], E.T. 1957).
Brunner ha observado que en «las palabras de Dios, las cuales los profetas
proclamaron como haber recibido directamente de Dios, y haber sido comisionados
a repetirlas, tal como las han recibido … tal vez podamos encontrar la analogía
más cercana al significado de la teoría de la inspiración verbal» (Revelation and Reason [Revelación y
razón]). Por cierto
que sí; encontramos no simplemente una analogía a ella, sino el paradigma de
ella; y «teoría» es la palabra incorrecta, porque es simplemente la doctrina
bíblica misma. La inspiración bíblica debería ser definida en los mismos
términos teológicos que la inspiración profética: a saber, como todo el proceso
(múltiple, sin duda, en sus formas psicológicas, como era la inspiración
profética) por el cual Dios movió a esos hombres que había elegido y preparado
(compare Jeremías 1:5; Gálatas 1:15) para escribir claramente lo que él quería
escrito, para la comunicación del conocimiento salvador a su pueblo, y a través
de ellos al mundo. Por lo tanto, la inspiración bíblica es verbal por su misma
naturaleza, porque la Escritura inspirada de Dios consiste de las palabras
dadas por Dios.
Así, la Escritura inspirada es revelación escrita, al igual que los
sermones de los profetas eran revelación hablada. El registro bíblico de la
autodeclaración de Dios en la historia redentora no es simplemente testimonio
humano de revelación, sino que es revelación en sí mismo. La inspiración de la
Escritura era una parte integral del proceso de revelación, porque en la
Escritura, Dios le dio a la iglesia su obra salvadora en la historia, y su
propia interpretación autoritativa del lugar de ella en su plan eterno. «Así ha
dicho el Señor» podría ser colocado al principio de cada libro con la misma
propiedad con la que es usado (359 veces, de acuerdo a Koehler) en las
declaraciones proféticas individuales que contiene la Escritura. La
inspiración, por lo tanto, garantiza la verdad de todo lo que afirma la Biblia,
al igual que la inspiración de los profetas garantizaba la verdad de su
representación de la mente de Dios. («Verdad» aquí denota correspondencia entre
las palabras del hombre y los pensamientos de Dios, ya sea en el campo de los hechos
o del significado.) Como verdad de Dios, el Creador del hombre y Rey verdadero,
la instrucción bíblica, como los oráculos de los profetas, tiene autoridad
divina.
LA PRESENTACIÓN
BÍBLICA
La idea de la
Escritura canónica (por ejemplo, de un documento o cuerpo de documentos que
contiene un registro autoritativo permanente de revelación divina) se remonta a
cuando Moisés escribió la ley de Dios en el desierto (Éxodo 34:27 y siguientes;
Deuteronomio 31:9 y siguientes, 24 y siguientes). La verdad de todas las
declaraciones históricas o teológicas que hacen las Escrituras y su autoridad
como palabra de Dios se asumen sin preguntas o discusión en los dos
Testamentos. El canon aumentó, pero el concepto de inspiración, que presupone
la idea de canonicidad, estaba totalmente desarrollado desde el principio y no
ha sido cambiado a través de la Biblia. Al presente consta de dos convicciones:
1. Las
palabras de la Escritura son las propias palabras de Dios. Los pasajes del
Antiguo Testamento identifican la ley de Moisés y las palabras de los profetas,
ambas habladas y escritas, con las propias palabras de Dios (compare 1 Reyes
22:8–16; Nehemías 8; Salmo 119; Jeremías 25:1–13; 36, etcétera). Los escritores
del Nuevo Testamento veían al Antiguo Testamento en su totalidad como «la
palabra de Dios» (Romanos 3:2), profética en carácter (Romanos 16:26; compare
1:2; 3:21), escrita por hombres a quienes el Espíritu Santo movió y enseñó (2
Pedro 1:20; compare 1 Pedro 1:10–12). Cristo y los apóstoles citaban textos del
Antiguo Testamento, no sólo como lo decían hombres como Moisés, David o Isaías
(vea Marcos 7:6, 10; 12:36; Romanos 10:5, 20; 11:9), sino también como lo que
Dios dijo a través de esos hombres (vea Hechos 4:25; 28:25), o a veces
simplemente como lo que «él» (Dios) dice (1 Corintios 6:16; Hebreos 8:5, 8), o
lo que dice el Espíritu Santo (Hebreos 3:7; 10:15). Además, las declaraciones
del Antiguo Testamento, no hechas por Dios en sus contextos, son citadas como
declaraciones de Dios (Mateo 19:4 y siguientes; Hebreos 3:7; Hechos 13:34,
citando Génesis 2:24; Salmo 95:7; Isaías 55:3 respectivamente). Pablo también
se refiere a la promesa de Dios a Abraham, y a su amenaza al faraón, ambas
dichas mucho antes de que se escribiera el registro bíblico, como palabras que
la Escritura habló a esos hombres (Gálatas 3:8; Romanos 9:17), lo que
muestra que Pablo igualaba completamente las declaraciones de la Escritura con
las palabras pronunciadas por Dios.
2. La parte
del hombre en la producción de la Escritura fue simplemente transmitir lo que
había recibido. Psicológicamente, desde el punto de vista del formato,
queda claro que los escritores humanos contribuyeron mucho a la composición de
la Escritura—investigación histórica, meditación teológica, estilo lingüístico,
etcétera.
En un sentido, cada libro de la Biblia es la creación literaria de su
autor. Pero teológicamente, desde el punto de vista del contenido, la Biblia
considera que los escritores humanos no contribuyeron nada y que la Escritura
es totalmente la creación de Dios. Esta convicción está arraigada en el
conocimiento de los fundadores de la religión bíblica, todos los cuales
afirmaban expresar—y en el caso de los profetas y de los apóstoles, escribir—lo
que eran, en el sentido más literal, las palabras de otro: Dios mismo. Los
profetas (entre los cuales se debe contar a Moisés: Deuteronomio 18:15; 34:10)
profesaban hablar las palabras del Señor, colocando ante Israel lo que el Señor
les había mostrado (Jeremías 1:7; Ezequiel 2:7; Amós 3:7). Jesús de Nazaret
indicó que hablaba las palabras que su Padre le daba (Juan 7:16; 12:49). Los
apóstoles enseñaban y daban mandamientos en el nombre de Cristo (2
Tesalonicenses 3:6), reclamando así su autoridad y cumplimiento (1 Corintios
14:37), y afirmaban que tanto el contenido como sus palabras se los había
enseñado el Espíritu Santo (1 Corintios 2:9–13; compare las promesas de Cristo,
Juan 14:26; 15:26 y siguientes; 16:13 y siguientes). Estas son alegaciones a la
inspiración. A la luz de estas afirmaciones, la evaluación de los escritos
proféticos y apostólicos como la palabra de Dios en su totalidad—en el mismo
sentido en que las dos tablas de la ley «escritas con el dedo de Dios» (Éxodo
31:18; compare 24:12; 32:16) eran totalmente la palabra de Dios—naturalmente
llegaron a ser parte de la fe bíblica.
Cristo y los apóstoles dieron notable testimonio del hecho de la
inspiración por su apelación a la autoridad del Antiguo Testamento. En efecto,
aseveraron que las Escrituras judías eran la Biblia cristiana: una colección de
obras literarias proféticas que daban testimonio de Cristo (Lucas 24:25, 44;
Juan 5:39; 2 Corintios 3:14 y siguientes) y diseñadas por Dios para la
instrucción de los creyentes en Cristo (Romanos 15:4; 1 Corintios 10:11; 2
Timoteo 3:14 y siguientes; compare la exposición del Salmo 95:7–11 en Hebreos
3–4, y en efecto todo el libro de Hebreos, en el cual se prueba cada punto
principal citando textos del Antiguo Testamento). Cristo insistió que la
Escritura que estaba en el Antiguo Testamento «no puede ser quebrantada» (Juan
10:35). Él les dijo a los judíos que no había venido para abrogar la ley o a
los profetas (Mateo 5:17); si pensaban que lo estaba haciendo, estaban
equivocados. Él había venido para hacer lo contrario—para dar testimonio de la
autoridad divina de ambos al cumplirlos. La ley existirá para siempre porque es
la palabra de Dios (Mateo 5:18; Lucas 16:17); las profecías, particularmente
las que se refieren a sí mismo, deben ser cumplidas por la misma razón (Mateo
26:54; Lucas 22:37; compare Marcos 8:31; Lucas 18:31). Para Cristo y sus
apóstoles, la apelación a la Escritura siempre era decisiva (compare Mateo 4:4,
7, 10; Romanos 12:19; 1 Pedro 1:16).
La libertad con la que los escritores del Nuevo Testamento citaron al
Antiguo Testamento (siguiendo a la Septuaginta, los tárgumes o una
interpretación a propósito del hebreo, como mejor les parecía) ha sido usada
para demostrar que no creían en la inspiración de las palabras originales. Pero
el interés de ellos no estaba en las palabras como tales, sino en su significado;
y un estudio reciente ha hecho parecer que esas citas son interpretativas y
expositivas—una forma de citas muy bien conocida entre los judíos. Los
escritores buscan indicar el verdadero significado (es decir, cristiano) y la
aplicación de su texto por la forma en que lo citan. En la mayoría de los
casos, este significado evidentemente ha sido alcanzado por una aplicación
estricta de principios teológicos claros acerca de la relación de Cristo y la
iglesia al Antiguo Testamento.
DECLARACIÓN
TEOLÓGICA
Al formular la
idea bíblica de la inspiración, es bueno destacar cuatro puntos negativos:
1. La idea no
es de dictado mecánico, escritura automática, ni de cualquier proceso que
involucrara la suspensión del uso de la mente del escritor. Tales conceptos de
inspiración se encuentran en el Talmud, Filón y los Padres, pero no en la
Biblia. La dirección y el control divinos bajo los que los autores bíblicos
escribieron no fue una fuerza física o psicológica, y no le restó, sino que por
el contrario realzó, la libertad, espontaneidad y creatividad de sus escritos.
2. El hecho de
que en la inspiración Dios no anuló la personalidad, el estilo, el enfoque y la
tendencia cultural de sus escritores no quiere decir que el control de Dios de
ellos era imperfecto, o que inevitablemente distorsionaron la verdad que se les
había dado para transmitir en el proceso de escribirla. B. B. Warfield se burla
gentilmente de la noción de que cuando Dios quiso que las cartas de Pablo se
escribieran,
Él tuvo la
necesidad de bajar a la tierra y cuidadosamente escudriñar a los hombres que
encontró allí, buscando ansiosamente a aquel que, en la forma más completa,
cumpliera mejor su propósito; y luego violentamente forzar el material que Él
quería expresar a través de ese hombre, contra su tendencia natural, y con tan
poca pérdida por sus características recalcitrantes como fuera posible. Por
supuesto que nada de eso sucedió. Si Dios quiso darle a su pueblo una serie de
cartas como las de Pablo, Él preparó a un Pablo para que las escribiera, y el
Pablo que escogió para la tarea fue un Pablo que escribiría esas cartas en
forma espontánea. (The
Inspiration and Authority of the Bible)
3. La
inspiración no es una cualidad que se agrega a las corrupciones que se
introducen en el curso de la transmisión del texto, sino que se aplica sólo al
texto tal como los produjeron los escritores inspirados. El reconocimiento de
la inspiración bíblica, por lo tanto, hace más urgente la tarea de la crítica
meticulosa del texto, para eliminar tales corrupciones y confirmar lo que fue
el texto original.
4. La calidad
de la inspiración de los escritos bíblicos no debe ser igualada con la
inspiración de gran literatura, ni aun cuando (como a menudo es cierto) los
escritos bíblicos son en realidad gran literatura. La idea bíblica de la
inspiración no se relaciona a la calidad literaria de lo que está escrito sino
a su carácter de revelación divina por escrito.
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