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sábado, 13 de octubre de 2012


LOS TEXTOS Y MANUSCRITOS DEL NUEVO TESTAMENTO
 
UNA INTRODUCCIÓN A LOS MANUSCRITOS IMPORTANTES DEL NUEVO TESTAMENTO
Debido a que ningún escrito original (autógrafo) de ningún libro del Nuevo Testamento existe todavía, dependemos de copias para reconstruir el texto original. De acuerdo a la mayoría de los eruditos, la copia más cercana a un autógrafo es un manuscrito de papiro designado P52, fechado alrededor de 110–125 d.C., que contiene algunos versículos de Juan 18 (31–34, 37–38). Este fragmento, que se separa de su autógrafo por unos veinte o treinta años, fue parte de una de las primeras copias del Evangelio de Juan. Unos pocos eruditos creen que existe otro manuscrito temprano, designado P46. Este manuscrito, conocido como el Papiro Chester Beatty II, contiene todas las epístolas de Pablo excepto las Pastorales, y se puede determinar su fecha en la mitad del siglo II. Si esta fecha es exacta, entonces tenemos una colección entera de las Epístolas de Pablo que debe haber sido hecha sólo unas décadas después que Pablo escribiera la mayoría de sus epístolas. Tenemos muchas otras copias tempranas de varias partes del Nuevo Testamento; varios de los manuscritos en papiro están fechados desde la última parte del siglo II hasta la primera parte del siglo IV. Algunos de los manuscritos en papiro más importantes del Nuevo Testamento son:
Los Papiros Oxirrinco
Comenzando en 1898, Grenfell y Hunt descubrieron miles de fragmentos de papiros en las antiguas ruinas de Oxirrinco, Egipto. De ese lugar se sacaron fragmentos de papiros que contenían toda clase de material escrito (literatura, contratos de negocios y contratos legales, cartas, etcétera), así como más de cincuenta manuscritos que contenían porciones del Nuevo Testamento. Algunos de los más notables entre esos papiros son el P1 (Mateo 1), P5 (Juan 1, 16), P13 (Hebreos 2–5, 10–12), P22 (Juan 15–16), P39 (Juan 8), P77 (Mateo 23), P90 (Juan 18–19), P104 (Mateo 21) y P115 (Apocalipsis 2–15).
Los Papiros Chester Beatty
(llamados así por su dueño, Chester Beatty)
Chester Beatty y la Universidad de Michigan compraron estos papiros a un comerciante en Egipto durante la década de 1930. Los tres manuscritos de esta colección son muy antiguos, y contienen gran parte del texto del Nuevo Testamento. El P45 (siglo II) contiene porciones de los cuatro Evangelios y de Hechos; el P46 (última parte del siglo I y comienzos del siglo II) tiene casi todas las Epístolas de Pablo; y el P47 (siglo III) contiene Apocalipsis 9–17.
Los Papiros Bodmer
(llamados así por su dueño, M. Martin Bodmer)
Estos manuscritos fueron comprados a un comerciante en Egipto durante las décadas de 1950 y 1960. Los tres papiros importantes de esta colección son el P66 (circa 175; contiene casi todo Juan), el P72 (siglo III; contiene 1 y 2 Pedro y Judas en su totalidad) y el P75 (circa 200; contiene porciones grandes de Lucas 3–Juan 15).
Durante el siglo XX se descubrieron alrededor de cien manuscritos en papiros que contenían porciones del Nuevo Testamento. En siglos anteriores, especialmente en el siglo XIX, se descubrieron otros manuscritos, varios de los cuales datan del siglo IV o del V. Los manuscritos más notables son los siguientes:
El Códice Sinaiticus—designado א o alef
Constantin von Tischendorf descubrió este manuscrito en el monasterio de Santa Catalina, situado al pie del Monte Sinaí. Fue escrito alrededor de 350 d.C.; contiene el Nuevo Testamento completo y provee un testimonio temprano y bastante confiable de los autógrafos del Nuevo Testamento.
El Códice Vaticanus—designado B
Este manuscrito ha estado en la biblioteca del Vaticano desde por lo menos 1481, pero no estuvo a la disposición de los eruditos como Tischendorf y Tregelles hasta mediados del siglo XIX. Este códice, que fue escrito un poco antes que el Códice Sinaiticus, tiene ambos, el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento, en griego, excluyendo la última parte del Nuevo Testamento (desde Hebreos 9:15 hasta el final de Apocalipsis), y las Epístolas Pastorales. En su mayor parte, los eruditos han elogiado el Códice Vaticanus por ser uno de los testimonios más confiables del texto del Nuevo Testamento.
El Códice Alejandrino—designado A
Este es un manuscrito del siglo V que contiene casi todo el Nuevo Testamento. Se le reconoce como un testigo muy confiable de las Epístolas Generales y del Apocalipsis.
El Códice Ephraemi Rescriptus—designado C
Este es un documento del siglo V llamado un palimpsesto. (Un palimpsesto es un manuscrito en el cual se ha borrado el texto original para escribir otra cosa sobre él.) Por medio del uso de productos químicos y un trabajo muy arduo, un erudito puede leer la escritura original debajo del texto que está sobre ella. Tischendorf hizo esto con un manuscrito llamado el Códice Ephraemi Rescriptus, el cual tenía los sermones de Ephraemi escritos sobre un texto del Nuevo Testamento.
El Códice Bezae—designado D
Este es un manuscrito del siglo V llamado así por su descubridor, Theodore Beza. Contiene los Evangelios y Hechos, y exhibe un texto bastante diferente de los manuscritos antes mencionados.
El Códice Washingtonianus
(o Los Evangelios de Freer—llamado así por su dueño, Charles Freer)—designado W
Este es un manuscrito del siglo V que contiene los cuatro Evangelios y se encuentra en el museo Smithsonian en Washington, D.C.
Antes del siglo XV, cuando Johannes Gutenberg inventó el tipo movible para imprimir libros, todas las copias de las obras literarias eran escritas a mano (de ahí el nombre «manuscrito»). En la actualidad tenemos más de seis mil copias manuscritas del Nuevo Testamento griego o porciones del mismo. Ninguna otra literatura griega puede hacer alarde de cifras tan altas. La Ilíada de Homero, la obra clásica griega más famosa, existe en unos 650 manuscritos y las tragedias de Eurípides existen en unos 330 manuscritos. Las cantidades para todas las otras obras griegas son mucho menores. Por lo tanto, se debe hacer notar que el tiempo transcurrido entre la composición original y el siguiente manuscrito que ha sobrevivido es mucho menor para el Nuevo Testamento que para ninguna otra obra de la literatura griega. El lapso para la mayoría de las obras griegas clásicas es alrededor de ochocientos a mil años, mientras que el lapso para muchos libros del Nuevo Testamento es alrededor de cien años. Debido a la abundancia de manuscritos, y debido a que varios de los manuscritos están fechados en los primeros siglos de la iglesia, los eruditos textuales del Nuevo Testamento tienen mucha ventaja sobre los eruditos textuales de la literatura clásica. Los eruditos del Nuevo Testamento tienen los recursos para reconstruir el texto original del Nuevo Testamento con mucha exactitud, y han producido algunas ediciones excelentes del Nuevo Testamento griego.
Finalmente, debemos decir que aunque ciertamente hay diferencias en muchos de los manuscritos del Nuevo Testamento, ninguna doctrina fundamental de la fe cristiana descansa en una interpretación que se esté disputando. Frederic Kenyon, un famoso paleógrafo y crítico textual, confirmó esto cuando dijo: «El cristiano puede tomar toda la Biblia en la mano y decir, sin temor o duda, que en ella está la verdadera Palabra de Dios, que nos ha sido pasada de generación en generación a través de los siglos, sin ninguna pérdida esencial» (Our Bible and the Ancient Manuscripts [Nuestra Biblia y los manuscritos antiguos], 55).
UNA HISTORIA DE CÓMO SE RECUPERÓ EL TEXTO ORIGINAL DEL NUEVO TESTAMENTO: UNA VISIÓN GENERAL
Cuando hablamos del texto original, nos referimos al texto «publicado», es decir, al texto como era en su forma final editada y puesto a circular en la comunidad cristiana. Para algunos libros del Nuevo Testamento hay poca diferencia entre la composición original y el texto publicado. Después de que el autor escribía o dictaba su obra, él (o un asociado) hacía las correcciones editoriales finales y luego lo entregaba para ser distribuido. Como sucede con los libros publicados en tiempos modernos, también en tiempos antiguos el escrito original del autor no siempre es lo que se publica, y esto es debido al proceso editorial. Sin embargo, el autor lleva el crédito por el texto final editado, y el libro publicado se le atribuye al autor y es considerado el autógrafo. Este autógrafo es el texto originalmente publicado.
Algunos eruditos piensan que es imposible recuperar el texto original del Nuevo Testamento griego porque no han podido reconstruir la historia temprana de la transmisión textual. Otros eruditos modernos son menos pesimistas pero bastante cautelosos de afirmar la posibilidad. Y otros son optimistas porque poseemos muchos manuscritos tempranos de excelente calidad, y porque nuestro punto de vista sobre el primer período de transmisión textual es cada vez más claro.
Cuando hablamos de recuperar el texto del Nuevo Testamento nos estamos refiriendo a libros individuales del Nuevo Testamento, no al volumen completo en sí, porque cada libro (o grupo de libros, como por ejemplo las Epístolas Paulinas) tenía su propia historia singular de transmisión textual. La copia más antigua que existe del texto de todo el Nuevo Testamento es la preservada en el Códice Sinaiticus (escrito alrededor de 350 d.C.). (Al Códice Vaticanus le faltan las Epístolas Pastorales y el Apocalipsis). Antes del siglo IV, el Nuevo Testamento circulaba en varias partes: como un solo libro o un grupo de libros (tal como los cuatro Evangelios y las Epístolas Paulinas). Se han encontrado manuscritos de la última parte del siglo I hasta el siglo III que contienen libros individuales: tales como Mateo (P1), Marcos (P88), Lucas (P69), Juan (P5, 22, 52, 66), Hechos (P91), Apocalipsis (P18, 47), o que contienen grupos de libros, tales como los cuatro Evangelios con Hechos (P45), las Epístolas Paulinas (P46), las Epístolas de Pedro y Judas (P72). Cada uno de los libros del Nuevo Testamento ha tenido su propia historia textual y ha sido preservado con distintos grados de exactitud. Sin embargo, todos los libros fueron alterados de su estado original debido al proceso de copiarlos a mano década tras década y siglo tras siglo. Y el texto de cada uno de los libros debe ser recuperado.
La recuperación del Nuevo Testamento griego ha tenido una larga historia. La necesidad de recuperarlo surgió porque el texto del Nuevo Testamento fue afectado por muchas variaciones en su historia temprana. En la última parte del siglo I y en la primera parte del siglo II, las tradiciones orales y la palabra escrita existían lado a lado con la misma importancia—especialmente con respecto al material de los Evangelios. A menudo, los escribas cambiaban el texto en un intento de hacer concordar el mensaje escrito con la tradición oral, o para hacer concordar el registro de un Evangelio con el de otro. Para fines del siglo II y en el siglo III, muchas de las variantes significativas habían entrado a la corriente textual.
Sin embargo, el período temprano de la transmisión oral no fue totalmente dañado por la falta de exactitud al copiar los textos, o por las libertades que se tomaban los escribas. Había escribas que copiaban el texto con exactitud y reverencia—es decir, reconocían que estaban copiando un texto sagrado escrito por un apóstol. La formalización de la canonización no le adjudicó esta calidad de sagrado al texto. La canonización se realizó como resultado del reconocimiento común e histórico de la calidad de sagrados de varios libros del Nuevo Testamento. Desde el principio, ciertos libros del Nuevo Testamento, tales como los cuatro Evangelios, Hechos y las Epístolas de Pablo, fueron considerados literatura inspirada. Como tales, ciertos escribas los copiaron con fidelidad reverente.
Sin embargo, otros escribas se sentían con la libertad de realizar «mejoras» en el texto—ya sea a favor de la doctrina o la armonización, o debido a la influencia de una tradición oral que competía con dicho texto. Los manuscritos producidos de esa manera crearon una clase de «texto popular»—a saber, un texto no controlado. (Este tipo de texto solía llamarse el «texto occidental», pero ahora los eruditos lo reconocen como un nombre incorrecto).
Los primeros que intentaron recobrar el texto original fueron algunos escribas en Alejandría o escribas que estaban familiarizados con las prácticas de escritura de Alejandría—porque en el mundo helenizado había muchos que habían llegado a apreciar las prácticas eruditas de Alejandría. Ya en el siglo II, los escribas de Alejandría, que estaban asociados o que en realidad eran empleados del escritorio (aposento de los copiantes) de la gran biblioteca de Alejandría, o eran miembros del escritorio asociado con la escuela catequista de Alejandría (llamada Didaskelion), eran filólogos, gramáticos y críticos textuales muy bien adiestrados. Los alejandrinos siguieron la clase de crítica textual comenzada por Aristóteles, quien clasificaba los manuscritos según su fecha y valor; y otros eruditos siguieron las prácticas de Zenódoto, el primer bibliotecario, con respecto a la crítica textual. Los alejandrinos se preocuparon por conservar el texto original de las obras de literatura. Se realizó mucha crítica textual sobre La Ilíada y La Odisea, porque estos eran textos antiguos que existían en muchos manuscritos. Tomaban decisiones críticas sobre los textos basándose en diferentes manuscritos y luego producían un prototipo. Este prototipo era el manuscrito producido oficialmente y era depositado en la biblioteca. De este manuscrito se copiaban, y se usaba para comparar, tantos manuscritos como se necesitaran.
Podemos asumir que los escribas cristianos de Alejandría estaban aplicando la misma clase de crítica textual al Nuevo Testamento. Desde el siglo II al IV, los escribas alejandrinos trabajaron para purificar al texto de la corrupción textual. Hablando de sus esfuerzos, Gunther Zuntz escribió:
Los correctores alejandrinos procuraron, en cada esfuerzo repetido, mantener el texto actual en su medio libre de los muchos errores que lo habían infectado en el período previo, y que tendían a infiltrase aun después de haber sido [marcados como espurios]. Una y otra vez estas labores deben haber sido marcadas por la persecución y la confiscación de libros cristianos, y frustradas por el flujo continuo de manuscritos del tipo anterior. Sin embargo, resultaron en el surgimiento de un tipo de texto (distinto de una edición determinada) que servía de norma para los correctores en los scriptorios provinciales de Egipto. El resultado final fue que sobrevivió un texto muy superior al del siglo II, aun cuando los revisores, siendo seres humanos falibles, rechazaron algunas de sus propias interpretaciones correctas e introdujeron algunas incorrectas de su propia hechura (The Text of the Epistles [El texto de las epístolas], 271–272).
El tipo de texto alejandrino fue perpetuado siglo tras siglo en unos pocos manuscritos, tales como el Alef y el B (siglo IV), el T (siglo V), el L (siglo VIII), el 33 (siglo IX), el 1739 (un manuscrito del siglo X copiado de un manuscrito alejandrino del siglo IV), y el 579 (siglo XIII). Desafortunadamente, la mayoría de los manuscritos del tipo alejandrino desapareció durante siglos, esperando ser descubiertos catorce siglos más tarde.
Concurrente con el texto alejandrino se encontraba el así llamado texto «occidental»—el que se clasificaría mejor como el texto popular de los siglos II y III. En breve, este texto popular se encontró en cualquier clase de manuscrito que no era producido bajo la influencia alejandrina. Este texto, debido a su calidad de independiente, no es tan confiable como el tipo de texto alejandrino. Pero debido a que el texto alejandrino es conocido como un texto pulido, el texto «occidental», o popular, a veces ha preservado las palabras originales. Cuando una interpretación diferente tiene el apoyo de ambos, el texto «occidental» y el texto alejandrino, es muy probable que sea original; pero cuando los dos están divididos, el testimonio alejandrino preserva las palabras originales con más frecuencia.
A fines del siglo III surgió otra clase de texto griego, y entonces creció en popularidad hasta que llegó a ser el tipo de texto predominante a través del cristianismo. De acuerdo a Jerónimo (en su introducción a la traducción latina de los Evangelios), fue el tipo de texto promovido primero por Luciano de Antioquía. El texto de Luciano fue definitivamente recensión (a saber, una edición creada a propósito)—a diferencia del tipo de texto alejandrino que surgió como resultado de un proceso por medio del cual los escribas alejandrinos, después de comparar muchos textos, intentaban preservar el mejor texto—desempeñando de esa forma más la tarea de críticos textuales que la de editores. Por supuesto que los alejandrinos hicieron un poco de trabajo de editores—trabajos como el que ahora se hace cuando se edita para corregir errores gramaticales o de estilo. El texto de Luciano es el resultado y la culminación del texto popular; se caracteriza por la fluidez del lenguaje, la cual se obtiene quitando asuntos oscuros y construcciones gramaticales extrañas, y por la combinación de varias interpretaciones. Luciano (o sus asociados) debe haber usado muchas clases de manuscritos de calidad variante para producir o armonizar el texto editado del Nuevo Testamento. La clase de trabajo editorial que se realiza en el texto de Luciano es lo que hoy llamaríamos editar en forma substancial.
El texto de Luciano fue producido antes de la persecución de Diocleciano (alrededor del año 303), durante la cual muchas copias del Nuevo Testamento fueron confiscadas y destruidas. No mucho después de este período de devastación, Constantino subió al poder y entonces reconoció al cristianismo como la religión del estado. Hubo, por supuesto, una gran necesidad de copias del Nuevo Testamento que debían hacerse y distribuirse en las iglesias por todo el mundo mediterráneo. Fue en este tiempo que el texto de Luciano comenzó a ser propagado por los obispos que salían de la escuela de Antioquía e iban a iglesias a través del este llevando el texto consigo. El texto de Luciano muy pronto llegó a ser el texto estándar de la iglesia oriental y formó las bases para el texto bizantino—y es, por lo tanto, la autoridad suprema para el Textus Receptus.
Mientras Luciano estaba formando su recensión crítica del texto del Nuevo Testamento, el texto alejandrino estaba tomando su forma final. Como mencionamos antes, la formación del tipo de texto alejandrino fue el resultado de un proceso (a diferencia de una sola recensión editorial). La formación del texto alejandrino involucró muy poca crítica textual (a saber, seleccionar interpretaciones variantes entre varios manuscritos) y revisión de la gramática y el estilo (lo cual produce un texto de lectura fácil). Hubo muchas menos alteraciones en el tipo de texto alejandrino que en el texto de Luciano. Y los manuscritos principales del tipo de texto alejandrino eran superiores a los que usó Luciano. Tal vez Hesiquio fue el responsable de darle su forma final al texto alejandrino, y Anastasio de Alejandría puede haber sido el que hizo de este texto el prototipo del texto egipcio.
A medida que pasaron los años, se produjeron menos y menos manuscritos alejandrinos, y más y más manuscritos bizantinos. Muy pocos egipcios continuaron leyendo el griego (con la excepción de los que estaban en el monasterio de Santa Catalina, el lugar donde fue descubierto el Códice Sinaiticus), y el resto del mundo mediterráneo se volvió al latín. Fueron solamente aquellos en las iglesias de habla griega en Grecia y Bizancio los que continuaron haciendo copias del texto griego. La mayoría de los manuscritos del Nuevo Testamento fue producida en Bizancio siglo tras siglo—desde el siglo VI hasta el siglo XIV—, y todos estos tenían la misma clase de texto. Cuando se imprimió el primer Nuevo Testamento griego (circa 1525), fue basado en un texto griego que Erasmo había compilado usando algunos manuscritos bizantinos de fechas posteriores. Este texto impreso, con algunas revisiones menores, llegó a ser el Textus Receptus.
Al inicio del siglo XVII se comenzaron a descubrir manuscritos más antiguos—manuscritos con un texto que difería del Textus Receptus. Alrededor de 1630, el Códice Alejandrino fue llevado a Inglaterra. Este era un manuscrito de la primera parte del siglo V y contenía el Nuevo Testamento completo, y proveyó un testimonio bueno y temprano del texto del Nuevo Testamento (es, especialmente, un buen testimonio del texto original del Apocalipsis). Doscientos años más tarde, un erudito alemán llamado Constantin von Tischendorf descubrió el Códice Sinaiticus en el monasterio de Santa Catalina (localizado cerca del Monte Sinaí). El manuscrito, que era de alrededor de 350 d.C., es uno de los dos manuscritos más antiguos en vitela (piel de animal tratada) del Nuevo Testamento griego. El manuscrito más antiguo en vitela, el Códice Vaticanus, había estado en la biblioteca del Vaticano desde por lo menos 1481, pero no fue puesto a disposición de los eruditos hasta mediados del siglo XIX. Este manuscrito, fechado apenas un poco antes (circa 325) que el Códice Sinaiticus, tenía ambos, el Antiguo y el Nuevo Testamentos en griego, excluyendo la última parte del Nuevo Testamento (Hebreos 9:15 a Apocalipsis 22:21 y las Epístolas Pastorales). Cien años de crítica textual han determinado que este manuscrito es uno de los testimonios más exactos y confiables del texto original.
En el siglo XIX también se descubrieron otros manuscritos tempranos e importantes. A través de la incansable labor de hombres como Constantin von Tischendorf, Samuel Tregelles y F. H. A. Scrivener, manuscritos tales como el Códice Ephraemi Rescriptus, el Códice Zacynthius y el Códice Augiensis fueron descifrados, comparados y publicados.
A medida que los varios manuscritos eran descubiertos y se hacían públicos, ciertos eruditos trabajaban para compilar un texto griego que representara con más exactitud el texto original de lo que lo hacía el Textus Receptus. Alrededor de 1700, John Mill produjo un Textus Receptus mejorado, y en la década de 1730, Johannes Albert Bengel (conocido como el padre de los estudios textuales y filológicos modernos del Nuevo Testamento) publicó un texto que se apartaba del Textus Receptus según la evidencia de manuscritos anteriores.
En el siglo XIX algunos eruditos comenzaron a abandonar el Textus Receptus. Karl Lachman, un filólogo clásico, produjo un nuevo texto (en 1831) que representaba manuscritos del siglo IV. Samuel Tregelles (autodidacta en latín, hebreo y griego), trabajando durante toda su vida, concentró todos sus esfuerzos en publicar un texto griego (el cual se publicó en seis partes, desde 1857 a 1872). Tal como se expresa en la introducción de esta obra, la meta de Tregelles era «presentar el texto del Nuevo Testamento en las mismas palabras en las que fue transmitido, basándose en la evidencia de autoridad antigua». Henry Alford también compiló un texto griego basándose en los mejores y más tempranos manuscritos. En su prefacio a The Greek New Testament [El Nuevo Testamento griego] (un comentario en varios volúmenes, publicado en 1849), Alford dijo que trabajó para «la destrucción de la inmerecida y pedante reverencia hacia el texto recibido, el cual perturbaba todas las posibilidades de descubrir la genuina palabra de Dios».
Durante este mismo período, Tischendorf estaba dedicando el trabajo de toda una vida a descubrir manuscritos y a producir ediciones exactas del Nuevo Testamento griego. En una carta a su prometida escribió: «Estoy enfrentando una tarea sagrada, la lucha por volver a obtener la forma original del Nuevo Testamento». Como cumplimiento de su deseo, descubrió el Códice Sinaiticus, descifró el palimpsesto Códice Ephraemi Rescriptus, cotejó innumerables manuscritos, y produjo varias ediciones del Nuevo Testamento griego (la octava es la mejor).
Ayudados por el trabajo de eruditos anteriores, dos hombres británicos, Brooke Westcott y Fenton Hort, trabajaron juntos durante veintiocho años para producir el volumen titulado The New Testament in the Original Greek [El Nuevo Testamento en el griego original] (1881). Junto a esta publicación, hicieron conocer su teoría (que era principalmente la de Hort) que el Códice Vaticanus y el Códice Sinaiticus (junto con otros manuscritos tempranos) representaban un texto que duplicaba más de cerca la escritura original. Llamaron a este texto el Texto Neutral. (Según sus estudios, el Texto Neutral describía ciertos manuscritos que tenían la menor cantidad de corrupción textual). Este es el texto en que se basaron Westcott y Hort para compilar su volumen.
El siglo XIX fue una buena época para la recuperación del Nuevo Testamento griego; lo mismo que el siglo XX. Los que vivieron en el siglo XX fueron testigos del descubrimiento de los Papiros Oxirrinco, los Papiros Chester Beatty y los Papiros Bodmer. Hasta ahora, hay casi 100 papiros que contienen porciones del Nuevo Testamento—varios de los cuales datan desde la última parte del siglo I a la primera parte del siglo IV. Estos significativos descubrimientos, que les han provisto a los eruditos muchos manuscritos antiguos, han ayudado enormemente en los esfuerzos para recuperar las palabras originales del Nuevo Testamento.
A comienzos del siglo XX, Eberhard Nestle usó las mejores ediciones del Nuevo Testamento griego para compilar un texto que representaba el consenso de la mayoría. Durante varios años su hijo continuó el trabajo de hacer nuevas ediciones, trabajo que ahora se encuentra en las manos de Kurt Aland. La última edición, (la número 27) titulada Novum Testamentum Graece, de Nestle-Aland, fue publicada en 1993 (con una edición revisada en 1998). El mismo texto griego aparece en otro volumen popular publicado por las Sociedades Bíblicas Unidas, llamado el Greek New Testament [Nuevo Testamento griego] (cuarta edición, 1993). Muchos consideran que la vigésima sexta edición del texto de Nestle-Aland representa la obra más reciente y el mejor trabajo de la erudición textual.
EL TEXTO ORIGINAL DEL NUEVO TESTAMENTO
En su libro titulado The Text of the New Testament [El texto del Nuevo Testamento], Kurt y Barbara Aland defienden la posición que el texto de Nestle-Aland «está más cerca del texto original del Nuevo Testamento que el de Tischendorf o Westcott y Hort, por no mencionar a von Soden» (24). Y en varios otros pasajes sugieren que muy bien puede ser el texto original. Esto es evidente en la defensa de Kurt Aland del texto de Nestle-Aland como el nuevo «texto estándar»:
El nuevo «texto estándar» ha pasado la prueba de los primeros papiros y de las letras que se usaban antiguamente. De hecho, corresponde al texto de tiempos tempranos.… En ningún lugar ni ocasión encontramos interpretaciones aquí [en los manuscritos más antiguos] que requieran un cambio en el «texto estándar». Si la investigación presentada aquí en toda su brevedad y concisión pudiera ser presentada en su totalidad, el conjunto de detalles que acompaña a cada variante convencería hasta al que más duda. Cien años después de Westcott-Hort, la meta de una edición del Nuevo Testamento «en el griego original» parece haberse alcanzado.… La meta deseada ahora parece que se ha logrado, ofrecer los escritos del Nuevo Testamento en la forma del texto que está más cerca de la que produjo la mano de sus autores o redactores que comenzaron su trayectoria en la iglesia de los siglos I y II («The Twentieth-Century Interlude in New Testament Textual Criticism [El interludio del siglo XX en la crítica textual del Nuevo Testamento]» en Text and Interpretation [Texto e interpretación], 14).
Los Aland deberían ser elogiados por hablar sobre la recuperación del texto original, porque es aparente que muchos críticos textuales modernos han abandonado la esperanza de recuperar el texto original. Otros eruditos piensan que puede ser recuperado, y creen que el NA27 está bastante cerca de presentar el texto original. La razón de este optimismo es que tenemos muchos manuscritos tempranos y que también entendemos mejor la historia temprana del texto.
Hay unos sesenta manuscritos que datan de antes del comienzo del siglo IV—varios de esos manuscritos son del siglo II. Hasta hace poco, la manera de fechar los manuscritos era muy conservadora, porque Grenfell y Hunt no creían que el códice existiera antes del siglo III, y por lo tanto, fecharon muchos papiros encontrados en Oxirrinco en los siglos III y IV que deberían haber sido fechados en los siglos II y III.
Como mencionamos antes, una de las fechas más significativas es la del P46 (el Papiro Chester Beatty II, que por lo general se fecha alrededor del año 200), que contiene todas las Epístolas de Pablo excepto las Epístolas Pastorales. En un artículo muy convincente, Young Kyu Kim ha fechado el P46 antes del reinado de Domiciano (81–96 d.C.); (vea Biblica, 1988, 248–257). Él determinó esta fecha porque todos los otros papiros literarios, cuya letra se compara al estilo de escritura del P46, son fechados en el siglo I d.C., y porque no hay papiros paralelos de los siglos II y III. Mi análisis de la fecha del P46 lo colocaría a mediados del siglo II (circa 150 d.C.). (Para una presentación completa de la fecha del P46, vea The Text of the Earliest New Testament Greek Manuscripts [El texto de los manuscritos griegos más tempranos del Nuevo Testamento], 2001, 204–206).
Los siguientes manuscritos han sido fechados en el siglo II o en la primera parte de siglo III:
P87, que contiene unos pocos versículos de Filemón, al comienzo del siglo II (circa 125). (La escritura a mano del P87 es muy similar a la que se encontró en el P46.)
P77, que contiene unos pocos versículos de Mateo 23, mediados del siglo II (circa 150)
P45 (el Papiro Chester Beatty I), que contiene porciones de los cuatro Evangelios y de Hechos, mediados del siglo II (circa 150)
P32, que contiene porciones de Tito 1 y 2, tercer cuarto del siglo II (circa 175)
P90, que contiene una porción de Juan 18, tercer cuarto del siglo II (circa 175)
P52, que contiene unos pocos versículos de Juan 18, al comienzo del siglo II (circa 150), pero muchos paleógrafos lo han fechado antes (circa 110–125)
P4/64/67, que contienen porciones de Mateo y Lucas, circa 175
P1, que contiene Mateo 1, circa 200
P13, que contiene Hebreos 2–5, 10–12, circa 200
P27, que contiene una porción de Romanos 8, circa 200
P66 (el Papiro Bodmer II), que contiene la mayor parte de Juan, circa 175 (pero fechado por Herbert Hunger, director de colecciones papirológicas de la Biblioteca Nacional de Viena, circa 125–150)
P48, que contiene una porción de Hechos 23, primera parte del siglo III (circa 220)
P75 (los Papiros Bodmer XIV/XV), que contiene la mayor parte de Lucas y Juan, primera parte del siglo III (circa 200)
P98, que contiene Apocalipsis 1:13–2:1, siglo II
P104, que contiene Mateo 21:34–37, 43, 45(?), a comienzos del siglo II (circa 125–150)
P109, que contiene Juan 21:18–20, 23–25, de mediados a fines del siglo II (circa 150–200)
Además de los manuscritos tempranos que acabamos de mencionar, hay otro manuscrito de vitela de finales del siglo II, el 0189, que contiene una porción de Hechos 5. Y hay otros cuarenta y tres manuscritos del siglo III que contienen porciones de los pasajes que se indican a continuación:
P5, Juan 1, 16, 20
P9, 1 Juan 4
P12, Hebreos 1
P15, 1 Corintios 7
P16, Filipenses 3, 4
P18, Apocalipsis 1
P20, Santiago 2
P22, Juan 15–16
P23, Santiago 1
P28, Juan 6
P29, Hechos 26
P30, 1 Tesalonicenses 4–5, 2 Tesalonicenses 1
P37, Mateo 26
P38, Hechos 13, 19
P39, Juan 8
P40, Romanos 1, 2, 3, 4, 6, 9
P47, Apocalipsis 9–17
P49, Efesios 4–5
P53, Mateo 25, Hechos 9
P65, 1 Tesalonicenses 1–2
P69, Lucas 22
P70, Mateo 2, 3, 11, 12, 24
P72, 1 y 2 Pedro, Judas
P78, Judas
P80, Juan 3
P92, Efesios 1, 2 Tesalonicenses 1
P95, Juan 5:26–29, 36–38
P101, Mateo 3:10–12; 3:16–4:3
P106, Juan 1:29–35, 40–46
P107, Juan 17:1–2, 11
P108, Juan 17:23–24; 18:1–5
P110, Mateo 10:13–15, 25–27
P111, Lucas 17:11–13, 22–23
P113, Romanos 2:12–13, 19
P114, Hebreos 1:7–12
P115, porciones de Apocalipsis 2, 3, 4, 5, 8–15
0162, Juan 2
0171, Mateo 10, Lucas 22
0212, el manuscrito Diatessaron, que contiene pequeñas porciones de cada Evangelio
0220, Romanos 4–5
P. Antinópolis 2.54, Mateo 6:10–12
Los manuscritos que acabamos de catalogar, especialmente el primer grupo (los que están fechados en la primera parte del siglo II, en el siglo II, y en la primera parte del siglo III), proveen la fuente para recuperar el texto original del Nuevo Testamento. Muchos de estos manuscritos son más de doscientos años más antiguos que los dos grandes manuscritos que se descubrieron en el siglo XIX: el Códice Vaticanus (circa 325) y el Códice Sinaiticus (circa 350). Estos últimos fueron los dos grandes manuscritos que revolucionaron la crítica textual del Nuevo Testamento en el siglo XIX, y fueron los que le dieron impulso a la compilación de nuevas ediciones críticas del Nuevo Testamento griego por el trabajo de Tregelles, Tischendorf, Westcott y Hort.
Tregelles, quien trabajó usando principios similares a los de Lachmann, compiló un texto basado en la evidencia de los manuscritos más antiguos. Tischendorf intentó hacer lo mismo, aunque estaba demasiado inclinado hacia el Códice Sinaiticus. Westcott y Hort implementaron el mismo principio cuando crearon su edición crítica, aunque estaban predispuestos hacia el Códice Vaticanus. Sin embargo, Westcott y Hort hicieron un intento de imprimir el texto original del Nuevo Testamento griego. Algunos críticos del siglo pasado los ridiculizan a ellos, y a cualquiera que haga tal intento, porque están convencidos de que es imposible recobrar el texto original debido a la gran divergencia de interpretaciones que existen en tantos manuscritos diferentes.
Otros críticos argumentarán que no es sabio basar una recuperación del texto original usando manuscritos que son todos de origen egipcio. De hecho, ciertos eruditos sostienen que los manuscritos tempranos en papiros representan sólo el texto del Nuevo Testamento egipcio, no el texto de toda la iglesia primitiva completa. Kurt Aland ha argumentado efectivamente contra este punto de vista señalando que (1) no estamos seguros de si todos los papiros que se descubrieron en Egipto en realidad se originaron en Egipto, y (2) que el texto que generalmente se llama el texto egipcio (a diferencia del texto «occidental» o texto bizantino) fue el texto que se exhibió en los escritos de los primeros padres de la iglesia que vivían fuera de Egipto—tales como Ireneo, Marción e Hipólito («The Text of the Church? [¿El texto de la iglesia?]» Trinity Journal, volumen 8, 1987.) Por lo tanto, es posible que los manuscritos descubiertos en Egipto fueran típicos del texto que existía en aquel tiempo en toda la iglesia.
Además, debemos recordar que las iglesias de la última parte del siglo I hasta el siglo III, a través de toda la zona del Mar Mediterráneo, no estaban aisladas las unas de las otras. Debido al florecimiento del comercio, los caminos accesibles y puertos libres (todos bajo el gobierno de Roma), había un flujo regular de comunicación entre las ciudades como Cartago y Roma, Roma y Alejandría, Alejandría y Jerusalén. Las iglesias del norte del África y las de Egipto no estaban aisladas del resto de las iglesias que estaban al norte de ellas. Esta comunicación comenzó desde los primeros días de la iglesia. Algunos de los primeros que se convirtieron al cristianismo el día de Pentecostés (30 d.C.) eran de Egipto y de Libia (Hechos 2:10); indudablemente algunos de ellos regresaron a sus lugares de origen llevando el evangelio. El eunuco etíope, después de haber recibido a Jesús como su Salvador, debe haber regresado a su hogar con el evangelio (Hechos 8:25 y siguientes). Apolos, que era de Alejandría, llegó a ser uno de los primeros apóstoles en Asia (vea Hechos 18:24).
La historia nos dice que hubo una iglesia en Alejandría ya desde 100 d.C. Alrededor de los años 160–180, Pantaneo llegó a ser director de una pequeña escuela catequista en Alejandría. De acuerdo a Eusebio, la escuela ya había comenzado para cuando Pantaneo se hizo cargo del liderazgo. Clemente se hizo cargo de esa escuela cuando Pantaneo se fue de Alejandría para no regresar jamás. Clemente trabajó arduamente para establecer esta pequeña escuela catequista como el centro y misión de estudios cristianos. Para el año 200 Clemente había formado una floreciente comunidad de cristianos muy instruidos en Alejandría. Pero entonces, debido a la sangrienta persecución del año 202, Clemente huyó de Alejandría. Orígenes fue el que reemplazó a Clemente y estableció una famosa escuela de eruditos cristianos.
La historia también nos dice que había iglesias en las zonas rurales del sur de Alejandría ya desde la primera parte del siglo II. Varios de los manuscritos tempranos del Nuevo Testamento—aquellos que datan de la primera parte del siglo II (vea la lista anterior) han venido del Fayum y Oxirrinco, revelando de ese modo la existencia de cristianos en esas ciudades rurales ya desde el año 125. Esta es la zona en la cual los arqueólogos han descubierto casi todos nuestros manuscritos del Nuevo Testamento. Los manuscritos no vienen de Alejandría porque la biblioteca de esa ciudad fue destruida dos veces (la primera vez los romanos la destruyeron accidentalmente, y la segunda vez fue destruida por los musulmanes). Además, el nivel freático en Alejandría es muy alto, y los papiros no pudieron resistir la humedad.
La parte central rural de Egipto, debido a su clima seco y a su bajo nivel freático, ha llegado a ser un caudal de manuscritos producidos localmente y en otros lugares. Yo creo que los manuscritos en existencia presentan una buena muestra de lo que habría existido desde fines del siglo I hasta fines del siglo III a través de todo el mundo grecorromano. Lo que quiero decir es que si, por algún milagro, encontráramos manuscritos tempranos en Turquía, Israel, Sira o Grecia, es muy probable que exhibieran los mismos materiales que se encontraron en los llamados manuscritos egipcios. En otras palabras, los manuscritos del Nuevo Testamento que se usaban y que se leían en las iglesias de Egipto durante los primeros siglos de la iglesia primitiva representarían bien los que se usaban y leían en todas las demás iglesias. Además, se puede asumir que seguramente la zona rural central de Egipto preservó muchos manuscritos que habían llegado de Alejandría (y que habían sido preparados en la tradición alejandrina), y de otras ciudades tales como Roma o Antioquía.
La zona rural central de Egipto, el lugar donde se descubrieron nuestros manuscritos, no estaba aislada del resto del mundo. Los numerosos papiros no literarios descubiertos allí han demostrado que había comunicación regular entre los que vivían en Fayum con los que vivían en Alejandría, Cartago y Roma. Y hay evidencia de que había correspondencia general entre las obras de literatura y las prácticas de escritura. Por lo tanto, entre aquellos que produjeron los manuscritos tempranos que tenemos hoy, debe haber habido algunos escribas que estaban produciendo copias de los libros del Nuevo Testamento de una manera muy similar a la de los escribas que vivían en otros lugares del mundo grecorromano. Es así que podemos concluir que los manuscritos descubiertos en Egipto son fuentes legítimas para reconstruir el texto original del Nuevo Testamento griego.
EXAMINANDO LA CONFIABILIDAD DE LOS PRIMEROS TEXTOS
Algunos críticos textuales argumentan que una fecha temprana para un manuscrito del Nuevo Testamento no es en sí muy significativa porque el período temprano de la transmisión textual fue inherentemente «libre». Los que apoyan este punto de vista han debatido que los escribas que hacían las copias de varios libros del Nuevo Testamento en el período previo a la canonización (la última parte del siglo III) se daban libertades cuando hacían las copias. A diferencia de los escribas judíos que meticulosamente hacían copias fieles del texto sagrado del Antiguo Testamento, los escribas cristianos han sido caracterizados como que no se sentían obligados a producir copias exactas de sus ejemplos porque todavía no habían reconocido la calidad de «sagrado» del texto que estaban copiando. Este punto de vista del período temprano, que se ha vuelto un axioma entre muchos críticos textuales del Nuevo Testamento, no es totalmente cierto por muchas razones:
1. La mayoría de los escritores de estos libros del Nuevo Testamento eran judíos que creían que el Antiguo Testamento, en hebreo y en griego, era la Palabra de Dios inspirada. Debido a su procedencia judía respetaban mucho las Escrituras, las cuales habían llegado a ser centrales para su vida y adoración religiosa. Eran el pueblo del libro. Muchos de ellos leían la Septuaginta, Antiguo Testamento griego, que es muy probable que haya sido el trabajo de traducción de los judíos alejandrinos.
Algunos de los escribas judíos cristianos deben haber imitado las prácticas de los escribas judíos. Esto comenzó cuando se hicieron copias de la Septuaginta, la cual creían que era un texto inspirado, y eso se habría extendido a cualquiera de los libros del Nuevo Testamento que ellos consideraban autoritativos e igualmente inspirados. Los cristianos deben haber estado muy conscientes de las reglas estrictas que gobernaban el copiar el texto del Antiguo Testamento y la reverencia que se les daba a esas copias.
2. Muchas de las primeras copias de varios libros del Nuevo Testamento fueron realizadas por escribas que deben haber creído que estaban copiando un texto sagrado—compuesto originalmente por los primeros apóstoles como Pedro, Mateo, Juan y Pablo. Algunos libros eran tratados como sagrados desde el principio mismo, como los cuatro Evangelios, Hechos, las Epístolas Paulinas y 1 Pedro, mientras que otros, aquellos que habían tomado mucho tiempo para ser «canonizados», tal vez fueron tratados con menos fidelidad textual—libros como 2 Pedro y Judas, las Epístolas Pastorales, Santiago y Apocalipsis. La canonización de algunos libros se percibió ya desde el siglo I, mucho antes de que ocurriera. Por ejemplo, el cuerpo de las obras de Pablo fue formado alrededor de 75 d.C., y era reconocido como literatura apostólica y autoritativa. El escritor de 2 Pedro llegó tan lejos como para catalogar a las Epístolas de Pablo con «las demás Escrituras» (2 Pedro 3:15–16, NVI). Los cuatro Evangelios también se reconocieron como autoritativos ya desde el siglo II.
3. Muchos de los libros del Nuevo Testamento fueron producidos originalmente como obras de literatura. Por ejemplo, los cuatro Evangelios, Hechos, Romanos, Efesios, Hebreos, 1 Pedro y Apocalipsis son claramente obras de literatura. La mayoría de los otros libros del Nuevo Testamento son cartas «ocasionales», es decir, cartas escritas principalmente para suplir la necesidad de dicha ocasión. Pero no sucede esto con los otros libros, porque desde el principio fueron diseñados para ser obras literarias para llegar a una gran audiencia.
Debido a que vivían en un mundo helenizado, los escritores del Nuevo Testamento hablaban, leían y escribían en griego. La clase de griego que usaron para escribir era el lenguaje común (koiné) del mundo grecorromano. Muchos de los escritores del Nuevo Testamento conocían otras obras de la literatura griega y las citaron. Juan hace alusión a Filón. Pablo cita a Epiménides, Arato y Menandro; y su estilo epistolar está moldeado del creado anteriormente por los escritores griegos como Isócrates y el filósofo Platón. Los escritores de los Evangelios eran los típicos historiadores griegos. Sus obras siguen el patrón establecido por el historiador griego Herodoto, quien estableció un elevado estándar de observación y reportaje.
Los primeros lectores de estas obras, ya sea judíos cristianos o gentiles cristianos, habrían estado conscientes tanto del valor espiritual como literario de estos textos. Por eso, algunos de los primeros que hicieron copias de estos libros las deben haber hecho con mucho respeto por preservar el texto original.
4. Todos los primeros papiros, sin excepción, muestran que los cristianos de la iglesia primitiva que hicieron copias de los textos usaron abreviaturas especiales para designar los títulos divinos (nomina sacra). El nombre estaba escrito en forma abreviada con una línea sobre la abreviatura. Por ejemplo, la palabra griega para «Jesús» Ιησους era escrita como IC. Otros títulos que fueron escritos como nomina sacra son Señor, Cristo, Dios, Padre, Hijo y Espíritu. Aunque la creación de las nomina sacra puede reflejar la influencia judía del tetragrámaton (YHWH escrito por Yahweh/Jehová), es una creación totalmente nueva que se encuentra exclusivamente en documentos cristianos. De acuerdo a C. H. Roberts, la creación de esta clase de sistema de escritura «presupone un grado de control y organización.… El establecimiento de la práctica no habría sido dejado a los caprichos de una sola comunidad, y muchos menos a los de un escriba individual.… El sistema era demasiado complejo para que el escriba común operara sin reglas o un ejemplo autoritativo» (Manuscript, Society, and Belief [Manuscrito, sociedad y creencia], 45–46).
La presencia universal de las nomina sacra en los documentos cristianos tempranos habla con voz fuerte contra la noción de que el período de transmisión textual se caracterizaba al principio por ser «libre». Los escribas cristianos seguían un patrón establecido, un ejemplo «autorizado». Como dijo Roberts: «El notable sistema uniforme de nomina sacra … sugiere que a una fecha temprana había copias estándar de las Escrituras cristianas» («Books in the Greco-Roman World [Los libros en el mundo grecorromano]», 64).
5. Acompañando al fenómeno de la formación de las nomina sacra en los documentos cristianos está el fenómeno del uso de los códices por los cristianos tempranos. Antes de la mitad del siglo I, todas las Escrituras y otros escritos estaban en rollos. Por ejemplo, Jesús usó un rollo para leer cuando hizo su discurso de Isaías 61 en la sinagoga de Nazaret (Lucas 4:18 y siguientes). Los judíos y los no judíos usaban rollos; todos en el mundo grecorromano usaban rollos.
Entonces apareció el códice (un libro formado de páginas dobladas que se cosían sobre el lomo). Es probable que al principio los códices hubieran sido confeccionados tomando como modelo los cuadernos hechos de pergamino. De acuerdo a la hipótesis de C. H. Roberts, Juan Marcos, mientras todavía vivía en Roma, usó ese tipo de cuaderno hecho de pergamino para registrar los dichos de Jesús (que había escuchado de la predicación de Pedro). El completo Evangelio de Marcos, entonces, fue publicado primero como un códice (The Birth of the Codex [El nacimiento del códice], 54 y siguientes). «Un evangelio que circulaba en este formato determinaba, en parte vía autoridad, en parte vía sentimentalismo y simbolismo, que la forma apropiada para las Escrituras cristianas era un códice, no un rollo» (Greek Papyri [Papiros griegos], 11, de E. G. Turner).
De allí en adelante, todas las porciones del Nuevo Testamento fueron escritas en códices. El códice fue de uso exclusivo de los cristianos hasta fines del siglo II. Kenyon escribió: «De todos los papiros descubiertos en Egipto que pueden ser asignados al siglo II … ni un solo manuscrito pagano [es decir, no cristiano] está escrito en forma de códice» (Books and Readers in Ancient Greece and Rome [Libros y lectores en antigua Grecia y Roma], 111). Esta práctica (que comenzó en Roma o Antioquía) fue una separación clara del judaísmo y, de nuevo, muestra una clase de uniformidad en la formación y el discernimiento del texto temprano.
6. Contrario a la noción común de que muchos papiros tempranos del Nuevo Testamento fueron producidos por escribas sin experiencia que hacían copias personales de pobre calidad, varios de los papiros tempranos del Nuevo Testamento fueron producidos con mucho cuidado por escribas instruidos y profesionales. Los paleógrafos han podido clasificar ciertos estilos de escritura a mano desde el siglo I al IV (así como posteriores). Muchos de los primeros papiros del Nuevo Testamento estaban escritos en lo que se llama «estilo documentario reformado» (es decir, el escriba sabía que estaba trabajando en un manuscrito que no era sólo un documento legal sino una obra literaria). En el libro The Birth of the Codex, Roberts escribió:
Los manuscritos cristianos del siglo II, aunque no alcanzaron un alto estándar caligráfico, por lo general mostraban un estilo de escritura competente que ha sido llamado «documentario reformado», que es muy posible que sea el trabajo de escribas con experiencia, ya sea que hayan sido cristianos o no.… Y por lo tanto es razonable asumir que los escribas de los textos cristianos recibían un pago por su trabajo. (46)
Las prácticas de escritura en las zonas rurales de Egipto (por ejemplo, Fayum, Oxirrinco, etcétera), que comenzaron en el siglo II, fueron influenciadas por los escribas profesionales que trabajaban en el escritorio de la gran biblioteca de Alejandría, o tal vez por un escritorio cristiano fundado en Alejandría (en asociación con la escuela catequista) en el siglo II. Eusebio implica que la escuela comenzó mucho antes que Pantaneo se hiciera cargo de ella alrededor del año 180 (H.E., v. 10. I.), y Zuntz argumenta bastante convincentemente que el cuerpo de los escritos de Pablo fue producido usando los métodos de los eruditos alejandrinos, o en la misma Alejandría, a principios del siglo II (The Text of the Epistles, 14–15). En su función de ser los críticos textuales más antiguos del Nuevo Testamento, los escribas alejandrinos seleccionaron los mejores manuscritos y luego produjeron un texto que reflejaba lo que ellos consideraban el texto original. Deben haber trabajado con manuscritos que tenían la misma calidad del P1, P4/64/67, P27, P46 y P75.
Zuntz también argumentó que para mediados del siglo II, los arzobispos alejandrinos poseían un grupo de escribas que, por lo que producía, estableció las normas del tipo de manuscrito bíblico alejandrino (op. cit.). Este estándar podría haber incluido la codificación de las nomina sacra, el uso de códices, y otras características literarias. Sin embargo, el decir que Alejandría estableció una norma no quiere decir necesariamente que Alejandría estaba ejerciendo una clase de uniformidad textual a través de Egipto durante el siglo II y la primera parte del siglo III. No fue sino hasta el siglo IV, cuando Atanasio llegó a ser obispo de Alejandría, que Alejandría comenzó a ejercer el control sobre las iglesias egipcias. Este puede haberse extendido a la producción de Nuevos Testamentos, pero por cierto que no podría haber alcanzado a cada iglesia. Antes del siglo III, los manuscritos no presentan evidencia de haber sido producidos en un lugar central. Más bien, cada manuscrito fue producido en un escritorio asociado con una iglesia local. Sin embargo, es bastante evidente que Alejandría había establecido un estilo de escritura estándar, y que algunas ciudades importantes de Egipto (como Oxirrinco) fueron influenciadas por ese estándar.
CONCLUSIÓN
Los críticos textuales que trabajan con literatura antigua reconocen universalmente la supremacía de los manuscritos tempranos sobre los posteriores. A los críticos textuales que no trabajan con el Nuevo Testamento les gustaría tener la misma clase de testimonios tempranos que tienen los eruditos bíblicos. De hecho, muchos de ellos trabajan con manuscritos que fueron escritos 1.000 años después de que fueron compuestos los autógrafos. Nos maravillamos de que los Rollos del Mar Muerto hayan provisto un texto que es casi 800 años más cercano al texto original que los manuscritos masoréticos, y sin embargo, ¡muchos de los manuscritos del Mar Muerto tienen de 600 a 800 años de diferencia con las composiciones originales! ¡Los críticos textuales del Nuevo Testamento tienen una ventaja muy grande!
Los eruditos textuales del Nuevo Testamento del siglo XIX como Lachmann, Tregelles, Tischendorf, Westcott y Hort trabajaron sobre la base de que los testimonios más tempranos son los mejores. Nosotros deberíamos continuar esta línea de recuperación usando el testimonio de los testigos más antiguos. Pero los eruditos textuales desde el tiempo de Westcott y Hort han estado menos inclinados a producir ediciones basadas en la teoría de que los primeros materiales son los mejores. La mayoría de los críticos textuales de estos tiempos está más inclinada a endosar la máxima que dice que el material que probablemente es más original es el que mejor explica las variantes.
Esta máxima (o «canon» como a veces se le llama), siendo tan buena como es, produce resultados conflictivos. Por ejemplo, dos eruditos que usan los mismos principios para examinar la misma unidad no se ponen de acuerdo. Uno argumentará que una variante fue el resultado de que el copista tratara de imitar el estilo del autor; el otro sostendrá que la misma variante tiene que ser original porque concuerda con el estilo del autor. Uno argumentará que una variante se produjo porque un escriba ortodoxo estaba tratando de quitarle al texto una interpretación que podría promover la heterodoxia o la herejía; otro afirmará que la misma variante es original porque es ortodoxa y concuerda con la doctrina cristiana (por lo tanto, un escriba heterodoxo o herético debe haber realizado el cambio). Además, este principio da lugar a que la interpretación que se ha elegido para el texto pueda ser tomada de cualquier manuscrito de cualquier fecha. Esto puede resultar en el eclecticismo subjetivo.
Los eruditos textuales modernos han intentado suavizar el subjetivismo empleando un método llamado «eclecticismo razonado». Según Michael Holmes, «El eclecticismo razonado aplica una combinación de consideraciones internas y externas, evaluando el carácter de las variantes a la luz de la evidencia del manuscrito y viceversa para obtener un punto de vista equilibrado del asunto, y como un chequeo de las tendencias puramente subjetivas» («New Testament Textual Criticism [El criticismo textual del Nuevo Testamento]», en Introducing New Testament Interpretation [Introduciendo la interpretación del Nuevo Testamento] [ed. S. McKnight], 55).
Los Aland se inclinan por la misma clase de enfoque, llamándolo el método «genealógico-local», que se define de la siguiente manera:
Es imposible proceder basándose en la suposición de la genealogía de un manuscrito, y sobre la base de una revisión completa y un análisis de las relaciones obtenidas entre la variedad de técnicas interrelacionadas en la tradición del manuscrito, para intentar una recensión de la información como se haría con los otros textos griegos. Las decisiones se deben tomar una por una, caso por caso. Este método se ha caracterizado como eclecticismo, pero no es el término correcto. Después de establecer una variedad de lecturas ofrecidas en un pasaje y las posibilidades de su interpretación, entonces siempre se debe determinar, en forma nueva y sobre la base de criterios externos e internos, cuál de esas interpretaciones (y con frecuencia son muy numerosas) es la original, de la que las otras pueden ser consideradas derivativas. Desde la perspectiva de nuestro conocimiento actual, este método «genealógico local» (si se le debe dar un nombre) es el único que cumple con los requisitos de la tradición textual del Nuevo Testamento. (Introducción a Novum Testamentum Graece, 26a edición, 43)
Este método «genealógico-local» asume que para cada unidad de variación dada, cualquier manuscrito (o manuscritos) debe haber preservado el texto original. El aplicar este método produce una presentación documentaria muy desigual del texto. Cualquiera que estudie el conjunto de sistemas y materiales del NA26 o del NA27 detectará que no hay una presentación documentaria pareja. El eclecticismo está esparcido por todo el texto.
El «eclecticismo razonado», o el método «genealógico-local», tiende a dar prioridad a la evidencia interna sobre la evidencia externa. Pero tiene que ser lo completamente opuesto si vamos a descubrir el texto original. Esa era la opinión de Westcott y Hort. Con respecto a su compilación en The New Testament in the Original Greek, Hort escribió: «En la mayoría de los casos se le ha permitido a la evidencia documentaria tomar el lugar de honor contra la evidencia interna» (Introduction to the New Testament in the Original Greek [La introducción al Nuevo Testamento en el griego original], 17).
En este aspecto, Westcott y Hort deben ser validados. Earnest Colwell pensaba lo mismo cuando escribió: «Hort Redivivus: A Plea and a Program [Hort Redivivus: Un ruego y un programa]». Colwell censuró «la creciente tendencia de confiar enteramente en la evidencia interna de las interpretaciones, sin considerar seriamente la evidencia documentaria» (152). En este artículo, él insta a los eruditos a que intenten reconstruir la historia de la tradición del manuscrito. La tesis principal del presente ensayo ha sido precisamente hacer eso, y, al hacerlo, promover el valor de los primeros manuscritos en los esfuerzos continuos por recuperar el texto original del Nuevo Testamento.
 

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