Un análisis actualizado del verbo “amar”
en el NT
ἀγαπάω [amar], ἀγάπη [amor], ἀγαπητός [amado]
A. El amor en el
AT.
1. En el AT la principal raíz hebrea para
amor (יהב)
puede referirse tanto a personas como a cosas, en un sentido tanto religioso
como secular. Otra raíz bastante común es דחם,
pero, puesto que esta palabra comporta el sentido de misericordia, ἐλεείν es la equivalencia más habitual para ella. En el AT el
amor es un sentimiento espontáneo que impulsa a la entrega de sí, a agarrar
aquello que lo ocasiona, o a una actividad gratificante. Involucra a la persona
interna. Puesto que tiene una base sexual, va dirigido de manera suprema a las
personas; el amor por cosas o acciones tiene un aspecto metafórico. El amor de
Dios es correlativo a su naturaleza personal, y el amor a Dios es ante todo
amor por su persona, y sólo después por su palabra o su ley. Pero incluso en el
sentido extendido, el amor conlleva un elemento de fervor o pasión, excepto en
el caso de objetos menores. En el ámbito secular el amor es para el esposo o la
esposa, los padres o los hijos, los amigos, los amos, los siervos y los grupos
sociales. Este uso es más común que el uso religioso, y por tanto puede tomarse
como base para la interpretación.
2. La concepción
secular e inmanente.
a. Aquí lo que viene primero es el amor
sexual, y saca a la luz el elemento de impulsión. A la sexualidad se le puede
dar un fuerte énfasis, como en Ezequiel (y cf. Oseas y Jeremías). Es un factor
dado, y contribuye al ennoblecimiento de la vida, como se muestra por su
glorificación en la poesía (cf. Cantar de los Cantares 8:5). Tanto este amor
como su opuesto pueden tener una fuerza brutal, como en el relato de Amnón y
Tamar, o la afirmación de la novia de Sansón en Jueces 14:16. La ley toma nota
de estos síntomas eróticos (Dt. 21:15ss, etc.).
b. El amor en otras relaciones (p. ej.
padres e hijos) asume una forma diferente, pero los hebreos deben haber
percibido alguna afinidad puesto que usaban el mismo término. Tal vez el nexo
estribe en el carácter espontáneo e irracional del amor, como en el caso de
Jonatán y David (1 S. 18:1, 3; 20:17). El propio David expresa algo de esto en
su lamento de 2 Samuel 1:26. Está tan íntimamente ligado con Jonatán como con
su propia alma (1 S. 20:17).
c. La misma intensidad no está siempre
presente con parientes y amigos más distantes, pero, bajo la protección de la
ley teonómica, el amor sigue siendo el elemento humano inalienable y la norma
del trato social. Las relaciones necesitan una definición legal, pero una
exigencia como Levítico 19:18 trasciende toda ley, por cuanto implica una
actitud y no meras acciones (cf. su opuesto en Lv. 19:17). El interés final del
mandato es fomentar un sentir de buenos vecinos, como verdadera base de las
relaciones legales. Los estatutos puramente legales sólo serán medidas a
medias, a menos que estén informados y potenciados por la ley paradójica del
amor. Aquí no servirá interpretar el amor como un simple favor, ya que se
extiende también a los forasteros residentes (Lv. 19:34). Esto deja por fuera
un particularismo estrecho; el prójimo es cualquiera que esté en la vecindad inmediata.
A fin de cuentas esto significa amar incluso a aquellos que, desde un punto de
vista humano, podrían parecer enemigos, porque si Deuteronomio 22:1–4 impone el
deber de ayudar a los connacionales, Éxodo 23:4–5 aplica específicamente esta
obligación a aquellos que podrían ser hostiles. Puesto que el prójimo puede
entonces ser un enemigo tanto como un amigo, la persona humana queda colocada
por encima de la persona jurídica como objeto de amor y, por consiguiente, como
objeto de la acción legal. José ofrece un ejemplo del amor que, en obediencia a
Dios, abarca incluso a aquellos que nos ofenden (Gn. 50:19). Desde luego, en el
AT hay límites para este amor a los enemigos. Esto se ilustra en Salmo 109 y
Proverbios 14:20, como también en la actitud general para con las naciones
hostiles. No obstante, permanece en pie la nobleza de la exigencia ética
divinamente impuesta.
3. La concepción
religiosa.
a. A la luz del uso secular, es obvio que
el amor tendrá un alto valor teológico en el ámbito religioso. El concepto de
la alianza limita su desarrollo, porque, si la alianza misma es una expresión
jurídica del amor de Dios, su relación con el amor se reconoce sólo
tácitamente. El amor va en ambas direcciones, abarcando tanto nuestro amor a
Dios como el amor de Dios por nosotros, pero sólo el Deuteronomio parece
conectar esos dos amores (7:9; 10:14ss).
b. Nuestro amor a Dios es aceptado sin
intento alguno de una definición más estricta. A veces se lo conecta con el
temor (Dt. 10:12), pero más frecuentemente implica un deleite y un esfuerzo,
una búsqueda de Dios mismo (cf. Abraham). Los que aman a Dios confían en él y
encuentran salvación y seguridad. Por eso guardan sus mandamientos (Dt. 5:10),
le sirven (Dt. 10:12), y siguen sus caminos (Dt. 10:12; 11:22). Pero el amor
mismo no es mera externalidad. Es profundamente interior y dado por Dios, una
circuncisión del corazón (Jer. 31:33). Ciertamente se le hace objeto de un
mandato (cf. Dt. 6:5), pero la ley que de allí resulta trasciende la ley, si
bien quienes la toman de manera puramente legal podrían quedarse sin ver esto.
La finalidad del mandato es hacer que la fuerza más positiva en la religión dé
frutos para la fidelidad a la alianza. Sin embargo, a la larga todo depende del
impulso libre del amor mismo.
c. El amor de Dios por nosotros es
primordialmente nacional antes que individual. Sin embargo, dentro del contexto
de la nación Dios ama a ciertos grupos, como los puros de corazón, los pobres,
e incluso los forasteros residentes (Dt. 10:18). Dios nos ama como un padre ama
a su hijo (Pr. 3:12), pero las visiones didácticas de la relación padre-hijo,
por lo menos en este contexto, impidieron el desarrollo de toda sensación
profunda de la paternidad divina.
d. Oseas da una expresión muy fuerte al amor
de Dios por su pueblo. La religión oficial se ha desintegrado, pero el amor
insondable de Dios permanece, como lo ilustra el absurdo matrimonio de Oseas.
Así se muestra que el amor de Dios es la base duradera de la alianza. Este amor
toma precedencia sobre nuestro amor a Dios, porque incluso cuando este segundo
amor se desvanece (Os. 6:4), el primero no se rinde (11:8–9). La amenaza «no
los amaré más» (9:15) equivaldría, entonces, casi a que Dios dejara de ser
Dios; a la luz de esto el cap. 14 (cf. vv. 4–5) es la conclusión apropiada de
Oseas. De un modo similar, en Jeremías, Dios se ve desgarrado entre la santidad
y el amor. Aborrece la rebeldía de su pueblo, pero ama a Israel «con amor
eterno», y esto subyace a su fidelidad (Jer. 31:3). En Isaías Dios ha
abandonado a Israel por un momento de ira, pero otra vez, aunque una madre
pueda olvidar a su hijo, Dios jamás olvidará ni abandonará a Sión, su esposa
(Is. 49:15). Deuteronomio aplica todo esto pedagógicamente. El amor bondadoso
de Dios es la razón de la elección de Israel (Dt. 7:7). Lo ha confirmado
mediante una garantía legal (7:8), y por lo tanto Israel puede contar con él,
pero la alianza impone una exigencia de fidelidad por parte de Israel, de modo
que el amor puede relacionarse con la bendición que es recompensa a la
obediencia (Dt. 7:13) en lo que se acerca a un sentido contractual. Pero la
iniciativa del amor de Dios se afirma fuertemente (Dt. 10:14ss), y la
circuncisión interior, no sólo el desempeño externo, es necesaria para
responder a él apropiadamente (Dt. 10:16). Las implicaciones legales del amor
de Dios se elaboran expresamente en Malaquías, en relación con los problemas
particulares de esa época posterior (Mal. 1:2).
e. El amor de Dios a las otras naciones no
halla una expresión directa en el AT. La presentación lleva ciertamente una
tendencia hacia la universalidad, y esto se muestra claramente en algunos
pasajes mesiánicos, p. ej. Isaías 42:5. Sin embargo, en contexto, Deuteronomio
33:3 («todos los consagrados a él») no tiene un sentido universal, mientras que
Malaquías 2:10 se refiere a la obra de Dios en la creación más que a su amor
paternal. Incluso el universalismo mesiánico está demasiado poco desarrollado
como para afectar el énfasis principal del amor de Dios en el AT, a saber, el
amor específico de Dios por su pueblo, Israel.
B. Las palabras
para amor en el griego prebíblico.
1. ἐράν. Este es el
amor apasionado que desea al otro para sí. El dios Eros obliga a todos, pero
nadie lo obliga a él. En Platón ἔρως simboliza la
realización, en Plotino el deseo de unión con el uno. Lo que se busca en ἔρως es la embriaguez o el éxtasis. La reflexión es buena,
pero el frenesí extático, aunque a veces se lo vea con horror, es mayor. ἔρως nos domina, y al hacerlo confiere suprema felicidad. La
religión busca el clímax de la experiencia en un erotismo transmutado (cf. los
cultos de fertilidad). Pero ἔρως puede
trascender el mundo sensorial. En Platón desemboca en una inspiración creadora.
En Aristóteles tiene (o es) una función cósmica como la fuerza de atracción que
mantiene un movimiento ordenado. En Plotino es una impulsión que va más allá de
los sentidos hacia el punto de coincidencia. Incluso en estas formas, sin
embargo, la idea original es la de una embriaguez erótica.
2. φιλείν. Esto significa el amor solícito, p. ej. de los dioses o de los amigos.
Abarca a toda la humanidad y entraña obligación.
3. ἀγαπάν. Este término no tiene ni la magia de ἐράν ni la calidez
de φιλείν. Tiene primero el sentido débil de «estar satisfecho»,
«recibir», «saludar», «honrar», o, más interiormente, «ir en busca de». Puede
comportar un elemento de simpatía, pero también denota «preferir»,
especialmente con referencia a los dioses. Hay aquí un amor que hace
distinciones, eligiendo libremente sus objetos. Por eso es especialmente el
amor de uno más alto por uno más bajo. Es un amor activo, no el amor que busca
su propio interés. Pero en los escritores griegos esta palabra es incolora. Con
frecuencia se usa como variante de ἐράν o φιλείν, y no exige un tratamiento especial. El sustantivo ἀγάπη aparece muy rara vez.
C. El amor en el
judaísmo.
1. El trasfondo. El término
hebreo normativo יהב
(ver A.) abarca las tres palabras griegas. Pero carece del elemento de erotismo
religioso y denota un amor particular, no uno universal. El amor del AT es un
amor celoso (cf. Cnt. 8:6). Es así como el amor de Jacob se centra en Raquel y
José (Gn. 29; 37:3). De modo similar Dios ama a Israel, pero celosamente insiste
en que se le corresponda con amor y lealtad. Una vez más, el amor al prójimo no
es cosmopolita. No abarca a millones, sino que es amor dentro de la nación. La
LXX usa ἀγαπάν casi exclusivamente para el término
hebreo. Esta palabra era la que mejor se adaptaba para expresar lo que se
quería decir, y de esa asociación recibió un contenido rico y nuevo.
2. El judaísmo
helenístico.
a. La influencia del AT se entremezcló
aquí con el pensamiento y el idioma de Grecia y del Cercano Oriente. Dios ama a
su creación, a su pueblo, y a aquellos que son justos, obedientes y
misericordiosos. El amor es de manera suprema una relación de fidelidad (como
lo demuestran los mártires). Dios es la fuente del amor. El amor a Dios incluye
el amor a la sabiduría (Si. 4:12). En el amor nos tornamos hacia el verdadero
ser, superamos el miedo y alcanzamos la verdadera vida (Filón, De la
migración de Abraham 169).
b. El amor al prójimo se deriva de Dios y
conduce a la vida (a diferencia del odio, que es del diablo y conduce a la
muerte). Con Filón, se interpreta en el AT una filantropía más general; el amor
se extiende por fin a toda la creación (De las virtudes 51ss). Pero el
movimiento es todavía concéntrico, desde el compatriota hacia afuera pasando
por el forastero residente y el prosélito. ἔρως se contrasta
desfavorablemente con ἀγάπη (Oráculos Sibilinos 3.171).
3. El judaísmo
rabínico.
a. Aquí el amor es todavía principalmente
volitivo y religioso. Destaca la relación entre Dios y la humanidad, especialmente
Israel. Dios ama a su pueblo con fidelidad y misericordia. El don de la ley lo
comprueba. El amor de Dios impone la obligación del amor recíproco y la
obediencia y la lealtad que con él se relacionan. En particular, el sufrimiento
manifiesta el amor mutuo de Dios y su pueblo. En él, a Dios se lo ama por lo
que es. El acento principal, sin embargo, recae sobre el propio amor de Dios.
Escondido durante el sufrimiento, en el cual es verdaderamente tan fuerte como
la muerte, al final quedará gloriosamente manifestado. Nadie puede arrancar a
Israel de ese amor.
b. El amor al prójimo alcanza su expresión
en las obras de misericordia. El prójimo es el conciudadano o el prosélito, sea
amigo o enemigo. Algunos, como Hillel, incluían a los extranjeros, discerniendo
la fuerza misionera del amor, pero otros cuestionaban esto (excepto con
referencia a los forasteros residentes). Con la ley y el servicio a Dios, el
amor es un cimiento del mundo. Es la suma de la ley, tal como se formula en la
enunciación negativa de la Regla de Oro (Hillel). Aún así es más que un
desempeño de deberes. Es el poder que está detrás de todos los actos de amor, y
por eso no puede ser impuesto por una legislación.
c. Para los rabinos el amor es el
principio básico de la triple relación de Dios, el Yo, y el Tú. Debe determinar
todo trato dentro de esta relación, sino la relación se rompe. Así como Dios
actúa con amor, así también debemos actuar nosotros; y por la misma razón, así
como nosotros actuamos con amor, así lo hará Dios. Aquí se percibe una base
para la certeza de la misericordia divina, aunque no a expensas de la justicia
divina.
D. Jesús
1. La nueva
exigencia.
a. En su exigencia de amor, Jesús asumió
afirmaciones anteriores: Ama a Dios; ama al prójimo; haz a los demás lo que
querrías que te hicieran. Pero lo hizo en una forma sorprendentemente exclusiva
e incondicional. El amor a Dios significa el compromiso total y la confianza
total (Mt. 5:29–30; 6:24ss). En particular, involucra una renuncia a las riquezas
y a la vanagloria (Mt. 6:24b, 30ss). También exige la resistencia a la
persecución, que es una prueba de fuego de la lealtad del amor (Mt. 10:17ss;
5:10ss).
b. El amor al prójimo acompaña al amor a
Dios (Mt. 22:39). No se trata de ningún amor abstracto a la humanidad. Sin
embargo, trasciende toda restricción a los compatriotas; el prójimo es
simplemente la persona en necesidad (Lc. 10:29–30), o más bien, el prójimo es
la persona inmediatamente cercana que actúa como prójimo para con el
necesitado. Esta acción se deriva de una respuesta del corazón y consiste en
hacer con toda sobriedad lo que la ocasión exige.
c. El amor al prójimo incluye claramente
el amor a los enemigos (Mt. 5:43–44). Este amor es la exigencia de una nueva
edad que apunta hacia la gracia y que es aplicable a los «oyentes». Es el amor
del nuevo pueblo de Dios, que sus miembros muestran no solamente entre sí, sino
incluso hacia aquellos del mundo presente que los persiguen a ellos. Es, por
tanto, totalmente sacrificial. El mártir se convierte en intercesor por ese
mundo hostil que impone el martirio. Jesús hace esta exigencia con completo
realismo, pero también con completa seriedad.
2. La nueva
situación.
a. La exigencia de Jesús es evidente por
sí misma porque él crea una nueva situación. Él proclama la misericordia de
Dios como un nuevo acontecimiento que todo lo cambia. El perdón de los pecados
que él trae desata un amor nuevo y desbordante (Lc. 7:47) que llena y dirige
toda la vida y la acción. La nueva relación de Dios con nosotros nos coloca en
una nueva relación con él y unos con otros (cf. Lc. 6:36ss). Es una relación de
misericordia y reconciliación. (En los sinópticos, Jesús generalmente habla
acerca del perdón de Dios o su misericordia, y rara vez emplea en relación con
Dios sustantivos o verbos que designen el amor.)
b. Con respecto a nosotros, el amor de
Dios es un amor que perdona. Con respecto a Jesús, sin embargo, es el amor
preferente de elección y llamamiento. Jesús es el Hijo amado (Mt. 12:5) cuya
muerte es un ejercicio del juicio y el establecimiento de un nuevo orden
(12:8ss). Jesús funda la nueva comunidad a la cual entramos mediante la
relación con él. Por eso el amor a los demás es amor a él (Mt. 25:31ss), y él
puede pedir un compromiso radical con él mismo (Mt. 10:37ss). El Hijo trae la
remisión, pide una decisión incondicional por Dios, y así crea un nuevo pueblo
que recorrerá el sacrificio del amor autosacrificial que él mismo emprendió. Un
punto de interés es que Marcos llama a Jesús el Hijo amado tanto al inicio de
su ministerio (1:11) como al inicio de su pasión (9:7).
E. El período
apostólico.
1. Pablo.
a. Pablo ve con claridad la nueva
situación. Es así como su argumento en Romanos 1ss llega a su clímax en un
himno que avanza desde nuestro amor a Dios hasta el amor de Cristo por nosotros
y luego a la certeza del amor de Dios en Cristo (8:28, 31ss). Establece tres
puntos principales: (1) Dios envió a su Hijo hasta la cruz en amor; (2) Dios
llama a sus elegidos en amor; (3) Dios derrama su amor en los corazones de
ellos. El amor eterno de Dios no se puede distinguir del amor de Cristo (Ro.
5:8; 8:37), en el cual se convierte en un acontecimiento que transforma el
mundo. Este amor implica elección, lo cual incluye tanto una ordenación
pretemporal como un llamamiento temporal. La comunidad elegida está en comunión
con Dios, y él la dota del poder activo y apremiante del amor (Ro. 5:5) en
cumplimiento de su propio propósito primordial de amor.
b. La meta de la acción amorosa de Dios es
una nueva humanidad, y él se sirve de los actos de amor humano para lograr este
fin. Dios es la fuente de estos actos (cf. 1 Co. 8:3). Él despierta la fe que
entra en acción en el amor (Gá. 5:6). Él derrama el Espíritu que nos libera
para una actividad amorosa (Gá. 5:22). Para Pablo este nuevo amor es por encima
de todo el amor fraterno (Gá. 6:10), en una comunión que se basa en la
misericordia de Cristo y en la muerte de Cristo. El amor edifica (1 Co. 8:1);
edifica la obra del futuro. En él, el poder de la nueva edad irrumpe en la
forma presente del mundo. Es por esto que siempre es central cuando se lo
conecta con la fe y la esperanza (cf. 1 Ts. 1:3; Col. 1:4–5). De estos tres
elementos el amor es el mayor, porque es el único que se extiende hasta el eón
futuro (1 Co. 13:13).
2. Santiago. Santiago
muestra de manera práctica lo que significa que la fe actúe por el amor, p. ej.
no despreciando a los pobres (2:14) o no reteniendo lo que es un derecho
(5:1ss). El amor es la ley del nuevo reino (2:8), exigida y posibilitada por la
fe. Se aferra a Dios en la prueba, y es fuerte en la perseverancia (1:2ss).
3. Juan. Juan enfatiza
el amor del Padre por el Hijo (Jn. 3:35). El amor de Dios nos llega por medio
de él (Jn. 17:23ss). La muerte del Hijo corona y desata este amor. Es un amor
condescendiente, pero logra la victoria en la acción moral. Nuestro propio amor
es aquí, una vez más, de manera suprema un amor a los hermanos. El amor a Dios
es la realidad final para la comunidad, y permanecer en este amor es la ley de
su vida (Jn. 15:9–10). La única ley del amor se repite constantemente en las
Epístolas de Juan, sin ninguna especificación particular excepto que sea en
obras y no sólo de palabra (1 Jn. 3:18). En el Apocalipsis, la principal
exigencia es un amor a Dios que no sea derrotado por la persecución (cf. 2:4;
12:11).
F. El período posapostólico.
Aquí se
transmiten las fórmulas primitivas con cierta infusión de nuevos ideales. 1
Clemente 49–50 demuestra una continua conciencia de la supremacía del amor y su
significación práctica para la comunidad y para el mundo. Ἀγάπη y ἀγαπάν se han convertido en términos clásicos
para la obra de Dios y para la piedad cristiana, a veces como ascetismo, más
comúnmente como amor comunitario. En un mundo que perece por el ἔρως, y que intenta en vano trascenderse a sí mismo mediante
sublimaciones del ἔρως, la iglesia, que depende totalmente
ella misma del amor misericordioso de Dios, practicaica un amor que no desea
sino que da.
No hay comentarios:
Publicar un comentario