SE PUEDE CAER EN LA HEREJÍA POR UNA MENTALIDAD
DEMASIADO AMPLIA, O POR UNA DEMASIADO ESTRECHA
Una revisión panorámica de las enseñanzas y las prácticas contrariadas
por los autores del Nuevo Testamento revela que las doctrinas centrales por las
que contienden fuertemente son relativamente pocas, y que tan crucial como la
teología correcta es el comportamiento correcto. Los cristianos demasiadas
veces pelean sobre temas moralmente neutrales o de relativamente poca
importancia doctrinal en vez de guardar su lenguaje agresivo para los asuntos
realmente serios. Casi siempre el lenguaje neotestamentario más duro se usa no
de los inconversos de afuera, sino de los religiosos de adentro que traspasan
límites clave. Se puede caer en la herejía por una mentalidad demasiado amplia,
pero también por una demasiado estrecha.
INTRODUCCIÓN
A pesar de nuestra explosión
informativa contemporánea, la compartimentalización de la erudición moderna ha
dejado algunos vacíos notables en la literatura secundaria. Numerosos
historiadores y teólogos han escrito sobre los debates entre la “ortodoxia” y
la “herejía” en relación con casi toda doctrina y período mayor en la historia
de la iglesia.1 Innumerables estudios neotestamentarios han analizado
lo que podemos inferir de los textos apostólicos acerca de la naturaleza de los
falsos maestros y la enseñanza falsa combatida en el primer siglo.2
Sin embargo, no he logrado hallar ningún estudio, familiarizado con la
erudición bíblica actual y las discusiones contemporáneas sobre los parámetros
de la fe evangélica, que presente un panorama de los datos neotestamentarios
principales y los coteja con las discusiones evangélicas ya mencionadas. El
presente ensayo breve representa apenas un inicio en tal tarea integral, pero
aun los esfuerzos preliminares parecerían ser importantes.
LOS EVANGELIOS SINÓPTICOS
Este estudio presupondrá la
confiabilidad histórica de los Evangelios y Hechos3 y hablará así
tanto de eventos en la vida de Jesús y sus contemporáneos como de los énfasis
teológicos de los cuatro evangelistas. Así, en secuencia cronológica, empezamos
con Juan el Bautista.
Juan el Bautista
Desde la perspectiva de Juan, ciertos
líderes judíos representaban el ejemplo mayor de maestros falsos que él
encontraba. En Mateo 3:7 Juan se dirigió a “muchos fariseos y saduceos” como
una “camada de víboras” que estaban en peligro de juicio inminente (vv. 9–10)
si no empezaran a producir “frutos que demuestren arrepentimiento” (v. 8).4
Sin embargo, parece que la advertencia de Juan no surtió efecto, pues en Lucas
7:30 leemos: “Pero los fariseos y los expertos en la ley no se hicieron
bautizar por Juan, rechazando así el propósito de Dios respecto a ellos”.
En una generación apropiadamente
sensible al antisemitismo horroroso que caracterizó varias épocas de la
historia de la Iglesia, hacemos bien en acordarnos que los Evangelios en ningún
lugar condenan a todos los judíos, ni a todos los líderes judíos, ni siquiera a
todos los miembros de una de las sectas del liderazgo.5 De hecho,
presentan modelos positivos en cada una de estas categorías—más notablemente
Nicodemo, José de Arimatea y los fariseos que advierten a Jesús acerca del
complot de Herodes contra él (Lc. 13:31). No obstante, sí percibimos una tendencia
general entre los fariseos, los saduceos y los escribas de los dos grupos a
rechazar a Juan y a Jesús.
La ráfaga de investigación producida en
la última generación sobre el judaísmo palestino del primer siglo continúa en
vigoroso debate sobre las teologías precisas de este movimiento, pero las
siguientes generalizaciones parecen ser seguras. Primero, una gran parte de la
creencia judía se puede describir como lo que E. P. Sanders denominó “nomismo
pactual”—es decir, la obediencia a la Ley se veía como el medio por el cual los
judíos étnicos mantenían el favor con Dios y su participación en el pacto en el
cual creían haber entrado por nacimiento.6 Segundo, una minoría
importante dentro del pensamiento judío aplicaba esta misma lógica a los
gentiles que deseaban convertirse al judaísmo, de modo que lo que los
protestantes clásicamente han llamado “legalismo”—el hacer buenas obras para
“ser salvo” en primer lugar—de ningún modo estaba ausente del pensamiento judío
del primer siglo, aun si no era tan dominante como la literatura rabínico del
período después de 70 d.C. podría sugerir.7 Tercero, una
manifestación importante, aunque no la única, tanto del nomismo pactual como
del legalismo involucraba un énfasis en asuntos que se han llamado los
“emblemas de la justicia nacional”—la circuncisión, la observancia de los días
de reposo, las leyes dietéticas, el culto del templo, etc.—, actividades
religiosas externas que claramente distinguían a los judíos de sus vecinos
gentiles.8
Por tanto, al buscar analogías modernas a estos falsos maestros, tenemos que
fijarnos no solo en legalistas clásicos—sino también en nomistas—los que
definen la vida cristiana principalmente en términos de la observancia de una
lista larga de normas acerca de lo que se debe hacer y no hacer en vez de como
una relación vibrante y viviente con Jesús, en la cual los absolutos morales de
Dios se interiorizan. Además, debemos cuidarnos de los etnocentristas—quienes
de alguna manera privilegian su propia identidad étnica o nacional en su entendimiento
de los planes de Dios para este mundo.9
Jesús
La vasta mayoría de los encuentros de
Jesús con personas a cuyas enseñanzas o prácticas él se opuso involucraba esta
misma combinación de líderes judíos. Si empezamos con Marcos, probablemente el
más antiguo de los Evangelios, nos encontramos con oposición significativa
primero en los cinco relatos de conflicto o controversia de 2:1–3:6 (cp.
también los pasajes paralelos).10 Claramente lo cristológico es una
consideración central. Los fariseos y los escribas no aceptan las apelaciones
implícitas de Jesús a la autoridad divina al perdonar pecados, comer con los
pecadores notorios de la sociedad y asumir el papel del “Señor del sábado”
(2:27–28). La observación adicional de Mateo de que Jesús citó dos veces en
estos contextos a Oseas 6:6 (“Lo que pido de ustedes es amor y no
sacrificios”—cp. Mt. 9:13, 12:7) muestra una prioridad de lo que la iglesia más
tarde llamaría la “ley moral” por encima de las “leyes ceremoniales”.11
Narrando lo que es posiblemente el
intercambio más chocante entre Jesús y los líderes judíos en todos los
Sinópticos, Marcos 3:22–30 y los paralelos hablan de ciertos escribas que
acusaban a Jesús de exorcizar demonios por el poder del diablo. Después de
señalar cuan contraproducente eso sería, Jesús insinuó que sus acusadores
rayaban peligrosamente en un pecado imperdonable—la blasfemia contra el
Espíritu Santo. El contexto nos permite definir este pecado con cierto grado de
precisión como el estar tan fuera de contacto con el verdadero Dios del
universo como para atribuir manifestaciones patentemente suyas al poder de su
archienemigo.12 Este intercambio debe hacernos extraordinariamente
cautelosos al hablar de influencia diabólica en otro cristiano, pues hacerlo
equivocadamente nos pone en una posición idéntica a la de aquellos a quienes
Jesús advirtió acerca de la blasfemia imperdonable.
Marcos 7:1–23 y los paralelos nos
introducen al siguiente conflicto mayor entre Jesús y ciertas autoridades
judías. Esta vez la controversia tiene que ver con asuntos de pureza ritual y
las leyes dietéticas. Aun si Marcos 7:19b (“Con esto Jesús declaraba limpios
todos los alimentos”) refleja un paréntesis marcano que expresa un concepto que
no se entendió hasta después del episodio de Pedro y Cornelio en Hechos 10,
claramente se le representa a Jesús aquí, por lo menos en retrospección, como
uno que abrogó no solamente varias leyes orales de los fariseos sino hasta una
categoría grande de la Ley mosaica.13 No sorprende que se
le haya criticado tanto—o Jesús hablaba como solo Dios puede hablar al revocar
lo que la Escritura anterior parecía pronunciar como irrevocable, o blasfemó y
transgredió los parámetros fundamentales del judaísmo.
No nos debe extrañar, entonces, cuando
al llegar a la última semana de la vida de Cristo, encontramos que la polémica
está en un nivel de gran intensidad. Al vaciar el templo, Jesús lo califica
como una “cueva de ladrones” (Mr. 11:17 y paralelos), posiblemente, como dice
C. K. Barrett, con la implicación de una “fortaleza nacionalista”.14
Las advertencias breves de Jesús en contra de la hipocresía de muchos escribas
en Marcos 12:38–40 se amplían con más detalles en Mateo 23. Allí se expresan
como una serie de invectivas apasionadas en contra de los fariseos y los
escribas, quienes no pueden discernir “los asuntos más importantes de la ley”
(v. 23) y cargan a otros con responsabilidades que ellos mismos no están
dispuestos a llevar (v. 4). Ejemplifican las tentaciones del liderazgo
religioso en todo tiempo y lugar, pues prefieren una religiosidad externa y la
adulación de otros en vez de la verdadera piedad y elaboran justificaciones
sofisticadas por sus actitudes y conductas egoístas.15
Una clase de oponentes muy diferente
emerge en el discurso de Jesús en el monte de los Olivos (Marcos 13). Los
versículos 5–6 y 21–23 predicen que muchos surgirán como Mesías falsos,
incluyendo a algunos que profesarán ser Cristo vuelto a la tierra.16
Pero a menos que tal persona acabe de descender del cielo en un evento mundial
y públicamente visible, juntando a sus elegidos de todas partes del cosmos, su
pretensión debe ser rechazada (vv. 24–27).
Contribuciones distintivas de Mateo
Frecuentemente se asume que la fuerte
polémica entre Jesús y los líderes judíos en Mateo refleja las condiciones de
su iglesia, supuestamente a fines del primer siglo cuando el cristianismo y el
judaísmo rabínico se separaban, cada uno compitiendo por ser reconocido como el
legado legítimo del judaísmo del período anterior a la destrucción del templo
en 70 d.C. Entonces, también se supone que Mateo combatía a antinomianos
“cristianos” como falsos maestros dentro de su comunidad.17 Sea como
fuere, entre los pasajes que se hallan solamente en Mateo hay algunos que
advierten de falsos maestros bastante diferentes de los que se mencionan en
Marcos. En el Sermón del Monte, Jesús previene de aquellos que le dicen,
“Señor, Señor”, pero no hacen la voluntad de su Padre celestial (Mt. 7:21).
Algunos de ellos aun habrán profetizado en su nombre y obrados exorcismos y
otros milagros (v. 22). Pero en el Día del Juicio Jesús les dirá, “Jamás los
conocí. ¡Aléjense de mí, hacedores de maldad!” (v. 23). Ni una posición de liderazgo
en la iglesia ni poderes milagrosos garantizan que alguien sea un verdadero
seguidor de Jesús. Aparentemente el mismo tipo de maestro falso motivó la
parábola de las diez doncellas (25:1–13; nótese especialmente el lenguaje del
v. 12, “no las conozco”, dirigido a los que habían llamado a Jesús κύριος “Señor”, v. 11). Amenazas antinomianas aparentemente
explican también las advertencias fuertes de Jesús a quienes causaran que un
compañero cristiano pecara (18:6–9) y la parábola de las ovejas y los carneros
(25:31–46), sea la que fuere la interpretación que se adopte de ese texto
notoriamente controvertido.18
Contribuciones distintivas de Lucas
En gran parte la dinámica entre Jesús y
varios líderes judíos sigue igual cuando pasamos de Marcos y Mateo a los textos
que se hallan únicamente en Lucas. Algunos ejemplos clásicos son el relato
acerca de Jesús en la casa de Simón el fariseo (Lc. 7:36–50) y la parábola del
fariseo y el cobrador de impuestos (18:9–14). Un paralelo cercano a la
advertencia de Mateo contra los antinomianos aparece en Lucas 13:24–30. El
mayor énfasis nuevo en Lucas son las advertencias de Jesús en contra de ciertos
líderes judíos que también eran ricos. El material distintivamente lucano en el
Sermón en el Llano incluye ayes en contra de los ricos (6:24) que persiguen a
los justos (v. 26). También aparece solo en Lucas la tríada de parábolas sobre
el uso correcto de las riquezas—el rico necio (12:13–21), el mayordomo infiel
(16:1–9) y el rico y Lázaro (16:19–31). Estas últimas dos enmarcan un
comentario explícitamente lucana de que ciertos fariseos “a quienes les
encantaba el dinero” oían a Jesús y se burlaban de él (v. 14). Si bien la
Biblia nunca condena las riquezas en sí, he demostrado en otro lugar que
tampoco reconoce jamás como miembro del pueblo de Dios a ningún rico que no sea
a la vez generoso y compasivo en su uso de sus bienes.19
Al separar a Juan de los Sinópticos, no
quiero sugerir que sea menos histórico.20 En un estudio que
esencialmente esboza una teología neotestamentaria de los maestros falsos, es
razonable tratar a Juan por separado debido a sus numerosos distintivos
teológicos.
Así como con Mateo, muchos
especialistas asumen que la polémica fuerte en el cuarto Evangelio entre Jesús
y varios líderes judíos refleja tensiones a finales del primer siglo entre la
comunidad de Juan (probablemente en Asia Menor) y las sinagogas judías locales
que, entre otras cosas, habían empezado a expulsar a judíos cristianos (de ahí,
por ejemplo, Jn. 9:22 y 16:2).21 Aquí tal teoría encaja mejor con la
evidencia externa que tenemos en cuanto a la composición de Juan que en el caso
de Mateo.22 Sin seguir a muchos que rechazan una base histórica
en la vida de Cristo para las disputas que Juan narra, muy probablemente
debemos hacer un poco de “lectura en espejo” (mirror reading) y detectar
circunstancias en su iglesia que dieron el ímpetu para estos énfasis en su
Evangelio.
Así que, aunque todavía especulativo,
no es improbable sugerir que Juan incluyó el dialogo de Jesús con Nicodemo
(3:1–15) porque había un grupo de creyentes “secretos” en las sinagogas de
Éfeso y sus alrededores a quienes él quería animar a confesar a Cristo
abiertamente. La existencia de un grupo igualmente conservador de judíos
cristianos que ya no seguían en la sinagoga puede explicar por qué Juan se
esfuerza por destacar la presencia de quienes aparentemente son creyentes en
las multitudes judías y aun dentro del liderazgo judío en Jerusalén durante
todo el tiempo de la enseñanza pública de Jesús allí (cp., por ejemplo, 7:31,
46).23
Es verdaderamente desconcertante leer en 8:30 de judíos que “creyeron en”
Cristo, aparentemente de manera genuina, y luego, antes que acabe el capítulo,
que ¡algunos del mismo grupo intentaron apedrearlo (v. 59)! La monografía
reciente de Stephen Motyer logra de manera sobresaliente mostrar cómo la segunda
mitad de Juan 8 puede ser históricamente plausible y teológicamente
inteligible; al llegar al v. 45, por lo menos, el auditorio se ha reducido
sustancialmente y se ha cambiado parcialmente.24 Pero reconocer la
preocupación de Juan de que los verdaderos creyentes muestren su fe por su
perseverancia durante los tiempos cada vez más adversos que su iglesia vivía en
los años 90 d.C., también ayuda a explicar por qué él incluyó este material. Lo
mismo se puede aplicar al énfasis distintivo de Juan (aunque no hallado
únicamente en su Evangelio) en las multitudes que se apartan (véase todo el
capítulo 6) y en la traición de Judas (cp. especialmente 6:70; 13:10–11,
18–30).
EL LIBRO DE HECHOS
El mismo Sanedrín que condenó a Jesús a
la muerte en las narraciones de la pasión en los Evangelios lógicamente vuelve
a surgir como el primer oponente mayor de la iglesia naciente en Jerusalén
(Hechos 4–5). No fueron solamente las afirmaciones personales de Jesús—tanto
teológicas como éticas—lo que el liderazgo judío consideraba peligroso. Ahora
sus discípulos estaban imitando su ministerio con el mismo poder sobrenatural y
amenazante.25 La lapidación de Esteban y la persecución en general
de los cristianos judíos helenistas (mientras a los apóstoles, representantes
del cristianismo judío hebreo, se les permitía, según Hechos 6:1–8:3,
permanecer en Jerusalén) sí sugiere que había alguna desigualdad en el
conocimiento y la práctica de las implicaciones más radicales del mensaje de
Jesús.26
Mientras el libro de Hechos a lo largo
de su narración habla de oposición judía al Evangelio, también surgen problemas
internos en la joven comunidad cristiana. El castigo severo de Ananías y Safira
(5:1–11) resulta particularmente desconcertante para el lector moderno, así
como las palabras duras de Pedro a Simón el mago después de su aparente
conversión, vertidas más literalmente en la paráfrasis de J. B. Phillips que en
la mayoría de las traducciones como “¡Al diablo contigo y tu dinero!” (8:20).
Las dos narrativas revelan que no se trataba solamente del mal uso del dinero,
pero es interesante notar, en conformidad con los énfasis redaccionales de
Lucas, que el deseo codicioso del dinero resultó ser una parte clave del engaño
en cada caso.27
En Hechos 12 encontramos el primer caso
registrado en el Nuevo Testamento del juicio de Dios sobre alguien que no
pretendía ser seguidor de Cristo. Herodes Agripa aceptó ser aclamado como un
dios, y un ángel lo hirió de modo que murió comido de gusanos (vv. 22–23). El
último milagro de juicio en Hechos también cae sobre un incrédulo, “un
hechicero, un falso profeta judío llamado Barjesús” (13:6). Apenas quedó
cegado, no muerto, y eso solo “por algún tiempo” (v. 11). Sin embargo, las dos
historias claramente muestran lo serio que es jugar con las creencias y prácticas
más blasfemas de la religión pagana. Significativamente, los dos hombres
afirmaban ser judíos. Tenían la ventaja de conocer lo que los teólogos hoy
llaman “revelación especial”, lo cual, a su vez, hizo que su comportamiento
fuera tanto más inexcusable.28
Hechos 15, como es bien conocido,
informa sobre un evento decisivo en la primera generación del cristianismo: el
Concilio Apostólico en Jerusalén. La controversia doctrinal más seria que
amenazaba con “hacer volar” la iglesia primitiva era si los gentiles
convertidos a Cristo tenían que guardar la Ley judía, con la circuncisión como
su rito de iniciación, para ser salvos (v. 1). Aquí aparece la primera
referencia explícita a lo que Pablo en sus epístolas llamará “judaizar” (véase
Gá. 2:14)—la enseñanza por cristianos judíos del legalismo clásico,
probablemente seguido del nomismo pactual. Como lo ha sugerido J. Louis Martyn,
a la luz del deterioro en las relaciones entre Israel y Roma y el surgimiento
creciente de una facción “proto-zelote”, es probable que estos cristianos
judíos representaban una ala del judaísmo aun más “fanática” que la religión en
general y la oposición que Cristo había encontrado durante la mayor parte de su
vida.29
Afortunadamente, por lo menos el liderazgo de la iglesia falló claramente en
contra de los judaizantes y a favor de la sola gratia (véase en especial
Hch. 15:10).30
Los problemas de comunicaciones en el
imperio del primer siglo crearon algunos otros sistemas de creencia inadecuados
que se mencionan en Hechos, los cuales los cristianos de la época tuvieron que
corregir, aunque lo hicieron sin el espíritu bélico manifestado en algunas de
los relatos anteriormente comentados. Priscila y Aquila hablan en privado con
un predicador poderoso, Apolo, y le explican “con mayor precisión el camino de
Dios” (18:26). En Éfeso Pablo se encuentra con personas que aparentemente son
creyentes pero conocen solamente el bautismo de Juan y nunca han oído del
Espíritu Santo (19:1–7); aquí resulta apropiada una presentación más completa
del Evangelio desde el principio.31 Finalmente, en su discurso de
despedida a los ancianos de Éfeso en Mileto, Pablo predice lo que, como las
epístolas demostrarán, frecuentemente ocurrió: el surgimiento de maestros
falsos, tanto desde afuera como desde adentro, que enseñarían “falsedades para
arrastrar a los discípulos que los sigan” (20:30). No se nos dice el contenido
de esta enseñanza falsa, pero es suficientemente serio para que Pablo denomine
a sus proponentes “lobos feroces” (v. 29).
LAS EPÍSTOLAS DE PABLO
Procederemos con las cartas de Pablo en
su orden cronológico probable, adoptando la fecha temprana para Gálatas.
Gálatas
Esta carta ardiente parece proveer el
trasfondo inmediato para el Concilio Apostólico en Hechos 15. Si Mateo 23
contiene la acusación extendida más fuerte de Jesús contra su oposición más
seria, Gálatas presenta lo que son posiblemente los momentos más bruscos de
Pablo. Pasando por alto la acción de gracias acostumbrada al inicio de las
cartas, él se lanza inmediatamente al problema de los cristianos que se pasaban
a “un evangelio diferente—que en realidad no es un evangelio” (1:6–7).32
Esta enseñanza “tergiversa” el “evangelio de Cristo” (v. 7) y cualquiera que la
promociona debe ser anatema (vv. 8–9).33 Tristemente, este
tipo de lenguaje ha sido utilizado frecuentemente por cristianos profesantes
para atacar a todos aquellos con quienes ellos estén en desacuerdo, cualquiera
que sea el tema. Siempre debemos mantener cierto equilibrio entre Gálatas 1 y 1
Corintios 9, donde Pablo cuenta que él se esfuerza para hacerse “todo para
todos, a fin de salvar a algunos” (vv. 19–23).34 Cuatro observaciones
ayudan a explicar la rudeza de sus palabras aquí: (1) Este lenguaje no es más
fuerte, e incluso es más apacible, que mucho discurso judío y grecorromano que
promovía verdades religiosas; no le habría parecido tan chocante a una
audiencia antigua como a una moderna.35 (2) Pablo no
necesariamente se dirige a los maestros falsos con este lenguaje fuerte, sino
que advierte a sus propios convertidos acerca de la influencia insidiosa de
aquellos. (3) Quienes promueven la herejía son supuestos cristianos y líderes
cristianos que no tienen excusa por haber caído en el error. (4) Lo más
importante de todo es que se trata de un tema en que la misma salvación de la
gente está en juego. Pablo nunca difama a sus oponentes con lenguaje tan áspero
a menos que esté en peligro el destino eterno de la gente.
Estas mismas observaciones explican la
confrontación igualmente directa que Pablo le hace a Pedro en 2:11–14, cuando
éste temporalmente se alinea con los judaizantes. El conjunto del legalismo,
nomismo y etnocentrismo que despertó la enemistad de líderes clave entre los
fariseos se ha intensificado y provoca las advertencias más severas de Pablo.
Sin embargo, Gálatas también rechaza el
antinomianismo (caps. 5–6), sea porque había una facción en el polo opuesto en
la iglesia gálata o simplemente porque Pablo reconocía que el péndulo
fácilmente podía pasar de un extremo al otro.36
Además, la reprensión fuerte de Pablo
para con Pedro se tiene que equilibrar con su consejo para corregir la aparente
adiafora—“ustedes que son espirituales deben restaurarlo con una actitud
humilde”.37 Desafortunadamente, los cristianos demasiadas veces
se han difamado unos a otros sobre temas moralmente neutrales o de
relativamente poca importancia doctrinal en vez de guardar su lenguaje agresivo
para los asuntos realmente serios.
1 y 2 Tesalonicenses
Se menciona poca enseñanza falsa
explícita en 1 Tesalonicenses. El mayor asunto doctrinal sobre el cual estos
cristianos necesitaban más instrucción era la escatología, pero la corrección
de Pablo se dio bañada en un espíritu de alentamiento y edificación (5:11). 2
Tesalonicenses revela un problema más serio—algunos pensaban que el Día del
Señor ya había llegado (2:2). Este error pudo haber resultado de la enseñanza
de falsos maestros, pero es igualmente o más probable que algunos tesalonicenses
sencillamente entendieron mal algunas partes de la primera epístola de Pablo.38
Un problema ético también se había desarrollado, que hoy cada vez más se
explica en términos sociológicos, en vez de teológicos: algunos no trabajaban,
probablemente procurando perpetuar las relaciones parasitarias entre patrón y
cliente que existían antes de su conversión.39 Una falta, entonces,
de suficiente peso para motivar una expulsión de la iglesia, si no se corregía,
aparece en el 3:10: “El que no quiera trabajar, que tampoco coma”. Esto, como
explica Robert Jewett, probablemente se refiere a la participación en la fiesta
de amor fraternal y la cena del Señor.40
1 Corintios
Esta carta presenta un verdadero
popurrí de problemas en la congregación inmadura. Se habían dividido en
facciones, poniendo la mira en líderes humanos (caps. 1–4); habían hecho caso
omiso de pecado sexual serio en el campamento (5:1–13; 6:12–20); algunos
demandaban a otros (6:1–11); había un grupo que promovía el celibato como norma
para todos los creyentes (cap. 7); los “débiles” y los “fuertes” contendían
entre sí sobre la carne sacrificada a los ídolos, el papel de las mujeres, la
cena del Señor y los dones espirituales (caps. 8–14); y algunos no creían en la
resurrección corporal de Cristo (cap. 15). Cuando se pregunta qué factores
comunes unen estos problemas diversos, un consenso considerable entre los
especialistas de hoy responde: (1) alineaciones con líderes rivales que
dirigían los grupos en las casas y que probablemente habían sido patrones ricos
que aún insistían en mantener las costumbres grecorromanas de la reciprocidad;
(2) divisiones entre los ricos y los pobres en general; (3) el dualismo
filosófico helenista, promovido reciente y localmente por los sofistas; y (4)
un espíritu triunfalista que sobreestimaba demasiado el grado de madurez
espiritual alcanzado por los corintios (véase especialmente 4:8).41
Todos estos asuntos eran de suficiente seriedad como para requerir una
confrontación bastante directa y franca.
2 Corintios
Los capítulos 1–7 de la segunda carta
de Pablo a Corinto sugieren que se habían logrado reformas significativas en
todos estos frentes. Sin embargo, los últimos cuatro capítulos de la epístola
señalan una amenaza nueva y externa—la llegada de judaizantes. No sorprende que
el lenguaje de Pablo en 2 Corintios 10–13 rivalice el de Gálatas en severidad.
De la respuesta de Pablo podemos inferir que cristianos judíos que se llamaban
a sí mismos apóstoles, pero que casi seguramente se deben distinguir de los
Doce, criticaban severamente a Pablo (10:1–11); se deleitaban en compararse
favorablemente con otros maestros religiosos en su mundo (10:12–18); predicaban
un evangelio distorsionado que Pablo atribuye a un “espíritu diferente”
(11:1–6); demandaban dinero por su ministerio, aparentemente con la lógica de
“para conseguir calidad, tienes que pagar”, de una manera rechazada por Pablo
(11:7–12), podían ser calificados como siervos de Satanás que se disfrazaban
como ángeles de luz (11:13–15); y se jactaban de sus credenciales, incluyendo
los étnicos, que Pablo podía igualar pero que él prefería contrarrestar
recitando su inigualable catálogo de sufrimientos (11:16–12:10). Aunque
bastante diferentes y aún más peligrosos que las filosofías grecorromanas que
eran nativas de Corinto, por profesar ser cristianos, estos judaizantes también
seducían a la congregación corintia a adoptar un espíritu triunfalista
injustificado.42
Romanos
No se nota ninguna falsa enseñanza
explícita detrás del texto de Romanos. El material más pertinente para el
presente ensayo es la reflexión expandida de Pablo acerca de los fuertes y los
débiles en el contexto del debate sobre la dieta—esta vez posiblemente en
relación con las leyes judías (Rom. 14:1–15:13) en vez de la comida sacrificada
a los ídolos (1Corintios 8–10).43 El ruego apacible de Pablo a los
dos partidos en el debate a que se acepten los unos a los otros, así como en 1
Corintios 8–10, proporciona un contrapeso importante a su rechazo más brusco de
doctrinas o prácticas que afectan la salvación. En general uno siente que hay
solo unas pocas cuestiones muy centrales para Pablo que no son adiafora
como el asunto de lo que se come.44
Las Epístolas de la Prisión
A pesar de la multiplicidad de
propuestas llamativas para explicar la enseñanza falsa en Colosas, ha surgido
un consenso significativo de que fue una combinación singular, acuñada en o
cerca de Colosas, de doctrinas judaizantes y proto-gnósticas, y que posiblemente
incorporaba elementos de religiones de misterio locales y prácticas mágicas.45
Efesios provee aún menos evidencia acerca de enseñanzas falsas específicas,
aunque Clinton Arnold ha demostrado la presencia del tema unificador de la
guerra espiritual en todo el libro, especialmente a la luz del uso de papiros
mágicos en Éfeso reflejado en Hechos 19:17–20.46
De Filipenses se puede inferir cuatro
posibles oponentes al Evangelio. Los dos más claros incluyen a los maestros
rivales de 1:15–18, que predicaban con motivos malos pero contenido bueno, y
por eso Pablo, quizá para sorpresa nuestra, todavía podía regocijarse. En
contraste, los judaizantes que vuelven a aparecer aquí son blanco otra vez de
una reprimenda fuerte (3:2–4:1). Bien puede ser que fueran sinceros, pero
cuando el mensaje se desvía tanto de la verdad, no se puede tolerar.
Posiblemente Filipenses 3:18–19 se refiera a la insistencia de estos
judaizantes en las leyes dietéticas, pero estos versículos también se pueden
tomar más naturalmente como una referencia a la práctica hedonista de
glotonería. Por último, el encarcelamiento de Pablo, probablemente en Roma,
unido con su advertencia en contra de oponentes anónimos en 1:27–30, podría
sugerir las etapas iniciales de la persecución imperial, o por lo menos una
hostilidad de parte de romanos no-cristianos en Filipos que apoyaban el
creciente culto imperial.47
Las Epístolas Pastorales
Fortaleciendo el apoyo para la
paternidad paulina de las Epístolas Pastorales y una fecha de composición en la
década de los 60 a más tardar, Luke Johnson ha demostrado en detalle los
paralelos notables entre 1 Timoteo y 1 Corintios en sus contenidos y la
oposición contemplada, y también entre 2 Timoteo y Filipos.48 Tito parece
contender con una versión distintivamente cretense de la enseñanza falsa que
afligía a Éfeso según 1 Timoteo, y da indicios de que la congregación en la
isla era mucho más nueva y primitiva.49 Otra vez,
probablemente para sorpresa nuestra, provocar divisiones aparece como una
ofensa digna de expulsión (Tit. 3:10), pues quien practica tal cosa se condena
a sí mismo (v. 11).50
EL RESTO DEL NUEVO TESTAMENTO
Otra vez procederemos según una
secuencia cronológica probable.
Hebreos y las Epístolas Generales
La carta de Santiago no responde ni a falsos
maestros ni a persecución externa, pero sí se opone a una ortodoxia
aparentemente sin vida entre algunas de las iglesias a las cuales se dirige.51
¿Cuántas veces las riñas puramente doctrinales han conducido a la misma
condición estéril en nuestro propio medio?52 Hebreos
probablemente refleja una tentación creciente entre los judíos cristianos en
Roma a principios de los años 60, cerca del principio de la persecución de
Nerón, a apostatar, recayendo otra vez en el judaísmo no-cristiano para evadir
el hostigamiento y, eventualmente, hasta el martirio.53
1 Pedro probablemente se escribió desde
Roma a cristianos mayormente gentiles en lo que hoy llamaríamos Turquía
oriental y central, más o menos en las mismas fechas, aunque la hostilidad más
grande a que ellos se enfrentaban parece provenir de los habitantes locales,
incluyendo a familiares y amigos anteriores que ahora no pueden comprender su
repudio a las prácticas paganas (1 P. 4:3–4).54
Judas y 2 Pedro han desafiado a los
mejores intentos de la erudición de identificar las enseñanzas a que se oponen.
Judas claramente enfatiza que “la tolerancia tiene sus límites”,55
una advertencia saludable en una época de pluralismo desenfrenado, pero pocas
pistas adicionales aparecen acerca de la enseñanza falsa. Las dos cartas
aportan más información sobre la inmoralidad de los falsos maestros que sobre
su ideología. Los dos análisis detallados más recientes de la oposición detrás
de 2 Pedro, por Jerome Neyrey y Daryl Charles, presentan argumentos plausibles
de que se trata de los epicúreos (Neyrey) o los estoicos (Charles).56
¡El hecho de que estas filosofías se oponen la una a la otra en muchos aspectos
simplemente resalta cuán poco realmente podemos concluir sobre este tema!
Las epístolas de Juan se pueden asignar
con mayor precisión, probablemente a la década de los 90. Se dirigen a varias
iglesias en casas dentro y alrededor de Éfeso. El comentario reciente de Colin
Kruse sugiere plausiblemente que la enseñanza falsa que se combate en estas
cartas consistía en una combinación de elementos, incluyendo el gnosticismo
incipiente, el docetismo y el cerentianismo, ellos mismos coincidiendo en
muchos de sus conceptos.57 Las doctrinas clave contrariadas,
entonces, incluirían el perfeccionismo, el antinomianismo y una cristología
inadecuada.
El libro de Apocalipsis
Al llegar al final del Nuevo
Testamento, canónicamente y cronológicamente, nos encontramos con la
persecución romana más seria hasta entonces—la insistencia de poca duración
pero intensa de Domiciano en el culto al emperador a mediados de los años 90.58
El género apocalíptico de todo el libro de Apocalipsis refleja su mensaje de
aliento a los cristianos perseguidos, que reafirma que Dios sigue siendo
soberano y que finalmente vengará las injusticias de esta vida. Si Romanos 13
enseña que los gobiernos han sido establecidos por Dios, Apocalipsis 13 retrata
algunos de ellos como inspirados por demonios. Los dos modelos han vuelto a
surgir a lo largo de la historia humana. La profecía impresionante de la caída
del gran imperio malvado “de los últimos días” en Apocalipsis 17–18 lo presenta
como un reflejo de una unión blasfema de la religión y la política, combinada
con la riqueza más grande, ganada a expensas de gente subyugada, en el mundo
conocido en los días de Juan.59 Así el imperio puede compararse
tanto con la Babilonia del Antiguo Testamento como con la Roma de los tiempos
neotestamentarios, aun cuando no corresponde literalmente a ninguna de las dos.
En los inicios del siglo XXI, no necesitamos buscar más allá de las expresiones
cada vez más impías del capitalismo de Occidente para encontrar paralelos
espantosos.60
CONCLUSIONES
Las enseñanzas falsas y conductas
inmorales a los que los autores del Nuevo Testamento más fuertemente se oponen
conforman una colección interesante. Naturalmente aparece una insistencia
fuerte en la plena deidad y humanidad de Cristo. La doctrina de la salvación
por gracia mediante la fe—contrarrestando todas las formas del legalismo,
nomismo y etnocentrismo—resulta central, pero se tiene que someter al Jesús
resucitado como Señor de todo (Rom. 10:9–10) y exhibir fruto digno de
arrepentimiento. La única doctrina escatológica que es absolutamente crucial es
la realidad de la venida todavía futura y visible de Cristo. Con respeto a lo que
las teologías sistemáticas usualmente incluyen bajo el rubro de la
“santificación”, aparece una insistencia en mantener un equilibrio entre la
seguridad y la perseverancia y en evitar los errores gemelos del derrotismo y
el triunfalismo, incluyendo, en sus formas extremas, el perfeccionismo. Más
allá de eso, es difícil encontrar otras creencias teológicas absolutamente
centrales por las cuales los escritores del Nuevo Testamento fuertemente
contiendan.
Tan crucial como la teología correcta,
si no más crucial, es el comportamiento correcto. El Nuevo Testamento se opone
fuertemente al antinomianismo, la inmoralidad en general (especialmente en sus
manifestaciones gemelas y opuestas del ascetismo y hedonismo) y un espíritu
divisivo. Insiste en que la administración de las posesiones materiales propias
es la manifestación primaria de las buenas obras que necesariamente deben fluir
de la vida de aquel que verdaderamente es redimido. Regularmente da prioridad a
la moralidad por encima de lo ritual, una observación que nos debe llamar la
atención en medio de las “guerras litúrgicas” en la iglesia evangélica
contemporánea.
Nuestros autores inspirados claramente
se oponen a las religiones no-cristianas y sus practicantes, pero su estrategia
dominante es llamarlos al arrepentimiento haciendo el evangelio lo más
atractivo posible. El lenguaje más duro casi siempre se reserva para el
religioso ultraconservador de adentro que traspasa límites clave, especialmente
los líderes que deberían saber evitar tales errores. En contraste, la iglesia
evangélica norteamericana del siglo pasado ha puesto énfasis en la creación de
declaraciones doctrinales extensas para separarse de los de afuera, usualmente
añadiendo numerosos adiafora a las cuestiones más centrales. La Evangelical
Theological Society es una excepción.
Y cuando declaraciones evangélicas
sobre el “estilo de vida” han tratado asuntos éticos, las listas frecuentemente
han resultado bastante diferentes de las listas de vicios y virtudes en el
Nuevo Testamento.
En fin, hemos tenido la tendencia de
pelear nuestras batallas más feroces en la periferia teológica del
evangelicalismo, donde creemos que algunos han cruzado los límites de la
tolerancia. Raras veces nos preguntamos quiénes entre nosotros pueden estar
igualmente equivocados (y posiblemente ser aun más peligrosos) por haber
trazado límites demasiado estrechos en vez de demasiado amplios. Como nos
recuerda el estudio de Arland Hultgren sobre los primeros períodos de la
historia de la iglesia, se puede caer en la herejía por una mentalidad
demasiado amplia, o por una demasiado estrecha.61 Sería un ejercicio
saludable revisar la historia de la Evangelical Theological Society para
ver si alguna vez hemos tomado en cuenta esta segunda categoría, obviamente
habiéndolo hecho con la primera numerosas veces. Sería aún más saludable
mientras actualmente trabajamos en definiciones de la ortodoxia en general
esforzarnos para lidiar con los dos extremos.
1 Desde
una perspectiva evangélica, véase especialmente el panorama histórico en Harold
O. J. Brown, Heresies: The Image of Christ in the Mirror of Heresy and
Orthodoxy from the Apostles to the Present (Garden City, Nueva York:
Doubleday, 1984). Mucho más breve, pero aún así de ayuda desde la
perspectiva de un especialista evangélico en la teología sistemático, es Robert
M. Bowman, Orthodoxy and Heresy (Grand Rapids: Baker Book House, 1992).
El clásico estudio liberal en relación con el Nuevo Testamento es, por
supuesto, Walter Bauer, Orthodoxy and Heresy in Earliest Christianity
(Filadelfia: Fortress Press, 1971). Una respuesta equilibrada se
encuentra en H. E. W. Turner, The Pattern of Christian Truth: A Study in the
Relations between Orthodoxy and Heresy in the Early Church (Londres:
Mowbray, 1954). Buenos ejemplos de estudios sobre períodos o temas específicos
incluyen Malcolm Lambert, Medieval Heresy: Popular movements from Bogomil to
Hus (Nueva York: Holmes and Meier Publishers, 1976); David S. Lovejoy, Religious
Enthusiasm in the New World: Heresy to Revolution (Cambridge,
Massachussetts: Harvard University Press, 1985); y John Dart, The Jesus of
Heresy and History (San Francisco: Harper & Row, 1988).
2 Estos conflictos
doctrinales comúnmente se resumen, con bibliografía, en una sección de las
introducciones de comentarios sobre los libros del Nuevo Testamento. Algunos
ejemplos representativos de estudios especializados incluyen Fred O. Francis,
ed., Conflict at Colossae: A Problem in the Interpretation of Early
Christianity Illustrated by Selected Modern Studies (Missoula, Montana:
Society of Biblical Literature, 1973); David Hill, “False Prophets and
Charismatics”, Biblica 57 (1976): 327–48; Luke T. Johnson, “II Timothy
and the Polemic against False Teachers”, Journal of Religion and Society
6 (1978): 1–26; y Hans C. C. Cavallin, “The False Teachers of 2 Peter as Pseudo-Prophets”,
Novum Testamentum 21 (1979): 263–70.
3 Véase
mi libro The Historical Reliability of the Gospels (Downers Grove,
Illinois: InterVarsity Press, 1987); y Colin J. Hemer, The Book of Acts in
the Setting of Hellenistic History, ed. Conrad H. Gempf (Wissenschaftliche
Untersuchungen zum Neuen Testament 49; Tübingen: Mohr-Siebeck, 1989).
5 Véase
Craig A. Evans y Donald A. Hagner, eds., Anti-Semitism and Early Cristianity:
Issues of Polemic and Faith (Minneapolis: Fortress Press, 1993).
6 E.
P. Sanders, Paul and Palestinian Judaism (Filadelfia: Fortress Press,
1977).
7 Véase
D. A. Carson, Peter T. O’Brien y Mark Seifrid, eds., The Complexities of
Second Temple Judaism, vol. 1 de Justification and Variegated Nomism:
(Tübingen: Mohr-Siebeck; Grand Rapids: Baker Academic, 2001).
8 Véase
James D. G. Dunn, Jesus, Paul, and the Law (Louisville, Kentucky:
Westminster John Knox Press, 1990). Con el concepto de “elección nacional”
hay que poner en la balanza una teología de remanente igualmente
prevalente—véase Mark A. Elliott, The Survivors of Israel: A Reconsideration
of Pre-Christian Judaism (Grand Rapids: William B. Eerdmans Publishing Company,
2000).
9 Cp. la excelente
colección de sermones sobre Gálatas por Roy Clements (No Longer Slaves
[Leicester, Inglaterra: Inter-Varsity Press, 1997]: 14), quien habla de
“legalistas, racistas y nomistas”.
10 Véase
especialmente Joanna Dewey, Markan Public Debate: Literary Technique,
Concentric Structure, and Theology in Mark 2:1–3:6 (Chico, California:
Scholars Press, 1980).
11 O, como lo he
expresado en mi comentario Matthew (New American Commentary; Nashville:
Broadman Press, 1992): 157, “la prioridad de relaciones interpersonales sobre
ritos religiosos”.
12 Cp.
ahora Joel Marcus, Mark 1–8 (Anchor Bible 27; Nueva York: Doubleday,
2000): 284.
13 Véase
Ben Witherington III, The Gospel of Mark: A Socio-Rhetorical Commentary
(Grand Rapids: William B. Eerdmans Publishing Company, 2000): 228–30.
14 C.
K. Barrett, “The House of Prayer and the Den of Thieves”, en Jesus and
Paulus: Festschrift fur Werner Georg Kummel zum 70. Geburtstag, ed.
E. Earle Ellis y Erich Grasser (Gottingen, Alemania: Vandenhoeck & Ruprecht,
1975): 16.
15 Cp.
Craig S. Keener, A Commentary on the Gospel of Matthew (Grand Rapids:
William B. Eerdmans Publishing Company, 1999): 535–59.
16 Cp.
Craig A. Evans, Mark 8:27–16:20 (Word Biblical Commentary 34B;
Nashville: Word, 2001): 305–06, 323–34.
17 En cuanto a las
circunstancias de la comunidad de Mateo, véase particularmente Graham N.
Stanton, A Gospel for a New People: Studies in Matthew (Edimburgo: T.
& T. Clark, 1992).
18 Para
una historia completa, véase Sherman W. Gray, The Least of My Brothers.
Matthew 25: 31–46: A History of Interpretation (Atlanta: Scholars Press,
1989).
19 Craig
L. Blomberg, Neither Poverty nor Riches: A Biblical Theology of Material
Possessions (New Studies in Biblical Theology; Downers Grove, Illinois:
InterVarsity Press, 1999). Sobre Lucas específicamente, véase págs. 219–27.
20 De
hecho, recientemente he presentado una defensa robusta de la historicidad de
Juan, en The Historical Reliability of John’s Gospel: Issues and Commentary
(Downers Grove, Illinois: InterVarsity Press, 2002).
21 El
estudio clásico es el de J. Louis Martyn, History and Theology in the Fourth
Gospel, 2a. ed. (Nashville: Abingdon Press, 1979).
22 Para la evidencia
externa, véase cualquiera de las introducciones reconocidas al Nuevo
Testamento.
23 En
cuanto a los dos grupos, véase Raymond Brown, The Community of the Beloved
Disciple (Nueva York: Paulist Press, 1979): 51–61.
24 Stephen
Motyer, Your Father the Devil? A New Approach to John and “the Jews”
(Paternoster Biblical Monographs; Carlisle, Reino Unido: Paternóster Press,
1997), especialmente págs. 160–210.
25 Sobre
las numerosas maneras en que los apóstoles en Hechos duplican el ministerio de
Jesús en Lucas, véase el libro de Charles H. Talbert, Reading Acts: A
Literary and Theological Commentary on the Acts of the Apostles (Reading
the New Testament Series; Nueva York: Crossroad, 1997).
26 Véase
Martin Hengel, Between Jesus and Paul: Studies in the Earliest History of
Christianity (Filadelfia: Fortress Press, 1983): 1–29.
28 En cuanto a otras
manifestaciones de “oposición al plan de Dios y persecución” en Hechos, véase
el capítulo con el mismo título (“Opposition to the Plan of God and Persecution”)
por Brian Rapske en Witness to the Gospel: The Theology of Acts, ed. I.
Howard Marshall y David Peterson (Grand Rapids: William B. Eerdmans Publishing
Company, 1998): 235–56.
29 J.
Louis Martyn, “A Law-Observant Mission to Gentiles”, Scottish Journal of
Theology 38 (1985): 307–24.
30 Para
más explicación, cp. Craig L. Blomberg, “The Christian and the Law of Moses”,
en Marshall y Peterson, eds., Witness to the Gospel: 397–416.
31 Sobre
esto, véase James D. G. Dunn, Baptism in the Holy Spirit (Filadelfia:
Westminster Press, 1970): 83–89.
33 La reconstrucción
más detallada de la oposición judaizante de Pablo se desa-rrolla a lo largo de
J. Louis Martyn, Galatians (Anchor Bible 33A; Nueva York: Doubleday,
1997).
34 En
cuanto a este equilibrio, véase especialmente D. A. Carson, “Pauline
Inconsistency: Reflections on 1 Corinthians 9.19–23 and Galatians 2.11–14”, Churchman
109 (1986): 6–45.
35 Cp.
Luke T. Johnson, “The New Testament’s Anti-Jewish Slander and the Conventions
of Ancient Polemic”, Journal of Biblical Literature 108 (1989): 419–41.
36 Para las dos
posibilidades, véase F. F. Bruce, Un comentario de la Epístola a los
Gálatas: Un comentario basado en el texto griego (Colección Teológica Contemporánea;
Terrassa [Barcelona]: Editorial Clie, 2004): 326–27.
37 Sobre
esto, véase especialmente G. Walter Hansen, Galatians (IVP New Testament
Commentary Series; Downers Grove, Illinois: InterVarsity Press, 1994): 185–86.
38 Así
especialmente I. Howard Marshall, 1 and 2 Thessalonians (New Century
Bible; Grand Rapids: William B. Eerdmans Publishing Company, 1983): 187. En 2:2 el griego
reza literalmente: “un espíritu, palabra o carta, como por nosotros, como si el
Día del Señor hubiera llegado”.
39 Véase el panorama
de aproximaciones recientes en Abraham J. Malherbe, The Letters to the
Thessalonians (Anchor Bible 32B; Nueva York: Doubleday, 2000): 454–57.
40 Robert
Jewett, Paul: The Apostle to America (Louisville, Kentucky: Westminster
John Knox Press, 1994): 73–86.
41 Véase
mi 1 Corinthians (NIV Application Commentary; Grand Rapids: Zondervan
Publishing House, 1994). En cuanto a obras más recientes, cp. Bruce W. Winter, Philo
and Paul among the Sophists (Society for New Testament. Studies Monograph
Series 96; Cambridge: Cambridge University Press, 1997); Andrew D. Clarke, Serve
the Community of the Church: Christians As Leaders and Ministers (Grand
Rapids: William B. Eerdmans Publishing Company, 2000); y Bruce W. Winter, After
Paul Left Corinth: The Influence of Secular Ethics and Social Change (Grand
Rapids: William B. Eerdmans Publishing Company, 2001).
42 Cp.
especialmente D. A. Carson, From Triumphalism to Maturity: An Exposition of
2 Corinthians 10–13 (Grand Rapids: Baker Book House, 1984).
43 Véase,
por ejemplo, Douglas J. Moo, The Epistle to the Romans (New
International Commentary on the New Testament; Grand Rapids: William B.
Eerdmans Publishing Company, 1996): 826–33.
44 Cp.
Leif Andersen, “Heresy and Church Discipline: What Are the Limits of Tolerance
in the Church?”, European Journal of Theology 10 (2001): 13–23.
45 Véase
Clinton E. Arnold, The Colossian Syncretism: The Interface between
Christianity and Folk Belief at Colossae (Grand Rapids: Baker Book House,
1996).
47 Para
un panorama conciso de los debates, véase Peter T. O’Brien, The Epistle to
the Philippians (Grand Rapids: William B. Eerdmans Publishing Company,
1991): 26–35.
48 Luke
T. Johnson, Letters to Paul’s Delegates (Valley Forge; Pennsylvania:
Trinity Press International, 1996): 214. Cp., de pasta a pasta, ídem, The
First and Second Letters to Timothy (Anchor Bible 35A; Nueva York: Doubleday,
2001).
49 Cp.
Johnson, Letters to Paul’s Delegates: 211–54.
50 Suponiendo que el
proceso de expulsión ha seguido todos los pasos de Mt. 18:15–18; véase I.
Howard Marshall, The Pastoral Epistles (Internacional Critical
Commentary; Edimburgo: T. & T. Clark, 1999): 338.
51 Esto es así, sea
cual fuere la postura acertada en el debate sobre la cuestión de si Santiago
tenía en mente un número pequeño de congregaciones específicas—así, por
ejemplo, Peter H. Davids, The Epistle of James: A Commentary on the Greek
Text (New Internacional Greek Testament Commentary; Grand Rapids: William
B. Eerdmans Publishing Company, 1982): 128–34—o si es una encíclica dirigida a
toda la diáspora judío-cristiano—así especialmente Richard Bauckham, James:
Wisdom of James, Disciple of Jesus the Sage (New Testament Readings; Nueva
York: Routledge, 1999): 111–28.
52 Aun la Epístola
de Santiago puede así ser “interceptada” y emasculada de su fuerza. Véase
Elsa Tamez, The Scandalous Message of James: Faith without Works Is Dead
(Nueva York: Crossroad Publishing, 1990).
53 Véase,
entre otros, William L. Lane, Hebrews 1–8 (Word Biblical Commentary 47a;
Dallas: Word Books, 1991): li–lxvi.
54 Véase,
por ejemplo, Peter H. Davids, The First Epistle of Peter (New
International Commentary on the New Testament; Grand Rapids: William B.
Eerdmans Publishing Company, 1990): 7–10.
55 D.
A. Carson, Douglas J. Moo y Leon Morris, An Introduction to the New
Testament (Grand Rapids: Zondervan Publishing House, 1992): 463.
56 Jerome
H. Neyrey, 2 Peter, Jude (Anchor Bible 37C; Nueva York: Doubleday,
1993); J. Daryl Charles, Virtue amidst Vice: The Catalog of Virtues in 2
Peter 1 (Journal for the Study of the New Testament Supplement Series 150;
Sheffield, Inglaterra: Sheffield Academic Press, 1997).
57 Colin
G. Kruse, The Letters of John (Pillar New Testament Commentary; Grand
Rapids: William B. Eerdmans Publishing Company, 2000): 14–27.
58 Hay una tendencia
hoy a minimizar el alcance de esta persecución, pero para hacerlo hay que
rechazar la veracidad de evidencia antigua externa significativa. Para
los detalles, véase Craig S. Keener, Revelation (NIV Application
Commentary; Grand Rapids: Zondervan Publishing House, 2000): 35–39.
59 Cp.
J. N. Kraybill, Imperial Cult and Commerce in John’s Apocalypse (Journal
for the Study of the New Testament Supplement 132; Sheffield, Inglaterra:
Sheffield Academic Press, 1996).
60 Véase todo el
comentario de Ricardo Foulkes, El Apocalipsis de San Juan: Una lectura desde
América Latina (Buenos Aires: Nueva Creación; Grand Rapids: William B.
Eerdmans Publishing Company, 1989).
61 Arland
J. Hultgren, The Rise of Normative Christianity (Minneapolis: Fortress
Press, 1994).
No hay comentarios:
Publicar un comentario