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sábado, 13 de octubre de 2012


LA INSPIRACION DE LA BIBLIA
La palabra «inspiración» viene de la traducción del latín de theopneustos en 2 Timoteo 3:16, que la versión Reina-Valera expresa así: «Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia». Algunas traducciones dicen «inspirada de Dios», lo cual no es mejor que lo que dice la versión Reina-Valera, porque theopneustos significa es-pirada más que ins-pirada por Dios—divinamente ex-halada, más que in-halada. Durante el siglo pasado, Ewald y Cremer argumentaron que el adjetivo llevaba un significado activo: «inspirando el Espíritu», y parece que Barth está de acuerdo. Él nota cómo su significado no es sólo «dado, lleno y gobernado por el Espíritu de Dios», sino también «brotando activamente y esparciéndose hacia afuera y haciendo conocer el Espíritu de Dios» (Church Dogmatics [Dogmática de la iglesia], 1.2); pero B. B. Warfield mostró decisivamente en 1900 que el sentido de la palabra sólo puede ser pasivo. El pensamiento no es de Dios como exhalando a Dios, sino de Dios como habiendo exhalado la Escritura. Las palabras de Pablo significan no que la Escritura es inspiradora (aunque lo es), sino que la Escritura es un producto divino, y debe ser enfocada y estimada como tal.
El «soplo» o «espíritu» de Dios en el Antiguo Testamento denota que el poder de Dios sale en forma activa, ya sea en la creación (Salmo 33:6; Job 33:4; compare Génesis 1:2; 2:7), preservación (Job 34:14), revelación a y a través de los profetas (Isaías 48:16; 61:1; Miqueas 3:8; Joel 2:28 y siguientes), regeneración (Ezequiel 36:27), o juicio (Isaías 30:28, 33). El Nuevo Testamento revela su «aliento» divino (en el griego pneuma) como una Persona de Dios. El «aliento» de Dios (el Espíritu Santo) produjo la Escritura como un medio de proporcionar comprensión espiritual. Ya sea que adoptemos pasa graphe como «toda la Escritura» o «cada versículo», el significado de Pablo está claro más allá de toda duda. Él afirma que todo lo que viene en la categoría de Escritura, todo lo que tiene un lugar entre las «Sagradas Escrituras» (hiera grammata, 2 Timoteo 3:15), sólo por el hecho de que Dios lo ha exhalado, es útil para guiar tanto la fe como la vida.
Basándose en este texto paulino, la teología usa regularmente la palabra «inspiración» para expresar el pensamiento del origen y la calidad divinos de la Santa Biblia. En forma activa, el sustantivo denota la operación de exhalar de Dios que produjo la Escritura: pasivamente, la calidad de inspirada de las Escrituras que así se produjeron. La palabra se usa también en forma más general para referirse a la influencia divina que capacitó a los instrumentos humanos de la revelación—los profetas, salmistas, hombres sabios y apóstoles—para hablar, así como escribir, las palabras de Dios.
LA IDEA DE LA INSPIRACIÓN BÍBLICA
De acuerdo a 2 Timoteo 3:16, lo que es inspirado son precisamente los escritos bíblicos. La inspiración es una obra de Dios terminando, no en los hombres que iban a escribir las Escrituras (como si, habiéndoles dado una idea sobre lo que debían decir, Dios los dejara para que ellos mismos encontraran la forma de expresarla), sino en el producto escrito. Es la Escritura—graphe, el texto escrito—lo que es inspirado por Dios. La idea esencial aquí es que toda la Escritura tiene el mismo carácter que tenían los sermones de los profetas cuando los predicaban y cuando los escribían (compare 2 Pedro 1:19–21, sobre el origen divino de toda «profecía de la Escritura»). Esto quiere decir que la Escritura no es sólo la palabra de un hombre—el fruto del pensamiento humano, premeditación y arte—sino también e igualmente la palabra de Dios, hablada a través de los labios del hombre o escrita con la pluma de un hombre. En otras palabras, la Escritura tiene paternidad literaria doble, y el hombre es solamente el autor secundario; el autor principal, a través de cuya iniciativa, llamado y capacitación y bajo cuya supervisión cada escritor humano hizo su trabajo, es Dios el Espíritu Santo.
La revelación a los profetas era principalmente verbal; a menudo tenía un aspecto visionario, pero aun «la revelación en visiones es también revelación verbal» (L. Koehler, Old Testament Theology [Teología del Antiguo Testamento], E.T. 1957). Brunner ha observado que en «las palabras de Dios, las cuales los profetas proclamaron como haber recibido directamente de Dios, y haber sido comisionados a repetirlas, tal como las han recibido … tal vez podamos encontrar la analogía más cercana al significado de la teoría de la inspiración verbal» (Revelation and Reason [Revelación y razón]). Por cierto que sí; encontramos no simplemente una analogía a ella, sino el paradigma de ella; y «teoría» es la palabra incorrecta, porque es simplemente la doctrina bíblica misma. La inspiración bíblica debería ser definida en los mismos términos teológicos que la inspiración profética: a saber, como todo el proceso (múltiple, sin duda, en sus formas psicológicas, como era la inspiración profética) por el cual Dios movió a esos hombres que había elegido y preparado (compare Jeremías 1:5; Gálatas 1:15) para escribir claramente lo que él quería escrito, para la comunicación del conocimiento salvador a su pueblo, y a través de ellos al mundo. Por lo tanto, la inspiración bíblica es verbal por su misma naturaleza, porque la Escritura inspirada de Dios consiste de las palabras dadas por Dios.
Así, la Escritura inspirada es revelación escrita, al igual que los sermones de los profetas eran revelación hablada. El registro bíblico de la autodeclaración de Dios en la historia redentora no es simplemente testimonio humano de revelación, sino que es revelación en sí mismo. La inspiración de la Escritura era una parte integral del proceso de revelación, porque en la Escritura, Dios le dio a la iglesia su obra salvadora en la historia, y su propia interpretación autoritativa del lugar de ella en su plan eterno. «Así ha dicho el Señor» podría ser colocado al principio de cada libro con la misma propiedad con la que es usado (359 veces, de acuerdo a Koehler) en las declaraciones proféticas individuales que contiene la Escritura. La inspiración, por lo tanto, garantiza la verdad de todo lo que afirma la Biblia, al igual que la inspiración de los profetas garantizaba la verdad de su representación de la mente de Dios. («Verdad» aquí denota correspondencia entre las palabras del hombre y los pensamientos de Dios, ya sea en el campo de los hechos o del significado.) Como verdad de Dios, el Creador del hombre y Rey verdadero, la instrucción bíblica, como los oráculos de los profetas, tiene autoridad divina.
LA PRESENTACIÓN BÍBLICA
La idea de la Escritura canónica (por ejemplo, de un documento o cuerpo de documentos que contiene un registro autoritativo permanente de revelación divina) se remonta a cuando Moisés escribió la ley de Dios en el desierto (Éxodo 34:27 y siguientes; Deuteronomio 31:9 y siguientes, 24 y siguientes). La verdad de todas las declaraciones históricas o teológicas que hacen las Escrituras y su autoridad como palabra de Dios se asumen sin preguntas o discusión en los dos Testamentos. El canon aumentó, pero el concepto de inspiración, que presupone la idea de canonicidad, estaba totalmente desarrollado desde el principio y no ha sido cambiado a través de la Biblia. Al presente consta de dos convicciones:
1. Las palabras de la Escritura son las propias palabras de Dios. Los pasajes del Antiguo Testamento identifican la ley de Moisés y las palabras de los profetas, ambas habladas y escritas, con las propias palabras de Dios (compare 1 Reyes 22:8–16; Nehemías 8; Salmo 119; Jeremías 25:1–13; 36, etcétera). Los escritores del Nuevo Testamento veían al Antiguo Testamento en su totalidad como «la palabra de Dios» (Romanos 3:2), profética en carácter (Romanos 16:26; compare 1:2; 3:21), escrita por hombres a quienes el Espíritu Santo movió y enseñó (2 Pedro 1:20; compare 1 Pedro 1:10–12). Cristo y los apóstoles citaban textos del Antiguo Testamento, no sólo como lo decían hombres como Moisés, David o Isaías (vea Marcos 7:6, 10; 12:36; Romanos 10:5, 20; 11:9), sino también como lo que Dios dijo a través de esos hombres (vea Hechos 4:25; 28:25), o a veces simplemente como lo que «él» (Dios) dice (1 Corintios 6:16; Hebreos 8:5, 8), o lo que dice el Espíritu Santo (Hebreos 3:7; 10:15). Además, las declaraciones del Antiguo Testamento, no hechas por Dios en sus contextos, son citadas como declaraciones de Dios (Mateo 19:4 y siguientes; Hebreos 3:7; Hechos 13:34, citando Génesis 2:24; Salmo 95:7; Isaías 55:3 respectivamente). Pablo también se refiere a la promesa de Dios a Abraham, y a su amenaza al faraón, ambas dichas mucho antes de que se escribiera el registro bíblico, como palabras que la Escritura habló a esos hombres (Gálatas 3:8; Romanos 9:17), lo que muestra que Pablo igualaba completamente las declaraciones de la Escritura con las palabras pronunciadas por Dios.
2. La parte del hombre en la producción de la Escritura fue simplemente transmitir lo que había recibido. Psicológicamente, desde el punto de vista del formato, queda claro que los escritores humanos contribuyeron mucho a la composición de la Escritura—investigación histórica, meditación teológica, estilo lingüístico, etcétera.
En un sentido, cada libro de la Biblia es la creación literaria de su autor. Pero teológicamente, desde el punto de vista del contenido, la Biblia considera que los escritores humanos no contribuyeron nada y que la Escritura es totalmente la creación de Dios. Esta convicción está arraigada en el conocimiento de los fundadores de la religión bíblica, todos los cuales afirmaban expresar—y en el caso de los profetas y de los apóstoles, escribir—lo que eran, en el sentido más literal, las palabras de otro: Dios mismo. Los profetas (entre los cuales se debe contar a Moisés: Deuteronomio 18:15; 34:10) profesaban hablar las palabras del Señor, colocando ante Israel lo que el Señor les había mostrado (Jeremías 1:7; Ezequiel 2:7; Amós 3:7). Jesús de Nazaret indicó que hablaba las palabras que su Padre le daba (Juan 7:16; 12:49). Los apóstoles enseñaban y daban mandamientos en el nombre de Cristo (2 Tesalonicenses 3:6), reclamando así su autoridad y cumplimiento (1 Corintios 14:37), y afirmaban que tanto el contenido como sus palabras se los había enseñado el Espíritu Santo (1 Corintios 2:9–13; compare las promesas de Cristo, Juan 14:26; 15:26 y siguientes; 16:13 y siguientes). Estas son alegaciones a la inspiración. A la luz de estas afirmaciones, la evaluación de los escritos proféticos y apostólicos como la palabra de Dios en su totalidad—en el mismo sentido en que las dos tablas de la ley «escritas con el dedo de Dios» (Éxodo 31:18; compare 24:12; 32:16) eran totalmente la palabra de Dios—naturalmente llegaron a ser parte de la fe bíblica.
Cristo y los apóstoles dieron notable testimonio del hecho de la inspiración por su apelación a la autoridad del Antiguo Testamento. En efecto, aseveraron que las Escrituras judías eran la Biblia cristiana: una colección de obras literarias proféticas que daban testimonio de Cristo (Lucas 24:25, 44; Juan 5:39; 2 Corintios 3:14 y siguientes) y diseñadas por Dios para la instrucción de los creyentes en Cristo (Romanos 15:4; 1 Corintios 10:11; 2 Timoteo 3:14 y siguientes; compare la exposición del Salmo 95:7–11 en Hebreos 3–4, y en efecto todo el libro de Hebreos, en el cual se prueba cada punto principal citando textos del Antiguo Testamento). Cristo insistió que la Escritura que estaba en el Antiguo Testamento «no puede ser quebrantada» (Juan 10:35). Él les dijo a los judíos que no había venido para abrogar la ley o a los profetas (Mateo 5:17); si pensaban que lo estaba haciendo, estaban equivocados. Él había venido para hacer lo contrario—para dar testimonio de la autoridad divina de ambos al cumplirlos. La ley existirá para siempre porque es la palabra de Dios (Mateo 5:18; Lucas 16:17); las profecías, particularmente las que se refieren a sí mismo, deben ser cumplidas por la misma razón (Mateo 26:54; Lucas 22:37; compare Marcos 8:31; Lucas 18:31). Para Cristo y sus apóstoles, la apelación a la Escritura siempre era decisiva (compare Mateo 4:4, 7, 10; Romanos 12:19; 1 Pedro 1:16).
La libertad con la que los escritores del Nuevo Testamento citaron al Antiguo Testamento (siguiendo a la Septuaginta, los tárgumes o una interpretación a propósito del hebreo, como mejor les parecía) ha sido usada para demostrar que no creían en la inspiración de las palabras originales. Pero el interés de ellos no estaba en las palabras como tales, sino en su significado; y un estudio reciente ha hecho parecer que esas citas son interpretativas y expositivas—una forma de citas muy bien conocida entre los judíos. Los escritores buscan indicar el verdadero significado (es decir, cristiano) y la aplicación de su texto por la forma en que lo citan. En la mayoría de los casos, este significado evidentemente ha sido alcanzado por una aplicación estricta de principios teológicos claros acerca de la relación de Cristo y la iglesia al Antiguo Testamento.
DECLARACIÓN TEOLÓGICA
Al formular la idea bíblica de la inspiración, es bueno destacar cuatro puntos negativos:
1. La idea no es de dictado mecánico, escritura automática, ni de cualquier proceso que involucrara la suspensión del uso de la mente del escritor. Tales conceptos de inspiración se encuentran en el Talmud, Filón y los Padres, pero no en la Biblia. La dirección y el control divinos bajo los que los autores bíblicos escribieron no fue una fuerza física o psicológica, y no le restó, sino que por el contrario realzó, la libertad, espontaneidad y creatividad de sus escritos.
2. El hecho de que en la inspiración Dios no anuló la personalidad, el estilo, el enfoque y la tendencia cultural de sus escritores no quiere decir que el control de Dios de ellos era imperfecto, o que inevitablemente distorsionaron la verdad que se les había dado para transmitir en el proceso de escribirla. B. B. Warfield se burla gentilmente de la noción de que cuando Dios quiso que las cartas de Pablo se escribieran,
Él tuvo la necesidad de bajar a la tierra y cuidadosamente escudriñar a los hombres que encontró allí, buscando ansiosamente a aquel que, en la forma más completa, cumpliera mejor su propósito; y luego violentamente forzar el material que Él quería expresar a través de ese hombre, contra su tendencia natural, y con tan poca pérdida por sus características recalcitrantes como fuera posible. Por supuesto que nada de eso sucedió. Si Dios quiso darle a su pueblo una serie de cartas como las de Pablo, Él preparó a un Pablo para que las escribiera, y el Pablo que escogió para la tarea fue un Pablo que escribiría esas cartas en forma espontánea. (The Inspiration and Authority of the Bible)
3. La inspiración no es una cualidad que se agrega a las corrupciones que se introducen en el curso de la transmisión del texto, sino que se aplica sólo al texto tal como los produjeron los escritores inspirados. El reconocimiento de la inspiración bíblica, por lo tanto, hace más urgente la tarea de la crítica meticulosa del texto, para eliminar tales corrupciones y confirmar lo que fue el texto original.
4. La calidad de la inspiración de los escritos bíblicos no debe ser igualada con la inspiración de gran literatura, ni aun cuando (como a menudo es cierto) los escritos bíblicos son en realidad gran literatura. La idea bíblica de la inspiración no se relaciona a la calidad literaria de lo que está escrito sino a su carácter de revelación divina por escrito.
 

LA LITERATURA EN LOS TIEMPOS BIBLICOS
La Biblia se puede entender mejor y apreciar más si la miramos en su ambiente histórico. Esto incluye el conocimiento de otros escritos que existieron tanto antes como durante el tiempo en que se escribieron las Santas Escrituras.
Algunos lectores de la Biblia asumen que este libro sin igual es tan diferente de otros escritos que no se debería intentar ninguna comparación. En el otro extremo, algunos colocan a la Biblia al mismo nivel de otros escritos de ese período—escritos que salieron a la luz principalmente en el siglo pasado. Es en parte una reacción a este error, aunada a un rechazo consciente de los libros apócrifos, lo que ha causado que muchos cristianos evangélicos hayan pasado por alto la enorme riqueza de obras literarias que tenemos de los tiempos bíblicos. La mejor manera de familiarizarnos con la relación de las Escrituras a la literatura del ambiente cultural que las rodeaba y de llegar a convencernos de la importancia de tal información es citar algunos ejemplos específicos. Esto también servirá para presentar la información de fondo necesaria para entender la naturaleza de la conexión entre la Biblia y esos escritos extrabíblicos. A partir de entonces podremos responder a preguntas acerca de los orígenes de los escritos de varias personas del mundo bíblico, y examinar los tipos de literatura que datan de siglos y aun milenios antes de Cristo.
LA LITERATURA EXTRABÍBLICA Y LOS PRIMEROS LIBROS DE LA BIBLIA
Aparte de un círculo interno de eruditos pioneros y de aquellos con razones profesionales o académicas para leer estas publicaciones, la literatura religiosa del Cercano Oriente no es ampliamente conocida. Mucho de lo que han descubierto los arqueólogos en sus excavaciones ha sido descifrado y publicado, pero pocos lo han leído extensamente. Sin motivación o guía para hacerlo, muy pocos estudiantes de la Biblia investigarían una colección de literatura muy significativa que se relaciona con la Biblia, especialmente con los primeros libros de ella.
Para comenzar, miremos primero el Pentateuco, los cinco libros de Moisés, y el libro del Génesis en particular. El lector del libro del Génesis debería sorprenderse inmediatamente con el contraste en ritmo y estilo entre los primeros once capítulos y los capítulos siguientes. Génesis 1–11 es formal, muy estructurado, altamente selectivo y se concentra en el contenido. Al contrario, comenzando con el capítulo 12 encontramos que las vidas de Abraham y los patriarcas de las tres generaciones sucesivas son tratadas con gran detalle.
Se podría argumentar que algunos hechos del período anterior simplemente se perdieron y, por lo tanto, no le fueron accesibles a Moisés en su época. Pero para los que reconocen la inspiración divina de las Santas Escrituras es más aceptable creer que el propósito de Dios fue colocar el énfasis en su plan redentor para su pueblo elegido y para todo el mundo, ya que el plan se iba a efectuar a través de la simiente de Abraham. Por lo tanto, la información se expande a medida que entramos en la historia de Abraham.
Sin embargo, con respecto a la literatura comparativa, hay otra cosa significativa acerca del contraste que se observa entre Génesis 1–11 y los capítulos 12–50. La primera sección tiene mucho del tono pesado y sombrío y la casi simétrica estructura de la cultura mesopotámica de la cual vino Abraham. La narrativa que sigue comparte el sabor más sensible, y a veces brillante, de la creatividad egipcia. Recuerde que Moisés, el autor humano, fue muy bien instruido en «toda la sabiduría de los egipcios, y era poderoso en palabra y en obra» (Hechos 7:22, NVI). De todos los hombres que conocemos de aquella época, Moisés fue el que estaba mejor capacitado para haber escrito los cinco primeros libros del canon de la Biblia.
Sin embargo, aún más básico y significativo es el asunto de la forma literaria del Pentateuco como una totalidad. En las últimas décadas se ha arrojado mucha luz sobre esto. El ambiente histórico de cuando se escribió el Pentateuco es el asombroso éxodo de los israelitas de Egipto y la formación de una nación bajo Dios en el Sinaí. Allí el Redentor hizo un pacto con su pueblo. Los primeros libros de las Escrituras hebreas son por naturaleza un documento de pacto, en los que se registra el origen, la intención y los requisitos de esta relación de pacto entre Israel y Dios, su Rey.
Estudios recientes sobre pactos antiguos del Cercano Oriente, especialmente de documentos de tratados del segundo milenio a.C., han revelado sorprendentes paralelos a la colección mosaica. En particular, los tratados de protectorado preparados por los reyes del imperio hitita tienen varias características que son notablemente similares al libro de Deuteronomio y también al Pentateuco como una unidad. Mientras que la experiencia de Israel y su relación especial con Dios su Señor son únicas, el formato con el cual el Señor confirmó esa relación concuerda plenamente con el patrón familiar de su sociedad contemporánea.
Es necesaria una palabra de explicación en cuanto a estos acuerdos de protectorado. A diferencia del gobierno absoluto de un soberano sobre su nación local o de un emperador sobre las divisiones de su imperio, el protectorado ejercía el control sobre una nación más pequeña o débil en asuntos internacionales, mientras que le permitía un grado mayor de independencia en el nivel doméstico. De hecho, el contrato o tratado que le ofrecía a su subyugado vecino, por lo general, era bastante ventajoso, tanto en lo económico como en lo relacionado a la seguridad militar. Al igual que en el pacto del Sinaí, que el Dios soberano le presentó a su pueblo elegido, era el gran rey mismo el que designaba los términos del pacto, sobre la base de lo-tomas-o-lo-dejas (esto último bajo la amenaza de ser abandonados o de algo peor). La oferta del Señor a Israel fue bajo los términos de «si obedecen … entonces yo los bendeciré».
Varios elementos específicos de estos tratados se reflejan claramente en la ley mosaica. Después de un corto preámbulo, un prólogo detalla la ocasión del pacto, a menudo alguna victoria militar en la región. Luego se estipulan las especificaciones—los términos básicos (como el decálogo bíblico), seguidas de las leyes subordinadas o estatutos. Hasta aquí, estos cuatro elementos se encuentran en ese orden en el libro de Deuteronomio, un documento de pacto renovado (para la segunda generación después de haber salido de Egipto), como también se encuentran una cláusula de documento y sanciones. Estos artículos posteriores incluyen la provisión para las ceremonias de aceptación e instrucciones para colocar una copia en el lugar sagrado (para Israel, el arca del pacto) y lecturas públicas de las leyes. El tratado de las maldiciones por romper los términos y las bendiciones por la fidelidad también se ve en el homólogo bíblico. Aplicado al Pentateuco en su totalidad, podemos comparar los primeros capítulos del Génesis al preámbulo, el resto del Génesis y parte del Éxodo al prólogo histórico, y de Éxodo 19 hasta Levítico a las estipulaciones del tratado.
Hemos tratado estas comparaciones extensamente porque sirven muy bien para ilustrar la relación general del contenido bíblico con los escritos extrabíblicos. Es decir, mientras que la Biblia es verdaderamente distinta de todos los escritos humanos en un sentido, fue diseñada providencialmente para ser entendida con facilidad y está adaptada a la manera de pensar de la gente que la recibía. Hoy podemos entender mejor lo que dice y cómo aplicar sus enseñanzas a nuestra propia época si aprendemos algo del contexto en el cual tuvo su origen.
El a menudo debatido «relato doble» de la creación, Génesis 1–2, tal vez se pueda explicar mejor por esta orientación de pacto del material. La primera señal de pacto que Dios designó para sus criaturas, para que expresaran reconocimiento de que él era su Creador, fue el día de reposo, al cual señalan los seis días de la creación en el primer capítulo. El capítulo 2, a su vez, lleva a la relación de pacto más importante en la tierra, el vínculo matrimonial.
Mucho antes de que los eruditos bíblicos se dieran cuenta de la comparación anterior de los tratados tipo protectorado, las mismas leyes mosaicas eran vistas a la luz de códigos legales aún más antiguos. Por ejemplo, el código de Hammurabi antecede a Moisés por dos siglos por lo menos, y los de Eshnunna (babilonio), Ur-Nammu y Lipit-Ishtar (ambos sumerios) son aún más antiguos. Diremos más a continuación acerca de este y de otro material mitológico según se relacionan a las narraciones de la creación y del diluvio en el Génesis.
La historia verdadera de la actividad literaria en los tiempos antiguos fue armada cuando se analizaron los fragmentos excavados de una amplia área; esta actividad fue realizada por muchos arqueólogos en varias expediciones. Las tablas de arcilla con escritura sumeria cuneiforme (escritura con una forma de cuña) datan de alrededor de 1750 a.C., y fueron recuperadas por la excavación realizada por la Universidad de Pennsylvania en Nippur (Iraq, la Mesopotamia antigua), hace unos setenta y cinco años. Entre ellos había un catálogo de literatura que data de por lo menos 2000 a.C., indicando que ya se había inventado la escritura y que se había producido literatura en el tercer milenio a.C. La mayoría de los eruditos opina que la escritura jeroglífica egipcia de escribir con dibujos fue un desarrollo independiente, tal vez bajo la influencia de la escritura sumeria más antigua. No mucho después del rey Menes, fundador de la primera dinastía egipcia alrededor de 3000 a.C., parece que se había desarrollado un sistema fonético de jeroglíficos. Los escribas babilonios y asirios tomaron ideogramas sumerios y los adaptaron a un silabario fonético para registrar su propio lenguaje semítico, conocido en forma colectiva como acadio. Para mediados del segundo milenio a.C., los cananeos de Ugarit habían simplificado la escritura cuneiforme a un verdadero abecedario de sólo treinta letras simples, mientras que al sur de ellos se produjo un abecedario linear. Los hebreos usaron el último, y más tarde los fenicios lo llevaron a Europa y a otros lugares.
Se encontraron miles de tablillas de arcilla, que datan del reinado del rey asirio Asurbanipal (circa 650 a.C.), en la biblioteca real de Nínive, durante un período de alrededor de veinticinco años de excavación en la segunda mitad del siglo XIX. Estas no eran sino copias de composiciones mucho más antiguas que venían de tiempos sumerios. Entre ellas se encontraban la creación épica titulada Enuma Elish, y la versión babilonio-asiria del gran diluvio, una parte de la Épica de Gilgamés. Un número aún mayor de tablillas (más de 20.000) fue descubierto en la década de 1950 en Mari, en el Río Éufrates, al noroeste de Babilonia. La mayoría de estas era documentos seculares, registros políticos y de negocios y transferencias de dinero.
En la costa mediterránea de Siria aparecieron cartas y documentos religiosos, épicos y comerciales al mismo tiempo que en Ugarit. Por su contenido se les ha fechado como pertenecientes al período desde 1400 a 1200 a.C. En años recientes se ha hecho un descubrimiento igual de valioso de numerosas tablillas de la antigua Ebla, al noreste de Ugarit, cuyo contenido trata de un período unos cuatrocientos años antes de Abraham.
De esos hallazgos esporádicos, vistos en comparación con el canon completo de las Escrituras hebreas, podemos obtener un cuadro sorprendentemente completo de los tipos de intereses literarios que existían entre los pueblos de la antigüedad. La tradición sumerio-acadia permanece como un bloque mayor comparada con las producciones más creativas y variadas de los egipcios. Los egipcios también tenían sus muy complejos mitos y un Libro de los muertos, una guía para la vida después de la muerte. Entre esas dos culturas, e influenciados por ambas, se encontraban los cananeos, cuya literatura era muy semejante a la hebrea bíblica en lenguaje, y nos da algunos de los paralelos más cercanos a la misma Biblia, y aunque teológicamente le faltaba mucho, era similar en las expresiones poéticas y en la terminología religiosa. Lo poco que poseemos de los textos moabitas, arameos y fenicios también muestra lo cercanas que estaban sus formas literarias a las de los hebreos.
Durante mucho tiempo se ha enseñado que la cultura y la literatura griega y la romana (latina) deben ser vistas como mundos aparte de las de la vida oriental. Sin embargo, estudios hechos por el profesor Cyrus H. Gordon y otros han indicado mucho más contacto y cambio de ideas entre personas de la cuenca mediterránea de lo que han afirmado los eruditos tradicionales. Por cierto que las diferencias culturales eran más pronunciadas en los tiempos intertestamentarios y en los tiempos del Nuevo Testamento. Pero cuanto más atrás vamos en el tiempo—hasta llegar al período que Homero idealiza en su épica, y personificado en la historia israelita por las hazañas de los jueces y reyes hebreos de la monarquía unida—más entretejidas están las raíces culturales. Aun la Eneida, la épica latina de Virgilio, contiene elementos que reflejan los tiempos bíblicos.
Por supuesto que es en los escritos del Nuevo Testamento, que están dentro del contexto grecorromano, que la koiné griega prevaleció como la lingua franca. Algunas cartas en papiros, que se han preservado en las arenas secas de Egipto, son similares en estilo a las epístolas del Nuevo Testamento. Heródoto, un historiador del siglo V a.C., estableció una elevada norma de observación y narración, ayudando a preparar el camino para los relatos objetivos del ministerio de Cristo y de los apóstoles en los cuatro Evangelios y en Hechos.
ESTILOS Y GÉNEROS LITERARIOS ANTIGUOS
Antes de resumir la influencia real de estas literaturas religiosas y seculares en la producción de la Biblia, es necesario repasar los muchos géneros, o tipos, de material literario que se encuentran entre estas varias naciones, lenguajes y culturas. Los tipos literarios son entre ocho y quince, de acuerdo a si combinamos o hacemos una distinción entre ciertos subgéneros.
Acordemos que hay nueve tipos importantes de literatura, teniendo presente que tipos similares (depurados de aberraciones teológicas y de hechos) se muestran en mayor o menor grado en nuestra Biblia.
1. En su mayoría, los documentos que se encuentran en algunos lugares son documentos comerciales. Desde tiempos muy antiguos, las operaciones de negocios usaron la escritura en forma práctica para mantener sus registros y para la confirmación de sus acuerdos.
2. No muy lejos de este propósito se encontraría el uso epistolar, es decir, la comunicación personal entre oficiales o amigos.
3. Los códigos legales y los registros de las cortes también eran esenciales para manejar la vida comunal. Sólo tales documentos escritos podían asegurar la uniformidad de la práctica.
4. En la antigüedad, los documentos políticos, tales como los tratados que describimos antes, eran considerados sacrosantos e inviolables. Se hacían copias para todas las partes involucradas, para el depósito sagrado y para el anuncio público. Todavía se están descubriendo pistas nuevas que indican la amplia y sorprendente capacidad de leer y escribir que existía en la antigüedad.
5. Los materiales historiográficos no están muy lejos de la categoría anterior, puesto que los registros de los sucesos del momento, tales como las crónicas de los reyes, a menudo eran de naturaleza política propagandista. Los escritos épicos eran una combinación de hechos y fábulas. Los textos proféticos de augurio pueden ser colocados bajo una de dos categorías que todavía no hemos nombrado, pero existe una buena razón para nombrarlos aquí. El sistema «científico» de predicción que pretenden sostener sería patentemente impracticable si los eventos que contienen esos textos no fueran históricamente exactos. Los textos de augurio a menudo prueban ser manifiestamente más confiables que las crónicas de los reyes.
6. Las composiciones poéticas ocurren en todas las culturas que ya hemos mencionado, a menudo con contenido religioso, a veces épico, ocasionalmente divertido; hasta se han encontrado en el prólogo y el epílogo del famoso código de ley Hammurabi.
7. La literatura religiosa de los pueblos vecinos es, con toda seguridad, lo que alguien que no es especialista pensaría en un principio cuando le pidieran que considerara materiales comparativos. La Biblia en sí misma es, sobre todo, un libro «religioso». Esperamos que lo que se ha dicho hasta ahora haya informado al lector lo suficiente como para hacerlo consciente de que en realidad muchas diferentes categorías de escritos humanos han influido en varias porciones y en varios aspectos de nuestras Escrituras. En realidad, los textos religiosos o las inscripciones fúnebres, votivas (referentes a los pactos), y de naturaleza ritualista, todos tienen influencia en algunos detalles dentro de la Biblia. Pero la subcategoría a que generalmente nos referimos como mitológica siempre ha atraído el mayor interés y análisis, ya sea que este merezca ser el caso o no.
8 y 9. Unidas muy de cerca con la expresión religiosa en sí estarían la categoría (8) literatura de sabiduría y (9) los escritos proféticos. La primera se encuentra en una variedad de formas entre los babilonios (escritos cosmológicos que se enfocan en Ishtar [Astarté], la reina del cielo), los egipcios, los cananeos y los arameos. Se ha afirmado que cada uno de estos ha tenido una influencia directa en el pensamiento y la escritura hebrea, especialmente las fuentes egipcias y cananeas. Los adivinos, videntes y profetas extáticos abundaban durante el tiempo del mundo bíblico, y se ha escrito mucho para identificar a los profetas hebreos con ellos. Sin embargo, el hecho es que tanto el tipo de mensaje como los escritos de los profetas de Israel no tienen paralelo.
Los escritos apocalípticos («descubierto, revelado») son un tipo especializado de material (seudo-) profético. Constituyen una clase única de escritos intertestamentarios judíos y de los cristianos primitivos, ambos imitando pasajes encontrados en Ezequiel, Daniel y el libro del Apocalipsis del Nuevo Testamento, y pretenden ser la obra literaria de algún santo del Antiguo Testamento. Esto se hizo para darles autoridad a los escritos en una época en que la palabra profética auténtica había cesado.
LA INFLUENCIA DE LA LITERATURA ANTIGUA EN LA BIBLIA
En cuanto a la influencia de la literatura antigua en la Biblia, ya se ha mostrado que mientras que la Biblia tiene elementos que son paralelos a todas esas categorías literarias, es en sí misma un producto diferente. Los efectos sobre ella de escritos extrabíblicos son indiscutiblemente limitados y controlados por virtud de su origen divino. Aunque la Biblia cita otra literatura unas pocas veces (por ejemplo, vea Números 21:14; Josué 10:13; 2 Samuel 1:18; 2 Reyes 1:18; 1 Crónicas 29:29; Hechos 17:28; 1 Corintios 15:33 (NVI); Tito 1:12; Judas 9, 14), la relación es que comparten el medio literario y el modo de expresión, más que la fuente o la determinación directa.
Como mencionamos antes, la mayoría de las personas pensaría que los escritos mitológicos antiguos, tanto los de tema cosmológico como los épicos, serían los más cercanos al contenido de la Biblia. Pero las presentaciones teológicas e históricas contrastan tanto que no vale la pena compararlas. Se podría hacer una comparación válida entre la estructura poética y el repertorio, como también entre la terminología ritualista (de culto) de Ugarit (cananea) y el Antiguo Testamento, pero aquí también las presunciones teológicas de ambos son polos opuestos.
Hemos indicado ya la marcada distinción entre el profetismo en Israel y el fenómeno similar aparente en las culturas que los rodeaban. La fuente o el factor causante hace una diferencia crucial también aquí. Tal vez el vínculo más cercano, o el estilo y contenido compartido, aparece en la literatura de sabiduría. Esto merece una explicación.
A través del Cercano Oriente antiguo se había desarrollado una clase de hombres sabios—escribas que tanto creaban como coleccionaban dichos sagaces. Por lo general, estas personas eran patrocinadas por los reyes (vea Proverbios 25:1) o por los sacerdotes. Los instructores de los jóvenes egipcios instaban a estos a que aspiraran a la profesión de escribas como la profesión más noble y de influencia. Los escribas eran entrenados usando literatura de sabiduría, y también escribían literatura de sabiduría. Esta forma particular de escritura ha compartido tanto en común en las varias culturas, que existe un debate que no se ha solucionado, por ejemplo, sobre quién tomó de quién en el caso del paralelo cercano entre Proverbios 22:17 hasta 23:14 y «La sabiduría de Amenemope» de Egipto. Además de la categoría apocalíptica antes mencionada, la literatura de sabiduría era popular con los escritores intertestamentarios en libros apócrifos tales como Eclesiástico (o Sirácida) y La Sabiduría de Salomón, junto con el tratado rabínico Pirqe Aboth (Dichos de los padres).
Los críticos de la Biblia del siglo XIX propusieron que ambos, las narrativas antiguas y los complejos códigos legales del Pentateuco, fueron de múltiples escritores, y que habían sido compuestos y reescritos a través de varios siglos. La teoría de ellos fue una teoría de desarrollo o evolución. Para el siglo XX, los arqueólogos habían desenterrado y traducido mitos relacionados con la creación, el diluvio y con los códigos de la ley real fechados mucho antes de Moisés. Los críticos entonces modificaron sus teorías, insistiendo que los hebreos tomaron de las fuentes babilónicas. Descubrimientos posteriores y un análisis comparativo cuidadoso han apoyado la independencia de la Biblia en lo referente al origen de su contenido. Es en la esfera del lenguaje y del estilo, y varias formalidades, que la literatura extrabíblica nos ayuda a colocar a las Santas Escrituras en su contexto histórico y literario apropiado.
El mundo del Nuevo Testamento estaba grandemente influenciado por la cultura griega (el «helenismo») y la administración romana. La sociedad combinada grecorromana contribuyó a la forma de la Escritura del Nuevo Testamento, sin embargo no perdió en realidad sus raíces judaicas. Esto se ha demostrado por medio de estudios intensivos y comparación de los Evangelios, Hechos (en realidad Lucas-Hechos como una categoría de «historia general» de literatura helenística), y los varios tipos de cartas del Nuevo Testamento con documentos y fragmentos de documentos antiguos del mundo mediterráneo.
Es interesante observar la forma en que los eruditos, en el campo combinado de clásicos (estudios griegos y latinos) y del Nuevo Testamento, se esfuerzan y luchan—discrepando los unos de los otros—para señalar paralelos exactos entre los escritos bíblicos y los seculares. Los expertos literarios hablan de las características genéricas: «forma» (estilo lingüístico e idioma), «contenido» (materia), y «función» (el propósito del autor). No es sorprendente que en la primera categoría haya paralelos cercanos y útiles (que ayudan a la comprensión y aceptación). La tercera característica tiene influencia general pero no conexión precisa. Es cuando llegamos al «contenido» que la Biblia se separa de todos los demás libros, porque aquí tenemos la inspiración divina, dada por Dios en cuanto a su mensaje y a su origen.
Un aspecto de tal análisis debería servir para ilustrar la naturaleza similar, y sin embargo diferente, de la comparación bíblica-secular. Los Evangelios pueden parecer caer en el patrón de escritos biográficos grecorromanos, mientras se entienda la biografía como registrando «historia». Pero para los griegos, las biografías tendían a desplegar un idealismo no histórico, debido a la determinación del autor de presentar a los personajes como tipos o paradigmas que los lectores debían imitar antes que como individuos históricos verdaderos. El texto de la Biblia en verdad presenta hechos históricos. Pero en agudo contraste con las composiciones griegas, con la excepción del Dios-hombre Jesucristo, ninguno de los personajes en la narración es presentado como persona ideal.
Entonces, en su totalidad, las Sagradas Escrituras, ambos el Antiguo y el Nuevo Testamentos, no están completamente separadas de los tipos y expresiones normales de su época. Pero sin embargo, se destacan como excepcionales y verdaderamente incomparables en su autoridad y valor instructivo.
 

LOS TEXTOS Y MANUSCRITOS DEL NUEVO TESTAMENTO
 
UNA INTRODUCCIÓN A LOS MANUSCRITOS IMPORTANTES DEL NUEVO TESTAMENTO
Debido a que ningún escrito original (autógrafo) de ningún libro del Nuevo Testamento existe todavía, dependemos de copias para reconstruir el texto original. De acuerdo a la mayoría de los eruditos, la copia más cercana a un autógrafo es un manuscrito de papiro designado P52, fechado alrededor de 110–125 d.C., que contiene algunos versículos de Juan 18 (31–34, 37–38). Este fragmento, que se separa de su autógrafo por unos veinte o treinta años, fue parte de una de las primeras copias del Evangelio de Juan. Unos pocos eruditos creen que existe otro manuscrito temprano, designado P46. Este manuscrito, conocido como el Papiro Chester Beatty II, contiene todas las epístolas de Pablo excepto las Pastorales, y se puede determinar su fecha en la mitad del siglo II. Si esta fecha es exacta, entonces tenemos una colección entera de las Epístolas de Pablo que debe haber sido hecha sólo unas décadas después que Pablo escribiera la mayoría de sus epístolas. Tenemos muchas otras copias tempranas de varias partes del Nuevo Testamento; varios de los manuscritos en papiro están fechados desde la última parte del siglo II hasta la primera parte del siglo IV. Algunos de los manuscritos en papiro más importantes del Nuevo Testamento son:
Los Papiros Oxirrinco
Comenzando en 1898, Grenfell y Hunt descubrieron miles de fragmentos de papiros en las antiguas ruinas de Oxirrinco, Egipto. De ese lugar se sacaron fragmentos de papiros que contenían toda clase de material escrito (literatura, contratos de negocios y contratos legales, cartas, etcétera), así como más de cincuenta manuscritos que contenían porciones del Nuevo Testamento. Algunos de los más notables entre esos papiros son el P1 (Mateo 1), P5 (Juan 1, 16), P13 (Hebreos 2–5, 10–12), P22 (Juan 15–16), P39 (Juan 8), P77 (Mateo 23), P90 (Juan 18–19), P104 (Mateo 21) y P115 (Apocalipsis 2–15).
Los Papiros Chester Beatty
(llamados así por su dueño, Chester Beatty)
Chester Beatty y la Universidad de Michigan compraron estos papiros a un comerciante en Egipto durante la década de 1930. Los tres manuscritos de esta colección son muy antiguos, y contienen gran parte del texto del Nuevo Testamento. El P45 (siglo II) contiene porciones de los cuatro Evangelios y de Hechos; el P46 (última parte del siglo I y comienzos del siglo II) tiene casi todas las Epístolas de Pablo; y el P47 (siglo III) contiene Apocalipsis 9–17.
Los Papiros Bodmer
(llamados así por su dueño, M. Martin Bodmer)
Estos manuscritos fueron comprados a un comerciante en Egipto durante las décadas de 1950 y 1960. Los tres papiros importantes de esta colección son el P66 (circa 175; contiene casi todo Juan), el P72 (siglo III; contiene 1 y 2 Pedro y Judas en su totalidad) y el P75 (circa 200; contiene porciones grandes de Lucas 3–Juan 15).
Durante el siglo XX se descubrieron alrededor de cien manuscritos en papiros que contenían porciones del Nuevo Testamento. En siglos anteriores, especialmente en el siglo XIX, se descubrieron otros manuscritos, varios de los cuales datan del siglo IV o del V. Los manuscritos más notables son los siguientes:
El Códice Sinaiticus—designado א o alef
Constantin von Tischendorf descubrió este manuscrito en el monasterio de Santa Catalina, situado al pie del Monte Sinaí. Fue escrito alrededor de 350 d.C.; contiene el Nuevo Testamento completo y provee un testimonio temprano y bastante confiable de los autógrafos del Nuevo Testamento.
El Códice Vaticanus—designado B
Este manuscrito ha estado en la biblioteca del Vaticano desde por lo menos 1481, pero no estuvo a la disposición de los eruditos como Tischendorf y Tregelles hasta mediados del siglo XIX. Este códice, que fue escrito un poco antes que el Códice Sinaiticus, tiene ambos, el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento, en griego, excluyendo la última parte del Nuevo Testamento (desde Hebreos 9:15 hasta el final de Apocalipsis), y las Epístolas Pastorales. En su mayor parte, los eruditos han elogiado el Códice Vaticanus por ser uno de los testimonios más confiables del texto del Nuevo Testamento.
El Códice Alejandrino—designado A
Este es un manuscrito del siglo V que contiene casi todo el Nuevo Testamento. Se le reconoce como un testigo muy confiable de las Epístolas Generales y del Apocalipsis.
El Códice Ephraemi Rescriptus—designado C
Este es un documento del siglo V llamado un palimpsesto. (Un palimpsesto es un manuscrito en el cual se ha borrado el texto original para escribir otra cosa sobre él.) Por medio del uso de productos químicos y un trabajo muy arduo, un erudito puede leer la escritura original debajo del texto que está sobre ella. Tischendorf hizo esto con un manuscrito llamado el Códice Ephraemi Rescriptus, el cual tenía los sermones de Ephraemi escritos sobre un texto del Nuevo Testamento.
El Códice Bezae—designado D
Este es un manuscrito del siglo V llamado así por su descubridor, Theodore Beza. Contiene los Evangelios y Hechos, y exhibe un texto bastante diferente de los manuscritos antes mencionados.
El Códice Washingtonianus
(o Los Evangelios de Freer—llamado así por su dueño, Charles Freer)—designado W
Este es un manuscrito del siglo V que contiene los cuatro Evangelios y se encuentra en el museo Smithsonian en Washington, D.C.
Antes del siglo XV, cuando Johannes Gutenberg inventó el tipo movible para imprimir libros, todas las copias de las obras literarias eran escritas a mano (de ahí el nombre «manuscrito»). En la actualidad tenemos más de seis mil copias manuscritas del Nuevo Testamento griego o porciones del mismo. Ninguna otra literatura griega puede hacer alarde de cifras tan altas. La Ilíada de Homero, la obra clásica griega más famosa, existe en unos 650 manuscritos y las tragedias de Eurípides existen en unos 330 manuscritos. Las cantidades para todas las otras obras griegas son mucho menores. Por lo tanto, se debe hacer notar que el tiempo transcurrido entre la composición original y el siguiente manuscrito que ha sobrevivido es mucho menor para el Nuevo Testamento que para ninguna otra obra de la literatura griega. El lapso para la mayoría de las obras griegas clásicas es alrededor de ochocientos a mil años, mientras que el lapso para muchos libros del Nuevo Testamento es alrededor de cien años. Debido a la abundancia de manuscritos, y debido a que varios de los manuscritos están fechados en los primeros siglos de la iglesia, los eruditos textuales del Nuevo Testamento tienen mucha ventaja sobre los eruditos textuales de la literatura clásica. Los eruditos del Nuevo Testamento tienen los recursos para reconstruir el texto original del Nuevo Testamento con mucha exactitud, y han producido algunas ediciones excelentes del Nuevo Testamento griego.
Finalmente, debemos decir que aunque ciertamente hay diferencias en muchos de los manuscritos del Nuevo Testamento, ninguna doctrina fundamental de la fe cristiana descansa en una interpretación que se esté disputando. Frederic Kenyon, un famoso paleógrafo y crítico textual, confirmó esto cuando dijo: «El cristiano puede tomar toda la Biblia en la mano y decir, sin temor o duda, que en ella está la verdadera Palabra de Dios, que nos ha sido pasada de generación en generación a través de los siglos, sin ninguna pérdida esencial» (Our Bible and the Ancient Manuscripts [Nuestra Biblia y los manuscritos antiguos], 55).
UNA HISTORIA DE CÓMO SE RECUPERÓ EL TEXTO ORIGINAL DEL NUEVO TESTAMENTO: UNA VISIÓN GENERAL
Cuando hablamos del texto original, nos referimos al texto «publicado», es decir, al texto como era en su forma final editada y puesto a circular en la comunidad cristiana. Para algunos libros del Nuevo Testamento hay poca diferencia entre la composición original y el texto publicado. Después de que el autor escribía o dictaba su obra, él (o un asociado) hacía las correcciones editoriales finales y luego lo entregaba para ser distribuido. Como sucede con los libros publicados en tiempos modernos, también en tiempos antiguos el escrito original del autor no siempre es lo que se publica, y esto es debido al proceso editorial. Sin embargo, el autor lleva el crédito por el texto final editado, y el libro publicado se le atribuye al autor y es considerado el autógrafo. Este autógrafo es el texto originalmente publicado.
Algunos eruditos piensan que es imposible recuperar el texto original del Nuevo Testamento griego porque no han podido reconstruir la historia temprana de la transmisión textual. Otros eruditos modernos son menos pesimistas pero bastante cautelosos de afirmar la posibilidad. Y otros son optimistas porque poseemos muchos manuscritos tempranos de excelente calidad, y porque nuestro punto de vista sobre el primer período de transmisión textual es cada vez más claro.
Cuando hablamos de recuperar el texto del Nuevo Testamento nos estamos refiriendo a libros individuales del Nuevo Testamento, no al volumen completo en sí, porque cada libro (o grupo de libros, como por ejemplo las Epístolas Paulinas) tenía su propia historia singular de transmisión textual. La copia más antigua que existe del texto de todo el Nuevo Testamento es la preservada en el Códice Sinaiticus (escrito alrededor de 350 d.C.). (Al Códice Vaticanus le faltan las Epístolas Pastorales y el Apocalipsis). Antes del siglo IV, el Nuevo Testamento circulaba en varias partes: como un solo libro o un grupo de libros (tal como los cuatro Evangelios y las Epístolas Paulinas). Se han encontrado manuscritos de la última parte del siglo I hasta el siglo III que contienen libros individuales: tales como Mateo (P1), Marcos (P88), Lucas (P69), Juan (P5, 22, 52, 66), Hechos (P91), Apocalipsis (P18, 47), o que contienen grupos de libros, tales como los cuatro Evangelios con Hechos (P45), las Epístolas Paulinas (P46), las Epístolas de Pedro y Judas (P72). Cada uno de los libros del Nuevo Testamento ha tenido su propia historia textual y ha sido preservado con distintos grados de exactitud. Sin embargo, todos los libros fueron alterados de su estado original debido al proceso de copiarlos a mano década tras década y siglo tras siglo. Y el texto de cada uno de los libros debe ser recuperado.
La recuperación del Nuevo Testamento griego ha tenido una larga historia. La necesidad de recuperarlo surgió porque el texto del Nuevo Testamento fue afectado por muchas variaciones en su historia temprana. En la última parte del siglo I y en la primera parte del siglo II, las tradiciones orales y la palabra escrita existían lado a lado con la misma importancia—especialmente con respecto al material de los Evangelios. A menudo, los escribas cambiaban el texto en un intento de hacer concordar el mensaje escrito con la tradición oral, o para hacer concordar el registro de un Evangelio con el de otro. Para fines del siglo II y en el siglo III, muchas de las variantes significativas habían entrado a la corriente textual.
Sin embargo, el período temprano de la transmisión oral no fue totalmente dañado por la falta de exactitud al copiar los textos, o por las libertades que se tomaban los escribas. Había escribas que copiaban el texto con exactitud y reverencia—es decir, reconocían que estaban copiando un texto sagrado escrito por un apóstol. La formalización de la canonización no le adjudicó esta calidad de sagrado al texto. La canonización se realizó como resultado del reconocimiento común e histórico de la calidad de sagrados de varios libros del Nuevo Testamento. Desde el principio, ciertos libros del Nuevo Testamento, tales como los cuatro Evangelios, Hechos y las Epístolas de Pablo, fueron considerados literatura inspirada. Como tales, ciertos escribas los copiaron con fidelidad reverente.
Sin embargo, otros escribas se sentían con la libertad de realizar «mejoras» en el texto—ya sea a favor de la doctrina o la armonización, o debido a la influencia de una tradición oral que competía con dicho texto. Los manuscritos producidos de esa manera crearon una clase de «texto popular»—a saber, un texto no controlado. (Este tipo de texto solía llamarse el «texto occidental», pero ahora los eruditos lo reconocen como un nombre incorrecto).
Los primeros que intentaron recobrar el texto original fueron algunos escribas en Alejandría o escribas que estaban familiarizados con las prácticas de escritura de Alejandría—porque en el mundo helenizado había muchos que habían llegado a apreciar las prácticas eruditas de Alejandría. Ya en el siglo II, los escribas de Alejandría, que estaban asociados o que en realidad eran empleados del escritorio (aposento de los copiantes) de la gran biblioteca de Alejandría, o eran miembros del escritorio asociado con la escuela catequista de Alejandría (llamada Didaskelion), eran filólogos, gramáticos y críticos textuales muy bien adiestrados. Los alejandrinos siguieron la clase de crítica textual comenzada por Aristóteles, quien clasificaba los manuscritos según su fecha y valor; y otros eruditos siguieron las prácticas de Zenódoto, el primer bibliotecario, con respecto a la crítica textual. Los alejandrinos se preocuparon por conservar el texto original de las obras de literatura. Se realizó mucha crítica textual sobre La Ilíada y La Odisea, porque estos eran textos antiguos que existían en muchos manuscritos. Tomaban decisiones críticas sobre los textos basándose en diferentes manuscritos y luego producían un prototipo. Este prototipo era el manuscrito producido oficialmente y era depositado en la biblioteca. De este manuscrito se copiaban, y se usaba para comparar, tantos manuscritos como se necesitaran.
Podemos asumir que los escribas cristianos de Alejandría estaban aplicando la misma clase de crítica textual al Nuevo Testamento. Desde el siglo II al IV, los escribas alejandrinos trabajaron para purificar al texto de la corrupción textual. Hablando de sus esfuerzos, Gunther Zuntz escribió:
Los correctores alejandrinos procuraron, en cada esfuerzo repetido, mantener el texto actual en su medio libre de los muchos errores que lo habían infectado en el período previo, y que tendían a infiltrase aun después de haber sido [marcados como espurios]. Una y otra vez estas labores deben haber sido marcadas por la persecución y la confiscación de libros cristianos, y frustradas por el flujo continuo de manuscritos del tipo anterior. Sin embargo, resultaron en el surgimiento de un tipo de texto (distinto de una edición determinada) que servía de norma para los correctores en los scriptorios provinciales de Egipto. El resultado final fue que sobrevivió un texto muy superior al del siglo II, aun cuando los revisores, siendo seres humanos falibles, rechazaron algunas de sus propias interpretaciones correctas e introdujeron algunas incorrectas de su propia hechura (The Text of the Epistles [El texto de las epístolas], 271–272).
El tipo de texto alejandrino fue perpetuado siglo tras siglo en unos pocos manuscritos, tales como el Alef y el B (siglo IV), el T (siglo V), el L (siglo VIII), el 33 (siglo IX), el 1739 (un manuscrito del siglo X copiado de un manuscrito alejandrino del siglo IV), y el 579 (siglo XIII). Desafortunadamente, la mayoría de los manuscritos del tipo alejandrino desapareció durante siglos, esperando ser descubiertos catorce siglos más tarde.
Concurrente con el texto alejandrino se encontraba el así llamado texto «occidental»—el que se clasificaría mejor como el texto popular de los siglos II y III. En breve, este texto popular se encontró en cualquier clase de manuscrito que no era producido bajo la influencia alejandrina. Este texto, debido a su calidad de independiente, no es tan confiable como el tipo de texto alejandrino. Pero debido a que el texto alejandrino es conocido como un texto pulido, el texto «occidental», o popular, a veces ha preservado las palabras originales. Cuando una interpretación diferente tiene el apoyo de ambos, el texto «occidental» y el texto alejandrino, es muy probable que sea original; pero cuando los dos están divididos, el testimonio alejandrino preserva las palabras originales con más frecuencia.
A fines del siglo III surgió otra clase de texto griego, y entonces creció en popularidad hasta que llegó a ser el tipo de texto predominante a través del cristianismo. De acuerdo a Jerónimo (en su introducción a la traducción latina de los Evangelios), fue el tipo de texto promovido primero por Luciano de Antioquía. El texto de Luciano fue definitivamente recensión (a saber, una edición creada a propósito)—a diferencia del tipo de texto alejandrino que surgió como resultado de un proceso por medio del cual los escribas alejandrinos, después de comparar muchos textos, intentaban preservar el mejor texto—desempeñando de esa forma más la tarea de críticos textuales que la de editores. Por supuesto que los alejandrinos hicieron un poco de trabajo de editores—trabajos como el que ahora se hace cuando se edita para corregir errores gramaticales o de estilo. El texto de Luciano es el resultado y la culminación del texto popular; se caracteriza por la fluidez del lenguaje, la cual se obtiene quitando asuntos oscuros y construcciones gramaticales extrañas, y por la combinación de varias interpretaciones. Luciano (o sus asociados) debe haber usado muchas clases de manuscritos de calidad variante para producir o armonizar el texto editado del Nuevo Testamento. La clase de trabajo editorial que se realiza en el texto de Luciano es lo que hoy llamaríamos editar en forma substancial.
El texto de Luciano fue producido antes de la persecución de Diocleciano (alrededor del año 303), durante la cual muchas copias del Nuevo Testamento fueron confiscadas y destruidas. No mucho después de este período de devastación, Constantino subió al poder y entonces reconoció al cristianismo como la religión del estado. Hubo, por supuesto, una gran necesidad de copias del Nuevo Testamento que debían hacerse y distribuirse en las iglesias por todo el mundo mediterráneo. Fue en este tiempo que el texto de Luciano comenzó a ser propagado por los obispos que salían de la escuela de Antioquía e iban a iglesias a través del este llevando el texto consigo. El texto de Luciano muy pronto llegó a ser el texto estándar de la iglesia oriental y formó las bases para el texto bizantino—y es, por lo tanto, la autoridad suprema para el Textus Receptus.
Mientras Luciano estaba formando su recensión crítica del texto del Nuevo Testamento, el texto alejandrino estaba tomando su forma final. Como mencionamos antes, la formación del tipo de texto alejandrino fue el resultado de un proceso (a diferencia de una sola recensión editorial). La formación del texto alejandrino involucró muy poca crítica textual (a saber, seleccionar interpretaciones variantes entre varios manuscritos) y revisión de la gramática y el estilo (lo cual produce un texto de lectura fácil). Hubo muchas menos alteraciones en el tipo de texto alejandrino que en el texto de Luciano. Y los manuscritos principales del tipo de texto alejandrino eran superiores a los que usó Luciano. Tal vez Hesiquio fue el responsable de darle su forma final al texto alejandrino, y Anastasio de Alejandría puede haber sido el que hizo de este texto el prototipo del texto egipcio.
A medida que pasaron los años, se produjeron menos y menos manuscritos alejandrinos, y más y más manuscritos bizantinos. Muy pocos egipcios continuaron leyendo el griego (con la excepción de los que estaban en el monasterio de Santa Catalina, el lugar donde fue descubierto el Códice Sinaiticus), y el resto del mundo mediterráneo se volvió al latín. Fueron solamente aquellos en las iglesias de habla griega en Grecia y Bizancio los que continuaron haciendo copias del texto griego. La mayoría de los manuscritos del Nuevo Testamento fue producida en Bizancio siglo tras siglo—desde el siglo VI hasta el siglo XIV—, y todos estos tenían la misma clase de texto. Cuando se imprimió el primer Nuevo Testamento griego (circa 1525), fue basado en un texto griego que Erasmo había compilado usando algunos manuscritos bizantinos de fechas posteriores. Este texto impreso, con algunas revisiones menores, llegó a ser el Textus Receptus.
Al inicio del siglo XVII se comenzaron a descubrir manuscritos más antiguos—manuscritos con un texto que difería del Textus Receptus. Alrededor de 1630, el Códice Alejandrino fue llevado a Inglaterra. Este era un manuscrito de la primera parte del siglo V y contenía el Nuevo Testamento completo, y proveyó un testimonio bueno y temprano del texto del Nuevo Testamento (es, especialmente, un buen testimonio del texto original del Apocalipsis). Doscientos años más tarde, un erudito alemán llamado Constantin von Tischendorf descubrió el Códice Sinaiticus en el monasterio de Santa Catalina (localizado cerca del Monte Sinaí). El manuscrito, que era de alrededor de 350 d.C., es uno de los dos manuscritos más antiguos en vitela (piel de animal tratada) del Nuevo Testamento griego. El manuscrito más antiguo en vitela, el Códice Vaticanus, había estado en la biblioteca del Vaticano desde por lo menos 1481, pero no fue puesto a disposición de los eruditos hasta mediados del siglo XIX. Este manuscrito, fechado apenas un poco antes (circa 325) que el Códice Sinaiticus, tenía ambos, el Antiguo y el Nuevo Testamentos en griego, excluyendo la última parte del Nuevo Testamento (Hebreos 9:15 a Apocalipsis 22:21 y las Epístolas Pastorales). Cien años de crítica textual han determinado que este manuscrito es uno de los testimonios más exactos y confiables del texto original.
En el siglo XIX también se descubrieron otros manuscritos tempranos e importantes. A través de la incansable labor de hombres como Constantin von Tischendorf, Samuel Tregelles y F. H. A. Scrivener, manuscritos tales como el Códice Ephraemi Rescriptus, el Códice Zacynthius y el Códice Augiensis fueron descifrados, comparados y publicados.
A medida que los varios manuscritos eran descubiertos y se hacían públicos, ciertos eruditos trabajaban para compilar un texto griego que representara con más exactitud el texto original de lo que lo hacía el Textus Receptus. Alrededor de 1700, John Mill produjo un Textus Receptus mejorado, y en la década de 1730, Johannes Albert Bengel (conocido como el padre de los estudios textuales y filológicos modernos del Nuevo Testamento) publicó un texto que se apartaba del Textus Receptus según la evidencia de manuscritos anteriores.
En el siglo XIX algunos eruditos comenzaron a abandonar el Textus Receptus. Karl Lachman, un filólogo clásico, produjo un nuevo texto (en 1831) que representaba manuscritos del siglo IV. Samuel Tregelles (autodidacta en latín, hebreo y griego), trabajando durante toda su vida, concentró todos sus esfuerzos en publicar un texto griego (el cual se publicó en seis partes, desde 1857 a 1872). Tal como se expresa en la introducción de esta obra, la meta de Tregelles era «presentar el texto del Nuevo Testamento en las mismas palabras en las que fue transmitido, basándose en la evidencia de autoridad antigua». Henry Alford también compiló un texto griego basándose en los mejores y más tempranos manuscritos. En su prefacio a The Greek New Testament [El Nuevo Testamento griego] (un comentario en varios volúmenes, publicado en 1849), Alford dijo que trabajó para «la destrucción de la inmerecida y pedante reverencia hacia el texto recibido, el cual perturbaba todas las posibilidades de descubrir la genuina palabra de Dios».
Durante este mismo período, Tischendorf estaba dedicando el trabajo de toda una vida a descubrir manuscritos y a producir ediciones exactas del Nuevo Testamento griego. En una carta a su prometida escribió: «Estoy enfrentando una tarea sagrada, la lucha por volver a obtener la forma original del Nuevo Testamento». Como cumplimiento de su deseo, descubrió el Códice Sinaiticus, descifró el palimpsesto Códice Ephraemi Rescriptus, cotejó innumerables manuscritos, y produjo varias ediciones del Nuevo Testamento griego (la octava es la mejor).
Ayudados por el trabajo de eruditos anteriores, dos hombres británicos, Brooke Westcott y Fenton Hort, trabajaron juntos durante veintiocho años para producir el volumen titulado The New Testament in the Original Greek [El Nuevo Testamento en el griego original] (1881). Junto a esta publicación, hicieron conocer su teoría (que era principalmente la de Hort) que el Códice Vaticanus y el Códice Sinaiticus (junto con otros manuscritos tempranos) representaban un texto que duplicaba más de cerca la escritura original. Llamaron a este texto el Texto Neutral. (Según sus estudios, el Texto Neutral describía ciertos manuscritos que tenían la menor cantidad de corrupción textual). Este es el texto en que se basaron Westcott y Hort para compilar su volumen.
El siglo XIX fue una buena época para la recuperación del Nuevo Testamento griego; lo mismo que el siglo XX. Los que vivieron en el siglo XX fueron testigos del descubrimiento de los Papiros Oxirrinco, los Papiros Chester Beatty y los Papiros Bodmer. Hasta ahora, hay casi 100 papiros que contienen porciones del Nuevo Testamento—varios de los cuales datan desde la última parte del siglo I a la primera parte del siglo IV. Estos significativos descubrimientos, que les han provisto a los eruditos muchos manuscritos antiguos, han ayudado enormemente en los esfuerzos para recuperar las palabras originales del Nuevo Testamento.
A comienzos del siglo XX, Eberhard Nestle usó las mejores ediciones del Nuevo Testamento griego para compilar un texto que representaba el consenso de la mayoría. Durante varios años su hijo continuó el trabajo de hacer nuevas ediciones, trabajo que ahora se encuentra en las manos de Kurt Aland. La última edición, (la número 27) titulada Novum Testamentum Graece, de Nestle-Aland, fue publicada en 1993 (con una edición revisada en 1998). El mismo texto griego aparece en otro volumen popular publicado por las Sociedades Bíblicas Unidas, llamado el Greek New Testament [Nuevo Testamento griego] (cuarta edición, 1993). Muchos consideran que la vigésima sexta edición del texto de Nestle-Aland representa la obra más reciente y el mejor trabajo de la erudición textual.
EL TEXTO ORIGINAL DEL NUEVO TESTAMENTO
En su libro titulado The Text of the New Testament [El texto del Nuevo Testamento], Kurt y Barbara Aland defienden la posición que el texto de Nestle-Aland «está más cerca del texto original del Nuevo Testamento que el de Tischendorf o Westcott y Hort, por no mencionar a von Soden» (24). Y en varios otros pasajes sugieren que muy bien puede ser el texto original. Esto es evidente en la defensa de Kurt Aland del texto de Nestle-Aland como el nuevo «texto estándar»:
El nuevo «texto estándar» ha pasado la prueba de los primeros papiros y de las letras que se usaban antiguamente. De hecho, corresponde al texto de tiempos tempranos.… En ningún lugar ni ocasión encontramos interpretaciones aquí [en los manuscritos más antiguos] que requieran un cambio en el «texto estándar». Si la investigación presentada aquí en toda su brevedad y concisión pudiera ser presentada en su totalidad, el conjunto de detalles que acompaña a cada variante convencería hasta al que más duda. Cien años después de Westcott-Hort, la meta de una edición del Nuevo Testamento «en el griego original» parece haberse alcanzado.… La meta deseada ahora parece que se ha logrado, ofrecer los escritos del Nuevo Testamento en la forma del texto que está más cerca de la que produjo la mano de sus autores o redactores que comenzaron su trayectoria en la iglesia de los siglos I y II («The Twentieth-Century Interlude in New Testament Textual Criticism [El interludio del siglo XX en la crítica textual del Nuevo Testamento]» en Text and Interpretation [Texto e interpretación], 14).
Los Aland deberían ser elogiados por hablar sobre la recuperación del texto original, porque es aparente que muchos críticos textuales modernos han abandonado la esperanza de recuperar el texto original. Otros eruditos piensan que puede ser recuperado, y creen que el NA27 está bastante cerca de presentar el texto original. La razón de este optimismo es que tenemos muchos manuscritos tempranos y que también entendemos mejor la historia temprana del texto.
Hay unos sesenta manuscritos que datan de antes del comienzo del siglo IV—varios de esos manuscritos son del siglo II. Hasta hace poco, la manera de fechar los manuscritos era muy conservadora, porque Grenfell y Hunt no creían que el códice existiera antes del siglo III, y por lo tanto, fecharon muchos papiros encontrados en Oxirrinco en los siglos III y IV que deberían haber sido fechados en los siglos II y III.
Como mencionamos antes, una de las fechas más significativas es la del P46 (el Papiro Chester Beatty II, que por lo general se fecha alrededor del año 200), que contiene todas las Epístolas de Pablo excepto las Epístolas Pastorales. En un artículo muy convincente, Young Kyu Kim ha fechado el P46 antes del reinado de Domiciano (81–96 d.C.); (vea Biblica, 1988, 248–257). Él determinó esta fecha porque todos los otros papiros literarios, cuya letra se compara al estilo de escritura del P46, son fechados en el siglo I d.C., y porque no hay papiros paralelos de los siglos II y III. Mi análisis de la fecha del P46 lo colocaría a mediados del siglo II (circa 150 d.C.). (Para una presentación completa de la fecha del P46, vea The Text of the Earliest New Testament Greek Manuscripts [El texto de los manuscritos griegos más tempranos del Nuevo Testamento], 2001, 204–206).
Los siguientes manuscritos han sido fechados en el siglo II o en la primera parte de siglo III:
P87, que contiene unos pocos versículos de Filemón, al comienzo del siglo II (circa 125). (La escritura a mano del P87 es muy similar a la que se encontró en el P46.)
P77, que contiene unos pocos versículos de Mateo 23, mediados del siglo II (circa 150)
P45 (el Papiro Chester Beatty I), que contiene porciones de los cuatro Evangelios y de Hechos, mediados del siglo II (circa 150)
P32, que contiene porciones de Tito 1 y 2, tercer cuarto del siglo II (circa 175)
P90, que contiene una porción de Juan 18, tercer cuarto del siglo II (circa 175)
P52, que contiene unos pocos versículos de Juan 18, al comienzo del siglo II (circa 150), pero muchos paleógrafos lo han fechado antes (circa 110–125)
P4/64/67, que contienen porciones de Mateo y Lucas, circa 175
P1, que contiene Mateo 1, circa 200
P13, que contiene Hebreos 2–5, 10–12, circa 200
P27, que contiene una porción de Romanos 8, circa 200
P66 (el Papiro Bodmer II), que contiene la mayor parte de Juan, circa 175 (pero fechado por Herbert Hunger, director de colecciones papirológicas de la Biblioteca Nacional de Viena, circa 125–150)
P48, que contiene una porción de Hechos 23, primera parte del siglo III (circa 220)
P75 (los Papiros Bodmer XIV/XV), que contiene la mayor parte de Lucas y Juan, primera parte del siglo III (circa 200)
P98, que contiene Apocalipsis 1:13–2:1, siglo II
P104, que contiene Mateo 21:34–37, 43, 45(?), a comienzos del siglo II (circa 125–150)
P109, que contiene Juan 21:18–20, 23–25, de mediados a fines del siglo II (circa 150–200)
Además de los manuscritos tempranos que acabamos de mencionar, hay otro manuscrito de vitela de finales del siglo II, el 0189, que contiene una porción de Hechos 5. Y hay otros cuarenta y tres manuscritos del siglo III que contienen porciones de los pasajes que se indican a continuación:
P5, Juan 1, 16, 20
P9, 1 Juan 4
P12, Hebreos 1
P15, 1 Corintios 7
P16, Filipenses 3, 4
P18, Apocalipsis 1
P20, Santiago 2
P22, Juan 15–16
P23, Santiago 1
P28, Juan 6
P29, Hechos 26
P30, 1 Tesalonicenses 4–5, 2 Tesalonicenses 1
P37, Mateo 26
P38, Hechos 13, 19
P39, Juan 8
P40, Romanos 1, 2, 3, 4, 6, 9
P47, Apocalipsis 9–17
P49, Efesios 4–5
P53, Mateo 25, Hechos 9
P65, 1 Tesalonicenses 1–2
P69, Lucas 22
P70, Mateo 2, 3, 11, 12, 24
P72, 1 y 2 Pedro, Judas
P78, Judas
P80, Juan 3
P92, Efesios 1, 2 Tesalonicenses 1
P95, Juan 5:26–29, 36–38
P101, Mateo 3:10–12; 3:16–4:3
P106, Juan 1:29–35, 40–46
P107, Juan 17:1–2, 11
P108, Juan 17:23–24; 18:1–5
P110, Mateo 10:13–15, 25–27
P111, Lucas 17:11–13, 22–23
P113, Romanos 2:12–13, 19
P114, Hebreos 1:7–12
P115, porciones de Apocalipsis 2, 3, 4, 5, 8–15
0162, Juan 2
0171, Mateo 10, Lucas 22
0212, el manuscrito Diatessaron, que contiene pequeñas porciones de cada Evangelio
0220, Romanos 4–5
P. Antinópolis 2.54, Mateo 6:10–12
Los manuscritos que acabamos de catalogar, especialmente el primer grupo (los que están fechados en la primera parte del siglo II, en el siglo II, y en la primera parte del siglo III), proveen la fuente para recuperar el texto original del Nuevo Testamento. Muchos de estos manuscritos son más de doscientos años más antiguos que los dos grandes manuscritos que se descubrieron en el siglo XIX: el Códice Vaticanus (circa 325) y el Códice Sinaiticus (circa 350). Estos últimos fueron los dos grandes manuscritos que revolucionaron la crítica textual del Nuevo Testamento en el siglo XIX, y fueron los que le dieron impulso a la compilación de nuevas ediciones críticas del Nuevo Testamento griego por el trabajo de Tregelles, Tischendorf, Westcott y Hort.
Tregelles, quien trabajó usando principios similares a los de Lachmann, compiló un texto basado en la evidencia de los manuscritos más antiguos. Tischendorf intentó hacer lo mismo, aunque estaba demasiado inclinado hacia el Códice Sinaiticus. Westcott y Hort implementaron el mismo principio cuando crearon su edición crítica, aunque estaban predispuestos hacia el Códice Vaticanus. Sin embargo, Westcott y Hort hicieron un intento de imprimir el texto original del Nuevo Testamento griego. Algunos críticos del siglo pasado los ridiculizan a ellos, y a cualquiera que haga tal intento, porque están convencidos de que es imposible recobrar el texto original debido a la gran divergencia de interpretaciones que existen en tantos manuscritos diferentes.
Otros críticos argumentarán que no es sabio basar una recuperación del texto original usando manuscritos que son todos de origen egipcio. De hecho, ciertos eruditos sostienen que los manuscritos tempranos en papiros representan sólo el texto del Nuevo Testamento egipcio, no el texto de toda la iglesia primitiva completa. Kurt Aland ha argumentado efectivamente contra este punto de vista señalando que (1) no estamos seguros de si todos los papiros que se descubrieron en Egipto en realidad se originaron en Egipto, y (2) que el texto que generalmente se llama el texto egipcio (a diferencia del texto «occidental» o texto bizantino) fue el texto que se exhibió en los escritos de los primeros padres de la iglesia que vivían fuera de Egipto—tales como Ireneo, Marción e Hipólito («The Text of the Church? [¿El texto de la iglesia?]» Trinity Journal, volumen 8, 1987.) Por lo tanto, es posible que los manuscritos descubiertos en Egipto fueran típicos del texto que existía en aquel tiempo en toda la iglesia.
Además, debemos recordar que las iglesias de la última parte del siglo I hasta el siglo III, a través de toda la zona del Mar Mediterráneo, no estaban aisladas las unas de las otras. Debido al florecimiento del comercio, los caminos accesibles y puertos libres (todos bajo el gobierno de Roma), había un flujo regular de comunicación entre las ciudades como Cartago y Roma, Roma y Alejandría, Alejandría y Jerusalén. Las iglesias del norte del África y las de Egipto no estaban aisladas del resto de las iglesias que estaban al norte de ellas. Esta comunicación comenzó desde los primeros días de la iglesia. Algunos de los primeros que se convirtieron al cristianismo el día de Pentecostés (30 d.C.) eran de Egipto y de Libia (Hechos 2:10); indudablemente algunos de ellos regresaron a sus lugares de origen llevando el evangelio. El eunuco etíope, después de haber recibido a Jesús como su Salvador, debe haber regresado a su hogar con el evangelio (Hechos 8:25 y siguientes). Apolos, que era de Alejandría, llegó a ser uno de los primeros apóstoles en Asia (vea Hechos 18:24).
La historia nos dice que hubo una iglesia en Alejandría ya desde 100 d.C. Alrededor de los años 160–180, Pantaneo llegó a ser director de una pequeña escuela catequista en Alejandría. De acuerdo a Eusebio, la escuela ya había comenzado para cuando Pantaneo se hizo cargo del liderazgo. Clemente se hizo cargo de esa escuela cuando Pantaneo se fue de Alejandría para no regresar jamás. Clemente trabajó arduamente para establecer esta pequeña escuela catequista como el centro y misión de estudios cristianos. Para el año 200 Clemente había formado una floreciente comunidad de cristianos muy instruidos en Alejandría. Pero entonces, debido a la sangrienta persecución del año 202, Clemente huyó de Alejandría. Orígenes fue el que reemplazó a Clemente y estableció una famosa escuela de eruditos cristianos.
La historia también nos dice que había iglesias en las zonas rurales del sur de Alejandría ya desde la primera parte del siglo II. Varios de los manuscritos tempranos del Nuevo Testamento—aquellos que datan de la primera parte del siglo II (vea la lista anterior) han venido del Fayum y Oxirrinco, revelando de ese modo la existencia de cristianos en esas ciudades rurales ya desde el año 125. Esta es la zona en la cual los arqueólogos han descubierto casi todos nuestros manuscritos del Nuevo Testamento. Los manuscritos no vienen de Alejandría porque la biblioteca de esa ciudad fue destruida dos veces (la primera vez los romanos la destruyeron accidentalmente, y la segunda vez fue destruida por los musulmanes). Además, el nivel freático en Alejandría es muy alto, y los papiros no pudieron resistir la humedad.
La parte central rural de Egipto, debido a su clima seco y a su bajo nivel freático, ha llegado a ser un caudal de manuscritos producidos localmente y en otros lugares. Yo creo que los manuscritos en existencia presentan una buena muestra de lo que habría existido desde fines del siglo I hasta fines del siglo III a través de todo el mundo grecorromano. Lo que quiero decir es que si, por algún milagro, encontráramos manuscritos tempranos en Turquía, Israel, Sira o Grecia, es muy probable que exhibieran los mismos materiales que se encontraron en los llamados manuscritos egipcios. En otras palabras, los manuscritos del Nuevo Testamento que se usaban y que se leían en las iglesias de Egipto durante los primeros siglos de la iglesia primitiva representarían bien los que se usaban y leían en todas las demás iglesias. Además, se puede asumir que seguramente la zona rural central de Egipto preservó muchos manuscritos que habían llegado de Alejandría (y que habían sido preparados en la tradición alejandrina), y de otras ciudades tales como Roma o Antioquía.
La zona rural central de Egipto, el lugar donde se descubrieron nuestros manuscritos, no estaba aislada del resto del mundo. Los numerosos papiros no literarios descubiertos allí han demostrado que había comunicación regular entre los que vivían en Fayum con los que vivían en Alejandría, Cartago y Roma. Y hay evidencia de que había correspondencia general entre las obras de literatura y las prácticas de escritura. Por lo tanto, entre aquellos que produjeron los manuscritos tempranos que tenemos hoy, debe haber habido algunos escribas que estaban produciendo copias de los libros del Nuevo Testamento de una manera muy similar a la de los escribas que vivían en otros lugares del mundo grecorromano. Es así que podemos concluir que los manuscritos descubiertos en Egipto son fuentes legítimas para reconstruir el texto original del Nuevo Testamento griego.
EXAMINANDO LA CONFIABILIDAD DE LOS PRIMEROS TEXTOS
Algunos críticos textuales argumentan que una fecha temprana para un manuscrito del Nuevo Testamento no es en sí muy significativa porque el período temprano de la transmisión textual fue inherentemente «libre». Los que apoyan este punto de vista han debatido que los escribas que hacían las copias de varios libros del Nuevo Testamento en el período previo a la canonización (la última parte del siglo III) se daban libertades cuando hacían las copias. A diferencia de los escribas judíos que meticulosamente hacían copias fieles del texto sagrado del Antiguo Testamento, los escribas cristianos han sido caracterizados como que no se sentían obligados a producir copias exactas de sus ejemplos porque todavía no habían reconocido la calidad de «sagrado» del texto que estaban copiando. Este punto de vista del período temprano, que se ha vuelto un axioma entre muchos críticos textuales del Nuevo Testamento, no es totalmente cierto por muchas razones:
1. La mayoría de los escritores de estos libros del Nuevo Testamento eran judíos que creían que el Antiguo Testamento, en hebreo y en griego, era la Palabra de Dios inspirada. Debido a su procedencia judía respetaban mucho las Escrituras, las cuales habían llegado a ser centrales para su vida y adoración religiosa. Eran el pueblo del libro. Muchos de ellos leían la Septuaginta, Antiguo Testamento griego, que es muy probable que haya sido el trabajo de traducción de los judíos alejandrinos.
Algunos de los escribas judíos cristianos deben haber imitado las prácticas de los escribas judíos. Esto comenzó cuando se hicieron copias de la Septuaginta, la cual creían que era un texto inspirado, y eso se habría extendido a cualquiera de los libros del Nuevo Testamento que ellos consideraban autoritativos e igualmente inspirados. Los cristianos deben haber estado muy conscientes de las reglas estrictas que gobernaban el copiar el texto del Antiguo Testamento y la reverencia que se les daba a esas copias.
2. Muchas de las primeras copias de varios libros del Nuevo Testamento fueron realizadas por escribas que deben haber creído que estaban copiando un texto sagrado—compuesto originalmente por los primeros apóstoles como Pedro, Mateo, Juan y Pablo. Algunos libros eran tratados como sagrados desde el principio mismo, como los cuatro Evangelios, Hechos, las Epístolas Paulinas y 1 Pedro, mientras que otros, aquellos que habían tomado mucho tiempo para ser «canonizados», tal vez fueron tratados con menos fidelidad textual—libros como 2 Pedro y Judas, las Epístolas Pastorales, Santiago y Apocalipsis. La canonización de algunos libros se percibió ya desde el siglo I, mucho antes de que ocurriera. Por ejemplo, el cuerpo de las obras de Pablo fue formado alrededor de 75 d.C., y era reconocido como literatura apostólica y autoritativa. El escritor de 2 Pedro llegó tan lejos como para catalogar a las Epístolas de Pablo con «las demás Escrituras» (2 Pedro 3:15–16, NVI). Los cuatro Evangelios también se reconocieron como autoritativos ya desde el siglo II.
3. Muchos de los libros del Nuevo Testamento fueron producidos originalmente como obras de literatura. Por ejemplo, los cuatro Evangelios, Hechos, Romanos, Efesios, Hebreos, 1 Pedro y Apocalipsis son claramente obras de literatura. La mayoría de los otros libros del Nuevo Testamento son cartas «ocasionales», es decir, cartas escritas principalmente para suplir la necesidad de dicha ocasión. Pero no sucede esto con los otros libros, porque desde el principio fueron diseñados para ser obras literarias para llegar a una gran audiencia.
Debido a que vivían en un mundo helenizado, los escritores del Nuevo Testamento hablaban, leían y escribían en griego. La clase de griego que usaron para escribir era el lenguaje común (koiné) del mundo grecorromano. Muchos de los escritores del Nuevo Testamento conocían otras obras de la literatura griega y las citaron. Juan hace alusión a Filón. Pablo cita a Epiménides, Arato y Menandro; y su estilo epistolar está moldeado del creado anteriormente por los escritores griegos como Isócrates y el filósofo Platón. Los escritores de los Evangelios eran los típicos historiadores griegos. Sus obras siguen el patrón establecido por el historiador griego Herodoto, quien estableció un elevado estándar de observación y reportaje.
Los primeros lectores de estas obras, ya sea judíos cristianos o gentiles cristianos, habrían estado conscientes tanto del valor espiritual como literario de estos textos. Por eso, algunos de los primeros que hicieron copias de estos libros las deben haber hecho con mucho respeto por preservar el texto original.
4. Todos los primeros papiros, sin excepción, muestran que los cristianos de la iglesia primitiva que hicieron copias de los textos usaron abreviaturas especiales para designar los títulos divinos (nomina sacra). El nombre estaba escrito en forma abreviada con una línea sobre la abreviatura. Por ejemplo, la palabra griega para «Jesús» Ιησους era escrita como IC. Otros títulos que fueron escritos como nomina sacra son Señor, Cristo, Dios, Padre, Hijo y Espíritu. Aunque la creación de las nomina sacra puede reflejar la influencia judía del tetragrámaton (YHWH escrito por Yahweh/Jehová), es una creación totalmente nueva que se encuentra exclusivamente en documentos cristianos. De acuerdo a C. H. Roberts, la creación de esta clase de sistema de escritura «presupone un grado de control y organización.… El establecimiento de la práctica no habría sido dejado a los caprichos de una sola comunidad, y muchos menos a los de un escriba individual.… El sistema era demasiado complejo para que el escriba común operara sin reglas o un ejemplo autoritativo» (Manuscript, Society, and Belief [Manuscrito, sociedad y creencia], 45–46).
La presencia universal de las nomina sacra en los documentos cristianos tempranos habla con voz fuerte contra la noción de que el período de transmisión textual se caracterizaba al principio por ser «libre». Los escribas cristianos seguían un patrón establecido, un ejemplo «autorizado». Como dijo Roberts: «El notable sistema uniforme de nomina sacra … sugiere que a una fecha temprana había copias estándar de las Escrituras cristianas» («Books in the Greco-Roman World [Los libros en el mundo grecorromano]», 64).
5. Acompañando al fenómeno de la formación de las nomina sacra en los documentos cristianos está el fenómeno del uso de los códices por los cristianos tempranos. Antes de la mitad del siglo I, todas las Escrituras y otros escritos estaban en rollos. Por ejemplo, Jesús usó un rollo para leer cuando hizo su discurso de Isaías 61 en la sinagoga de Nazaret (Lucas 4:18 y siguientes). Los judíos y los no judíos usaban rollos; todos en el mundo grecorromano usaban rollos.
Entonces apareció el códice (un libro formado de páginas dobladas que se cosían sobre el lomo). Es probable que al principio los códices hubieran sido confeccionados tomando como modelo los cuadernos hechos de pergamino. De acuerdo a la hipótesis de C. H. Roberts, Juan Marcos, mientras todavía vivía en Roma, usó ese tipo de cuaderno hecho de pergamino para registrar los dichos de Jesús (que había escuchado de la predicación de Pedro). El completo Evangelio de Marcos, entonces, fue publicado primero como un códice (The Birth of the Codex [El nacimiento del códice], 54 y siguientes). «Un evangelio que circulaba en este formato determinaba, en parte vía autoridad, en parte vía sentimentalismo y simbolismo, que la forma apropiada para las Escrituras cristianas era un códice, no un rollo» (Greek Papyri [Papiros griegos], 11, de E. G. Turner).
De allí en adelante, todas las porciones del Nuevo Testamento fueron escritas en códices. El códice fue de uso exclusivo de los cristianos hasta fines del siglo II. Kenyon escribió: «De todos los papiros descubiertos en Egipto que pueden ser asignados al siglo II … ni un solo manuscrito pagano [es decir, no cristiano] está escrito en forma de códice» (Books and Readers in Ancient Greece and Rome [Libros y lectores en antigua Grecia y Roma], 111). Esta práctica (que comenzó en Roma o Antioquía) fue una separación clara del judaísmo y, de nuevo, muestra una clase de uniformidad en la formación y el discernimiento del texto temprano.
6. Contrario a la noción común de que muchos papiros tempranos del Nuevo Testamento fueron producidos por escribas sin experiencia que hacían copias personales de pobre calidad, varios de los papiros tempranos del Nuevo Testamento fueron producidos con mucho cuidado por escribas instruidos y profesionales. Los paleógrafos han podido clasificar ciertos estilos de escritura a mano desde el siglo I al IV (así como posteriores). Muchos de los primeros papiros del Nuevo Testamento estaban escritos en lo que se llama «estilo documentario reformado» (es decir, el escriba sabía que estaba trabajando en un manuscrito que no era sólo un documento legal sino una obra literaria). En el libro The Birth of the Codex, Roberts escribió:
Los manuscritos cristianos del siglo II, aunque no alcanzaron un alto estándar caligráfico, por lo general mostraban un estilo de escritura competente que ha sido llamado «documentario reformado», que es muy posible que sea el trabajo de escribas con experiencia, ya sea que hayan sido cristianos o no.… Y por lo tanto es razonable asumir que los escribas de los textos cristianos recibían un pago por su trabajo. (46)
Las prácticas de escritura en las zonas rurales de Egipto (por ejemplo, Fayum, Oxirrinco, etcétera), que comenzaron en el siglo II, fueron influenciadas por los escribas profesionales que trabajaban en el escritorio de la gran biblioteca de Alejandría, o tal vez por un escritorio cristiano fundado en Alejandría (en asociación con la escuela catequista) en el siglo II. Eusebio implica que la escuela comenzó mucho antes que Pantaneo se hiciera cargo de ella alrededor del año 180 (H.E., v. 10. I.), y Zuntz argumenta bastante convincentemente que el cuerpo de los escritos de Pablo fue producido usando los métodos de los eruditos alejandrinos, o en la misma Alejandría, a principios del siglo II (The Text of the Epistles, 14–15). En su función de ser los críticos textuales más antiguos del Nuevo Testamento, los escribas alejandrinos seleccionaron los mejores manuscritos y luego produjeron un texto que reflejaba lo que ellos consideraban el texto original. Deben haber trabajado con manuscritos que tenían la misma calidad del P1, P4/64/67, P27, P46 y P75.
Zuntz también argumentó que para mediados del siglo II, los arzobispos alejandrinos poseían un grupo de escribas que, por lo que producía, estableció las normas del tipo de manuscrito bíblico alejandrino (op. cit.). Este estándar podría haber incluido la codificación de las nomina sacra, el uso de códices, y otras características literarias. Sin embargo, el decir que Alejandría estableció una norma no quiere decir necesariamente que Alejandría estaba ejerciendo una clase de uniformidad textual a través de Egipto durante el siglo II y la primera parte del siglo III. No fue sino hasta el siglo IV, cuando Atanasio llegó a ser obispo de Alejandría, que Alejandría comenzó a ejercer el control sobre las iglesias egipcias. Este puede haberse extendido a la producción de Nuevos Testamentos, pero por cierto que no podría haber alcanzado a cada iglesia. Antes del siglo III, los manuscritos no presentan evidencia de haber sido producidos en un lugar central. Más bien, cada manuscrito fue producido en un escritorio asociado con una iglesia local. Sin embargo, es bastante evidente que Alejandría había establecido un estilo de escritura estándar, y que algunas ciudades importantes de Egipto (como Oxirrinco) fueron influenciadas por ese estándar.
CONCLUSIÓN
Los críticos textuales que trabajan con literatura antigua reconocen universalmente la supremacía de los manuscritos tempranos sobre los posteriores. A los críticos textuales que no trabajan con el Nuevo Testamento les gustaría tener la misma clase de testimonios tempranos que tienen los eruditos bíblicos. De hecho, muchos de ellos trabajan con manuscritos que fueron escritos 1.000 años después de que fueron compuestos los autógrafos. Nos maravillamos de que los Rollos del Mar Muerto hayan provisto un texto que es casi 800 años más cercano al texto original que los manuscritos masoréticos, y sin embargo, ¡muchos de los manuscritos del Mar Muerto tienen de 600 a 800 años de diferencia con las composiciones originales! ¡Los críticos textuales del Nuevo Testamento tienen una ventaja muy grande!
Los eruditos textuales del Nuevo Testamento del siglo XIX como Lachmann, Tregelles, Tischendorf, Westcott y Hort trabajaron sobre la base de que los testimonios más tempranos son los mejores. Nosotros deberíamos continuar esta línea de recuperación usando el testimonio de los testigos más antiguos. Pero los eruditos textuales desde el tiempo de Westcott y Hort han estado menos inclinados a producir ediciones basadas en la teoría de que los primeros materiales son los mejores. La mayoría de los críticos textuales de estos tiempos está más inclinada a endosar la máxima que dice que el material que probablemente es más original es el que mejor explica las variantes.
Esta máxima (o «canon» como a veces se le llama), siendo tan buena como es, produce resultados conflictivos. Por ejemplo, dos eruditos que usan los mismos principios para examinar la misma unidad no se ponen de acuerdo. Uno argumentará que una variante fue el resultado de que el copista tratara de imitar el estilo del autor; el otro sostendrá que la misma variante tiene que ser original porque concuerda con el estilo del autor. Uno argumentará que una variante se produjo porque un escriba ortodoxo estaba tratando de quitarle al texto una interpretación que podría promover la heterodoxia o la herejía; otro afirmará que la misma variante es original porque es ortodoxa y concuerda con la doctrina cristiana (por lo tanto, un escriba heterodoxo o herético debe haber realizado el cambio). Además, este principio da lugar a que la interpretación que se ha elegido para el texto pueda ser tomada de cualquier manuscrito de cualquier fecha. Esto puede resultar en el eclecticismo subjetivo.
Los eruditos textuales modernos han intentado suavizar el subjetivismo empleando un método llamado «eclecticismo razonado». Según Michael Holmes, «El eclecticismo razonado aplica una combinación de consideraciones internas y externas, evaluando el carácter de las variantes a la luz de la evidencia del manuscrito y viceversa para obtener un punto de vista equilibrado del asunto, y como un chequeo de las tendencias puramente subjetivas» («New Testament Textual Criticism [El criticismo textual del Nuevo Testamento]», en Introducing New Testament Interpretation [Introduciendo la interpretación del Nuevo Testamento] [ed. S. McKnight], 55).
Los Aland se inclinan por la misma clase de enfoque, llamándolo el método «genealógico-local», que se define de la siguiente manera:
Es imposible proceder basándose en la suposición de la genealogía de un manuscrito, y sobre la base de una revisión completa y un análisis de las relaciones obtenidas entre la variedad de técnicas interrelacionadas en la tradición del manuscrito, para intentar una recensión de la información como se haría con los otros textos griegos. Las decisiones se deben tomar una por una, caso por caso. Este método se ha caracterizado como eclecticismo, pero no es el término correcto. Después de establecer una variedad de lecturas ofrecidas en un pasaje y las posibilidades de su interpretación, entonces siempre se debe determinar, en forma nueva y sobre la base de criterios externos e internos, cuál de esas interpretaciones (y con frecuencia son muy numerosas) es la original, de la que las otras pueden ser consideradas derivativas. Desde la perspectiva de nuestro conocimiento actual, este método «genealógico local» (si se le debe dar un nombre) es el único que cumple con los requisitos de la tradición textual del Nuevo Testamento. (Introducción a Novum Testamentum Graece, 26a edición, 43)
Este método «genealógico-local» asume que para cada unidad de variación dada, cualquier manuscrito (o manuscritos) debe haber preservado el texto original. El aplicar este método produce una presentación documentaria muy desigual del texto. Cualquiera que estudie el conjunto de sistemas y materiales del NA26 o del NA27 detectará que no hay una presentación documentaria pareja. El eclecticismo está esparcido por todo el texto.
El «eclecticismo razonado», o el método «genealógico-local», tiende a dar prioridad a la evidencia interna sobre la evidencia externa. Pero tiene que ser lo completamente opuesto si vamos a descubrir el texto original. Esa era la opinión de Westcott y Hort. Con respecto a su compilación en The New Testament in the Original Greek, Hort escribió: «En la mayoría de los casos se le ha permitido a la evidencia documentaria tomar el lugar de honor contra la evidencia interna» (Introduction to the New Testament in the Original Greek [La introducción al Nuevo Testamento en el griego original], 17).
En este aspecto, Westcott y Hort deben ser validados. Earnest Colwell pensaba lo mismo cuando escribió: «Hort Redivivus: A Plea and a Program [Hort Redivivus: Un ruego y un programa]». Colwell censuró «la creciente tendencia de confiar enteramente en la evidencia interna de las interpretaciones, sin considerar seriamente la evidencia documentaria» (152). En este artículo, él insta a los eruditos a que intenten reconstruir la historia de la tradición del manuscrito. La tesis principal del presente ensayo ha sido precisamente hacer eso, y, al hacerlo, promover el valor de los primeros manuscritos en los esfuerzos continuos por recuperar el texto original del Nuevo Testamento.