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lunes, 13 de febrero de 2012

EL CONTEXTO LITERARIO DE LA PARÁBOLA DEL HIJO PRÓDIGO

Introducción
Existe, en todo documento, y especialmente si es antiguo, información implícita (que está en el trasfondo de lo que se narra o explica) que el traductor debe asimilar antes de intentar hacer una reproducción legítima del texto original en un idioma moderno. En el caso de los evangelios resaltan algunos aspectos generales y específicos. Comenzaremos nuestra exposición con información de carácter general.
Los evangelistas Mateo, Marcos, Lucas y Juan escribieron cada cual un relato de algunos de los acontecimientos que ocurrieron en torno a Jesús. Es importante destacar que estos escritos son historias de fe. Se narran desde el punto de vista de la fe en Cristo. Esto no significa que no sean históricos, pero no son, por cierto, relatos periodísticos o biografías en el sentido moderno de esta palabra. La meta primordial de los evangelistas no es dar información netamente histórica o científica, sino más bien fomentar la fe en Cristo Jesús, como lo dice Juan explícitamente:
Jesús hizo muchas otras señales milagrosas delante de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro. Pero estas se han escrito para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengan vida por medio de él. (Jn 20.30-31)
Hay que subrayar que aun en casos de biografías propiamente dichas, o de trabajos periodísticos modernos, no existe ningún relato que sea totalmente objetivo. A menudo olvidamos que una narración también contiene una perspectiva narratológica, es decir, un mensaje del escritor, una visión literaria o teológica. En el caso del Nuevo Testamento, no son solamente las cartas de Pablo las que contienen una teología, sino que cada evangelista escribe con un propósito literario y teológico específico. El narrador selecciona lo que quiere contar, cómo quiere contarlo y en qué aspectos desea poner énfasis. El escritor del Evangelio según Lucas nos lo dice explícitamente:
Muchos han emprendido la tarea de escribir la historia de los hechos que Dios ha llevado a cabo entre nosotros, según nos los transmitieron quienes desde el comienzo fueron testigos presenciales y después recibieron el encargo de anunciar el mensaje. Yo también, excelentísimo Teófilo, lo he investigado todo con cuidado desde el principio, y me ha parecido conveniente escribirte estas cosas ordenadamente, para que conozcas bien la verdad de lo que te han enseñado. (1.1-4)
El uso de las parábolas en las enseñanzas de Jesús
Sabemos que una parte muy importante de las enseñanzas de Jesús consistía de parábolas. Y, precisamente, en el escogimiento y la narración de esas parábolas se expresan algunos elementos de la teología tanto del escritor como, por supuesto, de Jesús. Las parábolas variaban, en cuanto a su extensión, desde narraciones relativamente extensas (semejantes a cuentos cortos) hasta comparaciones muy breves. Además, hay parábolas que se encuentran en los tres evangelios sinópticos, mientras que otras pertenecen a una tradición limitada a sólo uno de los evangelistas. Un ejemplo de este último caso es, en Lucas, la parábola del «hijo pródigo». Es exactamente esta parábola la que vamos a tratar de analizar desde un punto de vista exegético-literario. Debe tenerse presente que la palabra de Dios viene a nosotros en lenguaje humano y en géneros literarios propios de la literatura humana, en una época cultural específica, en un país de una religión determinada y en un idioma que se usaba (como todos los idiomas que conocemos) para comunicar y expresar lo que se experimenta en el corazón.
La parábola del hijo pródigo
Contexto general de la parábola del hijo pródigo
Nuestra parábola se encuentra en lo que se ha denominado la sección central de Lucas (9.51—19.27). En esta sección, Lucas narra el viaje (o los viajes) de Jesús en el contexto de su misión para ir a Jerusalén. Esta sección contiene mucho material que solamente se encuentra en ese evangelio (por ejemplo, la parábola del buen samaritano [10.30-37], la de Lázaro [16.19-31] y la del fariseo y el cobrador de impuestos [18.9-14]; también está la curación de los diez leprosos [17.11-19]).
Contexto social y religioso
El trozo literario en el cual se encuentra la parábola que nos ocupa empieza en 15.1-2:
Se acercaban a Jesús todos los publicanos y pecadores [cobradores de impuestos y gente de mala fama] para oírlo, y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: —Este recibe a los pecadores y come con ellos.
Cobradores de impuestos
Leemos en Lc 15.1 que «los publicanos y los pecadores» se acercaban a Jesús, y que los fariseos y los escribas criticaban a Jesús. Los «publicanos» eran cobradores de impuestos; pero hay algunos elementos importantes en el ejercicio de esa profesión que no se incluyen en la traducción tradicional de la palabra «publicano». Lo que sucedía era lo siguiente: esos «cobradores de impuestos» cooperaban con los romanos, que eran la fuerza opresora en Palestina, y aquellos cobraban impuestos precisamente para Roma. Además, a ellos les tocaba todo lo que pudieran cobrar aparte de la cuota exigida por los romanos, por lo que convenía a sus intereses financieros cobrar más de la cuenta. Eso era exactamente lo que hacían. Por tanto, la información que la frase «cobrador de impuestos» comunicaba era triple:
    • Se refiere a traidores que habían vendido a su propio pueblo para colaborar con los romanos.
    • Se refiere a los que explotaban al pueblo para enriquecerse.
    • Se refiere a los que eran ritualmente impuros porque a menudo tenían contacto con paganos, es decir, con no judíos.
¿Cómo puede el traductor comunicar esta información sin forzar el sentido del texto original? En primer lugar, hay que hablar de «cobradores de impuestos» y no de «publicanos», pues esta palabra no comunica hoy el sentido propio del texto. En segundo lugar, uno puede tratar de explicar algo de la situación étnica y política por medio de una nota explicativa o una entrada en el glosario al final de la Biblia. La versión Dios habla hoy traduce Lc 15.1 correctamente: «Todos los que cobraban impuestos para Roma». Es cierto que el traductor no puede comunicar todas las diferentes facetas de una palabra como esta, pero, hasta donde sea posible, hay que tratar de abrir el camino para que se dé una interpretación correcta.
Pecadores
La segunda palabra que llama nuestra atención es «pecadores». Leemos a menudo en los evangelios que Jesús trataba con ellos. Para el lector común de nuestro tiempo, lo normal es considerar que todo el mundo es pecador. Pero en el caso de los evangelios, esa palabra se refería a una clase específica de gente que, desde la perspectiva de los líderes religiosos, era considerada «pecadora en una categoría especial»; entre esos pecadores estaban las prostitutas, los enfermos crónicos, los mendigos y los que tenían defectos físicos. Era una especie de apodo para señalar a los que no cumplían con los requisitos de la ley de Moisés y de la tradición oral de los intérpretes oficiales de dicha ley. Para aclarar este significado, la versión Dios habla hoy habla de «gente de mala fama».
Entonces, debemos tomar nota, desde el comienzo del capítulo 15, donde se encuentra nuestra parábola, de que todo lo que va a acontecer en cuanto a conversación y enseñanza está situado en el cuadro sociorreligioso de oposición entre cobradores de impuestos y gente de mala fama por un lado y, por el otro, los líderes religiosos del pueblo. No olvidemos que los fariseos y escribas veían con menosprecio a aquellos dos grupos. En este contexto, Jesús cuenta una tríada de parábolas en la que la del «hijo pródigo» es la última.
Contexto narrativo
Parábola de la oveja perdida
Jesús responde a la crítica de los líderes religiosos con tres parábolas que ilustran, de diversas formas, el mismo punto de comparación, aunque cada parábola también añade su propia connotación singular a la totalidad. La primera parábola es la de la oveja perdida.
Entonces él les refirió esta parábola, diciendo: «¿Qué hombre de vosotros, si tiene cien ovejas [los fariseos y los escribas detestaban a los pastores] y se le pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y va tras la que se perdió, hasta encontrarla? Cuando la encuentra, la pone sobre sus hombros gozoso, y al llegar a casa reúne a sus amigos y vecinos, y les dice: “Gozaos conmigo, porque he encontrado mi oveja que se había perdido.” Os digo que así habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento.» (15.3-7)
Hay que resaltar algunos elementos culturales de importancia para entender esta parábola que introduce, junto con la siguiente, la parábola principal (la del hijo pródigo).
Muchos tenemos un concepto romántico de lo que significaba ser pastor de ovejas en Israel a comienzos de la era cristiana. Los pastores pertenecían a la clase baja de la sociedad y, a menudo, eran personas con defectos físicos. Los líderes religiosos los consideraban impuros, pues por la naturaleza de su profesión, los pastores no podían cumplir con las rígidas demandas de la tradición de los padres en torno a la ley de Moisés. Cuando en Lc 2.8-20 leemos que los pastores fueron los que recibieron la aparición celestial y que, además, fueron los primeros en ir a visitar al recién nacido Jesús, tenemos que entender que se trata aquí de un grupo de personas de las menos privilegiadas, que son las que juegan un papel importante en la historia de la salvación. Recordemos también que, por ejemplo, David era pastor de ovejas, y es obvio que sus padres y hermanos no le tenían mucha estima (1 S 16). Es muy irónico que Jesús compara a los líderes religiosos con los pastores, ya que aquellos, por lo general, detestaban a esas personas y la profesión que ejercían.
La parábola tiene diferentes referencias al «gozo» y termina con una declaración enfática relativa al gozo celestial ante la conversión de los «pecadores» (es decir, «los cobradores de impuestos y la gente de mala fama»), en contraste con la supuesta santidad de los «justos». El tema del gozo aparece a menudo en el Evangelio de Lucas. Ya al comienzo del evangelio se destaca en los anuncios del nacimiento de Juan y de Jesús, y después sigue siendo un tema recurrente (véase, por ejemplo, 1.14,44,47; 6.21-23; 10.20-21; 19.6,37). Es importante que el traductor trate de mantener esta correspondencia de palabras que se encuentra en el texto original en torno al «gozo».
La parábola de la moneda perdida
La segunda parábola es la de la moneda perdida:
«¿O qué mujer que tiene diez dracmas [moneda griega de plata], si pierde una dracma, no enciende la lámpara, barre la casa y busca con diligencia hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, reúne a sus amigas y vecinas, y les dice: “Gozaos conmigo, porque he encontrado la dracma que había perdido.” Así os digo que hay gozo delante de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente.» (15.8-10)
Esta parábola es un ejemplo tomado del mundo femenino. El escritor de Lc pone mucho énfasis en el papel de las mujeres en el ministerio de Jesús. En este evangelio leemos de alrededor de diez mujeres que no se mencionan en los otros evangelios (véase, entre otros, Lc 7.11-12,37-50; 8.2-3; 13.10-17). El interés de Lucas en las mujeres se puede ver claramente desde el comienzo de su evangelio, cuando pone de relieve las relaciones entre Isabel y María en los llamados “bloques de la infancia” (Lc 1—2).
Es importante que el traductor, al comienzo de la parábola anterior (15.3) traduzca de forma enfática “qué hombre entre ustedes”, porque ahora viene un ejemplo para las mujeres: “o qué mujer”. Los líderes religiosos no tenían interés en enseñar a las mujeres, y mucho menos en público. Jesús no solamente hacía eso, sino que también incluyó a las mujeres en sus ejemplos, y de manera sobresaliente. Algunos exegetas piensan que la moneda perdida era parte de la dote matrimonial y que las mujeres, en ocasiones especiales, se ponían un tipo de turbante en el que usaban esas diez monedas. Pero esto no es completamente seguro. La dracma era un tipo de moneda que databa del tiempo de la ocupación griega de Palestina; este dato no es esencial para entender la parábola, y destacarlo podría incluso desviar la atención del lector moderno. Por eso, una traducción dinámica como la Dios habla hoy traduce simplemente «moneda». En esta parábola vemos una vez más el tema del gozo: «Así os digo que hay gozo delante de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente.» Es necesario traducir esta oración en forma concordante con la de la primera parábola.
Análisis de la parábola del hijo pródigo
Primera parte: alejamiento y regreso del hijo menor (Lc 15.11-24)
También dijo: «Un hombre tenía dos hijos, y el menor de ellos dijo a su padre: “Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde.” Y les repartió los bienes. No muchos días después, juntándolo todo, el hijo menor se fue lejos a una provincia apartada, y allí desperdició sus bienes viviendo perdidamente. Cuando todo lo hubo malgastado, vino una gran hambre en aquella provincia y comenzó él a pasar necesidad. Entonces fue y se arrimó [fue a pedir trabajo] a uno de los ciudadanos de aquella tierra, el cual lo envió a su hacienda para que apacentara cerdos [animal impuro para los judíos]. Deseaba llenar su vientre de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba. Volviendo en sí, dijo: “¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre! Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: ‘Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros.’ ” »Entonces se levantó y fue a su padre. Cuando aún estaba lejos, lo vio su padre y fue movido a misericordia, y corrió y se echó sobre su cuello y lo besó. El hijo le dijo: “Padre, he pecado contra el cielo [eufemismo para evitar el nombre divino] y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo.” Pero el padre dijo a sus siervos: “Sacad el mejor vestido [¿vestido real?] y vestidle; y poned un anillo [de sello y autoridad] en su dedo y calzado [los esclavos no tenían calzado; los huéspedes se quitaban los zapatos en la casa] en sus pies. Traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta, porque este mi hijo muerto era y ha revivido; se había perdido y es hallado.” Y comenzaron a regocijarse.» (Lc 15.11-24)
La última parábola en este capítulo de Lucas ha sido llamada la «reina de las parábolas». Muchos la han clasificado como el “cuento breve” (short story) más antiguo de la literatura universal. Tiene todos los elementos necesarios para la composición de una historia impactante que permita una multiplicidad de lecturas congruentes. Dentro del discurso narrativo, este último cuadro es el punto culminante en que Jesús claramente analiza el problema fundamental de los líderes religiosos. La referencia a la paternidad divina se encuentra en el Antiguo Testamento en Os 11; Jer 31.18-20; Sal 103.13. Aquí, Jesús pinta un cuadro muy descriptivo y emotivo de la relación entre el padre y sus dos hijos. Es obvio que el hijo menor alude a personas como «los cobradores de impuestos y la gente de mala fama», y el hijo mayor a gente como «los fariseos y los escribas». El relato tiene dos partes: la primera es el alejamiento, arrepentimiento y regreso del hijo menor; la segunda, la reacción del hijo mayor.
En la primera parte encontramos la narración del derroche de los bienes y la caída al nivel más bajo que un judío podía imaginarse: ser apacentador de cerdos. Tomemos nota de que el cerdo era un animal impuro y que el joven, de pura necesidad, tiene que tomar un puesto inferior al nivel que los jornaleros en su tierra natal tenían. En tierra extraña, lejos de su familia, él se ha unido con un pagano que lo trata como muchos tratan a los extranjeros, explotándolo; y, además, padecía hambre. Es interesante ver que, en el v. 13, leemos que se alejó físicamente de la comunión con su familia (se fue de viaje, a una región lejana); en el v. 15 el texto griego dice literalmente que “él fue a unirse con unos de los ciudadanos de aquella región”. El verbo griego kallaomai es muy fuerte y aquí se refiere a una relación de trabajo. Dios habla hoy y muchas otras traducciones modernas, correctamente interpretan que en este contexto se trata de «pedir o buscar trabajo». Pero aquí hay un elemento de ironía. El joven se aleja de su padre que lo quiere y termina buscando trabajo, para unirse con un extranjero que lo detesta tanto como para enviarlo a apacentar cerdos, sin darle suficiente comida a cambio de su trabajo. La Biblia del peregrino nos da una excelente traducción: «Fue y se comprometió con un hacendado del país...» El que huyó del «compromiso» (la unión) con los suyos, ahora se ve obligado a comprometerse (unirse) con los que no son los suyos.
En todo caso, el joven recapacita y, en un monólogo interior, practica cómo regresar a su padre: «Padre, he pecado contra el cielo y contra ti.» El «cielo» acá se refiere claramente a Dios. Para evitar decir el nombre de Dios o la palabra «Dios», los judíos muchas veces usaban «cielo». Por ejemplo, el «reino de los cielos» es sinónimo de «reino de Dios». El joven ha pecado contra Dios y su padre; ahora está dispuesto a tomar aun la posición más baja de jornalero porque su amarga experiencia le ha mostrado que hay posiciones de un nivel aun inferior a esta. De un alejamiento físico y psicológico pasa a un acercamiento psicológico que culminará con el regreso físico a la casa paterna. Este regreso, este acercamiento, se define en la parábola como un regreso a la vida misma —«este mi hijo muerto era y ahora ha revivido»—, una resurrección de un estado de alienación moral, espiritual y social.
Pero hay una gran sorpresa en la narración: el padre es quien se acerca a él y corre a recibirlo. El padre viola las reglas sociales de su comunidad; en vez de esperar a que el menor (y, en este caso, el menor rebelde) le muestre reverencia, él sale a saludarlo. No hay recriminación alguna. El hijo que no merece ser hijo y que ya no quiere ser hijo, recibe del padre el anillo del sello de la casa, que representaba la autoridad del padre. Recibe asimismo el mejor vestido (o, como también podría traducirse el griego stolên tên protên, «el vestido que tenía anteriormente», o sea, antes de abandonar la casa paterna). Recibe calzado; los esclavos no llevaban calzado, y los huéspedes se los quitaban cuando estaban en casa del anfitrión. Anillo, vestido y calzado forman un conjunto de símbolos de un hijo legítimo de la casa.
Esta parte también termina con el tema del gozo que, como ya vimos, es típico del evangelio de Lucas. El becerro gordo se comía en ocasiones especiales
o durante visitas de personas importantes. El padre hace un llamado para festejar y gozarse. Es el mismo tema con que terminaron las dos parábolas anteriores (Lc 15.7,10).
Segunda parte: invitación a un cambio en el hijo mayor (Lc 15.25-32)
»El hijo mayor estaba en el campo. Al regresar, cerca ya de la casa, oyó la música y las danzas; y llamando a uno de los criados le preguntó qué era aquello. El criado le dijo: “Tu hermano ha regresado y tu padre ha hecho matar el becerro gordo por haberlo recibido bueno y sano.” Entonces se enojó y no quería entrar. Salió por tanto su padre, y le rogaba que entrara. Pero él, respondiendo, dijo al padre: “Tantos años hace que te sirvo, no habiéndote desobedecido jamás, y nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos. Pero cuando vino este hijo tuyo, que ha consumido tus bienes con rameras, has hecho matar para él el becerro gordo.” Él entonces le dijo: “Hijo, tú siempre estás conmigo y todas mis cosas son tuyas. Pero era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este tu hermano estaba muerto y ha revivido; se había perdido y ha sido hallado.”»
El hijo mayor regresa a casa y oye los elementos comunes de una fiesta (música y danza). Al oir lo que acontecía, se enoja. Eso nos recuerda la «murmuración de los fariseos y escribas», en 15.2. Él se aleja de la fiesta, de la convivencia. En lo que sigue (v. 25-30), el lector puede ver que el hijo mayor también se ha alejado del padre. No conoce a su padre; no tiene comunión ni con el padre ni con su hermano («este hijo tuyo», «tus bienes»). ¡Qué gran ironía! El hijo mayor nunca se fue de la casa pero, psicológicamente, está en una condición de alienación tal vez más profunda que la de su hermano menor. El padre, en el v. 31, trata de acercársele, como lo hizo físicamente con su hijo menor, y le declara al hijo mayor que hay una comunión de familia y de bienes. El hijo mayor tiene mucho interés en obedecer al padre, pero no sabía cómo festejar. Espera que el padre tome la iniciativa para poder gozarse con sus amigos. No tiene interés en el bienestar de su hermano menor. Es obvio que, aunque el mayor estaba físicamente cercano a su padre, no entendía la generosidad y el amor de éste. La obediencia a las leyes de Moisés y a las tradiciones de los rabinos judíos era muy importante para un grupo de líderes religiosos, pero ellos no sabían festejar y gozarse con el hecho de que los «perdidos» habían sido hallados.
La parábola, como muchas otras de las parábolas de Jesús, no termina con una conclusión clara. No se sabe lo que hizo el hijo mayor. El menor se arrepiente y regresa a casa; el mayor queda en casa, pero el relato termina en suspenso. Las parábolas de Jesús eran una invitación a los oyentes a tomar decisiones y a actuar. Si en la parábola de la oveja perdida y en la de la moneda perdida el énfasis estaba en el retorno de lo perdido, ahora el énfasis cae en la invitación para el retorno de quien es supuestamente “justo” y «no perdido» como esa oveja, esa moneda y ese hijo rebelde. Todavía queda por ver cuál decisión van a tomar los «hijos mayores» que escuchaban a Jesús. Todavía queda ver cuál decisión van a tomar los «hijos mayores» que ahora, después de tantos siglos de lectura y relectura de la parábola, vuelven a leer y oir esta profunda short story.
Jesús termina con el estribillo de este bloque, elestribillo de gozo por elregreso, de un estado de muerte, de un hermano, una hermana, un amigo, una amiga, un vecino o una vecina. «Pero es necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este tu hermano estaba muerto y ahora ha revivido, se había perdido y ha sido hallado.» Este estribillo es profundamente lucano. Para Lucas, la buena nueva es esencialmente buena nueva de alegría, porque también la gente de mala fama, los traidores, los marginados, los pobres, los niños y las mujeres (en fin, todos los despreciados de la comunidad) tienen una invitación a la vida, al acercamiento al Padre, quien los espera para darles una fiesta.
Conclusión: ¿"Parábola del hijo pródigo" o “Parábola del padre y sus dos hijos”?
Es imposible tratar todos los aspectos de tan rico texto en un artículo como este. Por último, es importante añadir que pesa mucho cuál título el traductor escoge para las parábolas de Jesús. En este caso, el título tradicional de la parábola puede despistar al lector. No se trata solamente del hijo pródigo. Tomando en cuenta los contextos sociorreligioso y narrativo de las otras dos parábolas (la oveja perdida y la moneda perdida), es obvio que los protagonistas principales del relato son los líderes religiosos que criticaron a Jesús porque él comía con «los cobradores de impuestos y la gente de mala fama». Por otro lado, muchos han dicho que el eje de la parábola es el padre, quien amorosamente espera a su hijo rebelde y sabe cómo amar a dos hijos completamente diferentes. El punto es que en esta «reina de las parábolas», los tres protagonistas tienen igual importancia. No se trata de «la parábola del hijo menor» o «la parábola del hijo mayor» o solamente de «el padre amoroso». Se trata de «el padre y sus hijos». Eso no es extraño porque, como en muchos otros casos, Lucas nos revela el punto principal de las parábolas de Jesús ya al inicio de ellas, y este caso no es una excepción; la historia comienza con ¡«Un hombre tenía dos hijos»! (15.11)



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