LA LITERATURA EN LOS TIEMPOS BIBLICOS
La Biblia se puede
entender mejor y apreciar más si la miramos en su ambiente histórico. Esto
incluye el conocimiento de otros escritos que existieron tanto antes como
durante el tiempo en que se escribieron las Santas Escrituras.
Algunos lectores de la Biblia asumen que este libro sin igual es tan
diferente de otros escritos que no se debería intentar ninguna comparación. En
el otro extremo, algunos colocan a la Biblia al mismo nivel de otros escritos
de ese período—escritos que salieron a la luz principalmente en el siglo
pasado. Es en parte una reacción a este error, aunada a un rechazo consciente
de los libros apócrifos, lo que ha causado que muchos cristianos evangélicos
hayan pasado por alto la enorme riqueza de obras literarias que tenemos de los
tiempos bíblicos. La mejor manera de familiarizarnos con la relación de las
Escrituras a la literatura del ambiente cultural que las rodeaba y de llegar a
convencernos de la importancia de tal información es citar algunos ejemplos
específicos. Esto también servirá para presentar la información de fondo
necesaria para entender la naturaleza de la conexión entre la Biblia y esos
escritos extrabíblicos. A partir de entonces podremos responder a preguntas
acerca de los orígenes de los escritos de varias personas del mundo bíblico, y
examinar los tipos de literatura que datan de siglos y aun milenios antes de
Cristo.
LA LITERATURA
EXTRABÍBLICA Y LOS PRIMEROS LIBROS DE LA BIBLIA
Aparte de un
círculo interno de eruditos pioneros y de aquellos con razones profesionales o
académicas para leer estas publicaciones, la literatura religiosa del Cercano
Oriente no es ampliamente conocida. Mucho de lo que han descubierto los
arqueólogos en sus excavaciones ha sido descifrado y publicado, pero pocos lo
han leído extensamente. Sin motivación o guía para hacerlo, muy pocos
estudiantes de la Biblia investigarían una colección de literatura muy
significativa que se relaciona con la Biblia, especialmente con los primeros
libros de ella.
Para comenzar, miremos primero el Pentateuco, los cinco libros de Moisés, y
el libro del Génesis en particular. El lector del libro del Génesis debería
sorprenderse inmediatamente con el contraste en ritmo y estilo entre los
primeros once capítulos y los capítulos siguientes. Génesis 1–11 es formal, muy
estructurado, altamente selectivo y se concentra en el contenido. Al contrario,
comenzando con el capítulo 12 encontramos que las vidas de Abraham y los
patriarcas de las tres generaciones sucesivas son tratadas con gran detalle.
Se podría argumentar que algunos hechos del período anterior simplemente se
perdieron y, por lo tanto, no le fueron accesibles a Moisés en su época. Pero
para los que reconocen la inspiración divina de las Santas Escrituras es más
aceptable creer que el propósito de Dios fue colocar el énfasis en su plan
redentor para su pueblo elegido y para todo el mundo, ya que el plan se iba a
efectuar a través de la simiente de Abraham. Por lo tanto, la información se
expande a medida que entramos en la historia de Abraham.
Sin embargo, con respecto a la literatura comparativa, hay otra cosa
significativa acerca del contraste que se observa entre Génesis 1–11 y los
capítulos 12–50. La primera sección tiene mucho del tono pesado y sombrío y la
casi simétrica estructura de la cultura mesopotámica de la cual vino Abraham.
La narrativa que sigue comparte el sabor más sensible, y a veces brillante, de
la creatividad egipcia. Recuerde que Moisés, el autor humano, fue muy bien
instruido en «toda la sabiduría de los egipcios, y era poderoso en palabra y en
obra» (Hechos 7:22, NVI). De todos los hombres que conocemos de aquella época,
Moisés fue el que estaba mejor capacitado para haber escrito los cinco primeros
libros del canon de la Biblia.
Sin embargo, aún más básico y significativo es el asunto de la forma literaria
del Pentateuco como una totalidad. En las últimas décadas se ha arrojado mucha
luz sobre esto. El ambiente histórico de cuando se escribió el Pentateuco es el
asombroso éxodo de los israelitas de Egipto y la formación de una nación bajo
Dios en el Sinaí. Allí el Redentor hizo un pacto con su pueblo. Los primeros
libros de las Escrituras hebreas son por naturaleza un documento de pacto,
en los que se registra el origen, la intención y los requisitos de esta
relación de pacto entre Israel y Dios, su Rey.
Estudios recientes sobre pactos antiguos del Cercano Oriente, especialmente
de documentos de tratados del segundo milenio a.C., han revelado sorprendentes
paralelos a la colección mosaica. En particular, los tratados de protectorado
preparados por los reyes del imperio hitita tienen varias características que
son notablemente similares al libro de Deuteronomio y también al Pentateuco
como una unidad. Mientras que la experiencia de Israel y su relación especial
con Dios su Señor son únicas, el formato con el cual el Señor confirmó esa
relación concuerda plenamente con el patrón familiar de su sociedad
contemporánea.
Es necesaria una palabra de explicación en cuanto a estos acuerdos de
protectorado. A diferencia del gobierno absoluto de un soberano sobre su nación
local o de un emperador sobre las divisiones de su imperio, el protectorado
ejercía el control sobre una nación más pequeña o débil en asuntos
internacionales, mientras que le permitía un grado mayor de independencia en el
nivel doméstico. De hecho, el contrato o tratado que le ofrecía a su subyugado
vecino, por lo general, era bastante ventajoso, tanto en lo económico como en
lo relacionado a la seguridad militar. Al igual que en el pacto del Sinaí, que
el Dios soberano le presentó a su pueblo elegido, era el gran rey mismo
el que designaba los términos del pacto, sobre la base de lo-tomas-o-lo-dejas
(esto último bajo la amenaza de ser abandonados o de algo peor). La oferta del
Señor a Israel fue bajo los términos de «si obedecen … entonces yo los bendeciré».
Varios elementos específicos de estos tratados se reflejan claramente en la
ley mosaica. Después de un corto preámbulo, un prólogo detalla la ocasión del
pacto, a menudo alguna victoria militar en la región. Luego se estipulan las
especificaciones—los términos básicos (como el decálogo bíblico), seguidas de
las leyes subordinadas o estatutos. Hasta aquí, estos cuatro elementos se
encuentran en ese orden en el libro de Deuteronomio, un documento de pacto
renovado (para la segunda generación después de haber salido de Egipto), como
también se encuentran una cláusula de documento y sanciones. Estos artículos
posteriores incluyen la provisión para las ceremonias de aceptación e
instrucciones para colocar una copia en el lugar sagrado (para Israel, el arca
del pacto) y lecturas públicas de las leyes. El tratado de las maldiciones por
romper los términos y las bendiciones por la fidelidad también se ve en el
homólogo bíblico. Aplicado al Pentateuco en su totalidad, podemos comparar los
primeros capítulos del Génesis al preámbulo, el resto del Génesis y parte del
Éxodo al prólogo histórico, y de Éxodo 19 hasta Levítico a las estipulaciones
del tratado.
Hemos tratado estas comparaciones extensamente porque sirven muy bien para
ilustrar la relación general del contenido bíblico con los escritos
extrabíblicos. Es decir, mientras que la Biblia es verdaderamente distinta de
todos los escritos humanos en un sentido, fue diseñada providencialmente para
ser entendida con facilidad y está adaptada a la manera de pensar de la gente
que la recibía. Hoy podemos entender mejor lo que dice y cómo aplicar sus
enseñanzas a nuestra propia época si aprendemos algo del contexto en el cual
tuvo su origen.
El a menudo debatido «relato doble» de la creación, Génesis 1–2, tal vez se
pueda explicar mejor por esta orientación de pacto del material. La primera
señal de pacto que Dios designó para sus criaturas, para que expresaran
reconocimiento de que él era su Creador, fue el día de reposo, al cual señalan
los seis días de la creación en el primer capítulo. El capítulo 2, a su vez,
lleva a la relación de pacto más importante en la tierra, el vínculo
matrimonial.
Mucho antes de que los eruditos bíblicos se dieran cuenta de la comparación
anterior de los tratados tipo protectorado, las mismas leyes mosaicas eran
vistas a la luz de códigos legales aún más antiguos. Por ejemplo, el código de
Hammurabi antecede a Moisés por dos siglos por lo menos, y los de Eshnunna
(babilonio), Ur-Nammu y Lipit-Ishtar (ambos sumerios) son aún más antiguos.
Diremos más a continuación acerca de este y de otro material mitológico según
se relacionan a las narraciones de la creación y del diluvio en el Génesis.
La historia verdadera de la actividad literaria en los tiempos antiguos fue
armada cuando se analizaron los fragmentos excavados de una amplia área; esta
actividad fue realizada por muchos arqueólogos en varias expediciones. Las
tablas de arcilla con escritura sumeria cuneiforme (escritura con una forma de
cuña) datan de alrededor de 1750 a.C., y fueron recuperadas por la excavación
realizada por la Universidad de Pennsylvania en Nippur (Iraq, la Mesopotamia
antigua), hace unos setenta y cinco años. Entre ellos había un catálogo de
literatura que data de por lo menos 2000 a.C., indicando que ya se había inventado
la escritura y que se había producido literatura en el tercer milenio a.C. La
mayoría de los eruditos opina que la escritura jeroglífica egipcia de escribir
con dibujos fue un desarrollo independiente, tal vez bajo la influencia de la
escritura sumeria más antigua. No mucho después del rey Menes, fundador de la
primera dinastía egipcia alrededor de 3000 a.C., parece que se había
desarrollado un sistema fonético de jeroglíficos. Los escribas babilonios y
asirios tomaron ideogramas sumerios y los adaptaron a un silabario fonético
para registrar su propio lenguaje semítico, conocido en forma colectiva como
acadio. Para mediados del segundo milenio a.C., los cananeos de Ugarit habían
simplificado la escritura cuneiforme a un verdadero abecedario de sólo treinta
letras simples, mientras que al sur de ellos se produjo un abecedario linear.
Los hebreos usaron el último, y más tarde los fenicios lo llevaron a Europa y a
otros lugares.
Se encontraron miles de tablillas de arcilla, que datan del reinado del rey
asirio Asurbanipal (circa 650 a.C.), en la biblioteca real de Nínive, durante
un período de alrededor de veinticinco años de excavación en la segunda mitad
del siglo XIX. Estas no eran sino copias de composiciones mucho más antiguas
que venían de tiempos sumerios. Entre ellas se encontraban la creación épica
titulada Enuma Elish, y la versión babilonio-asiria del gran diluvio,
una parte de la Épica de Gilgamés. Un número aún mayor de tablillas (más de
20.000) fue descubierto en la década de 1950 en Mari, en el Río Éufrates, al
noroeste de Babilonia. La mayoría de estas era documentos seculares, registros
políticos y de negocios y transferencias de dinero.
En la costa mediterránea de Siria aparecieron cartas y documentos
religiosos, épicos y comerciales al mismo tiempo que en Ugarit. Por su
contenido se les ha fechado como pertenecientes al período desde 1400 a 1200
a.C. En años recientes se ha hecho un descubrimiento igual de valioso de
numerosas tablillas de la antigua Ebla, al noreste de Ugarit, cuyo contenido
trata de un período unos cuatrocientos años antes de Abraham.
De esos hallazgos esporádicos, vistos en comparación con el canon completo
de las Escrituras hebreas, podemos obtener un cuadro sorprendentemente completo
de los tipos de intereses literarios que existían entre los pueblos de la
antigüedad. La tradición sumerio-acadia permanece como un bloque mayor
comparada con las producciones más creativas y variadas de los egipcios. Los
egipcios también tenían sus muy complejos mitos y un Libro de los muertos,
una guía para la vida después de la muerte. Entre esas dos culturas, e
influenciados por ambas, se encontraban los cananeos, cuya literatura era muy
semejante a la hebrea bíblica en lenguaje, y nos da algunos de los paralelos
más cercanos a la misma Biblia, y aunque teológicamente le faltaba mucho, era
similar en las expresiones poéticas y en la terminología religiosa. Lo poco que
poseemos de los textos moabitas, arameos y fenicios también muestra lo cercanas
que estaban sus formas literarias a las de los hebreos.
Durante mucho tiempo se ha enseñado que la cultura y la literatura griega y
la romana (latina) deben ser vistas como mundos aparte de las de la vida
oriental. Sin embargo, estudios hechos por el profesor Cyrus H. Gordon y otros
han indicado mucho más contacto y cambio de ideas entre personas de la cuenca
mediterránea de lo que han afirmado los eruditos tradicionales. Por cierto que
las diferencias culturales eran más pronunciadas en los tiempos
intertestamentarios y en los tiempos del Nuevo Testamento. Pero cuanto más
atrás vamos en el tiempo—hasta llegar al período que Homero idealiza en su
épica, y personificado en la historia israelita por las hazañas de los jueces y
reyes hebreos de la monarquía unida—más entretejidas están las raíces culturales.
Aun la Eneida, la épica latina de Virgilio, contiene elementos que
reflejan los tiempos bíblicos.
Por supuesto que es en los escritos del Nuevo Testamento, que están dentro
del contexto grecorromano, que la koiné griega prevaleció como la lingua franca.
Algunas cartas en papiros, que se han preservado en las arenas secas de Egipto,
son similares en estilo a las epístolas del Nuevo Testamento. Heródoto, un
historiador del siglo V a.C., estableció una elevada norma de observación y
narración, ayudando a preparar el camino para los relatos objetivos del
ministerio de Cristo y de los apóstoles en los cuatro Evangelios y en Hechos.
ESTILOS Y
GÉNEROS LITERARIOS ANTIGUOS
Antes de
resumir la influencia real de estas literaturas religiosas y seculares en la
producción de la Biblia, es necesario repasar los muchos géneros, o tipos, de
material literario que se encuentran entre estas varias naciones, lenguajes y
culturas. Los tipos literarios son entre ocho y quince, de acuerdo a si
combinamos o hacemos una distinción entre ciertos subgéneros.
Acordemos que hay nueve tipos importantes de literatura, teniendo presente
que tipos similares (depurados de aberraciones teológicas y de hechos) se
muestran en mayor o menor grado en nuestra Biblia.
1. En su
mayoría, los documentos que se encuentran en algunos lugares son documentos
comerciales. Desde tiempos muy antiguos, las operaciones de negocios usaron la
escritura en forma práctica para mantener sus registros y para la confirmación
de sus acuerdos.
2. No muy lejos
de este propósito se encontraría el uso epistolar, es decir, la comunicación
personal entre oficiales o amigos.
3. Los códigos
legales y los registros de las cortes también eran esenciales para manejar la
vida comunal. Sólo tales documentos escritos podían asegurar la uniformidad de
la práctica.
4. En la
antigüedad, los documentos políticos, tales como los tratados que describimos
antes, eran considerados sacrosantos e inviolables. Se hacían copias para todas
las partes involucradas, para el depósito sagrado y para el anuncio público.
Todavía se están descubriendo pistas nuevas que indican la amplia y
sorprendente capacidad de leer y escribir que existía en la antigüedad.
5. Los
materiales historiográficos no están muy lejos de la categoría anterior, puesto
que los registros de los sucesos del momento, tales como las crónicas de los
reyes, a menudo eran de naturaleza política propagandista. Los escritos épicos
eran una combinación de hechos y fábulas. Los textos proféticos de augurio
pueden ser colocados bajo una de dos categorías que todavía no hemos nombrado,
pero existe una buena razón para nombrarlos aquí. El sistema «científico» de
predicción que pretenden sostener sería patentemente impracticable si los
eventos que contienen esos textos no fueran históricamente exactos. Los textos
de augurio a menudo prueban ser manifiestamente más confiables que las crónicas
de los reyes.
6. Las
composiciones poéticas ocurren en todas las culturas que ya hemos mencionado, a
menudo con contenido religioso, a veces épico, ocasionalmente divertido; hasta
se han encontrado en el prólogo y el epílogo del famoso código de ley
Hammurabi.
7. La
literatura religiosa de los pueblos vecinos es, con toda seguridad, lo que
alguien que no es especialista pensaría en un principio cuando le pidieran que
considerara materiales comparativos. La Biblia en sí misma es, sobre todo, un
libro «religioso». Esperamos que lo que se ha dicho hasta ahora haya informado
al lector lo suficiente como para hacerlo consciente de que en realidad muchas
diferentes categorías de escritos humanos han influido en varias porciones y en
varios aspectos de nuestras Escrituras. En realidad, los textos religiosos o
las inscripciones fúnebres, votivas (referentes a los pactos), y de naturaleza
ritualista, todos tienen influencia en algunos detalles dentro de la Biblia.
Pero la subcategoría a que generalmente nos referimos como mitológica siempre
ha atraído el mayor interés y análisis, ya sea que este merezca ser el caso o
no.
8 y 9. Unidas
muy de cerca con la expresión religiosa en sí estarían la categoría (8)
literatura de sabiduría y (9) los escritos proféticos. La primera se encuentra
en una variedad de formas entre los babilonios (escritos cosmológicos que se
enfocan en Ishtar [Astarté], la reina del cielo), los egipcios, los cananeos y
los arameos. Se ha afirmado que cada uno de estos ha tenido una influencia
directa en el pensamiento y la escritura hebrea, especialmente las fuentes
egipcias y cananeas. Los adivinos, videntes y profetas extáticos abundaban
durante el tiempo del mundo bíblico, y se ha escrito mucho para identificar a
los profetas hebreos con ellos. Sin embargo, el hecho es que tanto el tipo de
mensaje como los escritos de los profetas de Israel no tienen paralelo.
Los escritos apocalípticos («descubierto, revelado») son un tipo
especializado de material (seudo-) profético. Constituyen una clase única de
escritos intertestamentarios judíos y de los cristianos primitivos, ambos
imitando pasajes encontrados en Ezequiel, Daniel y el libro del Apocalipsis del
Nuevo Testamento, y pretenden ser la obra literaria de algún santo del Antiguo
Testamento. Esto se hizo para darles autoridad a los escritos en una época en
que la palabra profética auténtica había cesado.
LA INFLUENCIA
DE LA LITERATURA ANTIGUA EN LA BIBLIA
En cuanto a la
influencia de la literatura antigua en la Biblia, ya se ha mostrado que
mientras que la Biblia tiene elementos que son paralelos a todas esas
categorías literarias, es en sí misma un producto diferente. Los efectos sobre
ella de escritos extrabíblicos son indiscutiblemente limitados y controlados
por virtud de su origen divino. Aunque la Biblia cita otra literatura unas
pocas veces (por ejemplo, vea Números 21:14; Josué 10:13; 2 Samuel 1:18; 2
Reyes 1:18; 1 Crónicas 29:29; Hechos 17:28; 1 Corintios 15:33 (NVI); Tito 1:12;
Judas 9, 14), la relación es que comparten el medio literario y el modo de
expresión, más que la fuente o la determinación directa.
Como mencionamos antes, la mayoría de las personas pensaría que los
escritos mitológicos antiguos, tanto los de tema cosmológico como los épicos,
serían los más cercanos al contenido de la Biblia. Pero las presentaciones
teológicas e históricas contrastan tanto que no vale la pena compararlas. Se
podría hacer una comparación válida entre la estructura poética y el
repertorio, como también entre la terminología ritualista (de culto) de Ugarit
(cananea) y el Antiguo Testamento, pero aquí también las presunciones
teológicas de ambos son polos opuestos.
Hemos indicado ya la marcada distinción entre el profetismo en Israel y el
fenómeno similar aparente en las culturas que los rodeaban. La fuente o el
factor causante hace una diferencia crucial también aquí. Tal vez el vínculo
más cercano, o el estilo y contenido compartido, aparece en la literatura de
sabiduría. Esto merece una explicación.
A través del Cercano Oriente antiguo se había desarrollado una clase de
hombres sabios—escribas que tanto creaban como coleccionaban dichos sagaces.
Por lo general, estas personas eran patrocinadas por los reyes (vea Proverbios
25:1) o por los sacerdotes. Los instructores de los jóvenes egipcios instaban a
estos a que aspiraran a la profesión de escribas como la profesión más noble y
de influencia. Los escribas eran entrenados usando literatura de sabiduría, y también
escribían literatura de sabiduría. Esta forma particular de escritura ha
compartido tanto en común en las varias culturas, que existe un debate que no
se ha solucionado, por ejemplo, sobre quién tomó de quién en el caso del
paralelo cercano entre Proverbios 22:17 hasta 23:14 y «La sabiduría de
Amenemope» de Egipto. Además de la categoría apocalíptica antes mencionada, la
literatura de sabiduría era popular con los escritores intertestamentarios en
libros apócrifos tales como Eclesiástico (o Sirácida) y La Sabiduría de
Salomón, junto con el tratado rabínico Pirqe Aboth (Dichos de los
padres).
Los críticos de la Biblia del siglo XIX propusieron que ambos, las
narrativas antiguas y los complejos códigos legales del Pentateuco, fueron de
múltiples escritores, y que habían sido compuestos y reescritos a través de
varios siglos. La teoría de ellos fue una teoría de desarrollo o evolución.
Para el siglo XX, los arqueólogos habían desenterrado y traducido mitos
relacionados con la creación, el diluvio y con los códigos de la ley real
fechados mucho antes de Moisés. Los críticos entonces modificaron sus teorías,
insistiendo que los hebreos tomaron de las fuentes babilónicas. Descubrimientos posteriores
y un análisis comparativo cuidadoso han apoyado la independencia de la Biblia
en lo referente al origen de su contenido. Es en la esfera del lenguaje y del
estilo, y varias formalidades, que la literatura extrabíblica nos ayuda a
colocar a las Santas Escrituras en su contexto histórico y literario apropiado.
El mundo del Nuevo Testamento estaba grandemente influenciado por la
cultura griega (el «helenismo») y la administración romana. La sociedad
combinada grecorromana contribuyó a la forma de la Escritura del Nuevo
Testamento, sin embargo no perdió en realidad sus raíces judaicas. Esto se ha
demostrado por medio de estudios intensivos y comparación de los Evangelios,
Hechos (en realidad Lucas-Hechos como una categoría de «historia general» de
literatura helenística), y los varios tipos de cartas del Nuevo Testamento con
documentos y fragmentos de documentos antiguos del mundo mediterráneo.
Es interesante observar la forma en que los eruditos, en el campo combinado
de clásicos (estudios griegos y latinos) y del Nuevo Testamento, se esfuerzan y
luchan—discrepando los unos de los otros—para señalar paralelos exactos entre
los escritos bíblicos y los seculares. Los expertos literarios hablan de las
características genéricas: «forma» (estilo lingüístico e idioma), «contenido»
(materia), y «función» (el propósito del autor). No es sorprendente que en la
primera categoría haya paralelos cercanos y útiles (que ayudan a la comprensión
y aceptación). La tercera característica tiene influencia general pero no
conexión precisa. Es cuando llegamos al «contenido» que la Biblia se separa de
todos los demás libros, porque aquí tenemos la inspiración divina, dada por
Dios en cuanto a su mensaje y a su origen.
Un aspecto de tal análisis debería servir para ilustrar la naturaleza
similar, y sin embargo diferente, de la comparación bíblica-secular. Los
Evangelios pueden parecer caer en el patrón de escritos biográficos
grecorromanos, mientras se entienda la biografía como registrando «historia».
Pero para los griegos, las biografías tendían a desplegar un idealismo no
histórico, debido a la determinación del autor de presentar a los personajes
como tipos o paradigmas que los lectores debían imitar antes que como
individuos históricos verdaderos. El texto de la Biblia en verdad presenta
hechos históricos. Pero en agudo contraste con las composiciones griegas, con
la excepción del Dios-hombre Jesucristo, ninguno de los personajes en la
narración es presentado como persona ideal.
Entonces, en su totalidad, las Sagradas Escrituras, ambos el Antiguo y el
Nuevo Testamentos, no están completamente separadas de los tipos y expresiones
normales de su época. Pero sin embargo, se destacan como excepcionales y
verdaderamente incomparables en su autoridad y valor instructivo.
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