Tres pruebas de una verdadera iglesia
Una y otra vez en su
libro, Juan resalta tres pruebas principales para «probar los espíritus». Las
tres deben estar presentes para que determinado grupo sea considerado auténtico.
No es suficiente que un grupo exhiba una o aun dos de estas marcas sino que,
según el apóstol Juan, las tres juntas dan la pauta de una verdadera iglesia.
Al mencionar estas pruebas, es importante distinguir entre una iglesia
separatista —o tal vez un poco rara— y una secta. Además, ciertas iglesias o
grupos comienzan bien pero paulatinamente se convierten en sectas y lo
manifestarán en alguna de las tres áreas. Las tres pruebas son la teológica, la
moral y la social.
1. La prueba
teológica.[1]
Esta prueba tiene que
ver mayormente con Dios Hijo, Jesucristo. Me gustaría poder afirmar que las
otras dos automáticamente surgen de la prueba doctrinal (como si doctrina
correcta siempre llevara a comportamiento correcto) pero no es necesariamente
cierto. Todos conocemos a personas o grupos enteros cuya doctrina es intachable
y sin embargo hay frialdad, chismes, rencor, amargura y hasta odio hacia otros
hermanos en Cristo. Esto no significa que la doctrina no sea importante porque
nadie puede ser un verdadero cristiano sin creer que Cristo es lo que la Biblia
declara que es. Sin embargo, simplemente asentir una declaración doctrinal
ortodoxa nunca equivale a conocer al Salvador. «Por sus frutos los conoceréis»
(Mateo 7:20).
Las preguntas para
probar al grupo teológicamente son: ¿Quién dicen ellos que es Jesucristo? Según
esa doctrina, ¿qué debe hacer uno para ser salvo? (Hechos 16:30). Juan declara
que el verdadero cristiano tiene que confesar al Hijo (1 Juan 2:23).
Confesar literalmente significa estar de acuerdo o decir la misma cosa. Si el
grupo que investigamos cree la verdad, deberá decir acerca de Jesucristo lo
mismo que la Biblia declara sobre Él: que Cristo es Dios (Col. 2:9),[2] que
murió por nuestros pecados (Rom. 4:25), que la salvación se encuentra solamente
en Él (Hechos 4:11–12) y es un regalo de Dios (Rom. 6:26) pero no consecuencia
de obras humanas (Tit. 3:5).
En las sectas existen
varias maneras de «negar al Hijo». La primera manera es negar directamente en
su doctrina escrita que Jesús sea el único Hijo de Dios, el Mesías, el Salvador
del mundo. Es lo que hacen los Testigos de Jehová. Otra manera de «negar al
Hijo» es negar la eficacia de la obra de Jesucristo en la cruz. Una forma de
hacerlo es la enseñanza de un sistema de obras para alcanzar y mantener la
salvación. Numerosas sectas nuevas imaginan que uno tiene que hacerse digno de
la salvación realizando obras humanas. Es notable que Jesús afirme:
«… no he venido a
llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento»
(Mateo 9:13)
Otra forma común de
negar al Hijo, es agregar obras humanas al plan de la salvación: Cristo + otra
cosa. Una iglesia cerca de casa alega que uno no es salvo si no se bautiza en
esa iglesia. En un caso extremo, una mujer nos escribió atribulada porque su
iglesia la había puesto bajo disciplina pues estaba en peligro de «no heredar
el reino de Dios» porque llevaba un vestido verde, un color prohibido por el
pastor. Es sólo un ejemplo de no confiar en Cristo para la salvación sino en
algo externo, en un sistema de obras humanas muertas.
Sin embargo, existe
otra manera más sutil de negar al Hijo. Muchas sectas al principio intentan
convencer al interesado de que su doctrina es ortodoxa, mientras por otro lado
ocultan su doctrina de la salvación —algo que a menudo hacen los mormones. Sólo
cuando uno alcanza «cierto nivel» descubre los grandes secretos de lo que en
verdad es esa falsa doctrina.[3]
«Pero hubo también
falsos profetas entre el pueblo, como habrá entre vosotros falsos maestros, que
introducirán encubiertamente herejías destructoras, y aun negarán al Señor que
los rescató…» (2 Pedro 2:1)
2. La prueba moral.
La confesión de que
Cristo es el Hijo de Dios, el Mesías, el Ungido es tanto una verdad inalterable
como algo práctico y personal en la vida de una persona. Con relación a la
prueba moral, Juan nos exhorta: «Si sabéis que él es justo, sabed también que todo
el que hace justicia es nacido de él» (1 Juan 2:29). La membrecía en la familia
de Dios se hará evidente porque el creyente se va conformando más y más a la
imagen del Hijo de Dios (Rom. 8:29). Por otra parte, la doctrina falsa
conducirá a comportamiento hipócrita y vida falsa: «Profesan conocer a Dios,
pero con los hechos lo niegan…» (Tit. 1:16).
La prueba moral,
entonces, consiste en preguntar: ¿Es gente santa? ¿Hay obediencia a la
Escritura o acaso obediencia a una creciente lista de mandatos humanos? Existe
una investigación adicional que uno puede hacer: Estudiar la vida de los
fundadores y actuales líderes del grupo o iglesia. ¿Vivieron o viven una vida
de santidad bíblica?
En cuanto a sus
amigos y conocidos ya involucrados, pregúntese cómo les ha afectado la
asistencia a este grupo en sus relaciones con Dios. ¿Los hace más conforme a la
imagen de Cristo? La parte que ellos tienen con el grupo, ¿hace que Cristo sea
más y más indispensable o los hace cada vez más subordinados a la iglesia? ¿Dan
gloria a Dios, a un hombre o al grupo? Finalmente, preguntémonos sobre la
actitud que ellos tienen hacia la Escritura. ¿Los induce a pasar tiempo en la
Biblia de una manera práctica, o simplemente a memorizar ciertos pasajes que
apoyan las creencias del grupo sectario?
No nos confundamos
cuando al entrar en un grupo extraño una persona comienza a estudiar la
Escritura más que antes. Al cambiar de ciudad por razones del empleo, unos
amigos buscaron y hallaron una congregación cerca de su nueva casa. Era
admirable el nuevo celo y el tiempo que pasaban estudiando la Biblia. Sin
embargo, notamos una diferencia nada positiva en sus actitudes. Rehusaban
llamarse «cristianos» para no ser confundidos con cualquier otra iglesia. Ahora
eran «discípulos». Valiéndose de Sant. 5:16 insistían en que los fieles
confesaran sus pecados a otros miembros de la iglesia, algo que alimenta un
sistema de chismes que permite a los líderes controlar al grupo. Sus cultos
incluyen mucha confesión de pecados los unos a los otros, hasta las cosas más
insignificantes como «Te pido perdón por no haberte saludado esta mañana cuando
entré».
Advertidos por estas
señales y algunas otras, indagamos acerca de su estudio bíblico que nos había
parecido tan admirable. Resultó ser que lo hacían para agradar al líder de su
grupo de discipulado y para no perder la salvación. El motivo de hacerlo para
mantener comunión con Dios, para conocer a Dios de manera más profunda o para
estar conformados a la imagen de Cristo, no había pasado por sus mentes.
Finalmente notamos que estudiaban sólo las porciones de la Biblia
proporcionadas por los líderes de la iglesia.
3. La prueba social.[4]
El tercer elemento
que debe existir en la vida de un creyente o grupo con la verdad es la palabra ágape,
el amor de Dios (1 Juan 2:9–11; 4:7–8). La esencia básica de este amor se
encuentra en 1 Juan 3:16:
«En esto hemos
conocido el amor, en que él [Jesús] puso su vida por nosotros; también nosotros
debemos poner nuestras vidas por los hermanos»
Es evidente que yo no
puedo redimir a alguien muriendo por él porque yo también soy pecador.
Jesucristo es el único que puede efectuar la redención eficaz. Sin embargo,
existen mil maneras en que puedo «poner mi vida» por los hermanos.[5]
Consideremos el
siguiente versículo:
«Pero el que tiene
bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su
corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él?» (1 Juan 3:17)
Si alguien tiene una
necesidad (una verdadera necesidad, no un mero deseo) y yo tengo lo que ese
alguien necesita —ya sea tiempo, comida, dinero, transporte, un talento, una
habilidad, u otra cosa —debo hacer lo posible por suplir esa necesidad.
La prueba social
entonces es: ¿Existe esta clase de amor en el grupo? Usemos discernimiento al
investigar este tema en particular. Ciertos grupos tienen la apariencia de
«amor» y hablan mucho de ello, pero tal amor no está de acuerdo con la verdad
de la Biblia; por otra parte, el amor de Dios siempre va de la mano de la
verdad (Ef. 4:15). En realidad ese amor de las sectas es un «amor» egocéntrico
y superficial, o son actos de caridad a fin de ganar el favor de Dios (o
apaciguar la ira divina). No aman a su prójimo como a sí mismos (Gál. 5:13–14)
y no se cumple lo que Cristo manda en Mateo 5:44 en cuanto a bendecir a los que
nos maldicen, hacer bien a los que nos odian y orar por quienes nos hacen daño.
Todo lo contrario, maldicen a quienes perciben como enemigos.[6]
A veces escuchamos al
ex miembro de una secta declarar que en nuestras congregaciones no ha podido
encontrar las mismas amistades profundas que gozaba en la secta. Por un lado
eso demuestra una gran falta en nuestras iglesias, la necesidad de profunda koinon
entre los hermanos en Cristo. Por otro lado, a veces no será
posible igualar «la calidez y el cariño» que sentían en la secta sin violar
principios bíblicos.
En cierta instancia,
por ejemplo, una dama que vino a nuestra congregación confesó inquieta que
anhelaba entablar amistades tal como tenía antes. En la secta a la que había
pertenecido, todos vivían en la misma calle. Criaban a los chicos en conjunto.
Dormir con la esposa de otro no era considerado pecado con tal de que no lo
hicieran por pura pasión. Incluso al líder se le permitía acostarse con la
mujer de su antojo. Esta clase de relaciones «profundas» no se puede ni se debe
igualar.
En otro caso, un
hombre finalmente decidió apartarse del grupo sectario pero su esposa, por
temor al infierno, decidió quedarse. Le aconsejaron a la esposa que se
divorciara de él por ser «apóstata». Conclusión: para continuar con el
matrimonio el hombre tendría que volver a la secta —y lo hizo.
Otra pregunta que
toma en cuenta la prueba social es ¿existe en ese grupo amor al cuerpo de
Cristo en general? ¿Se anima a los feligreses a participar en eventos con otras
iglesias evangélicas, o hay una tendencia a condenar a los demás grupos? Por
otra parte, ¿hay amor por los inconversos? ¿Está la iglesia participando en la
gran comisión con conversiones a Cristo (Mateo 28:18–20), o está haciendo
proselitismo entre miembros de otras iglesias?2
La Gran Comisión a la iglesia es «hacer discípulos» (Mateo 28:19–20), ser
testigos de Cristo (Hch. 1:8), ser embajadores de Cristo (2 Cor. 5:20),
predicar la Palabra (Rom. 10:14–15; 2Tim. 4:2) a fin de convencer a los que no
conocen al Salvador en forma personal a que se conviertan a Él. Jamás es
separar a los creyentes de sus iglesias haciéndolos dudar de su salvación
afirmando que su grupo es el único con la verdad.
[1]
Gardner, R. B. (1991). Matthew. Believers church Bible commentary. Scottdale, Pa.: Herald Press.
Pág. 136.
[2] Hendriksen, W. (2007). Comentario
al Nuevo Testamento: Colosenses y Filemón. Grand Rapids, MI: Libros
Desafío. Pàg.127.
[3] Kistemaker, S. J. (1994). Comentario
al Nuevo Testamento: 1 y 2 Pedro y Judas. Grand
Rapids, MI: Libros Desafío.Pag.322.
[4]
Jeske, M. A. (2002). James, Peter, John, Jude. The People's Bible.
Milwaukee, Wis.: Northwestern Pub. House.Pag. 241. Ironside,
H. A. (1931). Addresses on the Epistles of John. Neptune, NJ: Loizeaux
Brothers. Pág. 112.
[5]
Womack, M. M. (1998). The College Press NIV commentary: 1, 2 & 3 John /
Morris M. Womack. Joplin, MO.: College Press.
2 La
palabra proselitismo en el griego significa “agregado” o “el que se acerca” y
originalmente se usaba en un buen sentido. Todavía mantiene el significado de
convertirse de una religión a otra pero ha tomado un sentido negativo de “robar
ovejas”.
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