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miércoles, 15 de febrero de 2012

¿PUEDEN SER CONOCIDOS LOS ATRIBUTOS DE DIOS?

Que no podemos tener un conocimiento literal de los atributos de Dios fue discutido extensamente por Tomas de Aquino en la Parte I de su Suma teológica. Arguye, en su Suma contra los gentiles, parte I, capítulo 32, «Que no se afirma nada unívocamente de Dios y de otras cosas»; capítulo 33, «Que no todos los términos aplicados a Dios y a las criaturas son puramente equívocos»; capítulo 34, «Que los términos aplicados a Dios y a las criaturas son aplicados analógicamente».
La distinción entre las afirmaciones unívocas, equívocas, y analógicas se basa en el capítulo primero de Categorías por Aristóteles. A lo que Tomás llama «analógico», Aristóteles llama «derivativo», pero la distinción básica es la misma. Las declaraciones unívocas son literales. Las palabras significan exactamente lo que dicen, no se usan en forma figurativa. Las declaraciones equívocas no son la verdad. Lo que llamamos «la vía láctea» lleva el nombre «láctea» solamente en un sentido equívoco. Las declaraciones analógicas son la verdad solamente en un sentido figurativo de las palabras.
Basta decir, por ahora, que consideramos totalmente arbitraria y contraria a los hechos la negación de Tomás de la posibilidad de declaraciones unívocas en cuanto a Dios. Por supuesto, hay declaraciones figurativas o «analógicas» acerca de Dios en las Escrituras. Nuestra objeción es a la negación de que haya declaraciones literales acerca de Dios y sus atributos que son comprensibles aun a nuestras mentes finitas.
El mejor resumen de la doctrina de Dios como lo enseña la Biblia se encuentra en contestación a la pregunta número 4 del Catecismo Menor de Westminster, «¿Qué es Dios?» R. «Dios es un espíritu, infinito, eterno, e inmutable en su ser, sabiduría, poder, santidad, bondad, justicia, y verdad.»


DIOS ES UN ESPÍRITU
La mujer samaritana que Jesús encontró junto al pozo de Sicar había preguntado a Jesús si los seres humanos debían adorar a Dios en Samaria como lo enseñaba su pueblo, o en Jerusalén como enseñaban los judíos. Después de señalar que la pregunta en cuanto a la localidad del culto a Dios era de una importancia secundaria y temporal, Jesús pronunció las palabras profundas, «Dios es Espíritu y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren» (Jn 4:24).
Implicaciones negativas
En el contexto inmediato el elemento más importante en estas palabras de Jesús es la implicación negativa. Dios no es un ser corpóreo ubicado en algún espacio finito. Que Jesús usó la palabra «Espíritu» para indicar algo incorpóreo es evidente de sus palabras que encontramos en Lucas 24:36–43. Mientras los dos que habían visto a Jesús en el camino a Emaús relataban sus experiencias a los otros discípulos, Jesús apareció en medio de ellos. Tenían miedo. «Pensaban que veían espíritu» (Lc 24:37). Jesús los tranquilizó: «Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy; palpad y ved; porque un espíritu no tiene carne ni hueso como veis que yo tengo» (Lc 24:39). Para tranquilizarlos más, pidió un poco de comida y comió delante de ellos. Así mostró que aunque resucitado de los muertos retenía atributos corporales.
Por supuesto, no podemos negar que desde el punto de vista bíblico un espíritu también puede ser corpóreo, en el sentido de habitar en un cuerpo. 1 Tesalonicenses 5:23, y las muchas referencias al espíritu  humano mientras que las personas todavía viven en su cuerpo. Es perfectamente claro que en las palabras encontradas en Juan 4:24 y también en las palabras del Señor en Lucas 24:36ss., la palabra «espíritu» significa un ser personal incorpóreo.
En el Pentateuco la naturaleza incorpórea de Dios es la base del segundo mandamiento que prohíbe el culto de cualquier semejanza de una naturaleza corpórea. Antes de repetir los diez mandamientos en Deuteronomio 5, Moisés tuvo cuidado especial de acentuar el mandamiento que prohíbe algún objeto físico de culto. «Oísteis la voz de sus palabras, más a excepción de oír la voz, ninguna figura visteis» (Dt 4:12). Además dice.»El día en que Dios les habló, no vieron ninguna figura. Por lo tanto, no vayan a hacerse ídolos con forma de hombre o de mujer, ni de animales o aves, ni de reptiles o peces. No adoren al sol ni a la luna, ni a las estrellas ni a los astros. Esos astros, que brillan para todas las naciones, los creó Dios. (Dt 4:15–19, 23). Las repetidas denuncias de idolatría en todo el Antiguo Testamento se basan en el hecho revelado de que Dios es Espíritu, y no un ser corpóreo.
En la visión que Moisés tuvo de Dios (Éx 33:18–23), la referencia a «las espaldas» de Dios podría llevar al lector a entender que Dios es una persona corpórea. Sin embargo el contexto muestra lo contrario. Además, el Dr. R.L. Harris sugiere que la palabra hebrea אָחֹר akjór;[1]en este contexto significa, con toda probabilidad, «los efectos de Dios». Ciertamente es la verdad que conocemos a Dios por sus efectos, es decir, por sus acciones y manifestaciones dadas en su revelación de sí mismo. Fueron la gloria de Dios (Éx 33:22) y su carácter moral (Éx 34:5–8) los que se manifestaron a Moisés en esta experiencias.
En Éxodo 24:9–11 leemos: «Y subieron Moisés y Aarón, Nadab y Abiú, y setenta de los ancianos de Israel; y vieron al Dios de Israel; y había debajo de sus pies como un embaldosado de zafiro, semejante al cielo cuando está sereno. Más no extendió su mano sobre los príncipes de los hijos de Israel; y vieron a Dios, y comieron y bebieron.» Está claro que no se entiende esta experiencia como una visión real de un ser corpóreo. La experiencia óptica, «había debajo de sus pies como un embaldosado de zafiro semejante al cielo cuando está sereno», se da solamente en lenguaje comparativo, «como… semejante». Ciertamente, esta parte del relato no contradice a Éxodo 33:20, 23: «No podrás ver mi rostro; porque no me verá hombre, y vivirá… Mas no se verá mi rostro.»
Recordemos el recurso del antropomorfismos comunicado con figuras gramaticales referentes a Dios en términos humanos no proveen datos contrarios a la doctrina de que Dios es un Espíritu incorpóreo. Hay muchas referencias a la «mano» de Dios (Éx 3:20), a su «brazo» (Éx 6:6; Dt 4:34; 5:15), a su «oído» (Is 37:17; 59:1; Sal 11:4; Zac 4:10). Es obvio que estas referencias a miembros corporales deben entenderse metafóricamente.
De la misma manera las referencias al «venir» o «ir» de Dios a un lugar específico son metáforas, y el significado literal es que Dios manifiesta su presencia en ciertos tiempos y lugares. Cuando Isaías exclamó, « ¡Oh, sí rompieses los cielos, y descendieras, y a tu presencia se escurriesen los montes, como fuego abrasador de fundiciones, fuego que hace hervir las aguas para que hicieras notorio tu nombre a tus enemigos, y las naciones temblasen a tu presencia!» (Is 64:1, 2), estaba pidiendo la manifestación de la presencia de Dios y en ningún sentido daba a entender que Dios es un ser corpóreo que tenía que viajar de un lugar a otro.
En forma similar, cuando leemos con referencia a la torre de Babel, «y descendió Adonay para ver la ciudad y la torre que edificaban los hombres» (Gn 11:5), tenemos una expresión metafórica. Tomar estas palabras en otro sentido violaría el contexto.
Asimismo, la Escritura presenta visiones de Dios sobre su trono. Dos de tales visiones se encuentran en Daniel 7 y Apocalipsis 4 y 5. Daniel dice: «Estuve mirando hasta que fueron puestos tronos y se sentó un anciano de días cuyo vestido era blanco como la nieve y el pelo de su cabeza como lana limpia; su trono llama de fuego, y las ruedas del mismo, fuego ardiente … miraba yo en la visión de la noche, y he aquí con las nubes del cielo venía uno como un hijo de hombre, que vino hasta el anciano de días y le hicieron acercarse delante de él» (Dn 7:9, 13). Juan nos da una visión similar: «… he aquí un trono establecido en el cielo, y en el trono, uno sentado. Y el aspecto del que estaba sentado era semejante a piedra de jaspe y de cornalina, y había alrededor del trono un arco iris, semejante en aspecto a la esmeralda… y él [el Cordero] vino, y tomó el libro de la mano derecha del que estaba sentado en el trono» (Ap 4:3; 5:7). El examen cuidadoso de estas dos visiones pone en evidencia que no contradicen la doctrina de que Dios es un Espíritu incorpóreo. Jamás se describe una forma física en tales visiones en alguna parte de las Escrituras. La apariencia «semejante a piedra de jaspe y de cornalina» (Ap 4:3), y la apariencia de uno «cuyo vestido era blanco como lana limpia» (Dn 7:9) son palabras simbólicas del carácter espiritual y no de los atributos corporales de Dios.
Del mismo modo, las teofanías difieren en su naturaleza de las visiones y de las metáforas antropomórficas. En Génesis 32:24–30 se nos dice que Dios apareció como un hombre a Jacob y luchó con él, y Jacob dijo: «Vi a Dios cara a cara y fue librada mi alma.» Este es un caso maravilloso.
En esta experiencia de Jacob y en otras teofanías debemos entender que era la segunda persona de la Trinidad que apareció así en forma humana. Un principio que va envuelto es aquel que encontramos en Juan 1:18: «A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer.»
En Génesis 18, de los tres viajeros, el que se llama Señor o Jehová se entiende que es la Segunda Persona de la Trinidad. Es aquel «cuyas salidas son desde el principio desde los días de la eternidad» (Mi 5:2), quien apareció a Josué como «Príncipe del ejército de Jehová» (Jos 5:13–15). Él era el cuarto hombre en el horno de fuego que anduvo con Sadrac, Mesac, y Abed-nego: «Y el aspecto del cuarto era semejante a hijo de los dioses» (Dn 3:25). Diremos más de las teofanías del Antiguo Testamento cuando lleguemos a la discusión de la Persona y obra de Cristo. Para nuestro propósito actual basta indicar que la naturaleza esencial y eterna de Dios es incorpórea y espiritual. Y que las manifestaciones de sí mismo en ciertos tiempos y lugares en la historia, la más importante de las cuales es su encarnación, no son incompatibles con su incorporeidad y espiritualidad esencial.
«Dios es Espíritu», sentido afirmativo
Hemos visto en forma negativa que Jesús niega que la corporeidad sea un atributo de Dios en su declaración a la mujer samaritana (Jn 4:24). Afirmativamente, Jesús declara que Dios es un ser personal, porque la palabra «Espíritu» en tal contexto ciertamente lleva tal implicación. Pero, ¿qué implica ser una persona, o cuál es la naturaleza esencial de personalidad?
Desde el punto de vista bíblico, un ser personal es aquel que es capaz de autoconocimiento y de autodeterminación, un ser al cual se le pueden aplicar con un sentido real los pronombres «yo», «tú», y «él». En el lenguaje de Descartes una persona es res cogitans, un ser que piensa.
Debemos llamar la atención al hecho de que esta definición de personalidad no es popular en el mundo moderno. Definir la personalidad como conocimiento o como «modelo de comportamiento», más bien que como un ser que es consciente, un ser que se comporta de cierta manera, parece ser la tendencia prevaleciente. Aun algunos realistas (en el sentido moderno de la palabra), como el difunto G.E. Moore y el profesor Juan Wild, antes de Harvard, y ahora de la Universidad de Northwestern, persistentemente rehúsan reconocer la existencia de un ser, una entidad sustantiva que piensa y siente. En cuanto a mí mismo, parece tan irracional hablar de conocimiento sin un ser que piensa, sentir sin un ser que sienta, como hablar de movimiento sin algo que se mueva o impacto sin cuerpos que choquen.
En el estudio de la naturaleza del ser humano llegará a ser aparente que los individuos poseen un espíritu corpóreo y personal, un espíritu cuya condición normal es morar en un cuerpo. Se ha mostrado que las Escrituras enseñan que Dios es un Espíritu personal, incorpóreo. Queda por investigar lo que las Escrituras enseñan positivamente en cuanto a la personalidad de Dios.
Cuando Moisés se volvió para ver la zarza que «ardía en fuego y la zarza no se consumía», Dios le habló, primeramente en términos de continuidad de la experiencia histórica personal: «Yo soy el Dios de tus padres, Dios de Abraham, Dios de Isaac, y Dios de Jacob» (Éx 3:6). De estas palabras debemos aprender la lección de que aunque cada revelación particular de Dios en el curso de la historia humana se puede considerar como un evento único en sí mismo, no obstante desde el punto de vista teísta de la historia, cada revelación particular de Dios es parte de un proceso histórico de revelación. Dios nunca «se dejó a sí mismo sin testimonio» (Hch 14:17). Aunque los israelitas habían olvidado el nombre de Dios y habían caído mucho en la ignorancia durante su tiempo de esclavitud, Dios no obstante se reveló a Moisés, no como un Dios nuevo, sino como el Dios personal que había guiado a Abraham y que había prometido ser el Dios de la simiente de Abraham.
Moisés, consciente de la ignorancia espiritual de su pueblo, queda anonadado por la revelación de Dios y la declaración de su propósito de librar. «Dijo Moisés a Dios: He aquí que llego yo a los hijos de Israel y les digo: El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros. Si ellos me preguntaren: ¿Cuál es su nombre?, ¿qué les responderé?» (Éx 3:13).
Debemos notar aquí que el «nombre» de Dios en el uso bíblico significa más que el uso de la palabra «nombre» en nuestro lenguaje moderno. El nombre de Dios es más que meramente su nombre; es la esencia de su carácter y de su actividad. Por esta razón la contestación de Dios a Moisés es muy significativa. «Y respondió Dios a Moisés: YO SOY EL QUE SOY. Y dijo: Así dirás a los hijos de Israel: YO SOY me envió a vosotros» (Éx 3:14).
Las palabras hebreas אֶֽהְיֶ֖ה אֲשֶׁ֣ר אֶֽהְיֶ֑ה ’ehyeh ’asher ’ehyeh se traducen mejor «Yo soy yo quien soy», esto es, «Yo soy el Dios que existe como un Espíritu personal con autoconocimiento y autodeterminación».
Puede alegarse que estamos imponiendo sobre la historia antigua nuestros conceptos modernos. Yo contestaría que es más probable que la idea cristiana de la personalidad espiritual se deriva de esta fuente antigua. Un libro no se puede divorciar de sus efectos en la corriente de la historia. Muchas generaciones de gentes temerosas de Dios desde los tiempos antiguos han encontrado en estas palabras una revelación del Dios personal. Quitar de las palabras sus implicaciones obvias es desviarse de las reglas científicas de la crítica literaria histórica.
Pero la revelación de Dios presentada en Éxodo 3 no termina con el tiempo presente «Yo soy». La narración continúa: «Además dijo Dios a Moisés: Así dirás a los hijos de Israel: Jehová el Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, Dios de Isaac, y Dios de Jacob, me ha enviado a vosotros. Este es mi nombre para siempre; este es mi memorial por todos los siglos» (Éx 3:15). El nombre de Dios no es solamente ’ehyeh, «Yo soy» sino «Yahvé», «El que continuamente es».
No entraremos en detalle en la discusión del significado de este tetragrámaton.[2]
Sería superfluo producir evidencia adicional de que el Dios de la Biblia es un Espíritu con autoconocimiento. Así, con uniformidad completa, se presenta en los 66 libros.
Que el Dios de la Biblia también cumple el segundo criterio de nuestra definición de personalidad, autodeterminación, es plenamente evidente en todas las Escrituras. En palabras de Pablo (Ef 1:11 ), Él «hace todas las cosas según el designio de su voluntad». Dios se presenta en toda la Biblia como ejerciendo libre albedrío. Todas sus acciones y todos sus propósitos son «según el puro afecto de su voluntad» (Ef 1:5).
Se notará que las implicaciones de la declaración bíblica de que «Dios es Espíritu» son contrarias radicalmente a algunos conceptos filosóficos que se han metido en la historia de la teología. Un punto de vista bíblico de Dios como un Espíritu personal es contrario a la idea de Tomás de Aquino de que Dios es «el completamente realizado», «en quien no hay potencial». Es contrario también al Dios panteísta de Espinoza, contrario al Dios trascendente y sin tiempo de Kant, y contrario al pseudo-calvinismo de algunos de nuestros contemporáneos que enseñan que Dios es sin tiempo.
Decir que estos escritores eminentes mantienen ideas de Dios que niegan su personalidad parece en verdad extremo. Algunos de ellos, por supuesto, creen en un Dios personal, pero su doctrina es incompatible. El punto mío es que negar que Dios hace acciones específicas auto determinadas y autoconscientes en el proceso del tiempo, y que él está relacionado causalmente a eventos específicos, es negar algo que es esencial al concepto de la personalidad.

Al presente Dios es un infinito ser, y tal definición de Dios que estamos usando, después de declarar que Dios es un Espíritu, un Ser personal sin cuerpo, procede a enumerar sus atributos por medio de tres adjetivos cada uno de los cuales se aplica a siete sustantivos. Se dice de Dios que es «infinito, eterno, e inmutable» en siete aspectos de su existencia: en su «ser, sabiduría, poder, santidad, bondad, justicia, y verdad». Para un entendimiento completo de la definición, es necesario considerar cada uno de estos adjetivos con respecto a cada uno de estos sustantivos.
En la declaración de que Dios es «infinito en su ser» lo que se quiere afirmar es que Dios es omnipresente.
Se podrían entender las palabras de otra manera, pero la intención de los padres de Westminster que redactaron esta definición de las Escrituras es bastante clara en el contexto. Las palabras no quieren decir que él es la totalidad de todo ser. Podrían interpretarse así si no hubiera contexto, sin embargo, es bastante evidente que se considera al ser de Dios como numéricamente otro que el ser de su creación.
Las palabras «infinito en su ser» no tienen referencia específica al tiempo infinito de su ser, porque la palabra «eterno» se da también como un artículo aparte.
Las palabras «infinito en su ser» significan la omnipresencia de Dios, y esto o se enseña explícitamente o se presume consecuentemente en toda la Escritura. «¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia? Si subiere a los cielos, allí estás tú; Y si en el Seol hiciere mi estrado, he aquí, allí tú estás. Si tomare las alas del alba y habitare en el extremo del mar, aun allí me guiará tu mano, y me asirá tu diestra. Si dijere: Ciertamente las tinieblas me encubrirán; aun la noche resplandecerá alrededor de mí, aun las tinieblas no encubren de ti, y la noche resplandece como el día; lo mismo te son las tinieblas que la luz» (Sal 139:7–12).
Por supuesto, hay expresiones antropomórficas en que se habla de Dios como «viniendo» o «yendo» hacia o desde un lugar específico. Sin embargo, hemos mostrado que tales expresiones son claramente figurativas, como se indica siempre en el contexto. Cuando se habla de la presencia literal de Dios, siempre se entiende que es absolutamente universal. «Jehová tiene en el cielo su trono; sus ojos ven, sus párpados examinan a los hombres» (Sal 11:4). «Los ojos de Jehová están sobre los justos, y atentos sus oídos al clamor de ellos» (Sal 34:15). «Los ojos de Jehová están en todo lugar, mirando a los malos y a los buenos» (Prv 15:3). «Pero ¿es verdad que Dios morará sobre la tierra? He aquí que los cielos, los cielos de los cielos, no te pueden contener; ¿Cuánto menos esta casa que yo he edificado?» (1 R 8:27). «¿Se ocultará alguno, dice Jehová, en escondrijos que yo no lo vea? ¿No lleno yo, dice Jehová, el cielo y la tierra?» (Jer 23:24).
Me ayuda a expresar la omnipresencia de Dios el pensamiento de que cada cosa en el universo está inmediatamente en su presencia. Mientras trabajo en mi escritorio, todas las cosas sobre él están inmediatamente en mi presencia. Por supuesto, hay relaciones espaciales. Tomo mi pluma, arreglo mis papeles; pero en un sentido práctico el espacio no es problema: todo está en mi presencia.
Mientras se habla desde el púlpito, cada persona y cada objeto de la sala está en la presencia del predicador. En verdad hay relaciones espaciales, pero tales relaciones resultan enteramente sin importancia. Recuerdo bien algo de mi niñez cuando mi padre dijo desde el púlpito: «Cada persona en el mundo está inmediatamente en la presencia de Dios, tal como cada uno en esta sala está inmediatamente en mi presencia.» No creo que él estaba tratando de explicar la doctrina de la omnipresencia sin darle una aplicación práctica, pero la ilustración se quedó indeleble en mi memoria. Todo en el universo está inmediatamente en la presencia de Dios.
Estas ilustraciones ayudan a pensar en Dios. El espacio no es problema a la todopoderosa presencia personal de Dios. Él oye, ve y actúa inmediatamente en cualquiera parte del universo. El no es un Dios «muy lejos» (Jer 23:23); él es «Dios muy cerca». Estamos inmediatamente en su presencia.


[1]  Del árabe  أُخُرٌ (ʾuḫurun) parte trasera, lo de atrás, la salida, (el retiro o alejamiento de algo o alguien)
[2] La mejor opinión parece ser que la palabra erróneamente deletreada «Jehová» se basa en la tercera persona singular imperfecto del verbo «ser», y significa «el que continuamente es». Una traducción inglesa por el rabino Isaac Leeser, publicada por Hebrew Publishing Co., N.Y., traduce esta palabra, The Everlasting One (El que es para siempre). He visto otras traducciones hechas por rabinos contemporáneos en que la palabra se traduce «The Eternal» (El Eterno).

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