LOS TEXTOS Y MANUSCRITOS DEL NUEVO TESTAMENTO
UNA
INTRODUCCIÓN A LOS MANUSCRITOS IMPORTANTES DEL NUEVO TESTAMENTO
Debido a que
ningún escrito original (autógrafo) de ningún libro del Nuevo Testamento existe
todavía, dependemos de copias para reconstruir el texto original. De acuerdo a
la mayoría de los eruditos, la copia más cercana a un autógrafo es un
manuscrito de papiro designado P52, fechado alrededor de 110–125 d.C., que
contiene algunos versículos de Juan 18 (31–34, 37–38). Este fragmento, que se separa
de su autógrafo por unos veinte o treinta años, fue parte de una de las
primeras copias del Evangelio de Juan. Unos pocos eruditos creen que existe
otro manuscrito temprano, designado P46. Este manuscrito, conocido como el
Papiro Chester Beatty II, contiene todas las epístolas de Pablo excepto las
Pastorales, y se puede determinar su fecha en la mitad del siglo II. Si esta
fecha es exacta, entonces tenemos una colección entera de las Epístolas de
Pablo que debe haber sido hecha sólo unas décadas después que Pablo escribiera
la mayoría de sus epístolas. Tenemos muchas otras copias tempranas de varias
partes del Nuevo Testamento; varios de los manuscritos en papiro están fechados
desde la última parte del siglo II hasta la primera parte del siglo IV. Algunos
de los manuscritos en papiro más importantes del Nuevo Testamento son:
Los Papiros
Oxirrinco
Comenzando en
1898, Grenfell y Hunt descubrieron miles de fragmentos de papiros en las
antiguas ruinas de Oxirrinco, Egipto. De ese lugar se sacaron fragmentos de
papiros que contenían toda clase de material escrito (literatura, contratos de
negocios y contratos legales, cartas, etcétera), así como más de cincuenta
manuscritos que contenían porciones del Nuevo Testamento. Algunos de los más
notables entre esos papiros son el P1 (Mateo 1), P5 (Juan 1, 16), P13 (Hebreos
2–5, 10–12), P22 (Juan 15–16), P39 (Juan 8), P77 (Mateo 23), P90 (Juan 18–19),
P104 (Mateo 21) y P115 (Apocalipsis 2–15).
Los Papiros
Chester Beatty
(llamados así
por su dueño, Chester Beatty)
Chester Beatty
y la Universidad de Michigan compraron estos papiros a un comerciante en Egipto
durante la década de 1930. Los tres manuscritos de esta colección son muy
antiguos, y contienen gran parte del texto del Nuevo Testamento. El P45 (siglo
II) contiene porciones de los cuatro Evangelios y de Hechos; el P46 (última
parte del siglo I y comienzos del siglo II) tiene casi todas las Epístolas de
Pablo; y el P47 (siglo III) contiene Apocalipsis 9–17.
Los Papiros
Bodmer
(llamados así
por su dueño, M. Martin Bodmer)
Estos
manuscritos fueron comprados a un comerciante en Egipto durante las décadas de
1950 y 1960. Los tres papiros importantes de esta colección son el P66 (circa
175; contiene casi todo Juan), el P72 (siglo III; contiene 1 y 2 Pedro y Judas
en su totalidad) y el P75 (circa 200; contiene porciones grandes de Lucas
3–Juan 15).
Durante el siglo XX se descubrieron alrededor de cien manuscritos en
papiros que contenían porciones del Nuevo Testamento. En siglos anteriores,
especialmente en el siglo XIX, se descubrieron otros manuscritos, varios de los
cuales datan del siglo IV o del V. Los manuscritos más notables son los
siguientes:
El Códice
Sinaiticus—designado א
o alef
Constantin von
Tischendorf descubrió este manuscrito en el monasterio de Santa Catalina,
situado al pie del Monte Sinaí. Fue escrito alrededor de 350 d.C.; contiene el
Nuevo Testamento completo y provee un testimonio temprano y bastante confiable
de los autógrafos del Nuevo Testamento.
El Códice
Vaticanus—designado B
Este manuscrito
ha estado en la biblioteca del Vaticano desde por lo menos 1481, pero no estuvo
a la disposición de los eruditos como Tischendorf y Tregelles hasta mediados
del siglo XIX. Este códice, que fue escrito un poco antes que el Códice
Sinaiticus, tiene ambos, el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento, en
griego, excluyendo la última parte del Nuevo Testamento (desde Hebreos 9:15
hasta el final de Apocalipsis), y las Epístolas Pastorales. En su mayor parte,
los eruditos han elogiado el Códice Vaticanus por ser uno de los testimonios
más confiables del texto del Nuevo Testamento.
El Códice
Alejandrino—designado A
Este es un
manuscrito del siglo V que contiene casi todo el Nuevo Testamento. Se le
reconoce como un testigo muy confiable de las Epístolas Generales y del
Apocalipsis.
El Códice
Ephraemi Rescriptus—designado C
Este es un
documento del siglo V llamado un palimpsesto. (Un palimpsesto es un manuscrito
en el cual se ha borrado el texto original para escribir otra cosa sobre él.)
Por medio del uso de productos químicos y un trabajo muy arduo, un erudito
puede leer la escritura original debajo del texto que está sobre ella.
Tischendorf hizo esto con un manuscrito llamado el Códice Ephraemi Rescriptus,
el cual tenía los sermones de Ephraemi escritos sobre un texto del Nuevo
Testamento.
El Códice
Bezae—designado D
Este es un
manuscrito del siglo V llamado así por su descubridor, Theodore Beza. Contiene
los Evangelios y Hechos, y exhibe un texto bastante diferente de los
manuscritos antes mencionados.
El Códice
Washingtonianus
(o Los
Evangelios de Freer—llamado así por su dueño, Charles Freer)—designado W
Este es un
manuscrito del siglo V que contiene los cuatro Evangelios y se encuentra en el
museo Smithsonian en Washington, D.C.
Antes del siglo XV, cuando Johannes Gutenberg inventó el tipo movible para
imprimir libros, todas las copias de las obras literarias eran escritas a mano
(de ahí el nombre «manuscrito»). En la actualidad tenemos más de seis mil
copias manuscritas del Nuevo Testamento griego o porciones del mismo. Ninguna
otra literatura griega puede hacer alarde de cifras tan altas. La Ilíada
de Homero, la obra clásica griega más famosa, existe en unos 650 manuscritos y
las tragedias de Eurípides existen en unos 330 manuscritos. Las cantidades para
todas las otras obras griegas son mucho menores. Por lo tanto, se debe hacer
notar que el tiempo transcurrido entre la composición original y el siguiente
manuscrito que ha sobrevivido es mucho menor para el Nuevo Testamento que para
ninguna otra obra de la literatura griega. El lapso para la mayoría de las
obras griegas clásicas es alrededor de ochocientos a mil años, mientras que el
lapso para muchos libros del Nuevo Testamento es alrededor de cien años. Debido
a la abundancia de manuscritos, y debido a que varios de los manuscritos están
fechados en los primeros siglos de la iglesia, los eruditos textuales del Nuevo
Testamento tienen mucha ventaja sobre los eruditos textuales de la literatura
clásica. Los eruditos del Nuevo Testamento tienen los recursos para reconstruir
el texto original del Nuevo Testamento con mucha exactitud, y han producido
algunas ediciones excelentes del Nuevo Testamento griego.
Finalmente, debemos decir que aunque ciertamente hay diferencias en muchos
de los manuscritos del Nuevo Testamento, ninguna doctrina fundamental de la fe
cristiana descansa en una interpretación que se esté disputando. Frederic
Kenyon, un famoso paleógrafo y crítico textual, confirmó esto cuando dijo: «El
cristiano puede tomar toda la Biblia en la mano y decir, sin temor o duda, que
en ella está la verdadera Palabra de Dios, que nos ha sido pasada de generación
en generación a través de los siglos, sin ninguna pérdida esencial» (Our Bible and the Ancient
Manuscripts [Nuestra Biblia y los manuscritos antiguos], 55).
UNA HISTORIA DE
CÓMO SE RECUPERÓ EL TEXTO ORIGINAL DEL NUEVO TESTAMENTO: UNA VISIÓN GENERAL
Cuando hablamos
del texto original, nos referimos al texto «publicado», es decir, al texto como
era en su forma final editada y puesto a circular en la comunidad cristiana.
Para algunos libros del Nuevo Testamento hay poca diferencia entre la
composición original y el texto publicado. Después de que el autor escribía o
dictaba su obra, él (o un asociado) hacía las correcciones editoriales finales
y luego lo entregaba para ser distribuido. Como sucede con los libros
publicados en tiempos modernos, también en tiempos antiguos el escrito original
del autor no siempre es lo que se publica, y esto es debido al proceso
editorial. Sin embargo, el autor lleva el crédito por el texto final editado, y
el libro publicado se le atribuye al autor y es considerado el autógrafo. Este
autógrafo es el texto originalmente publicado.
Algunos eruditos piensan que es imposible recuperar el texto original del
Nuevo Testamento griego porque no han podido reconstruir la historia temprana
de la transmisión textual. Otros eruditos modernos son menos pesimistas pero
bastante cautelosos de afirmar la posibilidad. Y otros son optimistas porque
poseemos muchos manuscritos tempranos de excelente calidad, y porque nuestro
punto de vista sobre el primer período de transmisión textual es cada vez más
claro.
Cuando hablamos de recuperar el texto del Nuevo Testamento nos estamos
refiriendo a libros individuales del Nuevo Testamento, no al volumen completo
en sí, porque cada libro (o grupo de libros, como por ejemplo las Epístolas
Paulinas) tenía su propia historia singular de transmisión textual. La copia
más antigua que existe del texto de todo el Nuevo Testamento es la preservada
en el Códice Sinaiticus (escrito alrededor de 350 d.C.). (Al Códice Vaticanus
le faltan las Epístolas Pastorales y el Apocalipsis). Antes del siglo IV, el
Nuevo Testamento circulaba en varias partes: como un solo libro o un grupo de
libros (tal como los cuatro Evangelios y las Epístolas Paulinas). Se han
encontrado manuscritos de la última parte del siglo I hasta el siglo III que
contienen libros individuales: tales como Mateo (P1), Marcos (P88), Lucas
(P69), Juan (P5, 22, 52, 66), Hechos (P91), Apocalipsis (P18, 47), o que
contienen grupos de libros, tales como los cuatro Evangelios con Hechos (P45),
las Epístolas Paulinas (P46), las Epístolas de Pedro y Judas (P72). Cada uno de
los libros del Nuevo Testamento ha tenido su propia historia textual y ha sido
preservado con distintos grados de exactitud. Sin embargo, todos los libros
fueron alterados de su estado original debido al proceso de copiarlos a mano
década tras década y siglo tras siglo. Y el texto de cada uno de los libros
debe ser recuperado.
La recuperación del Nuevo Testamento griego ha tenido una larga historia.
La necesidad de recuperarlo surgió porque el texto del Nuevo Testamento fue
afectado por muchas variaciones en su historia temprana. En la última parte del
siglo I y en la primera parte del siglo II, las tradiciones orales y la palabra
escrita existían lado a lado con la misma importancia—especialmente con
respecto al material de los Evangelios. A menudo, los escribas cambiaban el
texto en un intento de hacer concordar el mensaje escrito con la tradición
oral, o para hacer concordar el registro de un Evangelio con el de otro. Para
fines del siglo II y en el siglo III, muchas de las variantes significativas
habían entrado a la corriente textual.
Sin embargo, el período temprano de la transmisión oral no fue totalmente
dañado por la falta de exactitud al copiar los textos, o por las libertades que
se tomaban los escribas. Había escribas que copiaban el texto con exactitud y
reverencia—es decir, reconocían que estaban copiando un texto sagrado escrito
por un apóstol. La formalización de la canonización no le adjudicó esta calidad
de sagrado al texto. La canonización se realizó como resultado del
reconocimiento común e histórico de la calidad de sagrados de varios libros del
Nuevo Testamento. Desde el principio, ciertos libros del Nuevo Testamento,
tales como los cuatro Evangelios, Hechos y las Epístolas de Pablo, fueron
considerados literatura inspirada. Como tales, ciertos escribas los copiaron
con fidelidad reverente.
Sin embargo, otros escribas se sentían con la libertad de realizar
«mejoras» en el texto—ya sea a favor de la doctrina o la armonización, o debido
a la influencia de una tradición oral que competía con dicho texto. Los
manuscritos producidos de esa manera crearon una clase de «texto popular»—a
saber, un texto no controlado. (Este tipo de texto solía llamarse el «texto
occidental», pero ahora los eruditos lo reconocen como un nombre incorrecto).
Los primeros que intentaron recobrar el texto original fueron algunos
escribas en Alejandría o escribas que estaban familiarizados con las prácticas
de escritura de Alejandría—porque en el mundo helenizado había muchos que
habían llegado a apreciar las prácticas eruditas de Alejandría. Ya en el siglo
II, los escribas de Alejandría, que estaban asociados o que en realidad eran
empleados del escritorio (aposento de los copiantes) de la gran biblioteca de
Alejandría, o eran miembros del escritorio asociado con la escuela catequista
de Alejandría (llamada Didaskelion), eran filólogos, gramáticos y críticos
textuales muy bien adiestrados. Los alejandrinos siguieron la clase de crítica
textual comenzada por Aristóteles, quien clasificaba los manuscritos según su
fecha y valor; y otros eruditos siguieron las prácticas de Zenódoto, el primer
bibliotecario, con respecto a la crítica textual. Los alejandrinos se
preocuparon por conservar el texto original de las obras de literatura. Se
realizó mucha crítica textual sobre La Ilíada y La Odisea, porque
estos eran textos antiguos que existían en muchos manuscritos. Tomaban
decisiones críticas sobre los textos basándose en diferentes manuscritos y
luego producían un prototipo. Este prototipo era el manuscrito producido
oficialmente y era depositado en la biblioteca. De este manuscrito se copiaban,
y se usaba para comparar, tantos manuscritos como se necesitaran.
Podemos asumir que los escribas cristianos de Alejandría estaban aplicando
la misma clase de crítica textual al Nuevo Testamento. Desde el siglo II al IV,
los escribas alejandrinos trabajaron para purificar al texto de la corrupción
textual. Hablando de sus esfuerzos, Gunther Zuntz escribió:
Los correctores
alejandrinos procuraron, en cada esfuerzo repetido, mantener el texto actual en
su medio libre de los muchos errores que lo habían infectado en el período
previo, y que tendían a infiltrase aun después de haber sido [marcados como
espurios]. Una y otra vez estas labores deben haber sido marcadas por la
persecución y la confiscación de libros cristianos, y frustradas por el flujo
continuo de manuscritos del tipo anterior. Sin embargo, resultaron en el
surgimiento de un tipo de texto (distinto de una edición determinada) que
servía de norma para los correctores en los scriptorios provinciales de Egipto.
El resultado final fue que sobrevivió un texto muy superior al del siglo II,
aun cuando los revisores, siendo seres humanos falibles, rechazaron algunas de
sus propias interpretaciones correctas e introdujeron algunas incorrectas de su
propia hechura (The Text
of the Epistles [El texto de las epístolas], 271–272).
El tipo de
texto alejandrino fue perpetuado siglo tras siglo en unos pocos manuscritos,
tales como el Alef y el B (siglo IV), el T (siglo V), el L (siglo VIII), el 33
(siglo IX), el 1739 (un manuscrito del siglo X copiado de un manuscrito alejandrino
del siglo IV), y el 579 (siglo XIII). Desafortunadamente, la mayoría de los
manuscritos del tipo alejandrino desapareció durante siglos, esperando ser
descubiertos catorce siglos más tarde.
Concurrente con el texto alejandrino se encontraba el así llamado texto
«occidental»—el que se clasificaría mejor como el texto popular de los siglos
II y III. En breve, este texto popular se encontró en cualquier clase de
manuscrito que no era producido bajo la influencia alejandrina. Este texto,
debido a su calidad de independiente, no es tan confiable como el tipo de texto
alejandrino. Pero debido a que el texto alejandrino es conocido como un texto
pulido, el texto «occidental», o popular, a veces ha preservado las palabras
originales. Cuando una interpretación diferente tiene el apoyo de ambos, el
texto «occidental» y el texto alejandrino, es muy probable que sea
original; pero cuando los dos están divididos, el testimonio alejandrino
preserva las palabras originales con más frecuencia.
A fines del siglo III surgió otra clase de texto griego, y entonces creció
en popularidad hasta que llegó a ser el tipo de texto predominante a través del
cristianismo. De acuerdo a Jerónimo (en su introducción a la traducción latina
de los Evangelios), fue el tipo de texto promovido primero por Luciano de
Antioquía. El texto de Luciano fue definitivamente recensión (a saber, una
edición creada a propósito)—a diferencia del tipo de texto alejandrino que
surgió como resultado de un proceso por medio del cual los escribas alejandrinos,
después de comparar muchos textos, intentaban preservar el mejor
texto—desempeñando de esa forma más la tarea de críticos textuales que la de
editores. Por supuesto que los alejandrinos hicieron un poco de trabajo de
editores—trabajos como el que ahora se hace cuando se edita para corregir
errores gramaticales o de estilo. El texto de Luciano es el resultado y la
culminación del texto popular; se caracteriza por la fluidez del lenguaje, la
cual se obtiene quitando asuntos oscuros y construcciones gramaticales
extrañas, y por la combinación de varias interpretaciones. Luciano (o sus
asociados) debe haber usado muchas clases de manuscritos de calidad variante
para producir o armonizar el texto editado del Nuevo Testamento. La clase de
trabajo editorial que se realiza en el texto de Luciano es lo que hoy
llamaríamos editar en forma substancial.
El texto de Luciano fue producido antes de la persecución de Diocleciano
(alrededor del año 303), durante la cual muchas copias del Nuevo Testamento
fueron confiscadas y destruidas. No mucho después de este período de
devastación, Constantino subió al poder y entonces reconoció al cristianismo
como la religión del estado. Hubo, por supuesto, una gran necesidad de copias
del Nuevo Testamento que debían hacerse y distribuirse en las iglesias por todo
el mundo mediterráneo. Fue en este tiempo que el texto de Luciano comenzó a ser
propagado por los obispos que salían de la escuela de Antioquía e iban a
iglesias a través del este llevando el texto consigo. El texto de Luciano muy
pronto llegó a ser el texto estándar de la iglesia oriental y formó las bases
para el texto bizantino—y es, por lo tanto, la autoridad suprema para el Textus
Receptus.
Mientras Luciano estaba formando su recensión crítica del texto del Nuevo
Testamento, el texto alejandrino estaba tomando su forma final. Como
mencionamos antes, la formación del tipo de texto alejandrino fue el resultado
de un proceso (a diferencia de una sola recensión editorial). La formación del
texto alejandrino involucró muy poca crítica textual (a saber, seleccionar
interpretaciones variantes entre varios manuscritos) y revisión de la gramática
y el estilo (lo cual produce un texto de lectura fácil). Hubo muchas menos
alteraciones en el tipo de texto alejandrino que en el texto de Luciano. Y los
manuscritos principales del tipo de texto alejandrino eran superiores a los que
usó Luciano. Tal vez Hesiquio fue el responsable de darle su forma final al
texto alejandrino, y Anastasio de Alejandría puede haber sido el que hizo de este
texto el prototipo del texto egipcio.
A medida que pasaron los años, se produjeron menos y menos manuscritos
alejandrinos, y más y más manuscritos bizantinos. Muy pocos egipcios
continuaron leyendo el griego (con la excepción de los que estaban en el monasterio
de Santa Catalina, el lugar donde fue descubierto el Códice Sinaiticus), y el
resto del mundo mediterráneo se volvió al latín. Fueron solamente aquellos en
las iglesias de habla griega en Grecia y Bizancio los que continuaron haciendo
copias del texto griego. La mayoría de los manuscritos del Nuevo Testamento fue
producida en Bizancio siglo tras siglo—desde el siglo VI hasta el siglo XIV—, y
todos estos tenían la misma clase de texto. Cuando se imprimió el primer Nuevo
Testamento griego (circa 1525), fue basado en un texto griego que Erasmo había
compilado usando algunos manuscritos bizantinos de fechas posteriores. Este
texto impreso, con algunas revisiones menores, llegó a ser el Textus Receptus.
Al inicio del siglo XVII se comenzaron a descubrir manuscritos más
antiguos—manuscritos con un texto que difería del Textus Receptus. Alrededor de
1630, el Códice Alejandrino fue llevado a Inglaterra. Este era un manuscrito de
la primera parte del siglo V y contenía el Nuevo Testamento completo, y proveyó
un testimonio bueno y temprano del texto del Nuevo Testamento (es,
especialmente, un buen testimonio del texto original del Apocalipsis).
Doscientos años más tarde, un erudito alemán llamado Constantin von Tischendorf
descubrió el Códice Sinaiticus en el monasterio de Santa Catalina (localizado
cerca del Monte Sinaí). El manuscrito, que era de alrededor de 350 d.C., es uno
de los dos manuscritos más antiguos en vitela (piel de animal tratada) del
Nuevo Testamento griego. El manuscrito más antiguo en vitela, el Códice
Vaticanus, había estado en la biblioteca del Vaticano desde por lo menos 1481,
pero no fue puesto a disposición de los eruditos hasta mediados del siglo XIX.
Este manuscrito, fechado apenas un poco antes (circa 325) que el Códice
Sinaiticus, tenía ambos, el Antiguo y el Nuevo Testamentos en griego,
excluyendo la última parte del Nuevo Testamento (Hebreos 9:15 a Apocalipsis
22:21 y las Epístolas Pastorales). Cien años de crítica textual han determinado
que este manuscrito es uno de los testimonios más exactos y confiables del
texto original.
En el siglo XIX también se descubrieron otros manuscritos tempranos e
importantes. A través de la incansable labor de hombres como Constantin von
Tischendorf, Samuel Tregelles y F. H. A. Scrivener, manuscritos tales como el
Códice Ephraemi Rescriptus, el Códice Zacynthius y el Códice Augiensis fueron
descifrados, comparados y publicados.
A medida que los varios manuscritos eran descubiertos y se hacían públicos,
ciertos eruditos trabajaban para compilar un texto griego que representara con
más exactitud el texto original de lo que lo hacía el Textus Receptus.
Alrededor de 1700, John Mill produjo un Textus Receptus mejorado, y en la
década de 1730, Johannes Albert Bengel (conocido como el padre de los estudios
textuales y filológicos modernos del Nuevo Testamento) publicó un texto que se
apartaba del Textus Receptus según la evidencia de manuscritos anteriores.
En el siglo XIX algunos eruditos comenzaron a abandonar el Textus Receptus.
Karl Lachman, un filólogo clásico, produjo un nuevo texto (en 1831) que
representaba manuscritos del siglo IV. Samuel Tregelles (autodidacta en latín,
hebreo y griego), trabajando durante toda su vida, concentró todos sus
esfuerzos en publicar un texto griego (el cual se publicó en seis partes, desde
1857 a 1872). Tal como se expresa en la introducción de esta obra, la meta de
Tregelles era «presentar el texto del Nuevo Testamento en las mismas palabras
en las que fue transmitido, basándose en la evidencia de autoridad antigua».
Henry Alford también compiló un texto griego basándose en los mejores y más
tempranos manuscritos. En su prefacio a The Greek New Testament [El Nuevo Testamento griego] (un comentario
en varios volúmenes, publicado en 1849), Alford dijo que trabajó para «la destrucción
de la inmerecida y pedante reverencia hacia el texto recibido, el cual
perturbaba todas las posibilidades de descubrir la genuina palabra de Dios».
Durante este mismo período, Tischendorf estaba dedicando el trabajo de toda
una vida a descubrir manuscritos y a producir ediciones exactas del Nuevo
Testamento griego. En una carta a su prometida escribió: «Estoy enfrentando una
tarea sagrada, la lucha por volver a obtener la forma original del Nuevo
Testamento». Como cumplimiento de su deseo, descubrió el Códice Sinaiticus,
descifró el palimpsesto Códice Ephraemi Rescriptus, cotejó innumerables
manuscritos, y produjo varias ediciones del Nuevo Testamento griego (la octava
es la mejor).
Ayudados por el trabajo de eruditos anteriores, dos hombres británicos,
Brooke Westcott y Fenton Hort, trabajaron juntos durante veintiocho años para
producir el volumen titulado The
New Testament in the Original Greek [El Nuevo Testamento en el griego
original] (1881). Junto
a esta publicación, hicieron conocer su teoría (que era principalmente la de
Hort) que el Códice Vaticanus y el Códice Sinaiticus (junto con otros
manuscritos tempranos) representaban un texto que duplicaba más de cerca la
escritura original. Llamaron a este texto el Texto Neutral. (Según sus
estudios, el Texto Neutral describía ciertos manuscritos que tenían la menor
cantidad de corrupción textual). Este es el texto en que se basaron Westcott y
Hort para compilar su volumen.
El siglo XIX fue una buena época para la recuperación del Nuevo Testamento
griego; lo mismo que el siglo XX. Los que vivieron en el siglo XX fueron
testigos del descubrimiento de los Papiros Oxirrinco, los Papiros Chester
Beatty y los Papiros Bodmer. Hasta ahora, hay casi 100 papiros que contienen
porciones del Nuevo Testamento—varios de los cuales datan desde la última parte
del siglo I a la primera parte del siglo IV. Estos significativos
descubrimientos, que les han provisto a los eruditos muchos manuscritos
antiguos, han ayudado enormemente en los esfuerzos para recuperar las palabras
originales del Nuevo Testamento.
A comienzos del siglo XX, Eberhard Nestle usó las mejores ediciones del
Nuevo Testamento griego para compilar un texto que representaba el consenso de
la mayoría. Durante varios años su hijo continuó el trabajo de hacer nuevas
ediciones, trabajo que ahora se encuentra en las manos de Kurt Aland. La última
edición, (la número 27) titulada Novum Testamentum Graece, de Nestle-Aland, fue publicada en 1993
(con una edición revisada en 1998). El mismo texto griego aparece en otro
volumen popular publicado por las Sociedades Bíblicas Unidas, llamado el Greek New Testament [Nuevo
Testamento griego] (cuarta edición, 1993). Muchos consideran que la vigésima sexta edición
del texto de Nestle-Aland representa la obra más reciente y el mejor trabajo de
la erudición textual.
EL TEXTO
ORIGINAL DEL NUEVO TESTAMENTO
En su libro
titulado The Text of the New Testament [El texto del
Nuevo Testamento], Kurt y Barbara Aland defienden la posición que el texto de Nestle-Aland
«está más cerca del texto original del Nuevo Testamento que el de Tischendorf o
Westcott y Hort, por no mencionar a von Soden» (24). Y en varios otros pasajes
sugieren que muy bien puede ser el texto original. Esto es evidente en la
defensa de Kurt Aland del texto de Nestle-Aland como el nuevo «texto estándar»:
El nuevo «texto
estándar» ha pasado la prueba de los primeros papiros y de las letras que se
usaban antiguamente. De hecho, corresponde al texto de tiempos tempranos.… En
ningún lugar ni ocasión encontramos interpretaciones aquí [en los manuscritos
más antiguos] que requieran un cambio en el «texto estándar». Si la
investigación presentada aquí en toda su brevedad y concisión pudiera ser
presentada en su totalidad, el conjunto de detalles que acompaña a cada
variante convencería hasta al que más duda. Cien años después de Westcott-Hort,
la meta de una edición del Nuevo Testamento «en el griego original» parece
haberse alcanzado.… La meta deseada ahora parece que se ha logrado, ofrecer los
escritos del Nuevo Testamento en la forma del texto que está más cerca de la
que produjo la mano de sus autores o redactores que comenzaron su trayectoria
en la iglesia de los siglos I y II («The Twentieth-Century Interlude in New
Testament Textual Criticism [El interludio del siglo XX en la crítica textual
del Nuevo Testamento]» en Text
and Interpretation [Texto e interpretación], 14).
Los Aland
deberían ser elogiados por hablar sobre la recuperación del texto original, porque es aparente que muchos
críticos textuales modernos han abandonado la esperanza de recuperar el texto
original. Otros eruditos piensan que puede ser recuperado, y creen que el NA27
está bastante cerca de presentar el texto original. La razón de este optimismo
es que tenemos muchos manuscritos tempranos y que también entendemos mejor la
historia temprana del texto.
Hay unos sesenta manuscritos que datan de antes del comienzo del siglo
IV—varios de esos manuscritos son del siglo II. Hasta hace poco, la manera de
fechar los manuscritos era muy conservadora, porque Grenfell y Hunt no creían
que el códice existiera antes del siglo III, y por lo tanto, fecharon muchos
papiros encontrados en Oxirrinco en los siglos III y IV que deberían haber sido
fechados en los siglos II y III.
Como mencionamos antes, una de las fechas más significativas es la del P46
(el Papiro Chester Beatty II, que por lo general se fecha alrededor del año
200), que contiene todas las Epístolas de Pablo excepto las Epístolas
Pastorales. En un artículo muy convincente, Young Kyu Kim ha fechado el P46
antes del reinado de Domiciano (81–96 d.C.); (vea Biblica, 1988, 248–257). Él determinó esta
fecha porque todos los otros papiros literarios, cuya letra se compara al estilo
de escritura del P46, son fechados en el siglo I d.C., y porque no hay papiros
paralelos de los siglos II y III. Mi análisis de la fecha del P46 lo colocaría
a mediados del siglo II (circa 150 d.C.). (Para una presentación completa de la
fecha del P46, vea The
Text of the Earliest New Testament Greek Manuscripts [El texto de
los manuscritos griegos más tempranos del Nuevo Testamento], 2001,
204–206).
Los siguientes manuscritos han sido fechados en el siglo II o en la primera
parte de siglo III:
P87, que contiene unos pocos versículos de Filemón, al comienzo del siglo
II (circa 125). (La escritura a mano del P87 es muy similar a la que se
encontró en el P46.)
P77, que contiene unos pocos versículos de Mateo 23, mediados del siglo II
(circa 150)
P45 (el Papiro Chester Beatty I), que contiene porciones de los cuatro
Evangelios y de Hechos, mediados del siglo II (circa 150)
P32, que contiene porciones de Tito 1 y 2, tercer cuarto del siglo II
(circa 175)
P90, que contiene una porción de Juan 18, tercer cuarto del siglo II (circa
175)
P52, que contiene unos pocos versículos de Juan 18, al comienzo del siglo
II (circa 150), pero muchos paleógrafos lo han fechado antes (circa 110–125)
P4/64/67, que contienen porciones de Mateo y Lucas, circa 175
P1, que contiene Mateo 1, circa 200
P13, que contiene Hebreos 2–5, 10–12, circa 200
P27, que contiene una porción de Romanos 8, circa 200
P66 (el Papiro Bodmer II), que contiene la mayor parte de Juan, circa 175
(pero fechado por Herbert Hunger, director de colecciones papirológicas de la
Biblioteca Nacional de Viena, circa 125–150)
P48, que contiene una porción de Hechos 23, primera parte del siglo III
(circa 220)
P75 (los Papiros Bodmer XIV/XV), que contiene la mayor parte de Lucas y
Juan, primera parte del siglo III (circa 200)
P98, que contiene Apocalipsis 1:13–2:1, siglo II
P104, que contiene Mateo 21:34–37, 43, 45(?), a comienzos del siglo II
(circa 125–150)
P109, que contiene Juan 21:18–20, 23–25, de mediados a fines del siglo II
(circa 150–200)
Además de los
manuscritos tempranos que acabamos de mencionar, hay otro manuscrito de vitela
de finales del siglo II, el 0189, que contiene una porción de Hechos 5. Y hay
otros cuarenta y tres manuscritos del siglo III que contienen porciones de los
pasajes que se indican a continuación:
P5, Juan 1, 16, 20
P9, 1 Juan 4
P12, Hebreos 1
P15, 1 Corintios 7
P16, Filipenses 3, 4
P18, Apocalipsis 1
P20, Santiago 2
P22, Juan 15–16
P23, Santiago 1
P28, Juan 6
P29, Hechos 26
P30, 1 Tesalonicenses 4–5, 2 Tesalonicenses 1
P37, Mateo 26
P38, Hechos 13, 19
P39, Juan 8
P40, Romanos 1, 2, 3, 4, 6, 9
P47, Apocalipsis 9–17
P49, Efesios 4–5
P53, Mateo 25, Hechos 9
P65, 1 Tesalonicenses 1–2
P69, Lucas 22
P70, Mateo 2, 3, 11, 12, 24
P72, 1 y 2 Pedro, Judas
P78, Judas
P80, Juan 3
P92, Efesios 1, 2 Tesalonicenses 1
P95, Juan 5:26–29, 36–38
P101, Mateo 3:10–12; 3:16–4:3
P106, Juan 1:29–35, 40–46
P107, Juan 17:1–2, 11
P108, Juan 17:23–24; 18:1–5
P110, Mateo 10:13–15, 25–27
P111, Lucas 17:11–13, 22–23
P113, Romanos 2:12–13, 19
P114, Hebreos 1:7–12
P115, porciones de Apocalipsis 2, 3, 4, 5, 8–15
0162, Juan 2
0171, Mateo 10, Lucas 22
0212, el manuscrito Diatessaron, que contiene pequeñas porciones de cada
Evangelio
0220, Romanos 4–5
P. Antinópolis 2.54, Mateo 6:10–12
Los manuscritos
que acabamos de catalogar, especialmente el primer grupo (los que están
fechados en la primera parte del siglo II, en el siglo II, y en la primera
parte del siglo III), proveen la fuente para recuperar el texto original del
Nuevo Testamento. Muchos de estos manuscritos son más de doscientos años más
antiguos que los dos grandes manuscritos que se descubrieron en el siglo XIX:
el Códice Vaticanus (circa 325) y el Códice Sinaiticus (circa 350). Estos
últimos fueron los dos grandes manuscritos que revolucionaron la crítica textual
del Nuevo Testamento en el siglo XIX, y fueron los que le dieron impulso a la
compilación de nuevas ediciones críticas del Nuevo Testamento griego por el
trabajo de Tregelles, Tischendorf, Westcott y Hort.
Tregelles, quien trabajó usando principios similares a los de Lachmann,
compiló un texto basado en la evidencia de los manuscritos más antiguos.
Tischendorf intentó hacer lo mismo, aunque estaba demasiado inclinado hacia el
Códice Sinaiticus. Westcott y Hort implementaron el mismo principio cuando crearon
su edición crítica, aunque estaban predispuestos hacia el Códice Vaticanus. Sin
embargo, Westcott y Hort hicieron un intento de imprimir el texto original del
Nuevo Testamento griego. Algunos críticos del siglo pasado los ridiculizan a
ellos, y a cualquiera que haga tal intento, porque están convencidos de que es
imposible recobrar el texto original debido a la gran divergencia de
interpretaciones que existen en tantos manuscritos diferentes.
Otros críticos argumentarán que no es sabio basar una recuperación del
texto original usando manuscritos que son todos de origen egipcio. De hecho,
ciertos eruditos sostienen que los manuscritos tempranos en papiros representan
sólo el texto del Nuevo Testamento egipcio, no el texto de toda la iglesia
primitiva completa. Kurt Aland ha argumentado efectivamente contra este punto
de vista señalando que (1) no estamos seguros de si todos los papiros que se
descubrieron en Egipto en realidad se originaron en Egipto, y (2) que el texto
que generalmente se llama el texto egipcio (a diferencia del texto «occidental»
o texto bizantino) fue el texto que se exhibió en los escritos de los primeros
padres de la iglesia que vivían fuera de Egipto—tales como Ireneo, Marción e
Hipólito («The Text of the Church? [¿El texto de la iglesia?]» Trinity Journal, volumen 8,
1987.) Por lo tanto, es posible que los manuscritos descubiertos en Egipto
fueran típicos del texto que existía en aquel tiempo en toda la iglesia.
Además, debemos recordar que las iglesias de la última parte del siglo I
hasta el siglo III, a través de toda la zona del Mar Mediterráneo, no estaban
aisladas las unas de las otras. Debido al florecimiento del comercio, los
caminos accesibles y puertos libres (todos bajo el gobierno de Roma), había un
flujo regular de comunicación entre las ciudades como Cartago y Roma, Roma y
Alejandría, Alejandría y Jerusalén. Las iglesias del norte del África y las de
Egipto no estaban aisladas del resto de las iglesias que estaban al norte de
ellas. Esta comunicación comenzó desde los primeros días de la iglesia. Algunos
de los primeros que se convirtieron al cristianismo el día de Pentecostés (30
d.C.) eran de Egipto y de Libia (Hechos 2:10); indudablemente algunos de ellos
regresaron a sus lugares de origen llevando el evangelio. El eunuco etíope,
después de haber recibido a Jesús como su Salvador, debe haber regresado a su
hogar con el evangelio (Hechos 8:25 y siguientes). Apolos, que era de
Alejandría, llegó a ser uno de los primeros apóstoles en Asia (vea Hechos
18:24).
La historia nos dice que hubo una iglesia en Alejandría ya desde 100 d.C.
Alrededor de los años 160–180, Pantaneo llegó a ser director de una pequeña
escuela catequista en Alejandría. De acuerdo a Eusebio, la escuela ya había
comenzado para cuando Pantaneo se hizo cargo del liderazgo. Clemente se hizo
cargo de esa escuela cuando Pantaneo se fue de Alejandría para no regresar
jamás. Clemente trabajó arduamente para establecer esta pequeña escuela
catequista como el centro y misión de estudios cristianos. Para el año 200 Clemente
había formado una floreciente comunidad de cristianos muy instruidos en
Alejandría. Pero entonces, debido a la sangrienta persecución del año 202,
Clemente huyó de Alejandría. Orígenes fue el que reemplazó a Clemente y
estableció una famosa escuela de eruditos cristianos.
La historia también nos dice que había iglesias en las zonas rurales del
sur de Alejandría ya desde la primera parte del siglo II. Varios de los
manuscritos tempranos del Nuevo Testamento—aquellos que datan de la primera
parte del siglo II (vea la lista anterior) han venido del Fayum y Oxirrinco,
revelando de ese modo la existencia de cristianos en esas ciudades rurales ya
desde el año 125. Esta es la zona en la cual los arqueólogos han descubierto
casi todos nuestros manuscritos del Nuevo Testamento. Los manuscritos no vienen
de Alejandría porque la biblioteca de esa ciudad fue destruida dos veces (la
primera vez los romanos la destruyeron accidentalmente, y la segunda vez fue
destruida por los musulmanes). Además, el nivel freático en Alejandría es muy
alto, y los papiros no pudieron resistir la humedad.
La parte central rural de Egipto, debido a su clima seco y a su bajo nivel
freático, ha llegado a ser un caudal de manuscritos producidos localmente y en
otros lugares. Yo creo que los manuscritos en existencia presentan una buena
muestra de lo que habría existido desde fines del siglo I hasta fines del siglo
III a través de todo el mundo grecorromano. Lo que quiero decir es que si, por
algún milagro, encontráramos manuscritos tempranos en Turquía, Israel, Sira o
Grecia, es muy probable que exhibieran los mismos materiales que se encontraron
en los llamados manuscritos egipcios. En otras palabras, los manuscritos del
Nuevo Testamento que se usaban y que se leían en las iglesias de Egipto durante
los primeros siglos de la iglesia primitiva representarían bien los que se
usaban y leían en todas las demás iglesias. Además, se puede asumir que
seguramente la zona rural central de Egipto preservó muchos manuscritos que
habían llegado de Alejandría (y que habían sido preparados en la tradición
alejandrina), y de otras ciudades tales como Roma o Antioquía.
La zona rural central de Egipto, el lugar donde se descubrieron nuestros
manuscritos, no estaba aislada del resto del mundo. Los numerosos papiros no
literarios descubiertos allí han demostrado que había comunicación regular
entre los que vivían en Fayum con los que vivían en Alejandría, Cartago y Roma.
Y hay evidencia de que había correspondencia general entre las obras de
literatura y las prácticas de escritura. Por lo tanto, entre aquellos que
produjeron los manuscritos tempranos que tenemos hoy, debe haber habido algunos
escribas que estaban produciendo copias de los libros del Nuevo Testamento de
una manera muy similar a la de los escribas que vivían en otros lugares del
mundo grecorromano. Es así que podemos concluir que los manuscritos
descubiertos en Egipto son fuentes legítimas para reconstruir el texto original
del Nuevo Testamento griego.
EXAMINANDO LA
CONFIABILIDAD DE LOS PRIMEROS TEXTOS
Algunos
críticos textuales argumentan que una fecha temprana para un manuscrito del
Nuevo Testamento no es en sí muy significativa porque el período
temprano de la transmisión textual fue inherentemente «libre». Los que apoyan
este punto de vista han debatido que los escribas que hacían las copias de
varios libros del Nuevo Testamento en el período previo a la canonización (la
última parte del siglo III) se daban libertades cuando hacían las copias. A
diferencia de los escribas judíos que meticulosamente hacían copias fieles del
texto sagrado del Antiguo Testamento, los escribas cristianos han sido
caracterizados como que no se sentían obligados a producir copias exactas de
sus ejemplos porque todavía no habían reconocido la calidad de «sagrado» del texto
que estaban copiando. Este punto de vista del período temprano, que se ha
vuelto un axioma entre muchos críticos textuales del Nuevo Testamento, no es
totalmente cierto por muchas razones:
1. La mayoría
de los escritores de estos libros del Nuevo Testamento eran judíos que creían
que el Antiguo Testamento, en hebreo y en griego, era la Palabra de Dios
inspirada. Debido a su procedencia judía respetaban mucho las Escrituras, las
cuales habían llegado a ser centrales para su vida y adoración religiosa. Eran
el pueblo del libro. Muchos de ellos leían la Septuaginta, Antiguo Testamento
griego, que es muy probable que haya sido el trabajo de traducción de los
judíos alejandrinos.
Algunos de los escribas judíos cristianos deben haber imitado las prácticas
de los escribas judíos. Esto comenzó cuando se hicieron copias de la
Septuaginta, la cual creían que era un texto inspirado, y eso se habría
extendido a cualquiera de los libros del Nuevo Testamento que ellos
consideraban autoritativos e igualmente inspirados. Los cristianos deben haber
estado muy conscientes de las reglas estrictas que gobernaban el copiar el
texto del Antiguo Testamento y la reverencia que se les daba a esas copias.
2. Muchas de
las primeras copias de varios libros del Nuevo Testamento fueron realizadas por
escribas que deben haber creído que estaban copiando un texto sagrado—compuesto
originalmente por los primeros apóstoles como Pedro, Mateo, Juan y Pablo.
Algunos libros eran tratados como sagrados desde el principio mismo, como los
cuatro Evangelios, Hechos, las Epístolas Paulinas y 1 Pedro, mientras que
otros, aquellos que habían tomado mucho tiempo para ser «canonizados», tal vez
fueron tratados con menos fidelidad textual—libros como 2 Pedro y Judas, las
Epístolas Pastorales, Santiago y Apocalipsis. La canonización de algunos libros
se percibió ya desde el siglo I, mucho antes de que ocurriera. Por ejemplo, el
cuerpo de las obras de Pablo fue formado alrededor de 75 d.C., y era reconocido
como literatura apostólica y autoritativa. El escritor de 2 Pedro llegó tan
lejos como para catalogar a las Epístolas de Pablo con «las demás Escrituras»
(2 Pedro 3:15–16, NVI). Los cuatro Evangelios también se reconocieron como
autoritativos ya desde el siglo II.
3. Muchos de
los libros del Nuevo Testamento fueron producidos originalmente como obras de
literatura. Por ejemplo, los cuatro Evangelios, Hechos, Romanos, Efesios,
Hebreos, 1 Pedro y Apocalipsis son claramente obras de literatura. La mayoría
de los otros libros del Nuevo Testamento son cartas «ocasionales», es decir,
cartas escritas principalmente para suplir la necesidad de dicha ocasión. Pero
no sucede esto con los otros libros, porque desde el principio fueron diseñados
para ser obras literarias para llegar a una gran audiencia.
Debido a que vivían en un mundo helenizado, los escritores del Nuevo
Testamento hablaban, leían y escribían en griego. La clase de griego que usaron
para escribir era el lenguaje común (koiné) del mundo grecorromano. Muchos de
los escritores del Nuevo Testamento conocían otras obras de la literatura
griega y las citaron. Juan hace alusión a Filón. Pablo cita a Epiménides, Arato
y Menandro; y su estilo epistolar está moldeado del creado anteriormente por
los escritores griegos como Isócrates y el filósofo Platón. Los escritores de
los Evangelios eran los típicos historiadores griegos. Sus obras siguen el
patrón establecido por el historiador griego Herodoto, quien estableció un
elevado estándar de observación y reportaje.
Los primeros lectores de estas obras, ya sea judíos cristianos o gentiles
cristianos, habrían estado conscientes tanto del valor espiritual como
literario de estos textos. Por eso, algunos de los primeros que hicieron copias
de estos libros las deben haber hecho con mucho respeto por preservar el texto
original.
4. Todos los
primeros papiros, sin excepción, muestran que los cristianos de la iglesia
primitiva que hicieron copias de los textos usaron abreviaturas especiales para
designar los títulos divinos (nomina sacra). El nombre estaba escrito en forma
abreviada con una línea sobre la abreviatura. Por ejemplo, la palabra griega
para «Jesús» Ιησους era escrita como IC. Otros títulos que fueron escritos
como nomina sacra son Señor, Cristo, Dios, Padre, Hijo y Espíritu. Aunque la
creación de las nomina sacra puede reflejar la influencia judía del
tetragrámaton (YHWH escrito por Yahweh/Jehová), es una creación totalmente
nueva que se encuentra exclusivamente en documentos cristianos. De acuerdo a C.
H. Roberts, la creación de esta clase de sistema de escritura «presupone un
grado de control y organización.… El establecimiento de la práctica no habría
sido dejado a los caprichos de una sola comunidad, y muchos menos a los de un
escriba individual.… El sistema era demasiado complejo para que el escriba común
operara sin reglas o un ejemplo autoritativo» (Manuscript, Society, and Belief [Manuscrito, sociedad y creencia], 45–46).
La presencia universal de las nomina sacra en los documentos cristianos
tempranos habla con voz fuerte contra la noción de que el período de
transmisión textual se caracterizaba al principio por ser «libre». Los escribas
cristianos seguían un patrón establecido, un ejemplo «autorizado». Como dijo
Roberts: «El notable sistema uniforme de nomina sacra … sugiere que a una fecha
temprana había copias estándar de las Escrituras cristianas» («Books in the
Greco-Roman World [Los libros en el mundo grecorromano]», 64).
5. Acompañando
al fenómeno de la formación de las nomina sacra en los documentos cristianos
está el fenómeno del uso de los códices por los cristianos tempranos. Antes de
la mitad del siglo I, todas las Escrituras y otros escritos estaban en rollos.
Por ejemplo, Jesús usó un rollo para leer cuando hizo su discurso de Isaías 61
en la sinagoga de Nazaret (Lucas 4:18 y siguientes). Los judíos y los no judíos
usaban rollos; todos en el mundo grecorromano usaban rollos.
Entonces apareció el códice (un libro formado de páginas dobladas que se
cosían sobre el lomo). Es probable que al principio los códices hubieran sido
confeccionados tomando como modelo los cuadernos hechos de pergamino. De
acuerdo a la hipótesis de C. H. Roberts, Juan Marcos, mientras todavía vivía en
Roma, usó ese tipo de cuaderno hecho de pergamino para registrar los dichos de
Jesús (que había escuchado de la predicación de Pedro). El completo Evangelio
de Marcos, entonces, fue publicado primero como un códice (The Birth of the Codex [El nacimiento
del códice], 54 y
siguientes). «Un evangelio que circulaba en este formato determinaba, en parte
vía autoridad, en parte vía sentimentalismo y simbolismo, que la forma
apropiada para las Escrituras cristianas era un códice, no un rollo» (Greek Papyri [Papiros
griegos], 11, de E. G.
Turner).
De allí en adelante, todas las porciones del Nuevo Testamento fueron
escritas en códices. El códice fue de uso exclusivo de los cristianos hasta
fines del siglo II. Kenyon escribió: «De todos los papiros descubiertos en
Egipto que pueden ser asignados al siglo II … ni un solo manuscrito pagano [es
decir, no cristiano] está escrito en forma de códice» (Books and Readers in Ancient Greece
and Rome [Libros y
lectores en antigua Grecia y Roma], 111). Esta práctica (que comenzó en Roma o Antioquía)
fue una separación clara del judaísmo y, de nuevo, muestra una clase de
uniformidad en la formación y el discernimiento del texto temprano.
6. Contrario a
la noción común de que muchos papiros tempranos del Nuevo Testamento fueron
producidos por escribas sin experiencia que hacían copias personales de pobre
calidad, varios de los papiros tempranos del Nuevo Testamento fueron producidos
con mucho cuidado por escribas instruidos y profesionales. Los paleógrafos han
podido clasificar ciertos estilos de escritura a mano desde el siglo I al IV
(así como posteriores). Muchos de los primeros papiros del Nuevo Testamento
estaban escritos en lo que se llama «estilo documentario reformado» (es decir,
el escriba sabía que estaba trabajando en un manuscrito que no era sólo un
documento legal sino una obra literaria). En el libro The Birth of the Codex, Roberts
escribió:
Los manuscritos
cristianos del siglo II, aunque no alcanzaron un alto estándar caligráfico, por
lo general mostraban un estilo de escritura competente que ha sido llamado
«documentario reformado», que es muy posible que sea el trabajo de escribas con
experiencia, ya sea que hayan sido cristianos o no.… Y por lo tanto es
razonable asumir que los escribas de los textos cristianos recibían un pago por
su trabajo. (46)
Las prácticas
de escritura en las zonas rurales de Egipto (por ejemplo, Fayum, Oxirrinco,
etcétera), que comenzaron en el siglo II, fueron influenciadas por los escribas
profesionales que trabajaban en el escritorio de la gran biblioteca de
Alejandría, o tal vez por un escritorio cristiano fundado en Alejandría (en
asociación con la escuela catequista) en el siglo II. Eusebio implica que la
escuela comenzó mucho antes que Pantaneo se hiciera cargo de ella alrededor del
año 180 (H.E., v. 10. I.), y Zuntz argumenta bastante convincentemente que el
cuerpo de los escritos de Pablo fue producido usando los métodos de los
eruditos alejandrinos, o en la misma Alejandría, a principios del siglo II (The Text of the Epistles, 14–15). En su
función de ser los críticos textuales más antiguos del Nuevo Testamento, los
escribas alejandrinos seleccionaron los mejores manuscritos y luego produjeron
un texto que reflejaba lo que ellos consideraban el texto original. Deben haber
trabajado con manuscritos que tenían la misma calidad del P1, P4/64/67, P27,
P46 y P75.
Zuntz también argumentó que para mediados del siglo II, los arzobispos
alejandrinos poseían un grupo de escribas que, por lo que producía, estableció
las normas del tipo de manuscrito bíblico alejandrino (op. cit.). Este estándar
podría haber incluido la codificación de las nomina sacra, el uso de códices, y
otras características literarias. Sin embargo, el decir que Alejandría
estableció una norma no quiere decir necesariamente que Alejandría estaba
ejerciendo una clase de uniformidad textual a través de Egipto durante el siglo
II y la primera parte del siglo III. No fue sino hasta el siglo IV, cuando
Atanasio llegó a ser obispo de Alejandría, que Alejandría comenzó a ejercer el
control sobre las iglesias egipcias. Este puede haberse extendido a la
producción de Nuevos Testamentos, pero por cierto que no podría haber alcanzado
a cada iglesia. Antes del siglo III, los manuscritos no presentan evidencia de
haber sido producidos en un lugar central. Más bien, cada manuscrito fue
producido en un escritorio asociado con una iglesia local. Sin embargo, es
bastante evidente que Alejandría había establecido un estilo de escritura
estándar, y que algunas ciudades importantes de Egipto (como Oxirrinco) fueron
influenciadas por ese estándar.
CONCLUSIÓN
Los críticos
textuales que trabajan con literatura antigua reconocen universalmente la
supremacía de los manuscritos tempranos sobre los posteriores. A los críticos
textuales que no trabajan con el Nuevo Testamento les gustaría tener la misma
clase de testimonios tempranos que tienen los eruditos bíblicos. De hecho,
muchos de ellos trabajan con manuscritos que fueron escritos 1.000 años después
de que fueron compuestos los autógrafos. Nos maravillamos de que los Rollos del
Mar Muerto hayan provisto un texto que es casi 800 años más cercano al texto
original que los manuscritos masoréticos, y sin embargo, ¡muchos de los
manuscritos del Mar Muerto tienen de 600 a 800 años de diferencia con las
composiciones originales! ¡Los críticos textuales del Nuevo Testamento tienen
una ventaja muy grande!
Los eruditos textuales del Nuevo Testamento del siglo XIX como Lachmann,
Tregelles, Tischendorf, Westcott y Hort trabajaron sobre la base de que los
testimonios más tempranos son los mejores. Nosotros deberíamos continuar esta
línea de recuperación usando el testimonio de los testigos más antiguos. Pero
los eruditos textuales desde el tiempo de Westcott y Hort han estado menos
inclinados a producir ediciones basadas en la teoría de que los primeros
materiales son los mejores. La mayoría de los críticos textuales de estos tiempos
está más inclinada a endosar la máxima que dice que el material que
probablemente es más original es el que mejor explica las variantes.
Esta máxima (o «canon» como a veces se le llama), siendo tan buena como es,
produce resultados conflictivos. Por ejemplo, dos eruditos que usan los mismos
principios para examinar la misma unidad no se ponen de acuerdo. Uno
argumentará que una variante fue el resultado de que el copista tratara de
imitar el estilo del autor; el otro sostendrá que la misma variante tiene que
ser original porque concuerda con el estilo del autor. Uno argumentará que una
variante se produjo porque un escriba ortodoxo estaba tratando de quitarle al
texto una interpretación que podría promover la heterodoxia o la herejía; otro
afirmará que la misma variante es original porque es ortodoxa y concuerda con
la doctrina cristiana (por lo tanto, un escriba heterodoxo o herético debe
haber realizado el cambio). Además, este principio da lugar a que la
interpretación que se ha elegido para el texto pueda ser tomada de cualquier
manuscrito de cualquier fecha. Esto puede resultar en el eclecticismo
subjetivo.
Los eruditos textuales modernos han intentado suavizar el subjetivismo
empleando un método llamado «eclecticismo razonado». Según Michael Holmes, «El
eclecticismo razonado aplica una combinación de consideraciones internas y
externas, evaluando el carácter de las variantes a la luz de la evidencia del
manuscrito y viceversa para obtener un punto de vista equilibrado del asunto, y
como un chequeo de las tendencias puramente subjetivas» («New Testament Textual
Criticism [El criticismo textual del Nuevo Testamento]», en Introducing New Testament
Interpretation [Introduciendo la interpretación del Nuevo Testamento] [ed. S.
McKnight], 55).
Los Aland se inclinan por la misma clase de enfoque, llamándolo el método
«genealógico-local», que se define de la siguiente manera:
Es imposible
proceder basándose en la suposición de la genealogía de un manuscrito, y sobre
la base de una revisión completa y un análisis de las relaciones obtenidas
entre la variedad de técnicas interrelacionadas en la tradición del manuscrito,
para intentar una recensión de la información como se haría con los otros
textos griegos. Las decisiones se deben tomar una por una, caso por caso. Este
método se ha caracterizado como eclecticismo, pero no es el término correcto.
Después de establecer una variedad de lecturas ofrecidas en un pasaje y las
posibilidades de su interpretación, entonces siempre se debe determinar, en
forma nueva y sobre la base de criterios externos e internos, cuál de esas
interpretaciones (y con frecuencia son muy numerosas) es la original, de la que
las otras pueden ser consideradas derivativas. Desde la perspectiva de nuestro
conocimiento actual, este método «genealógico local» (si se le debe dar un
nombre) es el único que cumple con los requisitos de la tradición textual del
Nuevo Testamento. (Introducción a Novum Testamentum Graece, 26a edición, 43)
Este método
«genealógico-local» asume que para cada unidad de variación dada, cualquier
manuscrito (o manuscritos) debe haber preservado el texto original. El aplicar
este método produce una presentación documentaria muy desigual del texto.
Cualquiera que estudie el conjunto de sistemas y materiales del NA26
o del NA27 detectará que no hay una presentación documentaria
pareja. El eclecticismo está esparcido por todo el texto.
El «eclecticismo razonado», o el método «genealógico-local», tiende a dar
prioridad a la evidencia interna sobre la evidencia externa. Pero tiene que ser
lo completamente opuesto si vamos a descubrir el texto original. Esa era la
opinión de Westcott y Hort. Con respecto a su compilación en The New Testament in the Original
Greek, Hort escribió:
«En la mayoría de los casos se le ha permitido a la evidencia documentaria
tomar el lugar de honor contra la evidencia interna» (Introduction to the New Testament in
the Original Greek [La introducción al Nuevo Testamento en el griego
original], 17).
En este aspecto, Westcott y Hort deben ser validados. Earnest Colwell
pensaba lo mismo cuando escribió: «Hort Redivivus: A Plea and a Program [Hort
Redivivus: Un ruego y un programa]». Colwell censuró «la creciente tendencia de
confiar enteramente en la evidencia interna de las interpretaciones, sin
considerar seriamente la evidencia documentaria» (152). En este artículo, él
insta a los eruditos a que intenten reconstruir la historia de la tradición del
manuscrito. La tesis principal del presente ensayo ha sido precisamente hacer
eso, y, al hacerlo, promover el valor de los primeros manuscritos en los
esfuerzos continuos por recuperar el texto original del Nuevo Testamento.